Danilo Sánchez Lihón
«¡Qué necios estos deseos míos, Señor,
que están turbando con sus gritos
tus canciones!
¡Haz tú que yo solo sepa escuchar!
Tagore
1. ¿Se lo
enseña?
Escuchar
es un arte inagotable, profuso e infinito que demanda mucho valor.
Nunca podremos decir que ya hemos consumado y agotado esta sabiduría, ni
tampoco podremos decir que ya no nos queda nada qué escuchar.
Porque
cuando creemos que hemos terminado este proceso descubrimos que allí
recién comienza la indagación y se abre otro ámbito de reconocimiento
puesto que siempre se puede escuchar y escuchar cada vez mejor. Se
escuchan los árboles, la voz de los cerros, los espíritus.
Por
eso, de las cuatro habilidades básicas de la comunicación integral,
cuales son: escuchar, hablar, leer y escribir; el arte de escuchar
deviene como el más importante y esencial. Y ello por su significación
para una correcta ubicación en todo orden de cosas y para alcanzar la
sabiduría, sabiendo escuchar a todos los seres.
Es
escuchando cómo vamos a ser seres armoniosos y que justificará incluso
nuestra presencia y tránsito como ser viviente por este mundo
maravilloso. Pero este arte, ¿se lo enseña? ¿Se lo practica? ¿Hay una
educación eficaz en relación al cultivo de este arte y sabiduría?
2. Las palabras
vivas
Por eso, más que cultivar en la persona la capacidad de hablar, o leer, o escribir, hay que enseñar a escuchar.
Porque
podemos ser mudos y no será tan grave el hecho como no saber escuchar,
sobre todo el pálpito de la vida y la armonía de la naturaleza en cada
uno de sus múltiples e inabarcables detalles y manifestaciones.
O
cómo siente y piensa tal o cual persona cuando nos habla, o qué asuntos
y contenidos intrínsecos se están desenvolviendo en la conversación que
vengo sosteniendo. O a qué dar o no dar importancia.
La
actual tendencia a nivel de percepciones es a mirar, pero
superficialmente. Y no a escuchar. Miramos y miramos. Y no escuchamos
mayormente. O escuchamos, pero aquello que es ajeno y distante. Y no lo
cercano, familiar e íntimo, y consecuentemente trascendente. Escuchar no
es oír o grabar sino procesar.
Gabriel García Márquez nos dice:
La
grabadora oye, pero no escucha, graba, pero no piensa, es fiel pero no
tiene corazón, y al final de cuentas su versión literal no será tan
confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas de su
interlocutor, las valora con su inteligencia y las califica con su
moral.
3. La voz
interior
En
la taxonomía de la comprensión lectora alcancé a identificar siete
niveles que el Ministerio de Educación del Perú resume en tres,
reconociendo la fuente de dónde extrae dicha doctrina, cuál es la
conferencia que presenté en el Congreso Mundial de Lectura del año 1982
en Buenos Aires. Después en mi ponencia Niveles del Arte de Escuchar
identifico sin embargo catorce niveles, el doble; puesto que dos orejas
duplican a una sola lengua, o a una sola boca, como es lo que tenemos.
Los siguientes son los niveles de comprensión del arte de escuchar, que he propuesto:
1. Oír el mundo físico
2. Escuchar el mundo viviente
3. Asimilar la intención del lenguaje oral denotativo
4. Asimilar la intención del lenguaje oral connotativo
5. Escuchar el lenguaje escrito
6. Escuchar el silencio
7. Escuchar con el corazón, el alma y la conciencia del otro
8. Escuchar desde el otro lo implícito
9. Escuchar en el otro la intención
10. Escuchar en varios planos el diálogo
11. Escuchar la voz colectiva
12. Escuchar la voz de nuestra conciencia
13. Escuchar la voz del yo moral
14. Escuchar en mi interior a Dios
4. Todo
tienen voz
Saber
escuchar, que tiene 14 oídos, es comprender convertir en palabras y
significados el secreto de la vida y el universo; es ser capaz de
entender el sentido oculto de las cosas. Y así como hay niveles de
comprensión lectora hay los niveles que hemos expuesto en el arte de
escuchar.
Oír
es captar y percibir por medio del oído. Escuchar es prestar atención a
través de múltiples oídos para conocer mejor. Porque hablan incluso las
cosas. Una mochila, una llave, un lapicero cobran vida y nos narran historia y nos trasmiten mensajes de sabiduría.
Un
árbol, una silla, el velador de un dormitorio, cuentan sucesos al
mirarnos vivir, porque son testigos de nuestros actos y desvelos, de
nuestras inquietudes, gozos como sufrimientos. Todos los seres tienen
una versión del mundo por decir o por contar:
Dice la gallina,
como reproche:
– Poni y poni
y sin zapatos.
