Danilo Sánchez Lihón
Un ser que canta
es un ser que ora
dos veces
1. Ese caudal
milenario
El pueblo andino es esencialmente musical, poseedor de
un ancestro estupendo y maravilloso de música que nos hace permanecer atentos,
pendientes y extasiados de los sones que nos llegan desde cerca o desde lejos
hasta el fondo del alma. O. más propiamente, que surgen de los pliegues
recónditos de nuestro ser y del infinito interior que nos habita, nos conforma
y nos sustenta.
Sintonizar más libremente con esa veta musical es
importante para organizarnos mejor como sociedad y como destino promisorio y
centelleante. Y es que, por nuestra estirpe, tenemos una raíz cultural por la
que se proyecta ese caudal inmenso, milenario y eterno de la canción popular.
Aunque, en general, los antiguos peruanos dejaron
manifiesta su predilección por las artes, más específicamente la tuvieron por
la música, la danza y la poesía. Así en el yacimiento arqueológico de Caral,
reconocida como la civilización más antigua de américa, no se han encontrado
armas, pero sí instrumentos musicales como quenas, tinyas y pincullos.
2. A su vez
honda
Estas expresiones anímicas se ligaron al mundo del
trabajo como a los grandes ritos y fastos de la comunidad, que se reunía varias
veces al año para celebrar festividades en donde lo preponderante siempre fue
la música; como lo fue también esta manifestación del alma una práctica
cotidiana que lo propiciaba el ser una sociedad colectivista en el sentido de
que todo se hacía en comunidad.
Es bueno dejar anotados estos hechos, porque explican
la razón por la cual el Perú tiene una variedad tan caudalosa y brillante en
relación a la música, a la danza y a la poesía.
Caudal que nos llega por vía interna, por sustrato
biológico y por corriente sanguínea.
Torrente que hace parte de nuestra identidad profunda.
Nos lo trasmiten los haravicus incaicos como también recibimos el aporte de los
trovadores y juglares occidentales, desde donde recogemos una tradición a su
vez honda, intensa y apasionada.
3. Fiesta
del alma
Afiancemos esta raigambre que en el fondo quien lo
anima y alienta es el afecto y fundamentalmente la égida del amor en nuestras
vidas.
Porque ello es lo que sentimos cuando se canta una
canción andina o criolla.
Amor que ni siquiera a veces lo podemos presentir. Y
que no sabemos cómo nace y cómo se da.
Quereres y devociones que hace que todas nuestras
preferencias sean en razón de aquel mundo interior transido y esperanzado.
Amor que es lo que nos hace reír o llorar. Y nos
mantiene invictos pese a las adversidades
En este sentido, hay la apariencia de que somos
apesadumbrados. Yo diría que, ¡no señor! Somos intensamente sensibles y, en tal
dimensión, felices.
Porque el nuestro es un mundo de fiesta del espíritu,
de alegría, de solidaridad y ternura.
4. Músico
de poyo
Incluso, esta rara melancolía que nos subyuga, y con
la cual cantamos, es una emoción poderosa, henchida y formidable, propia de un
pueblo glorioso.
Y también de sufrimiento, por los ideales sociales aún
no cumplidos.
Ahora que la globalización nos golpea con todas sus
armas no abandonemos este patrimonio para hacerle frente, como es la música.
Quizá en ningún otro campo haya que recuperar y
resistir tanto como en este del arte y la cultura.
En mi caso, la canción andina y criolla –y aquí recién
lo criollo en el ámbito de la música se hace entrañable– estuvo ligado a mi
casa de infancia.
Entonces permítanme para graficar esta instancia
algunas imágenes, recordando a un personaje inolvidable para mí como es mi
padre: Danilo Sánchez Gamboa.
Quien fue músico intenso, aunque casero; de poyo y
muro soledoso. Quien tocaba hechizado, con los ojos perdidos en no sé qué
lejanías, irrealidades y secretos.
