D.S.L.:
Dr. Arturo Jiménez Borja, quisiera iniciar esta entrevista preguntándole: ¿Los
niños, que casi siempre viven en el presente y de cara al futuro, tienen una
relación armoniosa y acogedora con el museo, o ésta es una camisa de fuerza en
la cual tratamos de introducirlos y en la que quisiéramos hacerlos caber?
A.J.B.: Los museos han dejado de ser depositarios de
antigüedades de obras de arte; hoy en día se entienden como medios para educar.
Si el museo no educa, no sirve para mucho.
D.S.L.:
Ahora bien, ¿al educar no hace que ellos se tornen un poco rígidos y pierdan su
atractivo?
A.J.B.: El
museo tiene siempre el poder de maravillar, de asombrar y este poder nos acerca
a la edad temprana, porque el niño es niño por tener la capacidad de
admiración. A él todo le llama la atención: una hormiga, un caracol, una
mariposa son motivo de embeleso. Entonces, el museo le ofrece desarrollar esos
dones.
D.S.L.: ¿Se consiguen esos resultados o hay
algo que falta para lograr dicho objetivo?
A.J.B.: Lo que
falta es que los profesores se tomen el trabajo de visitar, primero, lo que al
día siguiente van a mostrar a sus niños y no solo estar esperanzados en que el
museo les ofrezca un guía que les vaya explicando, tanto a ellos como a los
pequeños, los contenidos que hay en el museo. El profesor antes tiene que
prepararse y él mismo también tiene que ser un guía.
D.S.L.: ¿Los museos responden a los intereses
de los niños menores de 6 años que cursan la Educación Inicial en nuestro país?
A.J.B.: Para
los niños muy chicos yo creo que el museo debe ofrecer otra composición. En
primer orden debe ser pensado por los niños y, si fuera posible, ejecutado por
ellos mismos; en donde las piezas pudieran ser tocadas a cabalidad, porque los
niños necesitan tener sensaciones. Por ejemplo, no se concibe un juguete que el
niño no pueda manipular e inclusive desarmar.
D.S.L.: ¿Hay esa posibilidad, actualmente, en
los museos del país?
A.J.B.: No. En
la mayoría de los museos hay muchos aspectos contrarios al niño; como las
órdenes: “No se toca”, “No se grita” “No se habla en voz alta”, “Se mira”.
Entonces, tantos mandatos negativos hacen que al pequeño no le parezca que es
un ambiente grato ni querido,
D.S.L.: Además hay otros problemas, como el de
los temas o campos a los cuales se dedican, ¿Son aquellos que a los niños les
interesan?
A.J.B.: Creo
que el museo debería ofrecer para el niño varios temas a la vez. No sería
conveniente un solo asunto, porque el infante no tiene la disciplina para
concentrarse en algo específico, sino que necesita variedad. Si se tratara de
pensar un poco cómo piensan los niños, cabría tener museos en una variedad muy
amplia de temas o campos de interés.
D.S.L.: Pero, ¿cabe alentar museos
especialmente destinados a los niños? Porque, permítame contarle que he tenido
la suerte de visitar el Museo Nacional de Ciencias de los Estados Unidos en
Filadelfia, el que, dentro del rigor extraordinario con que está organizado y a
pesar de ser una trama complicada, como es el mundo de las ciencias, resulta
fascinante para todas las edades, porque se ve tanto a niños como a profesores,
especialistas y científicos, gozando de cada muestra que se presenta. Allí el
principio y la orientación es que más bien está “prohibido no tocar”. ¿Cabe
proponer museos sólo destinados a los niños, o museos universales en donde él,
como también su padre o el joven de edad intermedia, puedan deleitarse y
participar?
A.J.B.: Soy de
la idea de alentar más bien museos de carácter universal. Pero, además, abiertos
o naturales. Yo he visto en Tucson, en la frontera de Estados Unidos y México,
un museo en el que se presenta la vida de los animales en pleno campo, en donde
se levanta una muestra y en donde se puede ver, por ejemplo, alacranes, arañas,
culebras, ciempiés, en sus propios escondrijos, zorras en sus madrigueras y
aves en sus propios nidos. Para que se pudiera apreciar se encienden luces y
otros efectos. Naturalmente, allí los grandes y los chicos están extasiados.