Y el gallo le contesta:
– No hay zapatos
que te calcen.
No hay zapatos
que te calcen.
5. El lenguaje oral
denotativo
Por
eso, Montaigne decía que la palabra es mitad de quien la pronuncia y
mitad de quien la escucha. Entre ambos interlocutores construyen una
noción de mundo y la vida. Escuchar es alcanzar a la otra persona en el
deseo de expresarse así misma aún sin palabras.
Y
es la literatura infantil la que nos enseña que todo tiene voz, porque
hace hablar a la rana, a la luna, a un borrador, a un lapicero. En ella a
todo damos voz, a la rana, al árbol, a la piedra. Y Es hermoso cuando
hablan las cosas. En donde todo queremos que diga su voz, que exprese
algo, que se pronuncie con palabras. Es más: le prestamos nuestra voz,
nuestro aliento y nuestras ideas.
Leer
oralmente es escuchar. La voz y la palabra, más aún cuando ella recién
nace, y su nacimiento o su arraigo son incipientes, donde la palabra es
una hebra, o una cinta muy leve pero que une mundos, sobre todo los
interiores. Donde la voz es un hilo, o una cinta que une dos mundos
interiores: el del oyente que está con todo su mundo interior en
ebullición: fantasías, anhelos, angustias, y el de la persona que habla y
emite un mensaje.
De
allí que buenos ejercicios para practicar todo esto, son: transcribir
cómo habla un niño. Reproducir la conversación de dos personas que
hablan en el mercado. Hacer el resumen de una conferencia. Escuchar
nuestra propia voz. Hacer que el niño escuche su voz en la grabadora.
Practicar memoria de lo oído.
6. Ser más
esa voz
El
arte de oír o escuchar se redondea con el arte de escucharnos a
nosotros mismos, de atender a nuestros propios pensamientos, de darle
cabida a nuestras opiniones y pareceres, de poner en claro nuestras
ideas. Porque hay en el fondo de todos nosotros una voz interior que nos
habla, y que no nos pertenece, a la cual no podemos siquiera acallar
cuando para nuestro interés y nuestra tranquilidad convendría que esa
voz se calle.
Esa
voz nos advierte, nos aconseja, nos consuela, nos protege. Pero también
nos reprocha. Y hasta nos acusa cuando los actos realizados así lo
exigen y requieren. Esa voz que habla siempre al interior nuestro, ¿de
quién es? Con ella converso. Con ella dialogo a veces cordial y
amablemente. A veces discuto y entro en pelea. Esa voz interior es
insobornable, es otra persona independiente, superior y sabia. Es la
supra conciencia del colectivo social, es la multitud y el coro griego.
¿Es Dios? En la meditación más profunda, en el silencio más absoluto que
aparece esa voz. A veces se confunde con la nuestra, cuando alcanzamos
la gracia de decir las cosas bien, cuando están llenas de sabiduría.
Otras
veces son contrarias y disidentes nuestras opiniones, sobre todo cuando
estamos inciertos, errados o equivocados. El quedarse uno mismo
escuchando su propia voz. Mi voz interior. Aquella que me va diciendo lo
que pienso. Voz que puede llamarme la atención en un momento de
peligro, atajarme de no ir adonde era malsano que estuviera. Ser más esa
voz, darle más cabida. Hacer más silencio para que ella hable. Ese es
el secreto de toda la sabiduría.
7. El habla
es plata
Pero
también escuchar el lenguaje, el idioma, la palabra. Oír lo que no
tiene sonido explícito, los latidos, el sentimiento, el amor. Oír con
todo nuestro ser. Oír los pasos, Oír el sentimiento. Escuchar desde la
conciencia del otro. Oír el amor. Conocer la complejidad que significa
el diálogo. Porque, cuando dos personas hablan por lo menos hablan seis
personas: Los que creen que son. Escuchar desde el alma del otro. Los
que verdaderamente son. Y aquellas de cómo lo ven los otros. Y toda una
comunidad.
Es
decir, cientos y miles de personas, todas aquellas que han creado,
urdido y puesto una personalidad en el fenómeno de la lengua o en el
lenguaje. Porque cuando una persona habla se expresa, habla su cultura,
su raza, su historia, su cultura, aquella que esa persona integra y
conforma. Por eso, Dios dotó al hombre de una lengua y dos oídos, para
que oiga el doble de lo que habla.
Al
hacer este silencio escuchen su voz interior, todas aquellas palabras,
diálogos, voces de seres que están allí poblando, habitando vivas en su
recóndito mundo interno, en ese jardín o paraíso terrenal interno que
cada uno de ustedes tiene. En esa arcadia, en ese mundo interno poblado
de los seres más entrañables y queridos. De lo que se trata es de oír
con todo nuestro ser. Porque si el habla es plata el silencio es oro.
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