Danilo Sánchez Lihón
1. Valores
que causan asombro
Literatura
infantil en América Latina no es aquella que divierte, entretiene o
engolosina. No literatura superflua. Por eso aquí el problema de la
literatura infantil no es que guste, que cause placer o deliquio; porque
aquí no puede ser literatura infantil la truculencia, la magia y
hechicería, sino la que subvierte, duele y hiere, porque estamos siempre
al borde del abismo y partimos de un problema hondo de identidad. Y por
lo mucho que hemos sufrido, asunto que no se cura con caramelos.
De
allí que, en América Latina, que lo imitaba todo de Europa curiosamente
no produjo aquí literatura infantil, cuando allá reinaba este género
literario en los siglos XVII Y XVIII, sin poderlo imitar porque no
sabíamos quiénes éramos, y porque aquí no había hogar, ni existía casa; y
todo lo que acontecía negaba o destruía la noción de casa, porque lo
que había aquí era mina, obraje, mita, reducción catequética o cuartel
militar.
El
hecho que evidencia todo esto es que se destruía todo lo que era fe
popular, religión nativa, dimensión trascendente de las poblaciones
vencidas, a través de los destructores de idolatrías, hecho que lo
patentizaba este acto genocida en la dimensión del espíritu, aboliendo
lo sagrado, aquello en lo cual una persona creía, cuando es a partir de
dichas creencias que una cultura tan desarrollada como fue la
civilización incaica, había logrado obras portentosas y alcanzado a
tener una organización y unos valores que causan asombro.
2. El hombre
nuevo
Hay,
de otro lado, una visión aparentemente idílica, pero en el fondo falsa y
engañosa respecto a las nuevas tierras desde la óptica europea y desde
donde partiera la aventura expansionista, que se sintetiza en el
embeleso de que este es el Nuevo Mundo.
Denominando
con este eufemismo a los parajes recién descubiertos, un universo en
donde sitúan, imaginan posible y hasta ven concretada la utopía que
habían elucubrado del Paraíso Terrenal, anhelado de que se ubique
seguramente para acosarlo y terminar contaminándolo con lo mundano,
asunto que ocurrió durante toda la Edad Media.
Mundo
Nuevo que remite necesariamente a infancia renovada y distinta, hecho
que en concreto y en la práctica no se pudo hacer así, porque Europa con
la conquista no hizo el mínimo esfuerzo, ni siquiera el intento ni el
gesto, de concretar aquello, limitándose a solo haber acuñado la frase,
que a la postre resulta nostálgica y desolada y ni siquiera palpitante,
convirtiéndose en el pálido reflejo de una indefensa utopía.
Porque,
¿cuál fue el resultado de aquel sueño? El de crear o idear aquí al
hombre nuevo, cuando lo que realmente ocurrió fue lo contrario: el
hombre nuevo, el hijo, es el que surge de un acto de rebeldía, en contra
y a pesar del padre. Y fue así porque el conquistador europeo no vino
con una creatividad sincera de hacerse nuevo o hacer algo distinto en
las tierras por ellos recién descubiertas y conquistadas.
3. Esperanza
de redención
Eso
sí, quería lavar sus culpas; eso sí, ciertamente, quería limpiar su
conciencia, eliminar su impureza y redimir sus pecados, que eran muchos y
graves, los principales: la codicia, el embuste, las guerras
consuetudinarias y fratricidas, una concepción nigromántica y
oscurantista de la vida, que pone como piedra de toque y fundamento de
la vida el pecado original.
Eso
sí, quería enjuagar las manchas de su perversión en un arroyo fresco,
cristalino y redentor. Y buscaban esos manantiales que tuvieran ese
poder, el de borrar sus sombras y sus yerros con un nuevo viento y en
tierra primigenia, en fuego impoluto y restallante; pero no para ser
distintos, sino para paliar su remordimiento, siendo iguales en sus
infiernos, mezquindades e infamias.
Si
algún signo bueno y hasta trascendente caracteriza el descubrimiento y
la conquista de América, de parte del europeo, no es sino este
sentimiento de culpabilidad y de pecado, y su titubeante esperanza de
redención. Pero, todo aquello no fue suficiente. Y pronto, se dieron
cuenta que volvieron a obrar mal, con violencia, con rapiña, avasallando
gente y pueblos.
Y
no les quedó otra cosa que ocultarse a sí mismos y denostar del
vencido. Trasplantaron aquí lo mismo de lo cual venían fugando, que los
perseguía, acosaba y los hizo llegar hasta aquí.
4. Acto
ceremonial
Sin
ser conscientes ni suponerlo, iban tras de vicios de lo que venían
huyendo, acicateados además por la vanidad y la codicia, como por sus
ansias de poder y riquezas.
