Danilo Sánchez Lihón
Hace 10 años escribí el siguiente réquiem por la
muerte de Alfonso Alcántara Ferreyros, y ahora lo publico para rendirle merecida
memoria y con él a todas aquellas personas de cuyo ejemplo no debemos
olvidarnos jamás.
1. Acudía
a todo llamado
Alfonso Alcántara Ferreyros ha muerto. ¡Qué dura,
lacónica y brutal puede resultar la muerte cuando ella se cierne sobre un ser
límpido y en plena tarea de hacerle frente a los males del mundo!
Qué anonadados puede dejarnos el adiós de un hombre
que le ponía nobleza, coraje y pundonor a los hechos de la vida.
¿Qué burla más atroz puede ser capaz de gesticular el
destino, cuando sólo ayer compartíamos sueños, ideales y promesas? ¡Qué difícil
resulta aceptar entonces y no rebelarse! ¡No reprochar y no culparse! ¡Qué
difícil resulta entender!
¿Hay algo que conmueva, sorprenda y duela más que la
muerte de un ser valioso y necesario para aliviar olvidos, desamparos y
carencias? ¿Y corregir en algo lo indolente, lo corrupto y lo cruel?
¿Que la muerte se abata sobre alguien empeñado en devolver salud a lo que está
dañado? ¿Qué a una persona así se le quite y corte incluso el aliento?
¿Hay algo que subleve tanto como ver que quien brega a
favor del bien sea quebrado de modo intempestivo? ¿Qué aquel que debiera vivir
para siempre sea interrumpido abruptamente y a mansalva? Porque, quien ha
muerto era un hombre que sólo sabía ser útil, unir, favorecer a quien lo
necesitara.
Acudía a todo llamado en donde hubiera algo que
construir. Se hacía cargo de la tarea más ardua y hasta amarga, haciendo
sencillo lo complicado, amable lo ingrato, favorable lo adverso, desvelándose
porque la gente fuera feliz y trabajaba hasta para que los otros se divirtieran.
2. Para lo bueno
él estaba allí
Amaba entrañablemente a su pueblo natal y quería su
desarrollo a como dé lugar, si es posible mendigando; para lo cual tocaba todo
portón donde viviera un santiaguino rico y con dinero, allí estaba:
– ¿Quién es? –Respondían desde detrás de la puerta.
– Buenos días. Soy Alfonso Alcántara Ferreyros y busco
a don… –Entonces, hacia el interior de la casa se escuchaba un cuchicheo y
comentario:
– ¡Ya vino este! –Y respondía esta vez una voz de
mujer:
– ¡Pero él no está! ¡Ha salido!
– Ofreció una donación de cinco bolsas de cemento para
el Coliseo. ¿No habrá dejado encargado?
– No. No ha dejado nada. ¡Y él no está!
– Pero quiero entregarle unos volantes de la actividad
que estamos haciendo.
– Déjelo debajo de la puerta. –Y ya después que veían
que se alejaba, entre ellos comentaban:
– ¿Por qué un General de la Policía tiene que ser un
pordiosero? ¡Y siempre que venga y sin preguntarme díganle que no estoy!
De todo lo recogido y donado rendía cuenta
escrupulosa. Pero nunca allí ponía sus propios gastos. Y pedía colaboración a
fin de culminar siempre una obra de bien social: una loza deportiva, el altar
de la iglesia, llenar de libros una biblioteca, organizar un festival de
marinera andina, poner en marcha un servicio de cómputo, atender a una
delegación artística, cultural o científica que visitaba el pueblo. Para todo
lo bueno él estaba allí.
3. Mucho
qué hacer
Heredó las manos laboriosas de su madre que tuvo que
trabajar con ahínco y sacrificio para sostenerlo en la vida. Y él correspondió
siendo desde niño un ser noble, pulcro y servicial; quien ganaba inmediatamente
el cariño de la gente porque era honesto entre los honestos, puro entre los
puros, grato y gentil con toda la gente.
Era el más inhiesto de los eucaliptos, alisos y
naranjos de nuestro pueblo; fragante y generoso; de cuyos labios jamás escuché una
palabra de reproche, de acusación o condena que zahiriera a una persona;
dejándonos para siempre una lección de decoro, de respeto y de humildad; en
este caso, y debido a su ausencia, de dolorida y sollozante desilusión.
