EL PARTO
Ángel Gavidia
Ángel Gavidia
Hablando en confidencia, una de las razones por qué no me casé es porque soy haragán. Y por eso, también, me ganó el tiempo de lluvias sin que haya sembrado mi parcela de papas. Cuando recogí coraje para hacerlo, las lluvias ya habían pasado. Pero, arriesgado como soy, sembré mi terreno en seco.
Las chacras de mis vecinos comenzaban a reverdecer con las hojitas tiernas aflorando apenas, pero la mía seguía triste y gris.
Un día, caminando, abrumado, por el lomo del cerro Huarana, oí algo semejante al quejido de una parturienta que venía del cielo. Miré hacia arriba y vi una joven nube toda llena de agua que por más que pujaba no podía desahogarse.
–Vamos a mi parcela –le dije. Si quieres yo te ayudo a llover.
Cuando llegamos a mi chacra saqué mi escopeta de retrocarga, subí al guabo más alto y disparé a la barriga de la nube: ¡Ban! y nada. Volví a cargar y disparar: ¡Ban!, igual.
–A la tercera va la vencida –dije.
¡Ban! y arrancó un tupido chaparrón incluyendo truenos y relámpagos.
Una vez que la nube vació todas sus aguas, me regaló una sonrisa de gratitud y, con la gracia de una adolescente, corrió presurosa a reunirse con sus hermanas mayores, que, a esas horas, irían por cielos de otras tierras.
Al fondo, como un punto final multicolor que se alongaba, un arcoíris, le decía, con la mano, “adiós”.
Un día, caminando, abrumado, por el lomo del cerro Huarana, oí algo semejante al quejido de una parturienta que venía del cielo. Miré hacia arriba y vi una joven nube toda llena de agua que por más que pujaba no podía desahogarse.
–Vamos a mi parcela –le dije. Si quieres yo te ayudo a llover.
Cuando llegamos a mi chacra saqué mi escopeta de retrocarga, subí al guabo más alto y disparé a la barriga de la nube: ¡Ban! y nada. Volví a cargar y disparar: ¡Ban!, igual.
–A la tercera va la vencida –dije.
¡Ban! y arrancó un tupido chaparrón incluyendo truenos y relámpagos.
Una vez que la nube vació todas sus aguas, me regaló una sonrisa de gratitud y, con la gracia de una adolescente, corrió presurosa a reunirse con sus hermanas mayores, que, a esas horas, irían por cielos de otras tierras.
Al fondo, como un punto final multicolor que se alongaba, un arcoíris, le decía, con la mano, “adiós”.
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De Los días y el viento donde lleva el título de Once