Danilo Sánchez
Lihón
1. Al pie
de mi cuna
Me has contado mamá, ya grande,
algo que tal vez explique y nos dé luces respecto al sueño que siempre te
embarga, de que vamos los dos por un camino, te caes y nos perdemos. O al menos
lo hago siempre presente para intentar explicármelo yo.
Y es que me has contado que cuando
yo era pequeño, mientras yo dormía tú te sentabas en el piso al pie de mi cuna
esperando que despierte. Y te entretenías en lustrar mis zapatitos que apenas
sostenías desde dentro con tus dedos del centro.
¿Qué más puedo anhelar yo en la
vida que una niña tan linda y preciosa como tú hayas lustrado mis zapatitos
aunque fuera cuando yo era niño? Pero, sin apartarnos del tema de tu sueño yo
te he preguntado:
– Y cuándo hacías eso sentándote
en la tierra al pie de mi cuna, yo ¿ya caminaba, mamá?
– Aún no. No caminabas. –Me
respondes.
– Entonces mis zapatos no se
pelaban ni siquiera rozaban y no necesitaban pomada.
– ¡Sí, pues! Eran tus primeros
zapatitos que te compró tu papá para que no te resfríes.
2. Una
y otra vez
– ¿De cuero?
– Sí, de cuero. Y te los mandó
hacer. Y desde que lo vi me conmovieron tanto que los cogí y me puse a llorar.
– ¡Ay, mamá!
– Mira pues, hasta ahora sigo
llorando al recordarlos.
– Pero, ¿por qué los lustrabas
si no se ensuciaban ni necesitaban pomada porque no caminaba?
– ¡Eso, pues! Era una manera de
velar tus sueños al pie de tu cuna.
– ¡Humm! Así es cómo se producen
los hechizos, mamá. Por eso ahora deambulamos por caminos misteriosos e
incognoscibles.
– Pero con esos zapatitos
aprendiste a caminar. Pero mientras dormías yo te los sacaba y al pie los
lustraba una y otra vez. Porque ya los había lustrado. Los besaba y los volvía
a lustrar.
– Lo que hace una madre, ¿no?
– ¡Los adoraba!
3. Vayas
a despertar
– Te imaginas, mamá, ya todo lo
que pueden pesar esos zapatos con tus besos. ¡Caminar entre las estrellas o
caerse! ¡Milagro que con ellos aprendí a dar los primeros pasos!
– No sabes hijo con qué cariño y
fascinación he lustrado tus zapatos. Los sujetaba entre mis dos dedos medios. Y
ahí estaba, lustra que te lustra. Y llorando.
– ¿De pena?
– ¡También! Pero más de honda
felicidad. Y preguntándome qué será de tu vida.
– ¿Sí?
– ¡Sí!
– ¿Y por qué, mamá?
– ¡No sé por qué! Pero lloraba
con gemidos ahogados. Para que no me sientas y te vayas a despertar.
– Y mi papá, ¿en dónde estaba?
– En clases, enseñando en la
escuela.
4. Vasto
el mundo
– ¡Por eso, pues mamá!
– ¿Qué?
– Por eso es que rondan y
aparecen los caminos en tus sueños. Y es por eso que en tus sueños nos perdemos.
– Sí, eso pensaba. ¡Por los
caminos que tenías que recorrer! Que viéndote en tu cuna me parecían
inabarcables y temibles. Y sin poder seguirte.
– ¡Ay, mamá!
– Lo ponía en mis mejillas y
allí los tenía mirándote. Y ahí los tenía hasta que despertabas.
– Mamá, ¡tan linda que eras, y
que eres más ahora todavía! Eso es lo que embruja y es lo que hace que la vida
sea indescifrable.
– ¿Qué?
– Todo aquello que se urdió en
la cuna o en la primera infancia.
– Me parecían tan pequeños tus
pies y más pequeño todavía el hueco de esos zapatitos.
– ¡Y tan vasto el mundo!
5. Con mi rostro
hundido
– ¡Me parecía que te iban a
hacer mucho daño en la vida, hijo! ¡Qué te podías caer en un abismo! O ahogar.
– ¡Mira, pues, todo lo que
imagina y teme una madre! Yo soy fuerte mamá.
– Yo te he hecho fuerte. Y
valiente.
– Sí, mamá.
– Pero, tememos mucho. Por eso,
cuando despertabas me abrazaba tan fuerte a ti, con mi rostro hundido en tu
cuello, a fin de que no se notaran mis lágrimas.
– Pero, ahora ya no llores,
mamá.
– Sí, hijo.
– ¡Si en ellos has puesto tanto
sentimiento, me hubiera gustado conservarlos!
– ¡Y qué crees! ¿Qué no lo
conservo? Los tengo intactos aquí en mi corazón.
– Tu corazón, mamá, en donde
están guardados mis zapatitos son el motivo de esos sueños.
6. Ido
y vuelto
– ¡Ahí están!
– Porque los has guardado cuando
yo con ellos aprendí a caminar. Y, es eso lo que ahora nos hace caminar por
senderos abruptos, y perdernos. Y a veces caer, porque los tenía desde antes,
desde cuando aún no sabía caminar. pero ahora sé.
– Y, ahora entonces, ¿qué
podemos hacer?
– Solo dejarlos allí. Y convencerte
tú misma mamá que yo ya sé recorrer los caminos. Tú también de niño me has
visto cómo corría por ellos.
– Sí, ¡desde niño!
– ¿Te acuerdas, mamá? Más bien
por verme cómo lo hacía yo siento que me has besado mucho, más que a mis
zapatitos.
– ¡Cómo no me voy a acordar
hijo! Cuando íbamos a Chacomas, mientras nosotros recorríamos un trecho tú ya
había ido y vuelto varias veces y corriendo.
7. Insomne
y desvelado
– Ya vez, ahí está el secreto y
la solución. No en los zapatitos que has besado tanto mientras yo dormía, y
antes que aprendiera a caminar, sino cuando yo corría. Pero los zapatitos quizá
expliquen, mamá, mi obsesión por los caminos.
– ¡Ay, hijito!
¿Cuántos hay recorridos bajo mis
pies fugitivos? ¡Inabarcables! Siento que hay tantos caminos bajo mis pies,
hasta ahora, mira en que acabo de regresar de viajes y ya otra vez estoy
partiendo.
– ¡Ay, hijito!
Y así sea que vaya en tren o en
avión, ya sea que me traslade en ómnibus e incluso en avión, siento que pasan
bajo mis pies los caminos que me producen una honda fascinación.
– ¡Caminos que están hechizados!
– Y los siento pasar dentro de
mí y que de repente se reflejan en mi rostro insomne y desvelado.
8. Ya
no llores
Son los caminos que los recorro ojeroso
y desvelado. O quizá sean esas lágrimas que derramaste sobre mis zapatos, mamá,
lo que ha embrujado mis pies.
O de repente tú ya sabías que
ese era mi destino y hasta ahora mi designio, y que como madre amorosa que eres
siempre lo sabes, adivinas y bendices.
– Es ese aliento tuyo, ese soplo
esos besos en mis zapatitos son los que me mantienen despierto.
– ¡Eso es!
Pero gracias mamá porque son los
caminos los que justifican la vida. Y a los cuales también me abrazaré cuando
muera.
Quizá por eso has llorado tanto
como me dices ahora en tu carta. Conmovida de sentirlos tan inacabables mis
caminos bajo mis pequeños pies peregrinos.
– Sí. Eso es, hijo.
– Pero, ya no
llores, mamá.