Danilo Sánchez Lihón
No lo digas amor
no, no lo digas.
Juan Gonzalo Rose
1. Gozo
y expiación
– ¡Viva el barrio Santa Mónica!
– ¡Que viva! –Es el coro de la multitud.
Y así resuenan los vítores y aplausos, a todo lo largo de la calle.
El tropel de muchachos se agita adelante y hacia atrás dando hurras:
– ¡Viva el equipo del barrio Santa Mónica! ¡Ji jip!
– ¡Rá! ¡Rá! ¡Rá!
Al
pasar delante de la casa de Silvia –lo digo con enorme rubor– corean el
nombre de nuestro equipo. Pero, además, mi nombre y su nombre. Con lo
cual una flecha ardiente de gozo y expiación se incrusta para siempre en
el fondo de mi alma.
Hemos
vencido esta tarde por un gol a cero al cuadro más recio, organizado y
campeón de fútbol, por largos años consecutivos, en la Provincia de
Santiago de Chuco.
2. En el minuto
final
Hasta
el día de hoy era un equipo invicto, indómito, invencible. En suma un
portento, que a nosotros mismos nos llena de orgullo y coraje.
En
realidad, nadie intentó con ellos ni siquiera desafiarlos, menos
empatarlos. Imposible, ni imaginarse jamás ganarles un partido.
Sería insensatez y quimera.
Ni elencos de la liga de Trujillo que han venido, han osado atreverse. Jugar a empatar es la estrategia al enfrentarse a ellos.
En
cambio nosotros, un tropel de chiquillos, que lo único que tenemos es
ganas de jugar, les hemos hecho arar tierra, morder polvo y rechinar sus
dientes.
Hasta ahora no salen de su asombro.
Y
les hemos ganado delante de todo el pueblo reunido. Los hemos humillado
siendo nosotros un equipo de chiquillos. Por eso todo el pueblo ahora,
saliendo del estadio nos sigue lanzando proclamas y dando vítores y le
gente con los ojos iluminados nos acompaña fervorosa por las calles y
las veredas.
Les
hemos ganado por un gol a cero. El gol del triunfo lo he conseguido yo
de cabeza y en el minuto final, por eso voy en hombros de mis
compañeros.
3. No podían
creer
Apenas
puedo ver quién ha arrojado mi camiseta, con la cual he jugado esta
tarde y que la tenía como lazo envuelta en mi cuello.
Y
ha ido a caer al balcón de la casa de Silvia, la niña más hermosa,
seria y recatada, admirada por todos nosotros por su discreción y
subyugante belleza.
Y
mi camiseta se ha quedado prendida allí en un balaustre, amarilla, con
fintas rojas y azules, brillante como es de satén. Yo he querido bajarme
de los hombros de quienes me llevan pero no he podido por más que he
pugnado.
El
gol lo hemos hecho en el último minuto del partido, que ha sido intenso
y en el que han llovido codazos y toda clase de infracciones de parte
de ellos que son nuestros mayores y que en el segundo tiempo no podían
creer ni soportar la ofensa que un equipito de niños les pudiera hacer
tanta pelea y les estuviéramos empatando.
Y
más, habiendo apostado con quienes les tienen ojeriza por ser, el
“Sport Santiago”, un cuadro de comerciantes acaudalados, insuflados
hasta el día de hoy de insolente soberbia.
4. Trombas
y torbellinos
Nuestro
equipo lo hemos fundado cansados de que nos ahuyenten de las chacras
recién cosechadas, adonde entramos a ver si podemos jugar, abriendo un
portillo por las pencas, haciendo primero rebotar la pelota por un buen
rato, para probar si alguien aparece y se acerque a corrernos y entonces
fugar nosotros por donde sea.
Si
se demora en aparecer algún vigilante seguimos pateando el balón a un
arco imaginario. Y, después, formamos dos bandos que levantamos una
polvareda infernal en un terreno que los dueños no quieren que se
pisotee, porque luego es duro roturarlo cuando van a sembrar trigo,
cebada, maíz. ¡O lo que sea!
