Danilo Sánchez Lihón
Hay dos poderes en el mundo:
la palabra y la espada.
Solo que el poder de la palabra
es mucho mayor.
Simón Bolívar
1. El destino
de cada uno
Las
palabras son un tenue murmullo, donde los labios apenas se entreabren,
traspasados por una débil brisa o soplo que carga nuestro aliento del
mayor sentido, el ritmo de nuestra respiración de toda la gama de
emociones, el pulso y el movimiento de nuestro corazón pleno de anhelos y
expectativas, como el de nuestra mente ahíta de conocimientos e
informaciones.
Como
también con ellas se llenan de imágenes la mente de los seres humanos
que se expresan o comprenden mediante esos signos, que de tanto uso
parecen como si hubiesen crecido naturales y espontáneos cual las
hierbas del campo, o las flores.
Estas
manifestaciones aparentemente frágiles, opacas y deleznables,
supuestamente de índole común y corriente, y hasta rutinaria; a veces
casi imperceptibles, tanto que hay que acercar nuestro oído a la boca de
alguien para oírlas, se cargan o se llenan o transportan los mayores
significados.
Llevan
en sus alas o sus velas lo más grandioso del mundo: el alma, el
espíritu y el destino de cada uno de los seres humanos que con la
palabra se desenvuelven y comunican.
2. El destino
de los hombres
Las
palabras tejen el destino de cada uno de nosotros los seres humanos
como individuos. Pero, más trascendentalmente, enrumba el destino del
conjunto del grupo social y el de toda la colectividad que la palabra
reúne y junta, sin siquiera a veces saberlo.
Siendo
este vientecillo leve y sutil, y aparentemente monótono, que visto de
cerca e interiormente tiene infinitas variaciones, el que guía nuestro
sendero por lugares amenos o por parajes abruptos según sean las
palabras y sus significados los que empleemos en la vida.
Y
es tan significativo este soplo que se lo registra en diversos
materiales y soportes. Se lo inscribe y codifica de diversas maneras. Y
sobre sustancias que van desde el mármol esplendente, el velado y
siempre humilde papel, hasta las pantallas fúlgidas y titubeantes.
Y
luego se lo difunde y trasmite por diversos medios y canales en
infinidad de formas; tejiendo de este modo un conglomerado, una red o
textura tan rica y compleja que es ella finalmente la que decide y
determina el destino de los hombres, sea juntos o aislados, sobre la faz
de la tierra.
3. Las guerras
infaustas
Mucho
de negrura, dolor e infamia no son hechos reales, sino que son meros
hechos del lenguaje, intrincadas texturas tramadas y urdidas con
palabras, siendo el lenguaje el que condiciona situaciones, modos de
ser, maneras de comprender y vivir la realidad.
Y
hasta prolongadas épocas históricas no han estado sino subyugadas al
imperio no de ejércitos armados de un aparato militar poderoso y
contundente, sino al hechizo, fascinación y dominio de un haz de
palabras.
Ellas
son una tela, una red o una malla dentro de la cual habitamos. Que
pueden liberar potencialidades inmersas en nuestro ser, o pueden ser
calabozos que nos aprisionen de por vida, sin que nosotros lo sintamos
ni nos demos cuenta.
Muchas
muertes, las más horrendas y atroces son a cuenta del lenguaje. Nada ha
matado tanto y más sobre la tierra que las palabras. Y a la vez dado
vida y salvado. En el cruento registro de este leve airecillo que sale
de nuestras bocas no solo están las desavenencias y los crímenes
cotidianos, sino las guerras infaustas entre los pueblos que no son otra
cosa que incomprensiones, inquinas y arrebatos del lenguaje.
4. El lenguaje
no domeñado
El
lenguaje mal empleado, pésimamente dicho, malamente entendido o
pronunciado causa tantos estragos fatales, empezando por las familias
que parecieran indemnes ante él, quizá por pensar que la inmediatez para
conocer y resolver cualquier problema no nos hace pasar por las horcas
caudinas del lenguaje. ¡No!
Todo
suicidio, por ejemplo, comienza y termina en el lenguaje con la carta
de despedida que se escribe. Y como suicidio hay que entender no solo el
colgarse de una viga al techo, atados por el cuello con una soga. O
cualquier otra forma que se utilice para quitarse la vida por mano
propia.
