Danilo Sánchez Lihón
“Un picaflor dorado
juega en el
aire”
José
María Arguedas
1. Esto ocurre
en el mes de mayo,
– Mañana vamos a Chacomas.
– ¿Sí, mamá? –Preguntamos ansiosos e ilusionados.
– Sí. Alisten sus cosas.
– ¡Nos vamos a Chacomas! –Gritamos de entusiasmo.
– ¡A Chacomas! ¡A Chacomas!
Eso ocurre en el mes de mayo, cuando ya el maíz
alcanzó su altura, cuando ha echado hojas fuertes y tiene choclos.
Desollada la panca aparece aquel fruto albo, graneado
y espléndido, verdadero milagro de la creación, donde se contienen los
manantiales, las flores, los ríos y el sol. Donde se condensa la savia de la
tierra y las nieves eternas.
Para nosotros es motivo de algarabía preparar los
atuendos. Juntamos la ropa de campo, frazadas para las camas, pañales y biberón
de la hermanita tierna. Hacemos atados de arroz, azúcar, fideos y sal.
Y yo voy a pedir prestado el burro del tío Pablo para
que nos alivie con la carga de las alforjas. Y monte sobre él alguien que se
haya cansado en el camino.
No olvido mis anzuelos para pescar truchas en el río,
mi trompo y mi talega de bolitas y uno que otro cachivache de niño. Y nos
dormimos con la ilusión del día venidero.
2. Amanecer
en los caminos
Al amanecer ya escucho el restallar del fuego en la
cocina de leña. Y el chasquido de alguna fritura en la cazuela.
Entonces me tiro de la cama y aparezco en la cocina
intentando mirar a través del humo y el sol que ingresa por la puerta, la
ventana y los agujeros de la pared y el tejado.
– ¿Haces relleno y chorizo con papas sancochadas,
mamá?
– Sí; como a ti te gusta.
– ¿Si vamos al cielo, mamá, allá se podrá cocinar lo
mismo?
– Anda saca el pan de la canasta y también haces un
atado para llevar. También pones roscas y bizcochos.
Ya en el camino el aire es diáfano y bajo el cielo de
un azul primordial se abre la hondonada con los campos sembrados de confín a
confín hasta la lejanía.
Las hojas y flores aún están perladas de rocío. Y
hasta las pencas y se vienen a revolotear las mariposas y los moscardones
negros con su zumbar lastimero.
Y en los magueyes se posan las aves ataviadas de
pedrería entonando su canto actual y primitivo.
3. En el telón
oscuro
Todo se despierta: el río lejano, las piedras, los
nevados con su luz diamantina.
La permanencia en la chacra será de algunos días,
tiempo en el cual para mí todo es nuevo, distinto y hasta mágico.
Desde la madrugada ya hay voces en el corredor: de mi
madre, de la abuela que ha venido con nosotros y de la gente del campo que se
afanan en una y otra tarea.
– ¡Adelaida, anda y trae agua del pozo!
– ¡Anselmo, espanta esas gallinas!
– ¡Lucinda, pone a cocinar esos choclos!
Despunta aún el sol en los cerros y yo tirito de frío.
Afuera en la explanada contemplamos a las aves revolotear por el campo. Al
borrego masticar un poco de ramas. Al pollino sacudirse las orejas.
El sol amarillento del amanecer alumbra, dorando
apenas la cumbre de los cerros, cuando bajo a jugarle ñuñas al Anselmo.
Con nuestras manos amoratadas las hacemos rodar hacia
unos pocitos.
Y otras se pierden irremediablemente por las ranuras
de la tierra resquebrajada del patio.
4. Cada quien
con su compás
Cerca hay un poyo, en donde sentados por las noches
nos entretenemos viendo las luces de las casas lejanas que se encienden en el
telón oscuro de la banda de enfrente.
Y de los faros de algún camión que viene o va a
Angasmarca, regando sus haces de luz por lomas, quebradas y cerros.
