Danilo
Sánchez Lihón
Y si luego
encontramos,
de buenas a
primeras,
que vivimos.
César Vallejo
1.
A la hora
de
los brindis
Cuando Oswaldo Reynoso
presentó su primer libro “Los inocentes” en el bar Palermo en el año 1961, en
una mesa del fondo solo y apartado, combinando su abrigo negro con el gris de
las paredes opacas, salvo sus ojos radiantes, insomnes y sobresaltados,
permanecía hierático sin participar de la escena el poeta Martín Adán.
Oswaldo, fornido y rozagante
fue intrépido y lo invitó al legendario poeta a acercarse para tener el honor
de tenerlo sentado entre las sillas que formaban el ruedo. Sin embargo, le
manifestó que iba a estar atento a la ceremonia de presentación del libro, pero
desde ahí; desde su rincón y su mesa de siempre.
Y así fue. No se movió,
envuelto en su gabán deshilachado y ya lustroso a la luz del fluorescente,
raído y sin botones por la intemperie y apenas sujeto a la altura de su vientre
por un imperdible pasmado e impenitente que él no sabía ni cómo se abrochaba.
La obra Los inocentes fue
presentada por José María Arguedas. Después de realizado el programa y a la
hora de los brindis Oswaldo fue y le obsequió un libro dedicado al autor de
Travesía de extramares, La rosa de la espinela y La mano desasida el poemario
que su propio autor destruyera: Aloysius Acker.
2.
Quería
decirle
Volvió a la semana y
encontró a Martín Adán sentado en la misma mesa con los ojos abstraídos y en
una especie de éxtasis, barbado y sucio, esta vez ya no delante de una botella
de cerveza sino de un vaso y una botella de pisco cruel y transparente.
Trató de acercarse, pero
observó que no miraba pese a que tenía los ojos abiertos.
Otro día estuvo sentado
largo rato en una mesa frente a él, como para que lo viera. Y si Dios se apiada
lo llamara para escucharle tembloroso algún comentario acerca del libro
presentado y que él le había ofrecido conmovido y reverente.
Pero nada sucedió. Martín
Adán no mostraba que quisiera hablarle en modo alguno. Oswaldo de alguna manera
quería decirle que él aprendió a escribir a los doce años de edad leyendo La
casa de cartón, la obra juvenil de Martín Adán que escribió en su cuaderno de
colegial, y que se publicó al año 1928 con prólogo de Luis Alberto Sánchez y
colofón de José Carlos Mariátegui. Quería increparle que era de vida y muerte
que él le dijera algo acerca de su libro.
3.
Todo
y
de una sola vez
Pero el maestro no lo
llamaba y ni siquiera quería reconocerle pese a que él se ponía al frente y
pese a que aparentemente él lo veía.
Pasaron tres, cuatro
semanas. Y siempre lo encontraba en la misma mesa y con el mismo talante
desvaído.
Y con aquella actitud
ausente, catatónica, rígida. Y casi inerte, pero con los ojos deslumbrados en
vigilia o sumidos en el ensueño.
¿Velaba? ¿Sentía? ¿Era
consciente? ¿O dormía con los ojos abiertos?
Ya un día se acercó
impaciente a su lado. Lo saludó y apenas Martín Adán respondió con un carraspeo
gutural. Y no dijo nada más
A la quinta semana Reynoso
no pudo ya con su genio. Se acercó a la mesa. Martín Adán lo miró fijamente. Y
apenas lo invitó a sentarse.
Pidió un vaso y lo llenó
hasta el borde del pisco definitivo, terminal y contundente que él estaba
bebiendo.
Cerró la botella y le hizo
el gesto que lo tomara íntegro. ¡Todo y de una sola vez!
4.
El veredicto
de
un oráculo
Pasaron los minutos en
silencio. El licor hacía efecto en el cuerpo y en el alma de Reynoso.
Pero solo entonces ya
estuvo decidido para hacer la pregunta peligrosa y decisiva. Y con ella el
coraje puesto para recibir el golpe que vendría.
– Martín Adán: ¿Ha leído mi
libro que le obsequié? –Le dijo titubeante y con el alma en un hilo.
– Sí, lo he leído.
– Quiero saber su opinión,
maestro. Yo aprendí a escribir leyendo La casa de cartón.
Martín Adán se sirvió
lentamente otro vaso de pisco, en la misma proporción que había servido a
Oswaldo, y lo bebió de un solo trago. Pasaron otros tantos minutos:
– ¿Y qué le parece mi obra,
maestro?
Oswaldo tenía el alma
pendiente de un hilo.
Iba a escuchar el veredicto
de un oráculo, de una montaña, de un océano.
5.
Aprecio
y
amo
Martín Adán, luego de
mirarlo larga y profundamente, le dijo
– Tu libro me ha dado
miedo.
– ¿Miedo, maestro? ¿Miedo a
usted?
– Miedo no de mí, sino de
ti.
– ¿Miedo de mí, maestro?
¿Por qué?
– Porque vas a sufrir
mucho.