Muy
pronto los surcos desaparecen bajo nuestros zapatos malhadados, cuyas
suelas y cueros muy pronto dejan una abertura desvencijada y delatora,
convirtiendo al terreno en una costra dura como si la echaran brea o
cemento.
Hasta el día en que aparece el guardián o el dueño en persona y nos desbanda blandiendo en el aire un grueso garrote.
5. Trombas
y torbellinos
Entonces
corremos en estampida, olvidándonos en los arcos de nuestras prendas:
morrales, casacas, trompos y boliches, como uno y otro cachivache que
allí hemos puesto:
– ¡Fuera! ¡Fuera muchachos dañinos! ¡Zamarros! –Vocifera impotente el hombre que cuida–. ¡Fuera de aquí, forajidos!
– ¡Calla viejo! –Es, a lo más, lo que alguien le grita. Y eso es más que suficiente para que se desaten trombas y torbellinos.
– ¡Ya te conozco! ¡Ya te conozco malcriado! –Es la amenaza.
En esos momentos recién nos acordamos que nuestros padres nos han enviado a hacer algún mandado.
O
que hace rato hemos salido de la escuela o colegio y todavía no hemos
llegado a nuestras casas, esperándonos entonces una severa reprimenda. Y
hasta algún castigo con correo o látigo de cuero.
Pero si el dueño de la chacra ha ido a quejarse a nuestros padres, allí sí el escarmiento es tremendo.
6. Y tomamos
acuerdos
–
¡Me ha venido con la queja don Lizandro de que has entrado a jugar a su
chacra! Y encima que le has insultado diciéndole ¡viejo! ¿Tú, mi hijo?
–Nos dicen preparándose a darnos la cueriza.
– ¡No he sido yo, papacito! ¡No he sido yo!
–
¡Entonces, mira bien con quién te juntas, pues! –Y juá nos cae el
primer chicotazo–. ¿No sabes, además, que ese señor es tu tío?
– ¡Mamacita, tú no nos pegues! Sí, he entrado a jugar a su chacra, pero yo no le he dicho viejo! ¡Ay! ¡Ay!
El
castigo es tal que ¡para qué voy a martirizarme yo mismo recordándolo!
Por eso, ha surgido la idea de formar un equipo de fútbol hecho y
derecho, que juegue de manera formal y organizada. Y que nos dé aval
para pedir permiso en nuestras casas y jugar en el Estadio Municipal, de
manera más libre y menos arriesgada.
Solemnemente
nos hemos reunido en la esquina de mi casa y aquí hemos tomado
acuerdos. Entre otros, que el presidente sea don Lorenzo Risco, hombre
jovial y entusiasta de nuestro barrio, que tiene una tienda próspera y
una casa que es motivo de orgullo para todos nosotros.
7. Pregunta
candoroso
Porque
es la única casa de tres pisos, airosa, bonita y con grandes
ventanales. Y creemos ingenuamente que el adelanto y el desarrollo se
miden por los pisos que tienen las casas y su vistosidad en nuestros
pueblos.
En
patota nos dirigimos a buscarlo, designando a César Bocanegra para que
tome la palabra y exprese nuestra decisión unánime y trascendental. Don
Lorenzo nos recibe un tanto sorprendido por la nutrida concurrencia de
la chiquillería que no alcanzamos siquiera la altura de su mostrador.
De
buena gana nos invita una Coca Cola grande que apenas alcanza para
mojarnos los labios. Y allí mismo, de pie, frente a su mostrador, le
exponemos nuestro propósito.
Acepta complacido, mirándonos hacia abajo mientras despacha a uno y a otro cliente.
– ¿Pero son buenos jugando? –Pregunta candoroso. Y al principio, mirándonos, no sabemos qué contestarle.
– ¡Le prometemos, don Lorenzo, que nos esforzaremos para dejar su nombre bien puesto! –Es, finalmente, nuestra respuesta.
