IN MEMORIAM A CÉSAR VALLEJO
Carlos Rodolfo Ascencio Barillas
Escuche don César Vallejo,
es usted poeta de poetas,
ilustre, insigne, perínclito, inmensurable,
y recuerde el laberinto de la vida,
que deja huellas imborrables en el mundo.
¡Oh don César Vallejo!
Es usted la lumbrera cobriza de mis atardeceres
y corren acuarelas en la tinta de sus crepúsculos.
¡Oh poeta de la inmortal llanura!,
le recuerdo en la luz de sus iluminadas devociones
y en el perenne sol de sus sensaciones.
Le buscaré en los arcoíris de sus profundas convicciones
y en los encantos que desbordan sus manantiales
y en el pesar que vuelan hacia el fugaz viento.
Óigame don César Vallejo
y despierte para ver su gloria
y contemple los rosales de sus reflexiones
y las maravillas de sus constelaciones.
Allá en los universos extraviados
y en el excelso calendario de su pecho
y en la grandeza de sus oceánicas conclusiones
y las revelaciones en los ecos de su aliento
y en la desnudez de sus majestuosas rimas.
Con el caldo veraz de sus denuestas seducciones
usted impregnó el verbo en las montañas
y las olas que estremecieron los mares.
Usted fue un gran soldado de la paz,
quiso dar un beso a las injusticias pecaminosas
y logró yacer en el corazón de hierro
y en la ignorancia que abraza el frío de la noche
y penetró en el tuétano de las raíces inciertas
aunque tuvo implacables espinas
que hieren las fibras en los costados de las hojas;
allá, en su tierra descalza, Santiago el Chuco.
Vive usted en la cima de la sabiduría
y en la brisa que llega hasta mi oído
y el pensamiento que abriga el invierno
usted, mi don César Vallejo.
Dígame de dónde viene su inspiración infinita
de dónde provienen sus imaginaciones
y su extraordinaria visión del tiempo
es usted el ocaso de los mares profundos
y la nieve que se desliza en los copos anidando su pecho.
Dígame quié fue el mañana que le vio nacer
y la luna que brilla en sus riachuelos
¿Quién le dotó para ser un gran maestro?
¿Quién le inspiró en el olimpo de su mirada?
Fue la divina palabra del cielo
y el eterno río de sus compulsiones,
pero hoy alguien pensará en usted
y dirá las grandes verdades azules de su boca
y viajará en el tranvía de sus razones
y anunciará su voz en todo el mundo,
y su paso veloz por las estrellas…
Carlos Rodolfo Ascencio Barillas
Escuche don César Vallejo,
es usted poeta de poetas,
ilustre, insigne, perínclito, inmensurable,
y recuerde el laberinto de la vida,
que deja huellas imborrables en el mundo.
¡Oh don César Vallejo!
Es usted la lumbrera cobriza de mis atardeceres
y corren acuarelas en la tinta de sus crepúsculos.
¡Oh poeta de la inmortal llanura!,
le recuerdo en la luz de sus iluminadas devociones
y en el perenne sol de sus sensaciones.
Le buscaré en los arcoíris de sus profundas convicciones
y en los encantos que desbordan sus manantiales
y en el pesar que vuelan hacia el fugaz viento.
Óigame don César Vallejo
y despierte para ver su gloria
y contemple los rosales de sus reflexiones
y las maravillas de sus constelaciones.
Allá en los universos extraviados
y en el excelso calendario de su pecho
y en la grandeza de sus oceánicas conclusiones
y las revelaciones en los ecos de su aliento
y en la desnudez de sus majestuosas rimas.
Con el caldo veraz de sus denuestas seducciones
usted impregnó el verbo en las montañas
y las olas que estremecieron los mares.
Usted fue un gran soldado de la paz,
quiso dar un beso a las injusticias pecaminosas
y logró yacer en el corazón de hierro
y en la ignorancia que abraza el frío de la noche
y penetró en el tuétano de las raíces inciertas
aunque tuvo implacables espinas
que hieren las fibras en los costados de las hojas;
allá, en su tierra descalza, Santiago el Chuco.
Vive usted en la cima de la sabiduría
y en la brisa que llega hasta mi oído
y el pensamiento que abriga el invierno
usted, mi don César Vallejo.
Dígame de dónde viene su inspiración infinita
de dónde provienen sus imaginaciones
y su extraordinaria visión del tiempo
es usted el ocaso de los mares profundos
y la nieve que se desliza en los copos anidando su pecho.
Dígame quié fue el mañana que le vio nacer
y la luna que brilla en sus riachuelos
¿Quién le dotó para ser un gran maestro?
¿Quién le inspiró en el olimpo de su mirada?