Por él Santiago de Chuco hasta en sus días de fiesta
estará de luto, acurrucado y tiritando de frío, de tristeza y dolor; temblando
de angustia y desolación. Por él una pena inmensa velará en sus calles y para
siempre. El cielo tachonado de estrellas vestirá de negro porque está de duelo.
Se llamará a una y otra puerta, y no habrá nadie quien responda, porque ha
muerto el hijo bien amado.
Desde entonces lo extrañan los tejados que gotean
lágrimas de llanto, lo echan de menos los acordeones lastimeros y las guitarras
ululantes.
Sienten pena de que ya no está los muros entumecidos y
cada vez más cimbrados de las casas nuevas y vetustas. Las calles en sus
esquinas están llenas de espanto y horror por lo acontecido. ¡Y cómo se hace
intensa y sangrante ahora la sombra en las madrugadas insomnes!
Porque su muerte es una tragedia que nos acongoja el
alma. Ante la cual ¡qué pobres y pequeños nos sentimos, por ser tan alto el
valor de quien se ha ido!, por ser tan necesaria su presencia; porque hay mucho
qué hacer, ordenar, edificar, componer. ¡Y él hará una falta inmensa en esta
tarea!
4. Obras
son amores
Alfonso Alcántara Ferreyros amó a su pueblo de origen
y fondo como es Santiago de Chuco; y lo hizo con amor medular pero a la vez
edificante, constructivo y laborioso, que lo condujo a afanarse cada día de su
vida en cómo mejorarlo.
Era un hombre límpido, cordial y de servicio; comedido
para con los demás, como lo es todo buen policía, ¡y él cumplió ese rol con
autenticidad! Custodios del orden en quienes es ejemplar el sacrificio, el
honor, y la devoción por el Perú, por el cual velan en sus aspectos más
críticos y dolorosos.
Invertía tiempo, salud y recursos en gestionar también
lo que el gobierno está en la obligación de hacer en obras de desarrollo:
– El expediente todavía no ha pasado. Vuelva otro día.
O mejor, llame por teléfono.
Pero tratando de precisar el sentido profundo de su
quehacer y el centro de su mensaje, encontramos que la clave en él era el amor
fervoroso por su pueblo natal, que es lo que explica todo su heroísmo; pero que
él sintió, lo expresó en obras y evidenció en hechos a favor de su comunidad,
asunto que lo hace un ser trascendente.
Para lo cual emprendió obras de bien social y
colectivo como la Losa Deportiva Multiuso del Coliseo, que dejó concluida; la
institución benéfica que abriera y funcionara en la casa Ferrer; la
organización del Festival de Música Andina y Latinoamericana; el Concurso
Santiaguino de Marinera.
Y los múltiples afanes que dedicó al movimiento
cultural Capulí, Vallejo y su Tierra y a las mayordomías de la Fiesta del
Patrón Santiago que él presidió desde la base de Santiago de Chuco.
5. A tal señor
tal honor
Amor a la tierra natal es lo que tuvo Alfonso
Alcántara Ferreyros en sus raíces, en sus venas y en sus nervios. Amor a la
tierra natal que es el verdadero amor a Dios: ¡Alfonso hizo mejoras importantes
en la Iglesia Matriz y fue un cristiano cabal!
Amor a la tierra natal que se orienta hacia los niños:
¡Alfonso impulsaba el funcionamiento de una biblioteca infantil!
Amor a la tierra natal que se adhiere a la gente
trabajadora, esforzada y plena de esperanza.
De allí que el emblema de la campaña de Alfonso por el
desarrollo de Santiago de Chuco, era un labriego junto a su esposa arando y
sembrando la tierra detrás de una yunta de bueyes.
Y son muchas las obras que Alfonso Alcántara realizó,
muchas otras que su sensible fallecimiento deja truncas. Y otras que su
prematura muerte nos privó del beneficio de ser iniciadas, aunque los proyectos
están elaborados, como el Mini-Coliseo del Barrio San Cristóbal cuya ubicación
ya está trazada.
