Danilo Sánchez Lihón
1. Siempre
pulcro
– ¡Buenos días sigñora, buenos días sigñor! –Saluda al
pasar, con acento italiano, jalando su cabra de barba bastante desarrollada, la
misma que gusta caminar por la tierra apisonada del centro de la calle y no por
las piedras de la vereda por donde va su dueño y hasta donde se extiende la
soga que la sujeta.
Cada veinte pasos le tira una galleta que la cabra,
pase lo que pase, y esté donde esté, ya sea dada vuelta o de costado, salta con
elegancia y lo coge con la boca en el aire.
Quien se pasea así es René Byrne Valcárcel, el nuevo
comandante de la Policía en Santiago de Chuco, quien tiene un rostro saludable,
sonrosado y risueño, de niño candoroso, indefenso e ingenuo. Muchos hechos se
comentan acerca de él, como que en un tiempo fue presa del alcoholismo.
Pero ahora pasa primoroso y galante con su uniforme
verde con botones dorados de Mayor de la Policía, siempre pulcro pero
desordenado en su cuerpo rollizo: el cuello disparejo, una punta de la casaca
metida en el pantalón y la otra suelta hacia afuera, el cinturón caído rozando
con una de sus piernas.
2. Ni se da
por enterado
René Byrne Valcárcel es corpulento, animoso y anda con
prosa, bamboleando el cuerpo, y sobre todo los hombros todo el tiempo, como
cuando una persona está feliz y contenta.
– ¡Buenos días sigñor! ¡Buenos días sigñora! –Saluda
otra vez.
La gente está gratamente sorprendida y anonadada,
porque el jefe de la policía siempre ha sido un personaje temible, drástico y
hasta abusivo, sobre todo con la gente humilde, nunca con los poderosos.
En cambio ahora tenemos a un señor que produce risa;
aunque no burla, ya que posee hasta cierto encanto el verlo.
Y las cosas han empezado a cambiar en el pueblo, por
la presencia de este “sigñor”, que nos condiciona a ser un poco más expansivos,
francos y hasta sonrientes.
Las personas se sienten más confiadas, de un hombre
que para nada es agresivo ni malintencionado. Al contrario. De quien todo el
mundo se siente amigo es de René Byrne Valcárcel, aunque él ni se da por
enterado.
3. Mil
conjeturas
La gente habla, ríe, se siente más segura y protegida.
El poder recién tiene rostro humano, el poder recién divierte. Pero eso sí:
nada de meterse con su cabra. Se pone histérico.
Se tejen muchas conjeturas acerca de él: que si tiene
hijos, que si sufrió una decepción amorosa, que ha estado en Egipto, en la
China, en la India, y en la Arabia.
Pero lo cierto es que todo son suposiciones, porque él
nunca se sienta a conversar de esas cosas con nadie. En el colegio hacemos mil
conjeturas. Y, a veces, fabulamos o nos sorprendemos a nosotros mismos ideando historias fantásticas
acerca de él.
René Byrne Valcárcel tiene la fama de haber sido el
alumno más inteligente y brillante de su promoción en la Escuela de Policía.
Es apreciado ahora porque el que menos se siente bien
siendo amigo de una persona engalonada, quien es Jefe de la Circunscripción
Provincial, quien entrega la Libreta Militar, y quien durante las levas para el
Servicio Militar Obligatorio está en sus manos poner: “¡Apto!”
4. Como
si marchara
O “Falto de peso”, “Mal de piezas dentarias”, “Pies
planos”. Así que ¿quién no quiere estar bien con él? Además, porque es buena
gente y no es abusivo con nadie.
Como ahora, cuando de vez en vez se para con su cabra.
Saca un cohete de su bolsillo y lo pone entre sus dos dedos con la mecha hacia
afuera. Con las dos manos enciende un fósforo y lo acercan a la mecha
entrecerrando los ojos.
Chisporroteaba el hilo por un brevísimo instante y, ya
para reventar, lo tira en medio de la calle causando un fogonazo y un
estruendo, que él no se rebaja siquiera en mirar. Y otra vez emprende el paso
como si marchara.
