Danilo Sánchez Lihón
1. Muchos
niños
Uno
de los pasajes más conmovedoras de la obra de José Mauro de Vasconcelos
“Mi planta de naranja lima”, es cuando Zezé pone sus zapatos en la
ventana la Noche Buena para ver si le toca en suerte algún regalo, pese a
la protesta de Totoca, quien trata de explicarle razones para que no lo
haga, pero terco como es él insiste en poner sus zapatos.
Cuando
va a ver al otro día, como era de suponerse no hay nada. Y él sin darse
cuenta que su padre está detrás de él dice: “¡Qué desgracia tener un
padre pobre!”
Las
hermanas lo maldicen, siente que ha sido cruel, que ha herido y
lastimado profundamente a su padre, a quien quiere. Y, anhelando reparar
su falta coge su caja de lustrar zapatos con la intención de ganarse
unas monedas y comprarle un presente a su padre, pero nadie se lustra
los zapatos en Navidad.
Consigue
como sea una cajetilla de cigarrillos y la trae. Llega con ella, ve
cómo ofrecérsela a quien le diera la vida, a quien encuentra solo en su
casa. Lo abraza y la entrega. Su padre hace el esfuerzo para no
quebrarse y Zezé se desmaya. Así, hay muchos niños como él que no han
recibido juguetes ni regalos en la Navidad.
2. Cada
día
Yo
fui uno de ellos. No los recibí. Pero fue por otras razones. Fue porque
mi padre era maestro de escuela y la atención que dedicó a sus hijos
era esmerada hasta el punto de consagrarse totalmente a nuestra crianza y
formación. Fue por esta última razón que nunca nos compró un regalo de
Navidad, queriendo dejarnos con ello un mensaje. También porque teníamos
juguetes que él nos hacía durante todo el año, que compartíamos con los
que hacía junto con sus alumnos en la escuela.
Tanto
me ha marcado este hecho que ahora mido la realización de mi padre en
el campo de la educación en relación a este asunto sencillo, que lo
valoro y sopeso en su real dimensión, detalle difícil porque constituye
un enfrentamiento con el mundo y un resistir la avalancha del consumismo
voraz que arrastra y que ciega; y que para desafiarlo como él lo hizo
se requiere de mucho aplomo y coraje.
Sin
embargo, este hecho de cuando yo era niño, de no tener un juguete en la
Navidad digo que no me causaba "mayor" mella, porque me era muy
evidente reconocer la dedicación que ponían mis padres en aspectos que a
esa edad reconocía como fundamentales. Juntos, padre y madre, nos
hicieron entender a sus hijos que el verdadero regalo era el cariño y el
desvelo que ellos tenían respecto a nosotros cada día y cada hora del
año. Y en cada instante de nuestras vidas.
3. Hechos
así
Sin
embargo, quiero aquí confesar que me costó mucho no lucir uno de esos
juguetes en el amanecer del día 25, y en los días subsiguientes ante los
demás niños del vecindario.
Por
eso he dicho que no me causaba "mayor" estrago ni frustración, pese a
nuestra tremenda armadura para ofrecer resistencia ante el embate de la
carencia y desolación que ello causaba. Y era fuerte la sensación en ese
momento de no tener nada qué lucir.
Pese a ese escudo protector sentía el golpe demoledor y cuál era estar expuesto, desvalido y vulnerable ante los demás niños.
Por
eso pienso: ¿cómo será el desamparo de aquellos niños que no tienen ni
juguetes ni padres dedicados, cariñosos y pendientes que los fortalezcan
ante esa situación?
Porque
ante hechos así entre los niños cabe suponer: ¿cómo se sentirán los que
no recibieron nada? Y, mucho peor, ante los que sí relucen regalos
fascinantes. Y regalo fascinante resulta cualquier cachivache ante un
niño que se siente desfavorecido.
4. Al otro
día
Y, ¿cómo mirarán a los otros que lo ostentan y se ufanan? Este trance no será fácil de vivir y superar.
Se preguntarán: ¿Y a mí por qué no me tocó? ¿Cuál es la situación de mis padres? ¿Cómo son ellos? ¿Me quieren o no?
O,
¿por qué yo tengo que ser la oveja negra siempre excluida? ¿Por qué me
tocó una suerte así? Maldecirán y se desaprobarán a sí mismos. Y
condenarán a los demás.
