SEIS
RECUERDOS DE GONZALO FERNÁNDEZ GASCO
SOBRE LUCHO DE LA PUENTE UCEDA
Versión de Ángel Gavidia
EL ECO DEL ABRAZO
Estábamos ya en el Cuzco y nos llegó la noticia de que
peligraba la guerrilla de Pataz. ¡Cómo íbamos a dejar la guerrilla sin ayuda!¡
Cómo! Entonces Lucho pidió a un experimentado compañero que se dirigiera allá.
Disculpe compañero, dijo él, pero a mi me falta aprender mucho de usted; permítame
seguir acompañándolo. Entonces yo me ofrecí. Ya, dijo Lucho, entonces te vas.
Al día siguiente, muy temprano iniciamos el viaje. Pensé que iba ha ser más
fácil despedirme. Pero no. Fue lo más difícil. Hubiera querido decirle a Lucho
muchas cosas. Nos abrazamos fuerte, nos soltamos, nos volvimos abrazar, nos volvimos a soltar y así por más
de cuatro veces. No dijimos palabras. Y cuando descendíamos con los cinco
compañeros que me acompañaban no quise mirar atrás por que sospechaba que podía
flaquear. Bastaba un mínimo gesto de
Lucho para que me quedara. Y no, pues. Nuestro deber estaba en otro sitio. Pero
aún lamento la hora en que lo dejé. Se me ocurre, sin razón quizás, que si me
quedaba con él, Lucho no hubiera muerto. Se me ocurre y me labra el corazón.
LA ÚNICA VEZ EN QUE LUCHO
SE PUSO DE RODILLAS
Me dices que el Che amaba la
poesía. Me dices que encontraron en su mochila
Crepusculario de Neruda. A Lucho de la Puente no le gustaban los
poetas. Decía que los poetas de alguna forma se masturbaban o algo así. Pero
ante Vallejo no decía nada. O mejor dicho decía que le llegaba al corazón. Por
eso estuvo deambulando tres días por el Cometiere du Montparnasse
hasta dar con su tumba. Nadie daba razón, hasta que lo encontró. Allí, me dijo,
me postré hermano. Caí de rodillas a pesar mío y todo mi cuerpo fue una oración
para el poeta, mi paisano, César Abraham.
SU PRIMER AMOR EN NUEVA
YORK
Lucho me contó también que la
primera vez que llegó a Nueva York y estando en la Quinta Avenida, como puede
estar un hombre del Perú; es decir, probablemente, algo intimidado, con
toda la nostalgia y con toda la soledad
del mundo, supongo, pensó en su primer amor, una prima suya que residía en la
gran ciudad norteamericana, su amor de adolescente, casi de niño. Habían pasado
15 años o quizás más. Y mientras la
recordaba ve una muchacha que caminaba junto a él. ¡Grimelda!, le dice; ¡Lucho!,
contesta ella. El destino se había portado como amigo, qué amigo, cómplice, esta vez.
LOS “COMUNES” NOS SALVARON
Un buen día nos llegó a
nuestra celda el “boquillazo” que esa noche nos trasladarían a Lima. Estoy
hablando de cuando estuvimos presos en la cárcel de Trujillo por la muerte de
Sarmiento, el aprista que pretendió masacrarnos a Lucho y a mi. Nos llegó la
información, pues, y ya teníamos el antecedente de Arévalo y la “ley fuga”. A
Lima no llegamos vivos, pensamos. Y decidimos no dejarnos sacar de nuestra
celda. La aseguramos con gruesas cadenas y candados y nos apertrechamos de
botellas y otros objetos “contundentes”. Y esa noche, efectivamente, llegó el
contingente que nos trasladaría a la capital. Les hicimos pelea. Pero nos
hubieran doblegado de no ser por los presos comunes que se anoticiaron y
comenzaron a sacudir las rejas hasta hacer temblar la prisión. Nuestros
captores se atemorizaron con el endiablado estruendo y se fueron. Por eso no
exagero cuando digo que los presos comunes nos salvaron la vida aquella vez.
EL HOMBRE QUE NO TENÍA
MALICIA
Lucho no tenía malicia. Creía
con una fe de niño en la gente. Yo digo, le faltaba calle, le faltaba barrio.
Por dedicarse a estudiar, seguro, descuidó el contacto con la maldad. Te digo
esto porque un compañero suyo del Colegio San Juan me contó que en los recreos,
cuando todo el mundo jugaba, Lucho leía. Y eso explica por qué se dejó impresionar por un maldito soplón que
resultó su mano derecha en México cuando
lo deportaron por primera vez. ¡Un soplón junto a la cabeza del movimiento,
hermano! La mujer con la que convivía Lucho en México le advirtió. La intuición
femenina, seguro. Este hombre no me gusta, Lucho. Pero él, nada. Y cuando Lucho retorna al Perú y envía a este infiltrado a buscarme, yo lo veo
de lejos, y olía a policía a un kilómetro
de distancia, hermano, y le digo a Lucho “oye, tu guarda espaldas es un soplón”
y el me dice “me corto las manos por él”, me hizo dudar, me hizo dudar, pero me quedé
con la espina. Después, cuando hallamos a la prostituta, que fungía de esposa del soplón en México, y nos cuenta todo ya era
tarde. Demasiado tarde.
LA PRIMERA IDEA DE LA
LUCHA DE CLASES, SEGURO, LE VINO DESDE UN JUGUETE
Los hermanos De la Puente
quedaron huérfanos de padre cuando aún eran niños. La madre de Lucho vivía en
una casa hacienda junto con su hermana, la misma que tenía por esposo a un
alemán. La hermana y el alemán tenían
hijos contemporáneos con los De la Puente. Esto que te cuento nos contó
Lucho en la prisión. Tú sabes, allí se
cuenta todo. Nos dijo que el alemán
traía para sus hijos juguetes muy hermosos, todos “de tienda”, que los primos compartían,
amigablemente, con él y sus hermanos. Pero un día el alemán se entera y reprende muy severamente a sus hijos. Entonces Lucho y
sus hermanos se quedaron sin juguetes. Su madre
trata de suplirlos haciéndoles
juguetes artesanales. Los niños valoraron el esfuerzo pero no era igual. Allí,
seguro, Lucho de la Puente, tuvo su primer contacto con la lucha de clases;
porque, esto, que para cualquier otro no
hubiera pasado de una anécdota más o menos
triste, nos lo contó llorando. Esto
le marcó la vida. Al menos así pienso yo: la injusticia de los niños que no
tienen un juguete para poblar su infancia.