Danilo Sánchez Lihón
1. Belleza
hechizante
César Vallejo viajó frecuentemente de Trujillo a
Santiago de Chuco y viceversa. El trayecto duraba de cuatro a cinco días en
lomo de mula y a ratos a pie por caminos fragorosos.
Pero yo te relataré aquí, y para ti indulgente lector,
no el itinerario por aquellos caminos abruptos sino por la carretera, como en
tu caso es bueno que lo hagas junto a nosotros en la caravana del xiv Capulí, y
de ese modo llegar cómodos a un pueblo legendario, como es Santiago de Chuco.
El viaje a este hito de peruanidad dura 5 horas y se
recorre una distancia de 183 kilómetros. Para ello, parten desde Trujillo
varias agencias de transporte: Royal Travel, Transportes Ágreda y Señor de los
Milagros, ómnibus que salen a las 8 de la mañana como por la noche dede Trujillo.
Siendo el viaje de día, es de una belleza hechizante,
porque se recorren los principales niveles de altitud como son las regiones
naturales de costa o chala, yunga, quechua, suni, puna o janca, que nosotros la
decimos jalca.
2. Hito
importante
Tan pronto salimos de Trujillo mirar por la ventana es
una lección de geografía física, económica y humana. Y en nuestro caso, poética
y moral, por ser caminos que recorrió César Vallejo siempre son ilusión y
esperanza, como ahora vamos nosotros.
Ya el ómnibus en marcha, a las afueras de Trujillo lo
primero que vemos son los interminables cultivos de caña de azúcar de la
hacienda Laredo a ambos lados de la pista. Pronto el vehículo empieza a subir
el macizo andino donde predominan los valles profundos y las cadenas de cerros
empinados.
Un hito importante en este trayecto es el pueblo de
Menocucho, fundamental en la vida de César Vallejo no solo porque hasta ahí
llegaban las caravanas de acémilas de ida y vuelta de la serranía, sino porque
ahí se tomaba el tren a Salaverry y que los dejaba a los viajeros en Trujillo.
Lo significativo es que en este lugar César Vallejo
pasó largos días de espera, escribió el poemas Los arrieros y enfermó de
paludismo, infección que al rebrotarle en París por el estado de consunción en
que había caído por el desenlace que tenía la Guerra Civil Española, le costó
la vida y fue el motivo de su muerte.
3. Retorno
al origen
Continuamos y ahora nos impresiona la cordillera
ciclópea, agreste e idílica. Nos extasiamos con las hermosas casas de campo dentro
de enramadas y tupido boscaje que se alinean a la vera del camino. Son lugares
para la recreación y el esparcimiento hasta arribar a Shirán donde se realiza
el control policial y los pasajeros aprovechan para bajar y respirar el aire
fragante de los huertos y las flores silvestres, y del cielo ya completamente
azulino.
Bien valdría probar aquí un caldo de gallina con
fideos que sobresalen desde un manantial vaporoso sembrado de culantros y
perejiles, con mitades de huevos pasados donde luce la yema amarilla de los
amaneceres del pueblo adonde viajamos.
Recién aquí somos conscientes de que hemos sido
capaces de dejar la rutina y estamos ya en la aventura de un viaje a la sierra
del Perú que en verdad constituye un retorno al origen de lo que auténticamente
somos. Pero nosotros pasamos sin detenernos a comer porque hemos desayunado en
Trujillo y nos esperan las escuelas a la vera del camino en Santiago de Chuco.
Pero sí aquí nos proveemos de frutas, choclos con queso, empanadas calientes,
huevos cocinados, humitas dulces y saladas.
4. Geranios
rojos
En otras ocasiones en Shirán se puede desayunar
probando caldo de gallina, aguadito de pollo, seco de cordero o bien probar
café con bizcocho relleno de queso serrano. A la vera de la carretera hay
abundantes puestos de fruta, con variedad de gaseosas, galletas, turrones y
alfajores.
Ya subidos a los ómnibus los rostros expresan
felicidad. Se intercambian duraznos y mandarinas, manzanas y granadillas, tunas
y guayabas. Alguien hace una apreciación sobre el viaje, se calcula la hora en
que llegaremos. Se dice alguna broma riendo todos de buena gana, celebrando la
gracia hasta con grandes carcajadas.
El chofer nos contenta a todos poniendo música criolla
o andina. Nadie se pierde de mirar hacia afuera de las ventanas el paisaje rico
en sembríos de piñas, plátanos y papayas. A cada curva el río va quedando abajo
en la hondonada. Ya estamos en Casmiche, el sol es espléndido, el aire fresco.
Las casas lucen en sus balcones geranios rojos.
5. Suben mujeres
y niños
Desde las puertas asoman mujeres y niños. Las huertas
son floridas, las chacras delimitadas por muros y mochetas de piedra que trepan
por las laderas.
El confín de los cerros se divisa hacia arriba
cubiertos de arbustos.
Abajo entre blancas piedras se desliza el cauce del
río, ora terroso, ora azulado, ora rojizo por los relaves de las minas.
Cada vez los declives del terreno se han vuelto más
pronunciados, pero la carretera es ancha, asfaltada y con señalización precisa.
En la parte baja del panorama abundan los bosques. Y
cactus y tunales en lo alto de las cumbres empinadas.
Se hace más luminoso el día. Hacia el fondo y en lo
alto bogan en silencio las nubes blancas.
Hemos llegado al desvío de Otuzco. Suben mujeres y
niños ofreciendo caramelos, bolsas de bizcochos y de panes serranos.
6. En algún
otro tiempo
El ómnibus parte con más ahínco y pujanza. Primero
desciende hasta un puente, cruza el río turbulento y luego, otra vez, empieza a
subir. La naturaleza nuevamente cambia. Esta vez se ha vuelto florida, cubierta
de sembríos, de casas con techos de teja a dos aguas, sombreadas de árboles.
Llegamos a Agallpampa con su bella y colorida plaza
donde se alza su iglesia. Hay feria, con grupos de gente que compran y venden,
con restaurantes abiertos y ómnibus cargados de pasajeros aldeanos que parten
hacia Julcán y pueblos aledaños.
Avanzamos por una suave gradiente rodeados de
eucaliptos y campos de maíz, de trigo y cebada.
Ya estamos en Yamobamba, de casas esparcidas, con una
iglesia alta y vetusta de adobes descubiertos, balcones sobre puertas con
nombres desvaídos de algún almacén o restaurante que fue importante y atildado,
pero en algún otro tiempo.
7. Un bosque
tupido
Llegamos a otro puente y pronto al restaurante “El
viajerito” donde el ómnibus se detiene para hacer uso de los servicios
higiénicos. Dentro, el ambiente es cálido, fraternal y vocinglero. Unos
reclaman caldo de cordero, otros truchas fritas. Unos estofados de pato con
arroz y yucas, otros cuyes guisados con papas. Otros lomos saltados y, en
general, sopa de caldo de gallina.
Afuera varios
grupos se toman fotos, se desperezan. Otros fuman indefensos un cigarro.
Todos preguntan cuánto falta para llegar. Pero, en verdad recién estamos a
mitad de camino.
Luego de que el chofer revisa llantas y echa agua al
radiador nuevamente el ómnibus arranca. Pregunta si todos estamos completos y
reinicia la subida. Recién aquí pasamos por Mótil enclavado en una curva.
Es su lindero a partir del portón de entrada de su
antigua Casa Hacienda que aún permanece como emblema, y a cuyo alrededor se
apiñan las casas de ventanas ojerosas dentro de un bosque tupido de árboles
enormes y vegetación profusa.
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