LA SOLITARIA BARCA DE LA
ANCIANDAD DE LA DIASPORA
Los hijos, hechos adultos, o, son amigos
o, son parientes.
De los amigos, se espera
solidaridad,
de los parientes, a
veces, lástima.
La edad es niebla que trepa bríos metálicos
campana enmudecida
de ritmos inquietantes.
¿Quié no se inquieta
del silencio de las campanas
ante el anuncio de
ausencias
que pastan plañidos
de sueños repentinos?
No hay espectáculo bíblicamente
triste
que ver a padres, en los
crepúsculos de sus años,
humillados ante
hijos que fueron criados con amor.
Es triste ver a sembradores,
terminar sentados
sobre rastrojos y flechas rotas
ocultándose del sol
que dibujó espaldas
que redondearon panes
que alimentó a hijos
aun no eran parientes.
Pero el guerrero
entiende que si no tiene vaso,
debe beber el agua de
la dignidad
en los cuencos de
su soledad,
como canto de adiós
de este mundo,
como un día hizo al
Perú, para darle luz y camino
a hijos que ignoran
el dolor de ganar el dólar
que protegió sus infancias
seguras.
Y se irá cantando. Saludando
el amor que un día,
le hizo padre de
hijos que, para ser hijos
tendrán que ser padres de hijos ingratos.
Nadie aprende en
cabeza ajena, sino, en su propio dolor.
Hay alegrías que
muerden su réquiem por el llanto
Y son palomas como arpas
astrales
tendidas entre la nostalgia y la esperanza
que, en la
ancianidad, es utopía mojando hostias
en promesas lejanas.
La tristeza del anciano
con hijos-parientes,
es cauce detenido
en la vorágine de los murmullos
que le obligan a visitar
todos los días,
al buzón de cartas que
no recibe cartas
nadie escribe.
La tristeza del anciano
de la diáspora,
con hijos-parientes,
son murmullos de lágrimas arañando sombras,
ecos de ríos
espejando la edad de labios
que enmarcaron
nombres que, a lo mejor,
tenían brillos
de ternura de diminutivos.
¿Qué padre no tiene
un diminutivo para un hijo
como evidencia de amor?
Los viejos padres,
con hijos -parientes
Entretejen sus
nudosos dedos con el nombre
de la mujer que le
hizo padre..
Miran el cielo y la
ribera de sus frutos
Frenan la emoción
de una ironía,
descubren que la
paciencia no es resignación,
sino, siembra
viajera o raíz de vuelos como antenas
descifrando la
fuerza de los árboles
hecha de latidos de
la tierra, el agua,
la luz y aire con
que levita Dios.
Los ancianos
solitarios,
que saben la
diferencia entre hijos amigos e hijos parientes,
saben también preparar
la resistencia
de los velámenes de
las tristezas
y sus embestidas
amorosas
y terminan apagando
con sonrisa serena
el fragor
hirviente de las ingratitudes.
Los ancianos
solitarios,
saben que las
inclemencias del destino sin brújulas,
encuentran sus
agujas redentoras en la estoica dignidad.
Y esperan el beso postrero
de la vida,
para entregarle los
navíos con quillas engrasadas
con el espectáculo
musical de los peces
como diminutas
campanadas del misterio de la muerte
que es un saludo de
luz
como sombrero que
vibra con el albedrío de su peso misterioso.
Régulo Villarreal Dolores
C.19 octubre 2015
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