D.S.L.: ¿Cómo empezar aquí a ofrecer a los
niños, servicio de museos que les susciten curiosidad y hasta placer?
A.J.B.: Lo
valioso sería intentar que los mismos niños los diseñen, planteándoles: ¿Qué
les interesa?, ¿cómo quisieran que estén presentados? Si debe haber vitrinas o
no. Es pertinente hacer una incitación a que ellos mismos compongan algo que
pueda servir de base para que los grandes lo hagamos con mejores recursos y,
quizá, contribuyamos un poco a que sea más rico y fructuoso.
D.S.L.: ¿Los maestros están capacitados para
emprender esa tarea?
A.J.B.: Quizá
voy a ser exagerado en lo que voy a decir, pero me remito a mi propia
experiencia: El maestro lleva al alumno al museo casi maliciosamente, como el
que dice hoy día no hago clases, hoy tengo un día de asueto. Entonces, hay que
ver el espectáculo tristísimo de los niños tomados de la mano, formando cadenas
como si fueran ciegos, y pasando delante de las vitrinas preguntando:
- Maestro, ¿qué cosa es eso?
- Un huaco
- Maestro, ¿y esto qué es?
- Otro huaco
De manera que esos niños desfilando, es como si
pasaran delante de una zapatería donde todo es zapato, donde no hay ningún
relieve, ninguna variedad, ningún encanto. ¡Así no se puede interesar a nadie
en ningún lugar del mundo!
D.S.L.: ¿Qué hacer, entonces?
A.J.B.: El
maestro primero tiene que venir al museo, informarse y leer. Porque él es en
primer lugar el que tiene que conocer para luego enseñar y guiar a sus niños,
pues la visita al museo no es un viaje despreocupado, sino un viaje a lo
formativo y, por consiguiente, los alumnos deben tener antes una explicación,
en el aula, de lo que van a ver; es eso lo que el profesor tiene que hacer
antes, y debe poner especial interés en sacar el máximo provecho a estas
visitas.
D.S.L.: Sí los museos son espacios educativos,
¿no deben estar condicionados para ser de alguna manera pedagógicos?
A.J.B.: Ahora
es una tendencia general en los museos poner el menor número de leyendas, y
hacer que ello sea lo más breve y conciso posible. Aquí tenemos excesivas
explicaciones; entonces el pobre niño, que tiene que hacer para el día
siguiente un trabajo sobre la visita al museo, se dedica exclusivamente a
copiar las leyendas y no ve absolutamente los objetos. De tal manera que es una
inspección de escribas, en donde todos están de rodillas mirando y
transcribiendo los letreros, y nadie ve las piezas que son verdaderamente
valiosas; entonces todo se convierte en una aproximación inútil e infructuosa.
D.S.L.: Ahora bien, ¿cabe esperar o pretender
desarrollar museos caseros, propios del ámbito del niño, en sus aulas de clase?
¿Y, también, realizar actividades para que el pequeño sea una persona que
recoja objetos, los valore, los interprete e, igualmente .coleccione? ¿Debería
ser una formación general en los niños tener algunas actividades que son
propias de este mundo de los museos?
A.J.B.: Algunos
maestros estimulan en ese sentido; sobre todo en un aspecto que es la
arqueología. Entonces llevan a los niños de excursión; éstos son maestros más
ambiciosos porque no toman mediodía de asueto sino un día completo. Siendo así,
los llevan y los sueltan en los yacimientos arqueológicos, bajan, triscan,
destruyen el monumento; y si el profesor es mucho más imaginativo los incita a
devastar. Y, por último, si el profesor es además diabólico, les dice que en el
colegio se debe formar un museo y que ellos traten de conseguir por allí
algunos objetos; entonces los niños comienzan desesperadamente a huaquear. Es
su primera experiencia como depredadores.
D.S.L.: Pero, sin ir a lo que es patrimonio
nacional, ¿es apropiado anhelar museos sobre elementos más simples, comunes y
corrientes, como sobre los distintos aspectos que nos ofrece la realidad -sea
el agua, las piedras, la madera- y así el niño, prestándoles especial atención,
aprenda a identificarlos, describirlos, rotularlos, clasificarlos y, de esa
manera, pueda desarrollar con ellos actividades más propicias para lo que
después puedan ser áreas o piezas más delicadas, como las que encontramos en
los museos convencionales?