Ese amor a lo rústico y a lo inefable lo tuvo Alfonso,
igual que lo tuvieron César Vallejo, Artemio Zavala y Carlos Miñano Mendocilla;
o bien: Luis de la Puente, Felipe y
Abraham Arias Larreta, Santiago y Julio Pereda Hidalgo.
Y tantos otros hombres ilustres y ciudadanos preclaros
que han hecho la grandeza de Santiago de Chuco y del Perú, lista de honor a la
cual es ineludible agregar el nombre de Alfonso Alcántara Ferreyros por ser el
combatiente de lo que es el Servicio Cívico de la Nación; y porque ¡a tal señor
tal honor!
6. Vendaval
e himno
¡Y a ti te hablo Alfonso!:
Dinos ahora: ¿cómo hacer para que esta desgracia en algo
se alivie? ¿Cómo hacer para que tu muerte no sea en vano? Y, ¿cómo hacer para
que tu partida se alivie de tanto pesar y quebranto?
¡Eso es!
Haciendo que nunca desaparezcan las huellas que nos
dejaste, ni tu virtud ni tu esencia; haciendo que tu semilla fructifique en
tierra fértil.
Diciendo en alta voz cómo eras para que siempre recordemos
y sigamos en algo tu ejemplo, cumpliendo en hacer las obras en las cuales te
empeñaste.
Que nuestra consigna sea vincularte al sol que amanece
radiante en lo alto de las montañas, porque tú salías a esperar al sol en los
caminos.
Que estés presente en el saludo de la gente sencilla,
en la voz amistosa de hermanos y hermanas que se llaman de ventana a ventana;
en los corredores y los balcones donde se sueña y se canta.
Que tu nombre a partir de ahora signifique esperanza,
temple y bravura; y que estés unido como un clamor a las obras pendientes por
hacer, con ímpetu y arrojo.
En esta hora aciaga, juremos hacernos fuertes,
solidarios e invencibles. Y pronunciemos tu nombre en nuestras proclamas y
consignas. ¡Que tú estés presente cuando de dar ánimo se trate!
Que nos inspires a seguir adelante. Y que en vez de
luto por ti mañana se levante más iluminado el día, porque pasaste a ser alas,
vendaval, ¡e himno!
7. ¡Ungidle
de gloria!
Que les enseñemos tu nombre a los niños, diciéndoles
que existió un joven que por sí solo se hizo gigante. Que toda su vida la
consagró a que su pueblo fuera un lugar bello, en donde de cada pilar pendiera
una maceta de flores. Que en todo momento se realicen en él acciones preclaras,
en donde todos fuéramos amigables y dignos hermanos.
Les diremos que invoquen tu nombre cuando les toque
esforzarse en hacer algo grande, difícil y significativo. Enseñémosles a
imaginarte y encontrarte en el alba.
Y, ¡a ustedes, niños, me dirijo!
Para decirles: ponedle el nombre de Alfonso a las
espigas, a las ramas de los árboles donde hay frutos y hay nidos; y a las aves
que en ellas se cobijan. Llamadle con su nombre a todos los puentes, canales y
acequias que conducen las aguas de los ríos. Ponedle su nombre a todos los
caminos, los arroyos y los bosques.
Que todos los niños se llamen Alfonso. Que todas las
escuelas lleven un escudo visible de honor y coraje en su nombre, porque si en
el Evangelio se habla de hombres “limpios de corazón” yo puedo atestiguarles
haber conocido a uno de ellos: ¡Alfonso!
Y porque hoy Dios al verlo ingresar en su reino le ha
reconocido diciéndole: “Has sido legítimo
en todo, hijo mío, has combatido bien; has sido fiel contigo, tu familia y tu
pueblo. Y te he traído para que se den cuenta y
te extrañen; y por ser nítido tu ejemplo para que surjan otros hombres
buenos como tú”. Y dirigiéndose a sus ángeles les ha ordenado: ¡Ungidle de esplendor y de gloria!
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CONVOCATORIA
HOMENAJE
MUNDIAL
A LOS 50 AÑOS
DE SU INMOLACIÓN: