Danilo Sánchez Lihón
Cuando la muerte se viene
sobre un poeta de raza,
nos nubla, nos despedaza,
nos amarga y nos detiene.
No existe poder que frene
a la Parca y a su heraldo,
pero quien tiene el respaldo
de su palabra certera
¡encontrará la manera
de vencer, como Romualdo!
José Luis Mejía
1. La vida
de un poeta
San
Juan de la Cruz al juramentar sus votos y celebrar su primera Misa ya
como miembro de la Congregación de los Carmelitas Descalzos pidió
expresamente a Dios el favor de sufrir por él y de morir abandonado como
un paria.
Un
pedido así dicho como promesa es difícil de comprender aun tratándose
de en un alma encendida de pasión por Cristo, de fervor por Dios y en la
vocación de un santo.
Sin
embargo, el poeta Alejandro Romualdo tuvo ese mismo destino y ese mismo
final dentro de un ámbito parecido como es la poesía, que es también
una religión con sus propias deidades siendo ella misma una deidad a la
cual se le consagra la vida e igual, se le pueden hacer promesas y
juramentos.
No
sabemos si Romualdo hiciera esos votos sacramentales, por lo que
resulta más sublevante aceptar esta situación, hecho palmario en la vida
de este caro poeta consagrado a la belleza y a todo lo que se aspira
como un mundo y una vida de plenitud.
Se
da el caso en él de que pese a ser poeta de multitudes, y de voz
poderosa, en quien se apoyan los astros y las constelaciones para
sentirse justos, tuvo sin embargo ese signo que pareciera nublarlo pero
que más bien lo enaltece: el de morir abandonado y como un paria.
2. Me
quedaría
SI ME QUITARAN TOTALMENTE TODO
Si me quitaran totalmente todo
si, por ejemplo, me quitaran el saludo
de los pájaros, o de los buenos días
del sol sobre la tierra
me quedaría
aún
una palabra. Aún me quedaría una palabra
donde apoyar la voz.
Si me quitaran las palabras
o la lengua
hablaría con el corazón
en la mano,
o con las manos en el corazón.
Si me quitaran una pierna
bailaría en un pie.
Si me quitaran un ojo
lloraría en uno solo.
Si me quitaran un brazo
me quedaría el otro,
para saludar a mis hermanos,
para sembrar los surcos de la tierra,
para escribir todas las playas del mundo, con tu nombre
amor mío.
3. Se sabe
poco
Y
efectivamente, fueron quitándole todo y se fue quedando solo, por
defender lo que defendía: el sentido colectivo de lo humano en el arte,
en la historia y en la vida; valores como la solidaridad humana, la
justicia y el bien sobre la faz de la tierra; y poner su brazo y su alma
en la defensa del pobre, del comunero, del desvalido.
La
suya es la poesía y la vida coherente con lo que es el Perú de a
verdad. Leal a su historia y a su geografía;, a su alma y a sus latidos;
a su circunstancia y a su porvenir. Poeta de quien podemos sentir
orgullo hondo y pleno. En quien su vida es un ejemplo de autenticidad,
lejos de los halagos, las veleidades y la fatuidad. Poeta de quien se
conoce muy poco de su vida, aparte de su apariencia hosca y huraña,
cortante y despiadada, o más escuetamente: impenetrable.
Se
sabe que nació en Trujillo el 19 de diciembre del año 1926, que no
utilizó sus apellidos para identificarse, cuales eran: Valle Palomino,
sino que le bastó con sus nombres: Alejandro Romualdo. Que no se
recuerda que hablara nunca de sus padres. Que se casó con Teresa y
viajaron juntos a España donde él estudiaría por haber ganado la beca
que otorgaba el Instituto de Cultura Hispánica. Que se mencionan dos
hijos suyos, uno de los cuales murió, Rodrigo.
4. Directo
al corazón
Se
sabía que enseñaba en la Facultad de Comunicación de la Universidad San
Martín de Porres. Se supo que a su entierro el 29 de mayo del año 2008
llegó su única hija desde el extranjero, Laura Valle.