8. Aceptaron
de inmediato
Y
subiendo él a una escalera de tijera y descorriendo unas puertas
corredizas de vidrio extrae desde un armario de su tienda un paquete de
camisetas envueltas en papel celofán. Otro de pantalones cortos. Y otro
de medias. Todo de color amarillo con fintas rojas y azules que nos ha
dejado extasiados, sin habla, anonadados. Y con él hemos salido de su
tienda, no sé si cumpliendo con agradecerle, pero como si portáramos el
cuerpo de un santo, de un milagro, de un ente sagrado y caminando por la
calle sin rumbo fijo.
Así
los colores de esas camisetas se han convertido en nuestra bandera,
prendas que paseamos por las calles con la reverencia y devoción con que
nuestros mayores portan el “Ínter” del Apóstol Santiago en las
velaciones anteriores a su fiesta del mes de julio.
Obtenido
nuestro uniforme, al llegar a nuestro lugar de reuniones que es la
esquina, y animados por el esplendor de nuestras camisetas,
inmediatamente cursamos una invitación, retando nada menos que al “Sport
Santiago”, el club más poderoso y campeón del torneo de fútbol que
organiza la liga de la provincia.
Y
quizás porque los cogimos en su cuarto de hora, o por querer acrecentar
su vanidad y petulancia han aceptado de inmediato nuestra invitación,
burlándose de nuestro patrocinador don Lorenzo Risco, al decir:
–
¡Quien se junta con mocosos amanece mojado! –Que lo repiten con burlas y
desprecio desde la tribuna mientras nos alistamos a jugar.
9. Es una tarde
luminosa
Y, lógicamente, prometen darnos una paliza, por el atrevimiento que hemos tenido de querer medirnos con ellos.
El
primer tiempo del cotejo termina cero a cero, lo cual para ellos es una
afrenta y para el público una hazaña gloriosa puesto que de su plantel
no falta nadie. Y al inicio del segundo tiempo, a los del “Sport
Santiago” se les nota terriblemente ofuscados, llenos de rabia,
empezando entonces el juego brusco y malintencionado.
Como
somos chiquitos y algunos de ellos son nuestros tíos, nos cogen de la
camiseta y nos dan vueltas en el aire, tirándonos por tierra a ocultas
del referí. Lo hacen una o dos veces pero no más, porque pronto nos
escabullimos quitándoles en buena forma la pelota. Es una tarde luminosa
por el verdor de los campos y la nitidez del sol del atardecer en el
perfil de los cerros, vibrando una claridad diáfana en torno al estadio.
De
pronto sentimos que a un costado surge una barra entusiasta a favor
nuestro, primero tímidamente pero que cada vez se hace mucho más
bulliciosa en este segundo tiempo por los resultados que venimos
obteniendo. Es inimaginable que a estas alturas del partido estemos
empatando. Un público numeroso nos contempla desde las tribunas. Y
muchas otras personas están a ras de tierra, apostadas alrededor del
campo y a los costados de los arcos.
10. Un ángulo
imposible
Es
un enfrentamiento agotador. Ya se hacen sentir las sombras del
crepúsculo y el resultado parece vislumbrarse como una igualdad, hecho
que ya lo estamos celebrando como un triunfo tremendo, que a ellos los
enloquece y los hace bufar de rabia, cólera y violencia.
Es
allí que se sanciona un córner a favor nuestro. Y corre a cobrarlo
Manuel Ángulo desde el vértice del estadio que da a la hondonada del río
Patarata.
El
tiro viene bombeado y la pelota con efecto. Lo veo desde que parte el
esférico elevándose y entrando al centro del área chica. Yo estoy un
poco atrás y al extremo final del sitio de peligro.
Pasa
por una multitud de cabezas que se elevan. Y yo, más por instinto que
por pensar que voy a llegar hasta donde pueda alcanzarla, salto
impulsándome desde atrás, calculando la trayectoria del balón, en un
salto oblicuo, casi imposible de hacer por la posición en que me
encuentro.