Martín Adán se sirvió otro
vaso y ya no quiso hablar más
– Y así ha sido. –Dice
Oswaldo Reynoso–. Y reitera:
– He sufrido horrores por
mi obra, por escribir lo que escribo, por ser un creador libre. Y sigo
sufriendo. Pero amo mi país y yo no me voy de aquí. Aquí me quedo, porque esta
es mi patria. Y aquí me siento bien con mi gente. Aquí estoy con la gente que
aprecio y quiero.
6.
Me encanta
amanecer
– Aquí estoy con los
pobres, con los honestos y derechos. Estoy con la gente que sufre y son buenos.
Estoy con los honrados y quieren lo mejor para su país.
Jamás he claudicado en nada
y he desechado todo tipo de acomodos y conveniencias.
Soy feliz bebiendo una
cerveza con mis amigos.
Estoy con los jóvenes que
me muestran su cariño y a quienes yo también quiero y respeto.
Y admiro a mis amigos.
Tres valores orientan mi
vida: el cariño, la belleza y la ética.
Me siento contento, rodeado
de los escritores jóvenes y mucho más si son de provincia.
Quienes se acercan a
consultarme acerca de sus obras, y con quienes me encanta amanecer conversando.
7.
Al final
de
un camino
Así es Oswaldo Reynoso, el
más grande narrador vivo del Perú. Quien hace sentir a los jóvenes que él los
valora y los acompaña en su trayectoria literaria como amigo
Y ellos sienten orgullo de
alternar con un escritor famoso, reconocido a nivel internacional.
Y cuyas lecturas de sus
libros lo hicieron siendo adolescentes, casi niños, y que ahora son fervorosos
de su persona y de sus obras.
Él viaja a todo certamen al
cual se lo invita desde provincias. En todo evento regional de literatura está
presente.
Y allí lo esperan sus
amigos expectantes y orgullosos. Sus “manchas” de admiradores que lo festejan entusiasmados
hasta las lágrimas.
Estos artistas y escritores
es fácil imaginar lo que sienten al estar junto y al lado de él:
Sienten que alcanzan a
llegar a una meta, al final de un camino y a coronar una cumbre, cual es
sentarse a conversar nada menos que con Oswaldo Reynoso.
8.
Y
es
cierto
Y Reynoso a sus 82 años es
invencible, monolítico, inagotable, para conversar, para contar anécdotas. Para
ello es abierto, generoso, cordial. Sabe ser amigo. Utiliza su fama ya ganada
para ayudar.
De esa manera demuestra su
amor al Perú, que es ferviente y leal. Disfruta y se deja llevar. Es un tótem.
Hace poco se presentó una
señorita a hacerle una entrevista y le preguntó:
– ¿Qué premios ha ganado?
– Ninguno. –Le dijo.
– ¿Cómo?
– Ninguno. ¿Por qué cree
que el escritor escribe para ganar premios?
– ¿Ninguno?
– Yo jamás me presento a un
concurso.
Y es cierto. Y absurdo
considerar que un escritor tiene que asociar su nombre a un premio cualquiera
sea. Es como si alguien que albergara una fe necesitara un premio.
9.
Expurgando
en
una realidad
Oswaldo Reynoso nació en
Arequipa el 10 de abril del año 1931. Estudió en esa ciudad en los colegios de
los Hermanos Cristianos y de San Francisco.
Inició estudios de Letras
en la Universidad Nacional de San Agustín pero a la muerte de su padre se
trasladó a Lima para cursar la carrera magisterial en la Universidad Nacional
de Educación, La Cantuta, donde se desempeñó después como profesor de
Literatura.
Con su obra Los inocentes
es iniciador de la literatura de tema urbano con personajes adolescentes en
donde el lenguaje que expresan incorpora a la literatura la jerga juvenil
limeña.
En su novela En octubre no
hay milagros su universo se expande para abarcar la sociedad criolla y sus
diversos estamentos sociales, expurgando en una realidad social hiriente,
confusa y fragmentada.
Ha tenido la experiencia de
12 años de residencia en la República Popular China. Otras obras suyas son: El
escarabajo y el hombre, En busca de Aladino y Los eunucos inmortales.
10.
Un volcán
coronado
Al borde de la muerte y en
la víspera de una delicadísima operación quirúrgica estando en China le pidió a
su amigo Juan Morillo que si ocurría lo peor incineraran su cuerpo y trajera
sus cenizas a nuestro país.
Conturbado Juan asintió
prometiéndole que cumpliría su deseo.
– Pero hay algo más. –Le
dijo–. Quiero que mis cenizas la esparzas en el cráter del Misti.
Ante la sorpresa de Juan,
quien se devanaba en cómo cumplir ese deseo, agregó:
– Sí Juan, en el mismo
cráter del Misti, para ver si así erupciona.
Extrayendo lo que en este
diálogo hubiera de jocundia y quedándonos con el significado vital que aquel
tenso momento propicia, ello nos revela la personalidad ígnea y convulsa de
Oswaldo.
Él ahora vive con la
dignidad de un volcán coronado de una nieve blanca e impoluta en su frente.
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