Cuando
muy tarde se dieron cuenta que no solo habían obrado igual sino peor de
cuando vinieron, porque al final ganó la ambición, la usura y, sobre
todo, la perfidia.
Y
el atisbo de paraíso, que fue un breve resplandor y un señuelo, fue
canjeado por el brillo del oro que hacía fulgurar sus ojos de avidez y
apetencia.
El
oro se convirtió en tentación, en nueva culpabilidad y en oprobio.
Aquí, el europeo volvió a perder sus caminos, a fallar sus senderos y a
transgredirse, asimismo; a sucumbir ante los metales, a apoderarse de
los frutos de la tierra y no saber qué hacer con otros frutos que
emergían de los vientres de las madres indígenas que ellos violaban.
De
allí que, para tener literatura infantil en los diferentes países de
América Latina, hemos tenido que realizar un acto ceremonial de
antropofagia en una dimensión ritual, cual es devorarnos al padre
dominante, padre autoridad, negador del ser y de la identidad que violó y
violentó a la mujer indígena. Y que finalmente ha terminado siendo el
manantial cristalino que buscaban para exorcizar sus culpas y pecados.
5. La verdad
permanente
Literatura
infantil que finalmente es la arcadia anhelada, el nuevo mundo soñado y
presentido, aquella redención avizorada y posible, pero en tiempos que
recién se inauguran ahora.
En
donde se puede encontrar la tierra virginal y prometida. Pero esta vez
apagando el fulgor mortal del oro y de todo vil metal que no la
contamine.
Desterrando la actitud prepotente y abusiva de erigirse sobre los demás y tratarlos como a siervos.
Descartando la ansiedad por el botín, y borrando para siempre la noción de cobrar cupos de guerra nefastos y envilecedores.
Sin
deformar ni cambiar espejos o cuentecillas de vidrio y otros abalorios,
por tesoros materiales o mentales, a lo cual se presta muy bien una
literatura infantil mal entendida.
Lo
que queremos que se aprecie es otra riqueza, aquella que hizo de estos
reinos un mundo solidario, fraterno y recíproco; donde se privilegiaba
el afecto, el respeto, la dignidad; como también el bien común, la
transparencia y la verdad continua y permanente.
6. Sólidas
esperanzas
De
allí que partamos en esta reflexión acerca de la literatura infantil,
expresando que tenemos que realizar un esfuerzo muy grande por
esclarecer y plasmar una epistemología propia. Porque postulamos que
este quehacer está imbricado profundamente con la historia, donde cabe
entonces esperar bases y propuestas genuinas en este espacio y en este
ámbito de la sensibilidad, inteligencia e imaginación de nuestros
pueblos.
Donde
hace falta una concepción autónoma y auténtica, propia de América
Latina, en el campo de la literatura infantil; una teoría y una doctrina
peculiares, porque en este ámbito estamos aún subyugados a los esquemas
de pensamiento de lo foráneo y por tanto ajenos a nuestro espíritu.
Donde
se repiten los mismos presupuestos teóricos, conceptuales y
doctrinarios de quienes nos invadieron y avasallaron. Y hasta repetimos
sin recato ni recrearlos, los mismos cuentos de quienes se afanaron en
destruir lo que desconocían, con la pretensión de que lo único bueno y
aceptable era lo que ellos eran, tenían o traían. Persiguieron así lo
legítimos que éramos, como miembros de una cultura de honda y valiosa
raigambre indígena. De allí que ya no en nuestra literatura la actitud
del destructor de idolatrías sino la del atento lector y fundador de
nuevas y sólidas esperanzas.
7. Tierra
de promisión
Y, ¿cómo lo estamos haciendo?
Fundando
una morada cierta y transparente. Forjando una promesa verdadera para
el hombre universal en esta tierra que mereció el nombre de Nuevo Mundo.
Recuperando
aquel sueño de la utopía perdida, aquella valiosa entelequia ya
soterrada, haciéndola válida para todos los hombres de la tierra.
Eligiéndola en vez de la usura, optando por ella en vez de las
prebendas, las repartijas de los tesoros del Inca que llenaron las arcas
y dañaron el mundo haciendo que aparezca y predomine el capitalismo
insensato y él sí perniciosamente salvaje.
De
lo que se trata es de no confundir entonces literatura infantil con
ventas, ni educación y cultura con buenos negocios. De saber que ella es
formar un hombre nuevo, para el bien, la belleza, la verdad y el
heroísmo.
Porque
la literatura infantil no es tanto lo que como arte se ha tenido el
talento de encontrar o adquirir sino lo que se ha tenido la valentía y
el coraje de defender. Y la dicha de no perder aquello que se nos ha
sido legado por nuestros ancestros como un don de vida.
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