ÉXODO A LAS SIETE ESTACIONES
Por: Miguel Ildefonso
Entre la vasta obra
poética de Bethoven Medina (Trujillo, 1960) encontramos los títulos “Necesario
silencio para que las hojas conversen
“(1980), “Quebradas las alas” (1983),
“Volumen de vida” (1992), “Cerrito del amanecer “(2007) y “Ulises y Taykanamo en altamar” (2012).
De este último libro mencionado, dice el poeta Roger Santiváñez en una reseña:
“aludiendo a nuestros ancestros culturales en la zona costera norte del Perú,
el poeta los vincula a los antiguos personajes de la mitología clásica
greco-romana y consigue fusionarlos en una sola experiencia poética”.
En esta nueva entrega, “Éxodo a las siete estaciones” (Ediciones de la Municipalidad
Provincial de Cajamarca, 2016), hay un afán de fusionar también, pero no con
ese sincretismo o mestizaje de culturas. La aventura que emprende el poeta en
este libro de poesía total es la de hacer una lectura universal del
conocimiento humano; es decir, el poeta se adentra en las diversas formas en
que el hombre ha sabido construir su cosmogonía, en base a la experiencia y el
saber milenario, y todo ello en función del número siete.
Si bien
para ordenar el caos, el hombre tiene que colocarse al centro de las cosas, de
las medidas y las circunstancias; el poeta, en este libro, penetra en esa
sabiduría mítica, como un Dante, y hurga en lo orgánico, en lo intangible, en
lo metafísico y en lo político, para no solo volcar su propia experiencia, sino
para comprobar que el hombre puede ser eterno en la palabra, porque
constantemente está descentrando su saber: “Saco mi corazón como lucero del
amanecer/ y me siento a conversar con él,/ como viejo conocedor de madrugadas y
caminos”, dice la voz poética en uno de estos poemas arquitectónicamente
construidos.
El libro
está compuesto de siete partes (Siete
días de la creación del universo, Siete
notas musicales, Siete días de la
semana, Siete cuerpos del hombre,
Siete palabras de Jesucristo, Siete colores el arcoíris y Siete ensayos de la realidad) con siete
poemas cada una, y además trae un anexo que nos da información sobre los
referentes utilizados. No solo el diálogo se hace con el conocimiento
universal, también con poetas, entre
nacionales y extranjeros, como: Marco Martos, Elqui Burgos, Arturo Corcuera,
José Watanabe y Antonio Cilloniz, mediante los interesantes epígrafes.
“DOMINGO Siete, y la vida
en mi carne erige y/ flamea sus medidas que cubre rosas de sonidos./ Brazos
agitan pañuelos./ Y barcos zarpan/ a islas desconocidas por brújulas y
navegantes./ Los mares reservan energía en sus ondas,/ y el día apertura los
ojos ante el Triángulo de las Bermudas”, es así que va navegando el visionario,
fluyendo los versos en la vastedad borgeana del tiempo.