ÉXODO A LAS SIETE ESTACIONES DE
BETHOVEN MEDINA
Por: Miguel Garnett
“Éxodo
a las Siete Estaciones”, es un libro extraordinario, y pienso que la mejor
expresión para describir la sensación que su lectura produce se encuentra en
una frase en el inglés: mind-blowing –que
quiere decir algo como una explosión mental, una experiencia que te deja
impresionado, fascinado, extasiado, embobado, aturdido, todo a la vez–. Sí, leer
este libro es tener esta sensación. Nos ofrece una borrachera espiritual e intelectual,
un viaje de ideas entre los planetas y las estrellas mejor que cualquier
experiencia bajo la influencia de sustancias alucinógenas.
Como instrumento para indagar y exponer la compleja
realidad que es el tema de esta obra, la poesía es más adecuada que la prosa
porque su lógica no es necesariamente lineal. Nuestro autor nos ofrece una poesía
que no es romántica, ni nostálgica –por más válidos que estos géneros sean–;
no, esta es una poesía especial, una poesía de ideas que provoca a pensar. Es
una mirada penetrante a la realidad de nuestra vida y su entorno; pero, aunque
penetrante y nos lleve velozmente de un concepto a otro, no es una mirada
incomprensible, expresada en un lenguaje obscuro. Muchas veces, hoy en día, se
escucha a personas –sobre todo mayores– que intentan leer poesía contemporánea
o mirar cuadros abstractos, quejarse que no entienden nada. Para ellas, el
lenguaje del arte moderno es un idioma totalmente foráneo. Me atrevo a decir
que este no es el caso aquí. Bethoven no usa un lenguaje obscuro, pero tampoco
ofrece una lectura fácil. El lector se encuentra obligado a ser un Teseo y
entrar en un laberinto de ideas y conceptos.
Con saltos en las siete direcciones, el lector viaja
entre las galaxias de aspiraciones humanas, de dogmas religiosos, de mitologías
y de conceptos filosóficos, como también zambulle hasta las profundidades de
los océanos más hondos de los sentimientos del ser humano; todo esto en
compañía del ingenio imaginativo del autor. En casi cada estrofa de cada poema,
Bethoven relaciona ideas y conceptos de los más variados. En “Los Siete Cuerpos del Hombre” encontramos
en el “Cuerpo Astral” a Matusalén, un “transcurso astral, álbum de luz”, y luego “glándulas tiroides”, “el
séptimo planeta: la tierra”, “cruces
y las siete trompetas del Ángel” y “caminar
felices sobre el Mar Rojo”. El Ángel y
el Mar Rojo nos llevan de un salto
hacia atrás en la Biblia desde el Apocalipsis hasta el Éxodo. Además hay una
mezcla de alusiones: se camina a la salvación a través del Mar Rojo, escapando
como los Hijos de Israel de la esclavitud de Egipto, y encontramos otra
dimensión de nuestro ser, caminando sobre el agua –como Cristo lo hizo en el
Mar de Galilea–. Y esto no es todo en el poema del “Cuerpo Astral” porque en la primera estrofa hay “aves que cantan; en tanto, la tarde pasa
con su ruido meciendo los algarrobos”. Luego, en la última estrofa “los árboles se agitan como mástiles”.
He
dicho que este libro de Bethoven Medina nos lleva por un viaje entre las
galaxias, pero esto no quiere decir que tanto el escritor como el lector estén
en las nubes, y es notable que en la séptima sección se reflexiona sobre “Los Siete Ensayos de la Realidad”.
Aquí, con José Carlos Mariátegui, aterrizamos en la “Evolución Económica”, en el conflicto perenne entre el “Regionalismo y Centralismo”, en el “Problema del Indio”, en el “Problema de la Tierra”, en la “Instrucción Pública”, y en el “Factor Religioso” donde “usaron mensaje del Señor esclavizando…
Ahora, debe
modificar su sueño de algarrobo;
y la luz,
emoción de tierra húmeda con ganas de levantarse,
permitir a los
descendientes, pensar
y saber, que el alma necesita de fuente
cristalina”.
Como ya debe ser obvio, el número siete es el hilo
conductor del libro que consta de siete secciones con siete poemas en cada una.