Desde
una situación así, como antecedente, ¿qué cabe esperar entonces de
aquellos socialmente excluidos? ¿Qué contribuyan a edificar en algo este
orden de cosas establecido?
Situaciones
parecidas y peores aún ocurren en niños que no tienen ni siquiera
padres que les puedan alcanzar una palabra reconfortante o de consuelo.
Ocurre
así con aquellos que ni siquiera ya ponen su zapato en la ventana,
porque no quieren volver a repetir la experiencia de la desilusión de al
otro día no encontrar nada.
5. el
mío
Y,
siendo de este modo, la caída en seco al vacío es pavorosa y atroz, que
tendrá sus consecuencias después en los años futuros, cuando tratemos
de explicarnos: ¿por qué tanto lastre e inercia? ¡Y tanto fracaso! ¿por
qué tanta pugna, reyerta y ferocidad?
Ocurre
así, de cierto, porque los días de la Navidad y posteriores a ella
estuvieron frente a frente los niños que se confrontaban unos
divirtiéndose con su juguete espléndido, –el que más atrae es el juguete
caro– y el otro niño que sólo miraba jugar. Y en su alma dolida hacía
mil conjeturas y proyectaba mil revanchas por tomar.
Pero, incluso, entre los favorecidos, las disputas son frecuentes e inevitables:
– El mío es de rayos láser y a control remoto.
– El mío es importado. Me lo ha enviado mi mamá desde los Estados Unidos.
El
cotejo es inevitable. Las estadísticas de niveles de poder adquisitivo
nos indican que de cien: habrá 1 niño ufano; 4 podrían estar contentos. A
25 se los verá conturbados, porque algo no encaja en el rompecabezas
que urde esta realidad.
6. Por
eso
Pero,
40 estarán irremediablemente entristecidos. Y 30 completamente
quebrados e insalvablemente afligidos, en quienes la pobreza crítica
hará mirar con horror estas fiestas aparentemente enternecedoras.
En
síntesis, los niños amargados hasta la atrocidad sumarán el 70%, sin
contar los descontentos, que son el 25%, con lo cual la suma es del 95%
de contusos y contritos, como de muertos y heridos de una batalla
inútil, absurda e infausta y de una guerra previamente perdida.
Ahora
bien. Cuando esos niños sean adultos es lógico suponer que jurarán
vengarse de este sistema de oprobio; delinquir si es posible, con tal de
resarcir algo del agravio recibido y de su infancia lastimada y
cobrarse la revancha, aunque sea a ciegas, con pistolas en mano o
cuchillos, en que se convierte el juguete que de niños no tuvieron
nunca.
O
peor aún, serán la hez purulenta de la delincuencia clandestina y
subterránea. Aquella de cuello y corbata, que asienta sus reales en los
poderes públicos: en el Congreso de la República, en los Gobiernos
Regionales, en los juzgados y en los Municipios.
¡Y miren que no son tan pocos los desfavorecidos! Por eso, seamos sensatos. ¡No es una proporción desdeñable!
7. Un mundo
compartido
Seamos
juiciosos y atinados: a los hijos que mimamos y que tanta obsesión y
chochera nos producen, cuidémosles por lo menos las espaldas para que
nadie vaya detrás a atentar contra sus vidas con un arma desenvainada.
Por
eso, el verdadero padre no es el que asegura a sus hijos haciéndolos
sujetos de privilegios, encapsulados en un individualismo malsano, sino
que verdaderos padres son los que se hacen responsables de la sociedad
en que viven, y del universo en que moran. Y que actúan desde el tiempo y
espacio que les ha tocado vivir, en su conjunto.
¿Cuál
es la solución? ¿Qué hacer? Ante el consumismo contraponer educación,
que es lo que anotábamos al principio. Porque el consumismo agosta,
quema y mutila nuestra integridad de hombres. Nos hace seres recortados,
unilaterales y parciales. Y nos ciega y anula ante nuestras
responsabilidades sociales.
Y
pensar socialmente. En celebraciones como estas reflexionar en el
destino del hombre como conjunto y en el universo como horizonte en
donde quepan y se cumplan sueños comunes y esperanzas que nos unan en un
mundo compartido.
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