Tengo
aún la sensación de estar en el aire y, sobre todo, siento el impacto
del balón en mi frente, que hago girar unos centímetros al dar el golpe,
a fin de impulsarlo hacia un ángulo del arco y de acuerdo a la rotación
de la esfera.
11. Concluida
la contienda
De
reojo, mientras desciendo en el aire, veo el esfuerzo supremo del
arquero por desviarla, pero ya es demasiado tarde, la pelota se
introduce unos centímetros por debajo del travesaño y muy cerca del
parante izquierdo.
Mientras
caigo en el piso salpicado de piedrecillas que me rasmillan desde el
hombro, pasando por la cadera, el muslo de la pierna derecha, la rodilla
y el tobillo, y exhalando un silbido.
– ¡Gol! –Siento que gritan súbita, pero tímidamente, mis compañeros de al lado.
Y
luego veo, sin oír nada, que el público levanta las manos y se eleva.
Pronto veo como si las graderías se erizaran. Y después recién siento un
rugido, un estallido que remata en un estruendo:
–
¡Goooooool! –También estalla íntegro mi equipo, cayendo en pirámide
sobre mi cuerpo apenas doblado y buscándome con sus manos por entre la
tierra.
–
¡Gooooool! –Se oye rugir en tremenda explosión al público en las
tribunas y alrededor del estadio, llegando hasta el último confín del
pueblo.
Es
un gol en el minuto final, porque tan pronto el “Sport Santiago” vuelve
perturbado a mover la pelota, suena el silbato del árbitro dando por
concluida la contienda.
12. Al
adivinar
En
cámara lenta veo al público levantarse como un oleaje e invadir la
cancha. Pronto la respiración me falta por la sobrecarga de abrazos de
personas que se abalanzan para felicitarme por la conquista obtenida.
Inmediatamente me siento suspendido en el aire y ya estoy sobre los hombros de la gente eufórica y jubilosa.
Mi
primo Francisco con la mirada jubilosa me muestra desde lejos que tiene
mi maletín y demás pertenencias. Y enrumbamos entre vítores por las
calles que llevan y traen al campo de juego.
Cerca de las tiendas de comercio intento bajarme, pero me es imposible; me sujetan fuertemente para mantenerme en alto.
Pero,
en lugar de seguir en línea recta por la calle Grau, como hubiera sido
lo natural, mis compañeros, a quienes sigue la multitud, tuercen en el
Alto de San José y luego voltean para subir a la plaza por el jirón
Bolognesi.
El
corazón empieza a palpitarme aceleradamente al adivinar la intención de
pasar por la casa de Silvia, de quien toda la muchachada anda
enamorada.
13. Dulcísima
muerte o agonía
Es
ella la chica más hermosa y recatada, a quien idealizamos aún más en
nuestros sueños, pero a quien ninguno de nosotros nos hemos atrevido a
decirle siquiera una palabra convencional, menos un requiebro de amor.
Allí es que, al pasar delante de su puerta, une la multitud en un solo
coro su nombre y mi nombre.
– ¡Silvia! ¡Silvia! –Y pronuncian mi nombre, que aquí mismo yo no lo puedo ni siquiera escribir por timidez o pudicia.
Alguien
jala de mi cuello la camiseta con la cual he jugado y la arroja a su
balcón, felizmente vacío y con la puerta cerrada a esa hora. Y pasamos
dando vivas. Y, otra vez, todos corean su nombre y mi nombre. Una
sensación de abismo, de difícil mentira y de imposible verdad, remueve y
agita mi alma y hasta mis vísceras en ese momento. ¡Y desde entonces ya
para siempre!