A.J.B.: Sí,
esto me parece positivo e importante; así se le enseñaría al niño que todo es
significativo. En ese sentido las ciencias naturales, la botánica y la zoología
son importantes. Pero lo que más interesa a los niños es lo que no tienen en su
casa. Nosotros, por ejemplo, en Pachacámac tenemos llamas, lo que atrae mucho.
En Puruchuco yo tenía una gran cantidad de animalitos, como guacamayos,
venados, tortugas; desgraciadamente las partidas para los museos son muy
pequeñas y todo ello necesita mantenimiento.
D.S.L.: Ud. mencionó, al principio, una
cualidad extraordinaria del museo, que es su capacidad de asombrar, fascinar y
admirar. Esto, ¿depende más de la manera cómo se presenta una pieza, un resto o
un vestigio, o depende de quienes pueden animar, mediante la explicación a los
visitantes?
A.J.B.: Bueno,
de una parte naturalmente corresponde al museo presentar un desarrollo
impactante. Nosotros, por ejemplo, presentamos CHAVÍN de manera dramatizada,
con buena iluminación, juego de espejos, etc. Pero, de otra parte, corresponde
a la persona que lleva a otra al museo.
D.S.L.: A veces las explicaciones de los guías
no son todo lo sugestivas que debieran ser, atiborradas más bien de datos que
de imágenes y de sugestiones.
A.J.B.: Es
cierto. Por ejemplo, en la Embajada China me dieron hace poco a probar un licor
y me dijeron: “Ésta es una receta del Emperador de la China, que se ha
encontrado en uno de los palacios. Conforme a ésta se ha preparado este licor
que en la antigüedad no salía de los salones imperiales”. Entonces esta
explicación hizo que aprecie aquello de manera especial y, aun cuando el licor
no era nada del otro mundo, por la referencia que me habían dado me pareció
algo extraordinario.
D.S.L.: ¿Qué recomendaría a un profesor de
niños pequeñitos, menores de 6 años, con respecto a la utilización del museo
para la formación de sus alumnos?
A.J.B.: Yo
retomaría una observación que Ud. mismo ha hecho, cual es comenzar a interesar
a los niños por las cosas más sencillas, más fáciles de conseguir. El niño, por
ejemplo, que colecciona estampillas es un niño que se está preparando para más
tarde recorrer bien el camino del museo.
D.S.L.: Incluso hacerlo con materiales más
sencillos.
A.J.B.: Como se
hace con el infante al que le enseña, cuando va a la playa, que puede recoger
piedritas de varios colores, conchitas marinas o pedazos de madera que el mar
arroja y que tienen formas tan extrañas, ya está desarrollando hábitos de
clasificación y estudio. Entonces, de esa manera, está recibiendo una
preparación; se “le está haciendo el paladar” para lo que pueda probar más
tarde visitando un museo de pintura contemporánea o un museo de arte colonial.
D.S.L.: ¡Son tantas las cosas que se pueden
hacer!
A.J.B.: Hacer,
por ejemplo, un herbario, una colección de plumas, enseñándoles que ésta es una
pluma de paloma, esta otra de lechuza, aquella de un colibrí. Este hecho, al
parecer inocente, es lo más interesante.
D.S.L.: ¡Y todo este conocimiento es incluso
mágico!
A.J.B.: Y
también práctico. Yo he visto, por ejemplo, cómo el arqueólogo, excavando una
tumba, se encuentra con unas plumas y no sabe si son de aves de la región o son
plumas de aves exóticas que han venido de muy lejos. No tiene, entonces, más
que recurrir a su álbum que hizo de pequeño o de escolar, en donde están todas
las plumas coleccionadas y hasta la figura del ave a la que pertenece.
D.S.L.: Todo depende de la dedicación y
también de la Imaginación de los maestros, pero asimismo de la asesoría que
ellos pudieran recibir.
A.J.B.: Hay
multitud de formas con las que se puede preparar al niño para degustar y
apreciar lo que más tarde va a ser una visita al museo. Todos nosotros hemos
nacido sabiendo nada y, poco a poco, nos han enseñado tantas cosas. Pero, si no
nos hubieran iniciado con el camino verdadero, andaríamos extraviados por otros
que, quizá, no son los mejores senderos.
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