Por Carlos Garrido Chalén
En
“El Gran Arcano del Ocultismo revelado”, el Abate Alfonso Luis
Constant, expresa que “los hombres que aún no conocen el imperio supremo
de la razón, la confunden con el raciocinio particular y casi siempre
erróneo de cada uno. El señor de la Palice les diría: “quien se engaña
no tiene razón, siendo la razón, precisamente, lo contrario de nuestros
errores”. Los individuos y las masas a quienes la razón no gobierna, son
esclavos de la fatalidad, la cual rige la opinión que es, a su vez,
reina del mundo. Los hombres quieren ser dominados, aturdidos,
arrastrados. Las grandes pasiones les parecen más bellas que las
virtudes, y aquellos a quienes llaman grandes hombres suelen ser, las
más de las veces, grandes insensatos. El cinismo de Diógenes les agrada
como el charlatanismo de Empédocles. A nadie admirarían tanto como a
Ajax y Capaneda, si Polyeucto no fuese más furioso aún. Píramo y Tisbe,
que se matan, son los modelos de los amantes.
Para Constant, “el autor de una paradoja siempre tiene la certeza de adquirir renombre. Y por más que lo condenen al olvido, por despecho o por envidia, el nombre de Erostrato encarna tanta belleza demencial, que supera a su ira y se impone eternamente a su recuerdo. Los locos son, pues, magnetizadores o más bien fascinadores, y eso es lo que torna contagiosa la locura. Por no saber medir lo que es grande la gente se apasiona frente a lo extraño. Las criaturas que aún no pueden andar, quieren que la gente las tome en brazos y las lleve de paseo. Nadie ama tanto la turbulencia como el impotente. Es la incapacidad del goce lo que engendra los Tiberios y las Mesalinas. El pillo de París quería ser Cartouche en el paraíso de las calles arboladas y reía de corazón al ver ridiculizar a Telémaco”.
El escritor peruano Carlos Humberto García Curay, en su ensayo novelado titulado “Núcleo de huracán”, entra a la locura sabia que encandiló a Liberato Cirilo Távara Kusy, - un sujeto que él mismo construyó con auto partes inventadas para reflexionar acerca de los grandes males de la humanidad - y a la del propio Constant, que desenmascaró la hipocresía de los filosofastros de antigüo, para proponernos con un lenguaje nuevo, atomizado por la necesidad de desentrañar el misterio del cosmos, pero más que eso de la naturaleza humana, un raciocinio particular para definir la razón, o una razón para entender el significado de la vida y de la muerte.
García Curay, fortificado en la escuela del budismo de Nichiren Daishonin de la Soka Gakkai Internacional, que lidera Daisaku Ikeda, se propone desquiciar al lector, fabricando para su formateo existencial, una locura maravillosa, en el entendido de que ella no es la que borra y anatemiza el recuerdo de los esquizofrénicos, sino la pala salvadora, el boomerang redentor de las grandes causas humanas trascendentes. Y entonces entra a mirarse en su propia locura para, en ese extravío, catapultar a las hormigas a la categoría de seres con memoria e inteligencia, sabias en su razonamiento, capaces de calificar el rol destructor del ser humano en todos los tiempos de la humanidad y de compararse con él, para cuestionar el rol de los dioses y la autenticidad de la verdad absoluta.
Como alter ego de su animismo entrañable, el filósofo, dota a esos insectos himenópteros sociales, que han desarrollado extraordinarias relaciones de interdependencia propias de las comunidades animales numerosas, de la posibilidad de hablar y de entender los grandes desafíos y realidades existenciales del hombre. Y es con esa voz, con ese entender razonable, que entran también en la locura sabia y palangana de discernir sobre el avatar y la conjetura, que agobia todas las cosas que se mueven y también las inanimadas.
Carlos Humberto García Curay, entra a la polimórfica dimensión de un hormiguero, para – no obstante ser el director de la orquesta por él instituida – convertirse en un espectador maravillado de lo que, hormigas reinas y o hembras estériles, hormigas esclavistas, soldados y hormigas depredadoras, traman, como si estuvieran en franca preparación para enfrentar sin mucha gloria a los “intrusos” humanos, todo un vademécum de conceptos, que invaden con audacia, el territorio sin maledicencias, ni obvias jactancias, de la nueva filosofía.