Que
los últimos años de su vida fueron de un autoexilio total. que vivía
solo en una casa de San Isidro la misma que fuera de sus ancestros pero
que lo querían expropiar.
Que
almorzaba oscuro y desolado en un restaurante cercano. Que no concedía
entrevistas y había declinado escribir para más bien pintar. O más bien
que eso, obsesionado en encontrar un nuevo lenguaje para la pintura. Que
es saber muy poco, en realidad, para el inmenso poeta que era.
Murió
solo, sin nadie a su lado. Y pobre. Porque vivía solitario en una casa
precaria, como un lobo estepario anhelante, bajo un cielo encapotado,
sin luna hacia dónde aullar.
Y
era implacable en no hacerle caso ni aceptar ninguna mano amiga que se
le tendiera y llamara a su puerta. No atendió a ninguna. Como tampoco
aceptó ninguna sinecura, prebenda o canonjía.
Escribió:
5. A
otra cosa
Basta ya de agonía. No me importa
la soledad, la angustia ni la nada.
Estoy harto de escombros y de sombras.
Quiero salir al sol. Verle la cara
al mundo y a la vida que me toca.
quiero salir, al son de una campana
que eche a volar olivos y palomas.
Y ponerme, después, a ver qué pasa
con tanto amor. Abrir una alborada
de paz, en paz con todos los mortales.
Y penetre el amor en las entrañas
del mundo. Y hágase la luz a mares.
Déjense de sollozos y peleen
para que los señores sean hombres.
Tuérzanle el llano a la melancolía.
Llamen siempre a las cosas por sus nombres.
Avívense la vida. Dense prisa,
Esta es la realidad. Y esta es la hora
de acabar de llorar mustios collados,
campos de soledad. ¡A otra cosa!
Basta ya de gemidos. No me importa
la soledad de nadie. Tengo ganas
de ir por el sol. Y el aire de este mundo
abrir, de paz en paz, una esperanza.
6. El más
atinado
Fue
encontrado muerto el 27 de mayo del año 2008 en su casa de San Isidro
después de varios días de haber fenecido. Tenía un moretón en el rostro,
producto de la caída.
Los
médicos forenses descartaron toda sospecha de muerte violenta. Lo único
que sustentaron es el de haber muerto por un ataque fulminante al
miocardio: un relámpago lanzado directo para herirlo en el corazón, lo
que demuestra la admiración que le tenían los dioses.
Eso
sí, estaba vestido como para emprender un largo viaje, de abrigo,
guantes y chalina, por lo que se descarta que tampoco se trató en
absoluto de un suicidio.
Pero
eso sí, su cuerpo no yacía boca abajo, sino boca arriba sobre un suelo
de libros, revistas y periódicos esparcidos por todo el cuarto como para
graficar la constelación de la cual venía y a la cual se iba.
Eso
sí, su soledad, su tristeza y su miseria será un tema para muchos
debates. De apariencia dura, segura, parecía muy dueño de sí mismo, con
mucho aplomo y raigambre. Era el más seguro, el más atinado, el más
razonable de los poetas.
7. Sin
reírse
Con
una gran inteligencia acerca de la construcción del poema, tan
escrupuloso en eso que al explicar la estructura de uno de sus poemas en
una conferencia en San Marcos a la cual asistí, una alumna le preguntó
ingenuamente:
– Es usted un poeta que se inspira o un albañil.
A lo cual él respondió:
– Ambas cosas.
Sano.
Sin vicios, jamás se supo de él un solo detalle que motivara duda,
recelo o sonrisas. Jamás se dijo de él un solo rasgo descalificador. Era
parco, impenetrable que disimulada esta índole tomándole el lado
irónico de las cosas de las cuales hacía sutiles observaciones, pero sin
reírse.
Era
una roca, la saliente de un picacho nevado. Un gran baluarte, el pilar
de un puente, una viga maestra. Dentro de la morfología del lenguaje ni
era el adjetivo, ni el sustantivo ni el verbo, sino la interjección,
cortante, violento e implacable. Un poeta lucero, una luz primigenia,
una estela celeste; consagrada, además, por una vida terrena de verdad,
de sacrificio e inmolación.
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