De esas excursiones de familia lo que más recuerdo,
impresionado, es lo que se encuentra, observa y vive en una chacra de maíz.
Queda al frente de la casa.
Prácticamente empieza a unos pasos al borde de la
grada donde jugamos. Dejamos todo y allí entramos.
La chacra de maíz es un universo fastuoso, o varios
universos, o muchos universos juntos.
Es lo más fantástico y fascinante que puede haber
sobre la faz de la tierra.
Al ingresar, hay un ruido y zumbido atronador de
insectos y abejorros. Cruzan mosquitos, libélulas, moscardones; cada quien con
su sonido, compás y propósito.
5. El rumor
del torrente
Hilos de arañas penden de uno a otro tallo.
Las arañas se columpian, negras o marrones, en el
aire.
O corren presurosas haciendo o deshaciendo su tejido
espeluznante. Se balanceas en una hebra de plata, fina e impoluta, como un rayo
de luz, poniendo aquí y allá una filigrana de oro, diamante y esmeraldas.
Pero he aquí el saltamontes que cruza, trisando el
vidrio de nuestros ojos y luego se queda quieto, inexistente, como una rama
seca y quebrada sobre la caña jugosa.
– ¡Mira aquí! –me dice Adelaida, la hija del
alpartidario, con sus ojos transparentes.
Revolotean las mariposas rojinegras que hacen sus
arabescos, ora bajando a ras del suelo, ora escabulléndose entre uno y otro
tallo.
Pero dejemos por un momento el rumor del torrente y
cascada de los abejorros y cojamos un maíz tierno.
Al mover la caña ha caído una pelusilla nacarada que,
como comprobamos luego, son minúsculos animalillos que vuelan.
Son pólipos en millares de grumos.
6. Y su flor
cristalina
Pero aquí está:
Hemos cogido el bulbo feraz del maíz que derrama su
barba de perla sobre las hojas de panca, como si estallara de gozo.
Al coger las puntas y rasgarlo, aparece la ubre de oro
y plata de los granos, como si naciera a la luz del sol una criatura divina.
¿Qué ángel no envidiaría el cabello que lo corona?
¿Y, qué hija de rey no anhelaría los dientes
translúcidos de su mazorca?
La envoltura es tibia, tersa, entrañable.
Pruebo a rozarlo por mi mejilla, mirando a la Adelaida
que estalla de risa y se burla de mi asombro.
Pero en una chacra de maíz no solo hay frutos de maíz.
En ella crecen también las arvejas, que se enredan en
torno a los tallos y dejan colgar sus hojas amarillo-suaves, sus vainas
agraciadas.
Y su flor cristalina.
7. Los gorgojos
sonámbulos
¡Y la variedad de ñuñas para nuestros juegos!
Las hay blancas, que cuando abren sus vainas parecen
derramarse como gotas de leche; las vaquitas, que son redondas y jaspeadas de
negro y blanco.
Las canastitas, rociadas de nácares albos y naranjas;
las que llamamos pintadas y que son de todos los colores.
En las chacras de maíz abundan también los zapallos
que se enlazan unos con otros.
Con tallos velludos que parecen largos gusanos, cuyas
hojas alfombran el suelo, en donde alguien puede esconderse y...
– ¡Zas!..., –nos asustan cuando pasamos a su lado,
como hace conmigo la Adelaida, riéndose y corriendo a que yo la alcance entre
las cañas.
Emociona encontrar las calabazas rebosantes,
abrazarlas y alzarlas lisas, pulidas y fragantes como son, hasta traerlas a los
pies de la mamá que cocina.
Si hay una piedra y la levantamos, debajo pululan las
hormigas, las gusarapas, larvas de diverso tipo.
¡Y los gorgojos sonámbulos y alucinados!
8. Nidos
de torcazas
Pero hay también unas plantitas pegadas al suelo, que
se alzan de a pocos y tienen una raíz transparente y jugosa que se hunde en la
tierra.
