LA AMO
Y DEFIENDO
CON MI VIDA
Danilo Sánchez Lihón
1. Túpac
Amaru
Delante de mí dieron muerte atroz y cruenta a mi
esposa, a mis hijos, a mis parientes y amigos.
Desde la parte posterior de mi cráneo introdujeron
tres clavos ardientes que salieron por mi boca en castigo por los tres bandos
de libertad que proclamara.
Ataron mis manos y mis pies a cuatro caballos.
Espolearon hacia las cuatro esquinas de la plaza, en estampida.
Mis miembros no se rompen sino que resisten. Se tensan
las cuerdas y me sacuden en el aire.
– ¡Arrepiéntete! ¡Di que ya no la amas! –Es su reclamo
y gritería.
– ¡La amo con toda mi alma! Más allá incluso que todo
se torne polvo, cascajo y ceniza. ¡La amaré eternamente!
– ¡No demoremos más! No podremos arrancarlo a pedazos
ni hacer que se arrepienta. Entonces: ¡Descuartícenlo!
–Y así lo hicieron.
2.
Micaela
Bastidas
Reventaron mi boca a patadas.
Sentí coágulos de sangre en mi lengua. Y borbotaba
espuma por la comisura de mis labios.
Me arrastraron por la plaza, vi torturar y morir a
Hipólito, mi hijo.
Me subieron al cadalso. Intentaron cortar mi lengua y
no lo pudieron.
Se detuvieron un momento. Y rojos de ira me
preguntaron:
– ¡Dinos! ¿La sigues amando?
– La amo. ¡Y jamás podré negarlo! No la olvidaré nunca
en el confín de los tiempos. ¡La amaré infinitamente!
– ¡Mátenla!
Y esta vez al no poder ajustar mi cuello el garrote,
los verdugos halaron desde atrás una soga que pasaron por mi cuello.
– Dinos: ¿Aún la amas? –Preguntaron cuando mi cuerpo
cayó al suelo y me asestaban puntapiés en el vientre y en la espalda.
– ¡Sí! –Modulé en mi recuerdo, cuando ya todo era luz,
porque mi corazón estaba intacto, con amor imperecedero.
3.
José
Olaya
Con las mismas redes con que yo pescaba en el mar me
ataron de manos y pies y me suspendieron en el aire dándome de golpes.
Me flagelaban con vara y azote a fin de que denuncie a
quienes me habían entregado las cartas que llevaba a los patriotas, nadando a
oscuras desde Chorrillos hasta Chucuito, donde se sitúa la fortaleza del Real
Felipe, en el Callao, donde se ubica el cuartel general.
Con una tenaza arrancaron a fuego limpio las uñas de
mis manos y de mis pies. Me cortaron los pulgares de mis manos con un cincel.
Y seguían exigiendo:
– ¡Di que no la amas! ¡Habla!
– Si mil vidas tuviera, las mil vidas la entregaría
por mi patria.
– ¿Cuál Patria? ¿Si ella aún no existe? ¿Si apenas es
un sueño?
Y les contesté:
– Existe en mi alma y en los sueños de mis hermanos de
lucha.
4. María Parado
de Bellido
Soy una anciana de más de 60 años. No soy blanca, ni
esbelta, ni bella. Soy indígena y quechua hablante. Eso sí con una gran ternura,
devoción y piedad en el alma.
Me han torturado y me van a fusilar como dice el bando
que han leído y han pegado en cada esquina de la plaza:
– “Para escarmiento y ejemplo por haberse rebelado
contra el Rey y el Señor del Perú”.
Pudieron arrojarme toda su infamia a mí y hubiera sido
infinitamente menos mi dolor, pero han masacrado a mis hijos y a mis nietos.
Quieren que yo delate a quienes como yo anhelamos una
patria hermosa. Yo les he dicho:
– “Yo sí dicté esa carta en que advertía a los
patriotas que abandonaran el pueblo de Quilcamachay porque para allá se dirigía
Carratalá. Pero no voy a decir a quién la dicté ni estoy aquí para informar a
ustedes sino para sacrificarme por la causa de mi patria y la libertad”
5. Miguel
Grau
Me dijeron:
– Tienes hijos pequeños qué educar. Tienes una mujer
bella y cariñosa a quien amparar. Tu buque es apenas un cascarón de huevo
frente a los nuestros que son acorazados. ¡Salva tu vida, que es lo más valiosa!
– Aunque la diferencia es abismal entre mi barco y los
suyos mi deber de marino es defender los mares y suelos de mi patria.
– Niégate a salir en tu barco. Aduce que es irracional
pelear en estas condiciones y circunstancias. Que hay que ser realistas.
– Amo al Perú, su promesa y su destino
– ¿Y quién va a sostener una lucha así, si es tan
grande la diferencia en armamento, soldados, tecnología, finanzas?
Les respondí:
– Yo la sostendré. La causa de mi pueblo es sagrada.
– ¡Apunten! ¡Disparen! –Oí decir. Estalló la torre de
mando. Yo y mis compañeros salimos hecho astillas de fervor por el aire.
6. Leoncio
Prado
Se apostaron al pie del lecho donde yacía herido, sin
siquiera poder pararme, con la pierna hecha astillas.
– ¿La amas?
– He caminado arenales, montañas, selvas; he cruzado
ríos caudalosos a fin de defenderla.
– Te vamos a matar.
– Soy comandante y me corresponde ser fusilado en la
plaza de Huamachuco y dar la orden de disparo.
– Lo primero denegado, lo segundo concedido.
– Servidme una taza de café y al tercer golpe que yo
de con la cucharilla en el plato, disparar.
Las balas después de atravesar mi corazón y mi frente
continuaron incrustándose en las piedras del muro. Y siguieron preguntando:
– ¿Aun la amas?
– ¡Sí! –Dije–. ¡Y jamás dejaré de amarla! ¡La amo con
toda mi vida! ¡Y ahora con mi muerte!
– ¡Sigan disparando! ¡Continúen! ¡No cesen de
dispararle!
7. Javier
Heraud
Nos dispararon balas dun-dun con que se caza fieras y
mientras cruzábamos las aguas del río Madre de Dios, frente a Puerto Maldonado.
Primero agujerearon la camisa blanca que yo izaba como
bandera al viento. Luego mataron al boga que se había introducido en el agua.
Después se acercó un peque-peque repleto de hombres
armados que nos perseguían.
Sin nada qué hacer empecé a comer naranjas que
guardaba en mi bolsillo, mientras disparaban a diestra y siniestra.
Cuarenta perforaciones se contaron en mi cuerpo
desnudo y apacible.
– Te perdonamos si reniegas y la maldices.
Y yo respondí:
– La amo y la defiendo con mi vida.
– ¡Matadle otra vez! –Gritaron y yo lo escuché desde
aquí, desde el río, contemplando árboles y flores y escuchando el trino de las
aves.
8. Los hombres
de Luis la Puente
Me subieron a un avión, con una cuerda atada a uno de
mis pies.
Y las manos maniatadas con una cadena pesada a la
espalda.
– Te vamos a arrojar al mar si no desistes de ella.
–Me dicen.
Los miro.
– Dinos que no la amas.
No respondo, prefiero guardar silencio. Pienso en mi
tierra y en mi infancia en Santiago de Chuco.
– ¡Habla!
– La amo con toda mi alma. Y la amaré por siempre. Y
por toda la eternidad hasta el fin de los tiempos.
No fue necesario arrojarlo al mar sino que lo hicieron
en la Cordillera de los Andes, blanca e impoluta donde su corazón iluminado
sobre la nieve se convirtió en una bandera inmarcesible.
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