Siete es un número perfecto porque es la suma de tres –lo celeste– y cuatro –lo
terrenal–. Cada poema tiene tres estrofas con siete versos. Nos encontramos con
los siete días de la creación, las siete notas musicales, los siete días de la
semana, los siete cuerpos del hombre, los siete planetas, la Guerra de los
Siete Años, las siete maravillas del mundo, las siete artes liberales, las
siete palabras de Jesucristo desde la cruz, los siete colores del arco iris,
los siete pecados capitales, las siete virtudes teologales, los siete
sacramentos, los siete dolores de María, los siete espíritus delante del trono
de Dios, las siete Iglesias del libro del Apocalipsis, donde hay el libro de
los siete sellos y luego las siete trompetas –que también se encuentran en el
libro de Josué para ser tocados por siete sacerdotes, al séptimo día, cuando
los Hijos de Israel dan siete vueltas a Jericó, provocando así la caída de la
muralla de la ciudad–. Y, como si esto no fuese suficiente, hay muchos sietes
más, entre ellos el relato de Génesis de los siete años de abundancia cuando
José es virrey de Egipto y luego los siete años de escasez y hambruna. Además, nuestro
autor nos hace ver que, según Shakespeare, siete son las edades del hombre y,
como ya se ha indicado, hay siete direcciones en que se puede mover.
Aunque
todos nosotros siempre hemos estado conscientes de los siete días de la semana
–el intento de los revolucionarios franceses de reemplazar las semanas de siete
días con meses divididos en tres décadas fracasó– dudo si hemos sido realmente
conscientes de la importancia del número siete. Probablemente en general, los
significados cabalísticos de los números nos dejan indiferentes, y quizás el
único que se clava en nuestra memoria es el 666, el número de la Bestia. Si
siete es el número perfecto, al multiplicarse por tres, otro número perfecto,
el resultado obtenido es 777. Esta es la máxima perfección. 666 falla
rotundamente y, por eso, es el número de la máxima imperfección. En un análisis del libro del Apocalipsis se
podría hablar más sobre el 666 en relación al César Nerón y su persecución de
los cristianos, pero aquí esto resultaría ser un tangente irrelevante.
Además de ser una experiencia, la lectura de “Éxodo a las Siete Estaciones” es un “¡Ábrame sésamo!” que permite al lector
entrar, como Alí Babá, en una cueva donde hay un gran tesoro – en este caso, un
tesoro de información–, y quisiera mirar más de cerca algo de este tesoro. En
el capítulo dedicado a los siete días de la semana leemos de los dioses de la
mitología romana que dan sus nombres a estos días. La Luna Diana nos da lunes
donde leemos en la segunda estrofa: “y
nuevamente el día se peina como 'niño de siete virtudes’”. Felizmente,
Bethoven añade un Anexo al final del texto principal del libro donde la
información en cada estrofa es ampliada, como en este caso que nos dice cuáles
son estas siete virtudes. La tercera estrofa de lunes menciona la Plata, y el
Anexo nos informa que esta es uno de los siete metales antiguos. Con respecto a
la mayoría de los otros días, menciono aquí simplemente el nombre del dios
respectivo al día según la mitología romana. Marte, el dios de la guerra, nos
da martes. Mercurio, el dios del comercio, nos da miércoles, y Júpiter, el
padre de los dioses, nos da jueves. Venus, la diosa del amor, nos da viernes, y
Saturno, el dios de la agricultura, nos da sábado. Aquí Bethoven no hace
mención del shabat hebreo, que significa descanso.
Ahora, seguramente alguien me preguntará: “¿Qué dice Bethoven con respecto al domingo
que es el primer día de la semana?” Bethoven, correctamente, vincula el
domingo con el dios Sol, Apolo, connotación que existe en el inglés, que llama
el día: Sunday, y en el alemán, que
llama el día: Sonntag. Bethoven no
toca el significado del nombre domingo
en el español; este viene de Dominus en latín, Señor. Es El Día del Señor, y, como dice San Justino Mártir en su “Apología” –escrita cerca del año 155
d.C. – es día honrado por los cristianos por ser el primer día de la Creación y
también el día de la Resurrección de Cristo. Ahora, cabe notar que bajo la
influencia del secularismo, muchos calendarios colocan el domingo al final de
la semana. Esto lo veo como un ataque solapado contra el cristianismo en el
espíritu de los revolucionarios franceses que querían establecer la década
desvinculada completamente de toda connotación religiosa.