5. Cuerdas
gemebundas
Integró casi niño la Filarmónica Leandro Albiña de mi
aldea, compuesta de más de treinta músicos que tocaban bandurrias, guitarras,
mandolinas y diversos instrumentos de percusión. Después él por su propia
cuenta fundó la orquesta musical a la cual dio por nombre “Ollantay”, en la
cual trinaban los instrumentos de cuerdas y la infaltable batería o jazz band,
compuesta de bombo, tarola y platillos.
Este último equipo fue un obsequio que hizo llegar
hasta nuestra casa don Gustavo Pinillos Hoyle, administrador de la hacienda
Calipuy, conmovido y emocionado de haber escuchado entonar en violines,
mandolinas y guitarras de la orquesta, el fox incaico: “El cóndor pasa”.
Mi hermano Juvenal desde muy niño fue el amo y señor
de ese equipo ubicado en un rincón de la sala de nuestra casa, en torno al cual
los otros instrumentos atronaban con sus cuerdas a veces ilusas, otras
doloridas y otras tanteas sollozantes y hasta gemebundas. La orquesta, en gran
parte, estaba integrada por miembros del magisterio de Santiago de Chuco,
colegas de mi padre.
6. Evocar
lo entrañable
Por eso, el 25 de julio del año 2011, al viajar para
la Fiesta del Apóstol Santiago de mi pueblo, invité al connotado músico Víctor
Merino a conocer la tierra del poeta César Vallejo en su Feria Patronal.
Lo hice en gratitud por haber musicalizado cerca de 14
composiciones de nuestro poeta universal. Allí nos reunimos en mi casa de
infancia un grupo de amigos, para hacer música e inaugurar el certamen que
hemos denominado “Música bajo el alero”.
En donde volvemos a escuchar en la memoria las notas
conmovidas de los acordes que escuchamos de niños y bajo el mismo tejado.
entonces dejamos que el amor borbote y sobresalga,
tanto en el recuerdo, como ahora en las notas tangibles de las guitarras y
mandolinas haciendo que el conjuro se expanda.
Con todo ello tratamos de evocar lo mejor que tenemos,
nuestro cariño, la pasión por lo entrañable, haciendo música y volviendo a
cantar.
7. El aleteo
del espíritu
Lo hacemos también para recuperar el pasado que nos
ayude a ser hombres buenos, ilusionados y plenos de esperanza; y personas que
sobre todas las cosas sepan amar.
Hacemos música en la casa y en la sala en donde
ensayaba la orquesta Ollantay de mi padre, entonando canciones antiguas,
incluso del cancionero escolar.
Lo volvemos a recrear con el aire de estos y de
aquellos tiempos. Nuestras voces cada vez que lo hacemos resuenan hacia la
calle, explorando en el sentido de por qué regresamos a la tierra natal.
Y lo hacemos también porque hay muchas personas que
regresan desde lejos y muchas de ellas no saben por qué lo hacen.
Quizá saberlo no sea lo importante, pero sí sentir el
aleteo del espíritu consagrado a lo natal en nuestras vidas.
Así como otra de las razones es dar curso a la
evocación y a la nostalgia, creando un espacio para expresar esos sentimientos.
8. Carbón
encendido
Y porque hay amigos y hermanos y familiares a los
cuales seguir recordándolos y teniéndolos presentes, unidos ya para siempre a
estos muros y al aire indeleble de una casa, siendo ese el otro motivo y razón
de seguir alentando este espacio que aspira a cubrir un anhelo del alma.
Dejando que el amor borbote y sobresalga, tanto en el
recuerdo, como ahora en las notas tangibles de las guitarras y mandolinas
haciendo que el conjuro se expanda.
Porque cantar, como se dice en la canción escolar “La
choza”, que entonamos es recordando que antes lo entonamos a pulmón lleno en el
patio de nuestra escuela, evocando:
El cielo
limpio, lleno de estrellas
desvaneciendo
la oscuridad,
cánticos
suaves, música bella
y aquí muy cerca la eternidad.
Lo hacemos en homenaje a la memoria y la tradición de
la música en nuestro pueblo. Y como celebración del amor a nuestra tierra, que
como un carbón encendido llevamos fulgurante en nuestros corazones.
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