Ninguna
gloria humana ha de ser comparable ¡y nunca mayor! a los minutos
vividos frente a ese balcón y con una multitud atronadora. Ni el laurel
de la Reina Sofía, ni el galardón del Príncipe de Asturias, ni el Premio
Cervantes, ni siquiera la distinción de la Academia Sueca del Premio Nobel, ha de compararse jamás a ese instante, mezcla de rubor, de timidez, de pavor y hasta de dulcísima muerte o agonía.
14. Quizá
algo
Recién
puedo apearme y verme libre en la pileta de la Plaza de Armas. Y allí
estamos dando hurras por nuestro equipo y nuestro barrio, riéndonos y
celebrando las incidencias del partido. Yo, pensando en lo ocurrido
delante de aquella casa y de aquel balcón; con una flecha ardiente de
gozo y sufrimiento infinitos en el fondo de mi alma y de mi pecho.
Esta
noche, a la hora de comer y de dormir vuelvo a vivir con emoción enorme
las incidencias de este día. Y mi corazón se sobresalta al pensar en la
camiseta que se ha quedado prendida en el balaustre de aquel balcón
desde entonces para mí insomne y desvelado.
Me
invade una vergüenza lacerante al pensar que ella hubiera estado dentro
de la casa y entonces pudiera haber contemplado todo. O quizá peor:
¡que hubiera estado detrás de su puerta escuchando su nombre y mi
nombre! Durante mucho tiempo se comenta
en uno y otro lugar los detalles del partido entre el “Sport Santiago” y
nosotros, el equipo de chiquillos del barrio Santa Mónica, nombre de mi
equipo y de mi barrio. Y sobre todo el gol.
Paso por la calle y desde sus puertas y ventanas la gente me saluda. Y el comentario es:
– ¡Qué buen gol! Bien hecho que lo hiciste ¡al “Sport Santiago”, esos creídos!
15. Por la noche
o al amanecer
Pero,
felizmente nunca se habla de la camiseta, como si fuera un tema
secreto, íntimo y vedado. Pero, para mí, ardiente e inconfesable, hasta
ahora. A veces pienso, delirante, que quizá nunca ha ocurrido nada. Y
que todo no fuese sino una fantasía, una alucinación y una quimera; un
simple espejismo de mi alma ilusa y atribulada.
Pasa
el tiempo y llego a pensar, ya tranquilo, que ese día por la noche o al
amanecer el viento la desprendió del balcón y arrastrado hasta llevarla
por los senderos de la campiña para esconderla entre las pencas y las
zarzas. O que alguien, quizá un campesino que llega o saliera de
madrugada, la ha recogido y hecho suya.
Concluí
mi Educación Secundaria en Santiago de Chuco. El fútbol lo dejé para
dedicarme más a los estudios y, felizmente, obtuve notas sobresalientes
en los últimos años en el Colegio Nacional César Vallejo. Fui Brigadier
General y Presidente de los Clubes de Aula de todo el plantel. Y una que
otra vez, estuve cerca de Silvia, que estudió en el mismo colegio tres
años después de mí, y que también era Brigadier de su sección y
Presidente de su aula.
16. Nunca
la olvidaré
Las
veces que hablamos fueron en reuniones generales y creo que ambos
dominados y envueltos por sonrojos y con una absoluta timidez. De mi
parte, además, con secreta e inmensa adoración.
Terminado
el año escolar, y pasadas las navidades, sólo esperé el día de entrega
de libretas y certificados, así como la actuación de clausura de mi
promoción para venirme a Lima y postular a la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos, a la cual ingresé.
La
noche anterior al viaje, en que me despedía de mi tierra una angustia
inexplicable embargaba mi espíritu. Fue allí que se recibió en mi casa
un paquete misterioso.
Era mi camiseta de fútbol de aquel día memorable, limpia y perfumada. Dentro de ella había una nota, escrita en letra redonda, sin firma, en frases escalonadas que decían:
Sé que te vas.
Y quiero agradecerte
por haber compartido
conmigo una ilusión
en todos estos años;
un sueño, un anhelo,
una quimera, que de mi parte
nunca morirá.