Fue la divina palabra del cielo
y el eterno río de sus compulsiones,
pero hoy alguien pensará en usted
y dirá las grandes verdades azules de su boca
y viajará en el tranvía de sus razones
y anunciará su voz en todo el mundo,
y su paso veloz por las estrellas…
CANTO A CÉSAR VALLEJO
Carlos Rodolfo Ascencio Barillas
¡Oh gran poeta!, caletre universal
con su néctar delicioso dibujas horizontes
y los altos árboles llegan hasta el Machupicchu.
Por eso quiero cantar sus inmutables versos
y las frondosas cañadas de tus nobles caricias
que son el impoluto encanto de su voz
gran poeta de todos los tiempos del mundo
quiero cantar a tus hermosos versos
y el deleite exquisito de su férvida poesía
allá en tus paradisíacos amaneceres.
Quiero soñar con sus sueños profundos
con un grito que en mi alma se desborda
y con el pesar que a mis manos proponga
y con los cristales que sus ojos alumbran.
¡Oh poeta!, paladín de la inmanente travesía
es mi canto que a mi corazón le dice que sonría
enséñame las mágicas palabras de sus encantos
y a llorar las tristezas de mis lamentos;
mi corazón está triste, mi alma alegre,
aunque no pueda verle, le veo
y aunque no pueda oírle, le escucho.
Hoy te recuerdo en su sacrosanto manantial
y en las rosas de sus pistilos inquietudes
y en las lluvias que revelan su silencio
y en la belleza de tus infusas inspiraciones.
Vives en el alma peruana, en la tierra de sus ojos
en el viento, en la noche, en las estrellas
y en los resoles de sus órdagos paradisíacos
y en los pájaros que han poblado Los Andes
y en las nieves de las altas montañas
y en los despertares de sus íngrimas mañanas.
Allí, extraño tu sigiloso canto
en las auroras que deslumbran sus pensamientos;
déjame soñar con sus tiempos gloriosos
déjame compartir el cáliz de su santo
y la belleza de su sacrosanta tierra
aunque morir lejos, en su piedra me aterra.
Lléveme en su camino, en su llano
y en su esponjado verano, mi poeta
cual saeta viaja entre las grietas
de mi solitario aposento, de mi infatigable corazón.
Gracias, hermano de todos los humanos
amante de la paz y de la belleza
gracias, por su legado de justicia
por la fragancia que destella su esperanza
donde la cúspide toca tus dedos
y las acuarelas que pintan su aliento
y las aguas que inundan su canto
y las noches que yacen en sus prístinas esperanzas
escuche mi voz, mi riachuelo, mi viento
mi canto, mi rocío, y mi lejano llanto…
Carlos Rodolfo Ascencio Barillas
¡Oh gran poeta!, caletre universal
con su néctar delicioso dibujas horizontes
y los altos árboles llegan hasta el Machupicchu.
Por eso quiero cantar sus inmutables versos
y las frondosas cañadas de tus nobles caricias
que son el impoluto encanto de su voz
gran poeta de todos los tiempos del mundo
quiero cantar a tus hermosos versos
y el deleite exquisito de su férvida poesía
allá en tus paradisíacos amaneceres.
Quiero soñar con sus sueños profundos
con un grito que en mi alma se desborda
y con el pesar que a mis manos proponga
y con los cristales que sus ojos alumbran.
¡Oh poeta!, paladín de la inmanente travesía
es mi canto que a mi corazón le dice que sonría
enséñame las mágicas palabras de sus encantos
y a llorar las tristezas de mis lamentos;
mi corazón está triste, mi alma alegre,
aunque no pueda verle, le veo
y aunque no pueda oírle, le escucho.
Hoy te recuerdo en su sacrosanto manantial
y en las rosas de sus pistilos inquietudes
y en las lluvias que revelan su silencio
y en la belleza de tus infusas inspiraciones.
Vives en el alma peruana, en la tierra de sus ojos
en el viento, en la noche, en las estrellas
y en los resoles de sus órdagos paradisíacos
y en los pájaros que han poblado Los Andes
y en las nieves de las altas montañas
y en los despertares de sus íngrimas mañanas.
Allí, extraño tu sigiloso canto
en las auroras que deslumbran sus pensamientos;
déjame soñar con sus tiempos gloriosos
déjame compartir el cáliz de su santo
y la belleza de su sacrosanta tierra
aunque morir lejos, en su piedra me aterra.
Lléveme en su camino, en su llano
y en su esponjado verano, mi poeta
cual saeta viaja entre las grietas
de mi solitario aposento, de mi infatigable corazón.
Gracias, hermano de todos los humanos
amante de la paz y de la belleza
gracias, por su legado de justicia
por la fragancia que destella su esperanza
donde la cúspide toca tus dedos
y las acuarelas que pintan su aliento
y las aguas que inundan su canto
y las noches que yacen en sus prístinas esperanzas
escuche mi voz, mi riachuelo, mi viento
mi canto, mi rocío, y mi lejano llanto…
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