Es una especie de tubérculo que, ayudados por un palo
o estaca, se levanta y sale como si fuera una zanahoria blanca y transparente.
En Santiago de Chuco los llamamos con un nombre
injusto: “culos fríos”.
Son sabrosos al paladar, jugosos para la sed, dejan un
sabor dulce en la lengua y una sensación diáfana de aire y agua en todo el
cuerpo.
Pero la sorpresa mayor son los nidos de chistelos.
Y de toda clase de gorriones que chillan desesperados
mientras la madre se empina encrespada en la rama de un árbol, lanzándonos
terribles piidos y amenazas.
A cada paso hallamos nidos de torcazas, algunos con
dos o más huevos extasiados.
Otros con la paloma ovando y que sale aturdida y se
posa en la rama más próxima a decirnos:
– ¡Qué diablos pasa aquí! ¿Por qué perturban nuestro
reino?
9. Pura
miel
Otros con los polluelos que abren los picos
enrojecidos.
Hay nidos también con huevos de perdices, pichones de
tordos.
Huevitos de colibrí, que son mínimos. ¡Y de
santarrositas!
¡Abundan también los nidos de pericotes, de ratas y
hasta de hurones!
En una chacra de maíz se cosechan además habas, las
que vamos juntando en sus vainas y llenando con ellas en la alforja que llevamos
colgada al hombre.
A recogerlas en el borde de su pollera, han enviado a
la Adelaida, que ahora se demora por reírse conmigo.
Las habas verdes son dulces en la boca y sus flores
blanco–azuladas son hermosas.
– ¿Son lindas las flores, no? –me dice al prenderlas
en su negra trenza.
– Más linda eres tú. –Le digo y se ruboriza.
Pero ahí una planta de maíz nos tienta con su caña
azucarada. La partimos y la pelamos con los dientes. La caña es jugosa. Pura
miel.
10. Y le haces
caso
Avanzamos masticándola, sacudiéndonos los sombreros de
la pelusa que intenta metérsenos en los ojos.
Ella, tan preciosa como es, tiene las mejillas
coloradas por la luz del sol.
Y yo, ¡no saber cómo hundir en ellas mis dientes!
Y morderla como a la caña o al maíz tierno.
Rodeando la chacra florece la quinua, que la siembran
para engañar al zorro, que al probarla se convence que lo que hay ahí es
amargo.
Y entonces ya no entrará, de lo contrario destrozaría
el plantío, que por ser de maíz es dulce.
¡Mira! –Dice mi acompañante– ¡Éste es el hueco de la culebra!
– ¿Hay también culebras aquí? –Pregunto asombrado.
– ¡Hay!
– ¿Si?
– ¡Sí! Pero en realidad es el demonio que sale y toma
la forma de una mujer que tú, niño, no sabes quién es. Y le haces caso. Y le
sigues.
11. ¡Ah, el maíz,
padre tutelar!
– ¿Así?
– ¡Sí!
– ¿Y qué me hace?
– Termina por robarte y llevarte al infierno de donde
nunca más sales ni te suelta.
Yo la miro.
Y me acerco. Cierra sus ojos y nuestros labios se
rozan. Hasta convencerme que ella más bien es un ángel.
Una mariposa dorada revolotea en el aire. Y la luna es
apenas un retazo de nube blanca y redonda en la cúpula azul del firmamento.
En la noche busco sus ojos en un rincón de la cocina
donde se hierve dulce de calabaza, se asan los choclos en la brasa, se
sancochan las humitas.
Y sus ojos lentos y hermosos se empozan para siempre
en mi alma junto al sabor del maíz.
Y se sirven las habas verdes que ella y yo hemos
desgajado de sus tallos y traído en la falda arremangada de su pollera de niña.
¡Ah, el maíz! ¡Padre tutelar de nuestra cultura y
presencia amada de mi infancia.
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