Si
no, incluso, aquellos actos después de los cuales se puede seguir
viviendo, pero colgados para siempre de una cuerda de la cual ya no
somos libres ni conscientes, y que nos hace mucho daño, pero que nos
tiene atados indefinidamente por la garganta, con unas fisuras y heridas
del alma que ya jamás se cierran.
Muchas
muertes ya han causado las palabras mal dichas. Los mismos hijos ya se
han lanzado varias veces de las ventanas, o corrido a las azoteas a
dejarse caer al vacío. Y hemos oído el golpe seco, estremecedor y
violento, causado por el lenguaje, en el pavimento. Y todo por nada
real, sino por la espantosa realidad del lenguaje no domeñado.
5. Nos dieron
aliento y ser
Estamos
hechos del soplo de las palabras. Y cuando las palabras se llenan de
sombra y ennegrecen, cuando se llenan de abismo y de aullidos de lobos
feroces y atávicos, no hay oscuridad peor ni más horrenda. Entonces la
vida tiembla, se hace turbia y sucumbe.
Y
es que las palabras son actos, son hechos tangibles y físicos. Las
palabras son ejecuciones, movilizaciones y hasta hecatombes. Son
sucesos, factos y performances. Y grandes eventos cada una de ellas. Que
acaecen, actúan y producen fenómenos
Las
palabras son ejércitos en marcha, con todas sus banderas, atuendos y
clarines que despiertan y entran en batalla. No hay nada más actuante en
el mundo que las palabras.
La
palabra por sí misma son un paisaje, una geografía, una realidad
íntegra y compleja. ¡Y vivas!, con pleno movimiento. Y cada una, muchas
veces, desconocidas y un mundo por descubrir.
Somos
hijos, nietos, padres y madres de las palabras. Las palabras nos
formaron, nos amamantaron desde niños, nos dan aliento y ser, o nos lo
quitan. Son aquellas que nos sobrevivirán, temblando en el tejado si no
las hemos arropado, cuando nos hayamos ido.
6. Los espacios
siderales
Fuimos
configurados, presentidos, anunciados por las palabras, que
intercambiaron los seres que nos concibieron, y que son nuestros padres.
Pero
antes, desde la creación del mundo, el sentido de lo que somos ya
estaba previsto y codificado en las palabras que se pronunciaron en el
origen del mundo.
Y después en el balbuceo que intentaban pronunciar los primeros adalides de nuestra cultura.
Son
las palabras los juguetes más maravillosos que han inventado los seres
humanos en toda la redondez del planeta, sea que el hombre se sitúe en
los trasfondos y en los pliegues más intrincados del globo terráqueo, o
sea que se eleve en los espacios siderales.
Porque
la palabra ha transpuesto al lenguaje todo el mundo objetivo y
subjetivo que estaba afuera, ahora está adentro por proeza y hazaña de
la palabra.
Todo
lo que alcanza a morir y todo imaginario del porvenir no son sino
palabras. Lo son todo lo que es capaz de concebirse y apagarse sobre la
faz de la tierra.
7. Mundos
nuevos
El
hombre es hombre únicamente por el lenguaje que utiliza y del que se
vale. Todo ser humano concreto no es sino una metáfora de sí mismo hecho
palabras.
Sino:
¿quién soy? Un nombre, que es una palabra. Mi nombre propio, no es nada
más ni nada menos que una palabra. Ahí empieza y ahí acaba todo. Y
adentro de esa palabra cabe todo nuestro destino.
Y
es solo con las palabras que se puede enraizar con un origen. Y también
con el final de nuestro acontecer en el mundo. Todo es mediante el
lenguaje, de lo contrario flotaríamos desarticulados en el aire.
Todo
fue convocado por el verbo. Así salieron desde la oscuridad o la matriz
del universo los seres que lo pueblan, entre los cuales figuramos
nosotros. Y no hay ni una sola presencia, ni ninguna cosa existe, que
haya llegado a la superficie sin la palabra que la nombra. Y, a la
inversa, que lo niegue.
Pero
no solo la palabra puede ocultar, deformar y exaltar los mundos
tangibles y vigentes, sino que también los cierra. Y algo muy
importante: la palabra apura los mundos por venir. Y no solo eso, sino
que puede crear mundos nuevos.
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