En el
epígrafe de la última sección del libro de Bethoven, “Los Siete Ensayos de la Realidad”, hay una cita del Libro IV del
Infierno de la “Divina Comedia” de
Dante Alighieri que dice: “llegamos al
pie de un majestuoso castillo rodeado de siete murallas defendidas por un
riachuelo transparente”. Curiosamente, Bethoven no hace mención de la “Montaña de los Siete Círculos, o Terrazas
del Purgatorio”. Lo digo, no en un
espíritu de crítica porque hay demasiada riqueza en este libro para perdernos
en un hueco negro del firmamento que Bethoven describe, sino simplemente porque
fue tomado como título de uno de los libros religiosos más influyentes del
Siglo XX. Lo leí durante una noche cuando era un estudiante universitario y
creo que me impactó como este libro de Bethoven pueda impactar a sus lectores.
Este impacto podría ser por la cantidad de información que hay en sus 134
páginas, pero aún más por las relaciones fascinantes establecidas entre las
ideas y los conceptos del libro. Cito como un ejemplo la segunda estrofa del
poema DO:
“Cuerpo físico / arenoso:
te
encontré como un anillo, un viajero en el camino,
construida
ceremonia del Apocalipsis.
Gaviota
sin alas, barca anatómica,
en
rincones de la carne e infinito
estoy
pensando y sintiendo
la
luz espléndida bajo la lluvia de la Vida”.
Si bien es cierto que he observado algunas cosas no
mencionadas por Bethoven, no quisiera con esto menoscabar la riqueza del libro
y el lector debe consultar el Anexo al final que he mencionado para informarse de
muchas detalles que no he comentado aquí.
En varias oportunidades, cuando me ha tocado ser el
presentador de un libro, he dicho que si hablamos de la creación del mundo como
un Big Bang –una explosión de energía
que sobrepasa nuestra comprensión– creo que cualquier acto de creación humana
es un Little Bang –una explosión de
energía que produce algo nuevo; sea una obra de arte, o un avance tecnológico, como
una computadora o un cohete espacial, o lo que sea. En el campo del arte, si lo
que digo es válido para una estatua de Praxíteles o un cuadro de Leonardo Da
Vinci, un diálogo de Platón o una novela de Dostoievski, me parece que también
es muy válido para este libro de Bethoven Medina. Aquí hay una explosión
extraordinaria de energía.
Por una casualidad, al mismo tiempo en que estuve
reflexionando sobre este laberinto ofrecido por Bethoven, y tratando de
penetrar en las distintas dimensiones de la realidad que él nos presenta, cayó
en mis manos una serie de ensayos agrupados bajo el título de “Lacrimae Rerum”, del filósofo,
sociólogo y psicoanalista esloveno, Slavoj Zizek. En su libro, Zizek analiza las
películas de varios cineastas de renombre con la finalidad de penetrar debajo
de la realidad proyectada –que él llama ilusión–
a una realidad más profunda y real. Creo que esto es lo que pretende hacer
Bethoven en este libro y me hace recordar que cuando yo estaba en la
Universidad Gregoriana de Roma, nos enseñaban una frase de la “Suma Teológica” de Santo Tomás de
Aquino –“quidquid recipitur ad modum
recipientis recipitur”(1)– que quiere decir que cada
persona recibe y codifica información a su manera, y Manuel Kant postula algo
parecido en su “Crítica de la Razón Pura”,
publicada en 1781. Ambos filósofos nos están diciendo que no tenemos en la
mente un conocimiento de la realidad en
sí, sino un conocimiento siempre refractada a través del prisma de nuestra personal
manera de ser.
Entonces, con esta formación filosófica, cuando
estuve enseñando la Historia del Cine aquí en la U.P.N. animaba a mis
estudiantes a mirar debajo de las imágenes proyectadas en cada película –lo que
podemos llamar el texto de la
película– para descubrir el subtexto.
Ambos niveles, texto y subtexto, son realidades a su manera,
pero es el nivel más profundo, el subtexto,
que nos permite entender lo que el director quiere decirnos a través del texto.
–que muy bien pueda ser poco más que una ilusión–. Para dar un ejemplo
de esto quisiera mirar lo que apunta Slavoj Zizek en otro libro donde analiza
la película “The Full Monty”, una
comedia inglesa en que un grupo de desocupados deciden a dedicarse a hacer el striptease para solucionar sus problemas
económicos. El striptease es una
imagen que nos invita a desenmascarar el texto
y penetrar a lo plenamente real del subtexto.
