Danilo Sánchez Lihón
1. Creo en la vida
sobrenatural
¡A ti, loor y gloria tierra de Santiago de Chuco, por
darnos atalayas como Luis Felipe de la Puente Uceda! Loor a tus huertos, a tus
techumbres, a tus esquinas caídas en éxtasis. A tus piedras ensimismadas,
porque forjaron caracteres y conductas, mentes y almas candorosas como fue y es
él.
Porque es cierto que era serio y tajante, de
pensamiento y decisión sin concesiones de ninguna clase. Es cierto que era
cortante como una espada, flamígero y fulgurante, con fuego sagrado en el alma.
Es cierto que era de pensamiento luminoso e implacable con los corruptos. Quien
no tuvo reparos en descubrir y denunciar pese a todo el poder agresivo que
tenían, por haber claudicado aliándose con quienes antes combatían en el
régimen de la convivencia
Pero a la vez, era un hombre candoroso y tierno, dulce
y festivo, quien se admiraba riendo de cuán cerca estuvo del peligro, quien se
asustaba –ya después de cometerlas– de sus propias osadías, de cuánto le tocó
que rodaran en sus manos los dados de la suerte, de cómo tuvo que esperar no
sabiendo si las cifras que tiraban los naipes eran ases o eran treces.
2. Cómo
no evocar
Candoroso para mirar la vida con arrobamiento, con
admiración y gracia. Candoroso para adorar como cuando dijo:
"La revolución en el Perú hay que hacerlo con el
estandarte de nuestro Apóstol por delante".
¡Cómo no evocar entonces en esta circunstancia, la
campiña de Santiago de Chuco!, el lugar donde nació, vivió y desarrolló lo
mejor de su trayectoria vital.
¡Cómo no sentir la fragancia de aquellos caminos
bordeados de pencas y alcanfores!
¡Sus lomas cubiertas de manzanillas y –miradas al
frente, y hacia abajo– las hondonadas de los ríos!
¡Cómo no evocar los campos sembrados de maíz, trigo o
cebada que el viento mece suavemente!
¡Sus huertos cubiertos de hortensias, violetas y
claveles, con plantas de limoncillo, alhelí y hierbabuena!
¡Cómo no evocar sus casas esparcidas por cumbres,
lomas y valles!; o acurrucadas ¡al abrigo de una quebrada!
3. Sobre la faz
de la tierra
Cómo no sentir la tierra humedecida, el humo de las
cocinas surgiendo por entre las tejas o pintando de azul el amarillo viejo de
las pajas y los rastrojos de los techos humildes.
¡Cómo no –en la evocación– mirar hacia lo lejos la
cordillera lejana, las nieves del horizonte, y perder la mirada en el confín
hacia el misterio!; en la adivinación de ¡cuál es!, o ¡cuál ha sido!, o ¡cuál
ha de ser! nuestro destino.
U horadando con nuestras miradas malheridas, y
asediando con nuestras preguntas incansables a las piedras y a las rocas que
son en verdad nuestros oráculos y talismanes pacientes desde tiempos
inmemoriales, preguntándoles por lo que somos.
O indagando estremecidos ante los huesos de nuestros
gentiles que reposan en la loma del panteón o en las cuevas de Sauca y de
Shiminiga, qué hacer para acabar con tanta pobreza y tanta injusticia sobre la
faz de la tierra.
4. Tanta
esperanza
¡Cómo, ante lo preclaro e ilustre, como es Luis de la
Puente Uceda, no traer a la remembranza las calles empedradas y las paredes
vetustas!
Con balcones y antepechos que han extraviado algún
balaustre pero no la memoria inconsolable.
Porque yacen más bien inclinados hacia abajo en el
éxtasis de mirar hacia la calle el transcurrir de los niños que luego se hacen
grandes hombres.
Tanto que a los muros no les importa si se desmoronan
o se caen con tal de erigir estos torreones o chulpas de piedra honda y hermosa
que sobresalen sobre el horizonte de lo que es el panorama nacional.
Recordando también los acordes y las voces que se
elevan sentidas o acongojadas de alguna serenata, perdida en el aire de la
noche y la madrugada.
5. El corazón
henchido
¡Cómo no evocar los aleros de los techos que dejan
sobresalir las tejas!
Con esa cercha dolorida de carrizo y barro, y que se
alargan hacia la calle como el ala del sombrero de nuestro Apóstol Santiago.
Aleros que sin duda ellos mismos pugnaron por tenderse
tanto hacia la calle para proteger los pasos de aquellos niños que encarnan
ahora tanta esperanza y tanta victoria para nuestro pueblo.
Porque no olvidemos que por estas calles fueron y
volvieron los pasos, nada menos que de César Vallejo, poeta genial pero más
aún: hombre cabal.
Y por estas calles caminó con todos sus sueños,
cabales y al tope, Luis de la Puente Uceda.
Él subió y bajó estas calles tropezándose en sus
piedras cuando daba serenatas con el corazón henchido.
6. La siempreviva
de los huertos
¡Ah, gloria y orgullo el nuestro de tener,
imperecederos e indelebles en el aire impalpable de las tardes la memoria que
queda flotando de los pasos, pensamientos y quereres de estos seres ya
legendarios!
Pero, por esos caminos han ido y han vuelto también
nuestros abuelos con su apuesta tesonera y corajuda por la vida, nuestros
padres, tíos y otros maestros, con sus sueños que sin duda somos nosotros.
Por esos caminos ahora van y vuelven todos los niños
que allí han nacido y moran con la expectativa puesta en que no les fallemos,
en que no les defraudemos, en que seamos dignos de ellos y de la herencia
gloriosa que exorna, pero que también pesa como una gran responsabilidad, sobre
nuestros hombros.
En Santiago de Chuco –pueblo que vio nacer, crecer y
desarrollarse plenamente a Luis Felipe de la Puente Uceda– crece una flor, la
"siempreviva", cuyos capullos nunca se marchitan. Crece en los
huertos íntimos, arrobada en su propio silencio y en su propio valor.
7. En el altar
de la Patria
Crece en las acequias, en los muros, en lo más
imprevisto del camino. Y las evoco porque hay seres y almas que se encarnan en
esas flores; seres que siempre habitarán entre sus pétalos fragantes; seres que
tienen su morada en el fondo de sus corolas alucinadas; seres que son ellos
mismos "siemprevivas".
Luis de la Puente Uceda, como esas flores de nuestra
tierra bendita, "siempreviva" en cada niño que estudia, que sueña,
que anhela ser grande. Que sea "siempreviva" en el alma de cada joven
que se esfuerza en pos del ideal, en cada ciudadano que se afana por empujar la
obra cívica y el carro de la historia. Que "siempreviva" en la
ilusión y en el quehacer esforzado de los niños por una patria mejor, en esos
niños que desfilan, que disciernen juiciosamente entre el bien y el mal.
Que su alma se reencarne cada día en niños como él,
que hacen que la historia se ennoblezca y –a quienes somos sus paisanos– sentir
el orgullo de que nuestra tierra esté ofreciendo esos pámpanos de la vid
gloriosa que allí yace arraigada y que se consagra en el altar de la Patria, el
Perú.
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