La reventazón del cohete despierta al perro que duerme
en el umbral de cualquier puerta, el mismo que se pone a ladrarle y a hacerle
un fuerte escándalo, hecho que tampoco se digna voltear a observar.
Pero éstas y otras excentricidades de René Byrne
Valcárcel no tienen mayor importancia, salvo despertar la curiosidad y las
sonrisas benevolentes de la gente.
5. Encima
de las cruces
Byrne es autor de otra payasada que sí es grave- y que
justifica el mote con el cual ha pasado su nombre y su figura a la posteridad
en mi pueblo, mote en donde se juntan dos palabras en una sola, cuál es el
“Autoponcho”, es decir: “ser trasladado en su propio poncho, o ser cargado en
ese abrigo o prenda de vestir”. Pero: ¿adónde creen? ¡al cementerio!
Y es que a nuestro personaje le aqueja una obsesión
cual es castigar la borrachera de la gente haciendo que sus gendarmes al
contertulio que se duerme en una cantina inmediatamente él dispone que se lo
ponga en su propio poncho como camilla y se lo cargue cogiendo el poncho de las
cuatro puntas para dejarlo encima de las cruces en el cementerio de mi pueblo.
Hemos supuesto que hace esto porque que las celdas de
la comisaría no curan ya este vicio de embriagarse, y al contrario causan
molestias, porque hay que estar mirando a los ebrios hasta que despierten, y
después molesta ver afuera a sus
familiares.
Para ello, mejor los deja en el panteón en donde
quedan durmiendo sobre las tumbas su malhadada borrachera.
6. Pasadas
las horas
El frío inclemente hace lo demás, porque en plena
noche tenebrosa la víctima empieza a tiritar y a manotear creyendo que está en
su cama y solo hay cruces y túmulos inertes hasta caer esta vez sí desmayado de
pavor por el susto, en la cuenta de estar entre los muertos. O,
sobreponiéndose, para llegar corriendo a como dé lugar hasta el pueblo, con un
hondo pesar y rencor en el pecho, o curados para siempre de no andarse con
borracheras de media noche.
Así, al contador mercantil Álvarez, que por primera
vez ha venido al pueblo a hacer una auditoría, y según dicen por primera vez
recién se embriagaba, lo introdujo en uno de los nichos vacíos, quien al
despertarse casi al alba manoteó desesperado y llegó al pueblo buscando
“sonarle” al culpable. Pero pasadas las horas estas ínfulas se apagan y, al
contrario, ha sido él quien sin ser notado ha dejado el pueblo para siempre.
En cierta ocasión el Mayor Byrne ha tenido el incierto
mérito de acompañar a su víctima toda la noche en el cementerio, hasta que esta
despierte tiritando de frío. Cuando esto ocurre Byrne hace surgir su aliento
desde el suelo donde está acostado, dos tumbas más allá de la víctima, a quien
le dice con voz solemne y gutural:
7. Nada
más lúcido
– No te asustes hijo. Has muerto. Pero pronto serás
liberado de tu atadura corporal. Como ves ya estás fuera de tu cajón. Y pronto
te recogeré en mi morada celestial.
Solo que una vez René Byrne no había tomado en cuenta
que el burlado de la noche era el cura del pueblo, que sabe mucho de estas
cosas sobrenaturales, y a quien no lo pueden engañar con teologías de la otra
vida. Y lo peor ha sido que como el cura tiene muy mal genio y reconociendo al
maniático allí mismo le ha propinado una paliza que lo ha dejado casi muerto.
Sin embargo, otra versión, igual de enfática, afirma
que el cura se ha levantado espantado de encontrarse en el lugar en que se
encontraba. Y ha escapado. Mientras tanto, René Byrne lo seguía atrás como si
fuera una sombra o un fantasma de ultratumba, caminando detrás de él lenta y
parsimoniosamente, mientras el cura corre hasta llegar al pueblo cuando ya raya
el alba.
Pero lo cierto es que el vicio que nadie no ha podido
corregir, como es el alcoholismo, lo ha arreglado de un plumazo el loco de René
Byrne, quizá por aquel dicho que dice que la mordedura del can se cura con su
propio pelo, y sobre todo por aquel que reza que nada es más lúcido que los
razonamientos de un loco.
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