La película se abre con la marcha orgullosa de la industria metalúrgica y luego
viene el colapso, y el desnudarse de los obreros desocupados no es un acto
vulgar o pornográfico, sino una manifestación sin tapujos de la verdadera
realidad de su situación socio-política y económica.
En sus análisis, Zizek entra en el mar complejo del
psicoanálisis y de la filosofía del francés, Jaques Lacan, pero yo, por mi
parte, no pretendo zambullir más en aquel mar, porque sé que me ahogaré. Solo
quiero enfatizar aquí que el libro de Bethoven ilustra lo que dice Zizek, que
la realidad de este mundo es sumamente compleja, y que muchas percepciones
nuestras no son más que ilusiones encubriendo realidades más profundas. Encontramos
esto, precisamente, en lo que la Iglesia enseña con respecto a los sacramentos.
Un sacramento es un signo concreto y visible que contiene una realidad más
profunda e invisible: por ejemplo, el pan de la Eucaristía es simplemente pan
para el paladar, el tacto, y el ojo, pero en su realidad profunda es el Cuerpo
de Cristo. Aparte de hablar de diferentes niveles de la realidad, Bethoven nos
indica que hay relaciones complicadas, y hasta sublimes, entre las distintas
realidades. Entonces, como ya he indicado arriba, Bethoven nos invita a entrar
con Teseo al laberinto para descubrir la realidad del Minotauro.
Quizás algunos de ustedes vean que esta gira por el
cine sea una indagación innecesaria en otra arte, ajena a la poesía. Entonces,
aparte de apelar al ejemplo del uso del cine que Slavoj Zizek mismo hace para
analizar nuestra experiencia de la vida y las realidades que nos rodean, apelo
también al Papa Francisco quien, por primera vez en la historia de los
documentos papeles, cita una película en su reciente Exhortación Apostólica, “Amoris Laetitia –“La Alegría del Amor”–. La
película que el Papa cita es “La Fiesta
de Babette”, rodada en 1987 por el cineasta danés, Gabriel Axel.
Ahora
bien, al comentar esta obra de Bethoven, llena de metáforas, quisiera añadir las
mías. Veo al lector como un colibrí que vuela de flor en flor para beneficiarse
de su néctar. Aquí hay flores de todo tamaño, de todo perfume y de todo sabor. Entonces,
no es aconsejable intentar leer esta obra después de un almuerzo suculento,
acompañado con un buen vino, porque la mente no estará con la agudeza atenta
que la lectura requiere. Más bien, hay que leer el libro después de una ducha
fría y con un café cargado a la mano. Además, si bien es cierto que la obra nos
ofrece saciar en buena medida la sed de nuestra curiosidad, no es un vaso de
Coca-Cola, ni tampoco una chela bien helada, que se traga entre broma y broma.
Más bien, es un licor fino que se toma a pequeños sorbos en copitas de cristal.
Hay que saborearlo, darle vueltas en la boca, apreciarlo, y pensar.
Espero que
lo que he dicho con respecto a este libro fascinante no le haya asustado a
ninguno de ustedes como lectores potenciales –al fin y al cabo, una de las
tareas del presentador es animar al público asistente a comprar y leer la
obra–. Pero, por si acaso, si temas que para leer el libro te hará falta una
enciclopedia en la mano, como ya he indicado, hay un Anexo bastante amplio con
notas explicativas para cada capítulo.
No puedo
concluir esta presentación sin hacer una referencia a las ilustraciones, tanto
en la carátula como en los interiores. Están acompañadas por las citas que
preceden cada capítulo y añaden una dimensión más a esta obra profunda y
polifacética.
Ahora,
a modo de conclusión, les dejo con lo que Bethoven mismo dice al final del
último poema del libro:
“En cada palabra mía, cae la lluvia y
estallan en luces;
si el siete significa perfección del ser
humano,
no solo
sentimiento, el claro Saber sea en mí.
Abrazado
al Sol, ingresaré al paraíso,
al
cubierto Edén que llevamos adentro, energía en Unidad,
como luz
en ojos todos,
y
con mi voz que canta al hombre: a su creación y evolución.
(1)
Suma
Teológica, 1ª, q 12, a. 4.
Miguel Garnett