Danilo Sánchez Lihón
Quien busca al Espíritu,
que siga el camino de los animales.
(Popol Vuh)
1. Cuidar
la casa
– ¡Se va! ¡Definitivamente se va de esta casa!
– Pero, papá, si a este perro lo hemos criado desde que era bebito.
–
Se ha perdido la barreta. Y ahora, ¿dónde está el serrucho? Se ha
perdido el pico, ¿dónde lo encuentro? Ahora busco la comba, ¡y no está!
– ¡Tienen que estar por algún sitio, papá!
–
¿Dónde? ¡Alguien entra a la casa! Y nos confiamos en el perro que no
cuida. Y un perro tiene que cuidar la casa, sino: ¿para qué sirve?
– El perro me acompaña, es mi fiel amigo, papá.
– Si no cuida la casa, seguro que a ti tampoco te está cuidando bien.
– Y, ¿adónde se va a ir?
2. Así es
la vida
– Que lo lleve Manuel. Él lo quiere. ¡Que lo lleve a la chacra de Calipuy!
– ¡Tan lejos! ¿Cómo iré a verlo?
– ¡Pero es un perro que no cuida bien la casa!
– Y, ¿por qué crees que lo quiere Manuel? Porque es un perro bueno, leal y valiente.
– ¡Pero no es útil! Se están perdiendo las herramientas de la casa.
– ¡Tienen que estar en algún sitio, papá!
– Hace días que las buscamos y no están
– ¡Papá, extrañaré mucho a Sultán!
–
Así es la vida, hijo. Cuando algo no funciona se lo deja. Tú dedícate a
estudiar. Nos están robando las herramientas y eso no está bien. Nos
atenemos a que el perro cuida la casa y no lo hace bien.
3. Se ha dormido
abrazado
Hoy día, lleno de contento Manuel se llevó al perro, amarrado del cuello y jalado con una cuerda atada a su mula.
El
perro se ha arrastrado por el suelo y a ratos tiene que rodar porque la
mula no se detiene, pese a la resistencia que él hace.
Pero esta noche Santiago siente en la madrugada que alguien rasca la puerta.
Cuando
la abre es Sultán, empapado de sudor, mojado por haber cruzado los ríos
a nado, con un pedazo de soga arrancada y atada a su cuello.
– ¡Sultán! ¡Mi querido Sultán!
Tiene el pelambre cargado de espinas, cadillo y abrojos por haber cortado camino entre los zarzales.
Santiago
a escondidas se ha dormido abrazado a su perro, quien ya sabe su
condición clandestina de expulsado de esta casa, porque no ladra ni sale
del cuarto ni hace nada que lo delate.
4. Bajo el cielo
azulado
Pero ya por la tarde llega Manuel diciendo que su pero se ha escapado y que seguramente está aquí.
Lo buscan en el cuarto de Santiago y allí lo encuentran.
Esta
vez le ata las patas delanteras, y le ata las patas traseras. Y lo
atraviesa en la mula detrás de su montura. Y carga con él de regreso a
Calipuy.
Santiago cuando llega de la escuela va directo a buscarlo y no lo encuentran. Y pregunta a su madre:
– ¿Mamá, ha venido Manuel?
– Sí.
– Y, ¿se ha llevado otra vez a Sultán?
– Sí.
Sultán ahora permanece encadenado en el campo verde y bajo el cielo azulado de Calipuy, ladrando lastimero.
5. Bajo
el techo
Santiago va a verlo cada dos o tres días. El camino a Calipuy es lejos y fragoroso.
Permanece abrazado a él y el perro llora recostado amoroso a su pecho. Hasta después que se han despedido.
Ya
en su casa Santiago revuelve las cosas buscando las herramientas de su
padre por uno y otro lado, removiendo cajones. Bajo el techo de los
terrados y detrás de todo traste que encuentra.
– ¿Dónde se han metido? ¡No están! ¿Las habrán robado?
Hasta de noche se levanta, recordando no haber buscado en uno y otro sitio.
Pero
no. No son habidas y la culpa la tiene Sultán por no cuidar la casa de
algún ladrón que se ha llevado la barreta, el serrucho, el pico y la
comba.
6. ¡Voy
a traerlo!
Pero
una noche en que permanece llorando en silencio, extrañando a su perro,
Santiago se acuerda en un relámpago de lucidez que su padre prestó las
herramientas a su compadre Baldomero.
Y entra a la habitación gritando:
– ¡Papá!
– ¡Qué pasa, hijo! ¡Qué sucede! –Se incorpora en la cama su padre, asustado.
– ¡Papá! Tú prestaste las herramientas a tu compadre Baldomero, ¿Te acuerdas?
– ¿Las presté? ¡Claro! ¡Sí! ¿Y no las ha devuelto todavía?
– ¡No, papá! ¡No las ha devuelto!
– ¡Claro, pues! Sí. Entonces, él las tiene.
– ¡Quiere decir que no es culpable Sultán, papá! ¡No es culpable!
– ¡Voy a traerlo!
5. Enjugándose
las lágrimas
Y se lanza Santiago a la carrera. No escucha las llamadas desesperadas que hacen su madre y su padre.
Y desaparece corriendo por la bajada del río Patarata. Es de noche pero conoce bien el camino.
Los gritos de su padre y de su madre ya no pueden detenerlo porque él ya está lejos y no los es.
Ha corrido sin parar hasta Calipuy, hasta llegar a casa del alpartidario Manuel.
Pero
también el perro lo ha olfateado desde lej. Y ha empezó a ladrar. Y
esta vez ha roto como sea la cadena hasta ir a su encuentro.
Y nunca más pudieron separarlos hasta que un día de Navidad Sultán murió ya de viejo.
– Así rescaté a mi perro quien vivió desde que era bebito hasta que fue viejo.
Me dice Santiago, ahora ya anciano, enjugándose los ojos de las lágrimas que le resbalan y corren por sus mejillas.
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