En ese mundo en que por trofolaxia, las hormigas intercambian equitativamente alimentos y conceptos, el autor – por boca de por lo menos siete insectos parlantes que polemizan sobre temas de gran repercusión moral- se deja abordar y desbordar, para entender “la anhelada iluminación del ser”, la fe religiosa y la fe agnóstica, la trasmigración, la concepción búdica sobre la absoluta condición humana y su teoría de los diez mundos y el suicidio y sus razones.
En su vasta temática - que Carlos Humberto García Curay ordena adrede con su casta de loco y gran desordenador- , llega a tratar temas tan disímiles como el suicidio de Ernest Hemingway y José María Arguedas e incluso sobre la invasión española y la experiencia de una agrupación peruana denominada “Willka Wasi” (Casa sagrada), en la que su Presidente el Amautha Tahuiro, heredero y descendiente directo del Willacoq Inka, sostiene que la vida continúa después de la muerte, conforme a la sabiduría ancestral de nuestros aborígenes.
En sus arrebatos de comején, de hormiga implícita, el autor oficia de promotor de tempestades para fundamentar y cuestionar – a través de la urgencia visceral de los insectos parlantes, a los que ha elevado previamente y sin su consentimiento, a la categoría de “razonables” - la desmedida ambición humana y la falta de eficacia de los movimientos religiosos y políticos del mundo.
En el forcep instromentorum de su loca plusvalía, para sacar cachita a sus gratuitos enemigos, García Curay, mete en un solo saco – como para que no se le escapen de su vorágine de gran acaparador de tempestades a la que se ha metido - su interpretación sobre las ideas de Heráclito, Descartes, Marx y Thomas Hobbes, la existencia de extra terrestres, el terrorismo y la narco dependencia política, el conflicto de los científicos para perpetuarse eternamente, el tema de la paz y el racismo absurdo y el final de la humanidad, terminando con hablar de poesía y hacer una propuesta para otorgar un Premio Nobel póstumo al vate universal César Vallejo.
Estamos sin duda ante una obra que experimenta con sus propios conceptos, y los trata de definir como válidos, para justificarse a sí mismo. Pero que a la vez, es una entrega multiforme de importante valor moral y educativo, para que todo aquel que quiera interiorizarse en el conocimiento de las cosas existentes, tenga un punto de apoyo para definir la vida.
En ese aproximarse al abismo de las coherencias y las incoherencias fútiles, Carlos Humberto García Curay se arma de valor y juega a carpintero, para construir desde su fulguración de escritor y de loco apasionado de la verdad que esgrime para desquiciar a la noche y la estulticia, el mobiliario fundamental de una filosofía, que en el ocio o en el trabajo a puño limpio, con razón o sin razón, hará hablar, incluso a las hormigas.
Para Constant, “el autor de una paradoja siempre tiene la certeza de adquirir renombre. Y por más que lo condenen al olvido, por despecho o por envidia, el nombre de Erostrato encarna tanta belleza demencial, que supera a su ira y se impone eternamente a su recuerdo. Los locos son, pues, magnetizadores o más bien fascinadores, y eso es lo que torna contagiosa la locura. Por no saber medir lo que es grande la gente se apasiona frente a lo extraño. Las criaturas que aún no pueden andar, quieren que la gente las tome en brazos y las lleve de paseo. Nadie ama tanto la turbulencia como el impotente. Es la incapacidad del goce lo que engendra los Tiberios y las Mesalinas. El pillo de París quería ser Cartouche en el paraíso de las calles arboladas y reía de corazón al ver ridiculizar a Telémaco”.
El escritor peruano Carlos Humberto García Curay, en su ensayo novelado titulado “Núcleo de huracán”, entra a la locura sabia que encandiló a Liberato Cirilo Távara Kusy, - un sujeto que él mismo construyó con auto partes inventadas para reflexionar acerca de los grandes males de la humanidad - y a la del propio Constant, que desenmascaró la hipocresía de los filosofastros de antigüo, para proponernos con un lenguaje nuevo, atomizado por la necesidad de desentrañar el misterio del cosmos, pero más que eso de la naturaleza humana, un raciocinio particular para definir la razón, o una razón para entender el significado de la vida y de la muerte.
García Curay, fortificado en la escuela del budismo de Nichiren Daishonin de la Soka Gakkai Internacional, que lidera Daisaku Ikeda, se propone desquiciar al lector, fabricando para su formateo existencial, una locura maravillosa, en el entendido de que ella no es la que borra y anatemiza el recuerdo de los esquizofrénicos, sino la pala salvadora, el boomerang redentor de las grandes causas humanas trascendentes. Y entonces entra a mirarse en su propia locura para, en ese extravío, catapultar a las hormigas a la categoría de seres con memoria e inteligencia, sabias en su razonamiento, capaces de calificar el rol destructor del ser humano en todos los tiempos de la humanidad y de compararse con él, para cuestionar el rol de los dioses y la autenticidad de la verdad absoluta.
Como alter ego de su animismo entrañable, el filósofo, dota a esos insectos himenópteros sociales, que han desarrollado extraordinarias relaciones de interdependencia propias de las comunidades animales numerosas, de la posibilidad de hablar y de entender los grandes desafíos y realidades existenciales del hombre. Y es con esa voz, con ese entender razonable, que entran también en la locura sabia y palangana de discernir sobre el avatar y la conjetura, que agobia todas las cosas que se mueven y también las inanimadas.
Carlos Humberto García Curay, entra a la polimórfica dimensión de un hormiguero, para – no obstante ser el director de la orquesta por él instituida – convertirse en un espectador maravillado de lo que, hormigas reinas y o hembras estériles, hormigas esclavistas, soldados y hormigas depredadoras, traman, como si estuvieran en franca preparación para enfrentar sin mucha gloria a los “intrusos” humanos, todo un vademécum de conceptos, que invaden con audacia, el territorio sin maledicencias, ni obvias jactancias, de la nueva filosofía.
En ese mundo en que por trofolaxia, las hormigas intercambian equitativamente alimentos y conceptos, el autor – por boca de por lo menos siete insectos parlantes que polemizan sobre temas de gran repercusión moral- se deja abordar y desbordar, para entender “la anhelada iluminación del ser”, la fe religiosa y la fe agnóstica, la trasmigración, la concepción búdica sobre la absoluta condición humana y su teoría de los diez mundos y el suicidio y sus razones.
En su vasta temática - que Carlos Humberto García Curay ordena adrede con su casta de loco y gran desordenador- , llega a tratar temas tan disímiles como el suicidio de Ernest Hemingway y José María Arguedas e incluso sobre la invasión española y la experiencia de una agrupación peruana denominada “Willka Wasi” (Casa sagrada), en la que su Presidente el Amautha Tahuiro, heredero y descendiente directo del Willacoq Inka, sostiene que la vida continúa después de la muerte, conforme a la sabiduría ancestral de nuestros aborígenes.
En sus arrebatos de comején, de hormiga implícita, el autor oficia de promotor de tempestades para fundamentar y cuestionar – a través de la urgencia visceral de los insectos parlantes, a los que ha elevado previamente y sin su consentimiento, a la categoría de “razonables” - la desmedida ambición humana y la falta de eficacia de los movimientos religiosos y políticos del mundo.
En el forcep instromentorum de su loca plusvalía, para sacar cachita a sus gratuitos enemigos, García Curay, mete en un solo saco – como para que no se le escapen de su vorágine de gran acaparador de tempestades a la que se ha metido - su interpretación sobre las ideas de Heráclito, Descartes, Marx y Thomas Hobbes, la existencia de extra terrestres, el terrorismo y la narco dependencia política, el conflicto de los científicos para perpetuarse eternamente, el tema de la paz y el racismo absurdo y el final de la humanidad, terminando con hablar de poesía y hacer una propuesta para otorgar un Premio Nobel póstumo al vate universal César Vallejo.
Estamos sin duda ante una obra que experimenta con sus propios conceptos, y los trata de definir como válidos, para justificarse a sí mismo. Pero que a la vez, es una entrega multiforme de importante valor moral y educativo, para que todo aquel que quiera interiorizarse en el conocimiento de las cosas existentes, tenga un punto de apoyo para definir la vida.
En ese aproximarse al abismo de las coherencias y las incoherencias fútiles, Carlos Humberto García Curay se arma de valor y juega a carpintero, para construir desde su fulguración de escritor y de loco apasionado de la verdad que esgrime para desquiciar a la noche y la estulticia, el mobiliario fundamental de una filosofía, que en el ocio o en el trabajo a puño limpio, con razón o sin razón, hará hablar, incluso a las hormigas.
Fuente:
Carlos Garrido Chalén
Carlos Garrido Chalén
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Presidente Ejecutivo Fundador de la UHE
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Premio Mundial de Literatura "Andrés Bello" de VenezuelaCARLOS HUMBERTO GARCÍA CURAY: LA FRANCA ALEVOSÍA DE UN ACAPARADOR DE TEMPESTADES