Danilo Sánchez Lihón
1. La buena
simiente
¿Cómo vamos a lograr superarnos y alcanzar a ser una sociedad mejor en nuestro país?
Haciendo que la buena simiente fecunde. Que vidas y obras como la de nuestros grandes maestros fructifiquen.
¿Y
cómo las haremos fructificar? Esparciendo esa semilla en el ambiente,
sacándola a la luz, poniéndola al sol y derramándola hacia los cuatro
vientos.
Esa debe ser nuestra consigna y misión constante, tenaz y obstinada.
Sin
esa tarea ineludible, perentoria y moral, no se nos está permitido
morir, ni enfermarnos, ni cansarnos, ni mucho menos distraernos,
divertirnos o dudar.
Ni
convertir la vida en desperdicio, en jarana, en baile o fiesta en donde
todo se convierte en derroche, escoria o despojos. Mucho menos morir,
sería una claudicación.
¡Esta
que sea nuestra consigna! Entonces: despertar a nuestros apus, abrir el
cofre de nuestros tesoros ocultos. Abrir el ánfora y escuchar la voz y
recoger el aliento de nuestros sabios, maestros, hombres de espíritu y
patriarcas.
2. ¿Qué
falló?
Es
hora de las voces magistrales. Es hora del aliento de las montañas. Es
hora del soplo y el hálito de nuestras cumbres tutelares y del influjo
de nuestras nieves eternas.
Porque
cuando damos nuestra adhesión a los perversos, a los mañosos, a los
disolutos estamos perdidos como colectivo humano o sociedad.
Y,
a la inversa, cuando nos parecen enojosos, soslayables y antipáticos
los honestos; desestimables los verdaderos; desechables los puros, ¡ay!
entonces estamos definitivamente hundidos, acabados o perdidos.
Si
como generación elegimos a los vicioso;, si no somos capaces de
comprender ni dar valor a lo que es bueno, ¿qué será de nosotros?
Porque
debemos valorar lo que en verdad vale, y discernir entre lo trivial y
trascendente. Cuando en nuestras propias casas ocurre eso es nefasto.
Entonces cabría preguntarnos seriamente: ¿qué falló para hacer que todo aquello ocurra?
3. El bien
común
Y
en eso tiene que ver mucho la mujer. Por eso es tan importante la
educación de la mujer. Y no me refiero únicamente a la educación de la
mujer en las aulas sino en el hogar y en la comunidad. Porque la mujer
tiene mucho que ver en relación a las conductas de varones que valida
socialmente.
Porque
es la mujer en la casa quien da modelos. Y educa a los hijos: a saber
elegir y a tomar decisiones. Cuando se enaltece a los laboriosos,
trabajadores y sacrificados; y se descalifica a los holgazanes, crápulas
y licenciosos se está asegurando el bien común.
En
cambio, si a los hombres virtuosos y honestos es a quienes los
evitamos; cuando los olvidamos u ocultamos y erigimos como héroes a los
viciosos, a los fantoches y a los degenerados, la desgracia y la miseria
de una sociedad se instauran y terminarán imponiéndose.
Cuando
hay la elección adversa, cuando a los hombres de espíritu, en donde se
alienta el bien, en donde se acrisolan los dones morales los dejamos de
lado, cavamos nuestra propia tumba.
4. El pecho
henchido
E
incluso ocurre que los traicionamos y, en vez de ello erigimos como
representantes a los zalameros, a los que se arrastran por adquirir un
poco de poder, a los que no encarnan ningún valor, que es cuando
entonces la sociedad se hunde.
Pongamos
por eso como modelos a los honestos, a los sacrificados e
incorruptibles. No a los falsos, acomodaticios y concupiscentes.
Debemos
propiciar que nuestro pueblo mire y se mire más en el espejo luminoso
de sus hijos ilustres, aunque humildes y parcos, señal clara y evidente
de su autenticidad y su grandeza.
Debemos
honrar a nuestros maestros, a nuestros hombres de ciencia, consagrando
las obras de estos patriarcas, y de nuestros luchadores sociales.
De
quienes dejaron la lampa y la horqueta para defender a la patria,
marchando por los caminos abruptos pero conmovidos, fervorosos y con el
pecho henchido con la sagrada emoción de ofrendar sus vidas por el ideal
de un Perú digno y glorioso.
5. Los caminos
que se eligen
Podemos
y debemos ser y hacer mucho más todavía, en cuanto a estar aún más
orgullosos con los valores altos y acrisolados que nos ha ofrendado
nuestro pueblo.
Reconocernos
en la vida y obra de nuestros artistas pero también médicos,
ingenieros, administradores, hombres de empresa, revalorando sus
virtudes e inculcándolas en nuestros jóvenes.
Revalorando
a esos hijos preclaros, consagrando su nombre a una calle, a una plaza,
a un establecimiento público, estaremos consolidando el bien; porque
esos hombres son caminos y senderos a seguir, siendo así estaremos
forjando el bienestar para nuestros pueblos.
Debemos
ser fuertes y enfáticos en todo esto, porque precisamente ello señala
el rumbo que toma una sociedad, los caminos que se eligen y las
decisiones que se adopten. Y ello de parte de todos: de los niños,
jóvenes y adultos, hombres y mujeres.
Creo
que no hay mayor perdición de una generación cuando quienes encarnan el
bien son evitados y se sigue el camino de quienes representan lo
trivial, deleznable y hasta infame, moralmente.
6. Dejar
las quejas
Porque nuestro pueblo es honesto y debemos resaltar aquello que lo caracteriza. Los raros son los corruptos.
Sin
embargo, a ellos se los resalta, a quienes se les da mucha cabida en
los espacios públicos, los tenemos presentes a cada instante haciéndoles
mucho caso; y los encumbramos de tal modo que pareciera que todos somos
de esa calaña.
¡Honestos
sobre el escenario, es la consigna! Porque así es nuestra gente.
Hacerlo así es poner la corona de laurel en la frente de nuestro pueblo
laborioso y sacrificado.
Honestidad
que nos remite necesariamente al tema de la identidad, otro asunto a
trabajar y que merece la mayor atención e importancia.
Por
eso los rescatamos, porque es una manera de corregir las situaciones
adversas, ante tanto pícaro, buscadores de dinero y de placeres, y que
ahora han visto que el mejor lugar para pulular es el mundo de la
política.
Por
eso, entonces, se trata también de dejar las quejas, y más bien buscar
piedras preciosas en las tempestades, perlas de oro en los aluviones,
tesoros ocultos en los muros derruidos.
7. Hacia los altos
apriscos
Le
preguntaron a un gran hombre cómo es que proviniendo de un hogar y un
pueblo humilde, había conquistado tantos logros y llegado a cimas tan
altas y a cumbres tan inhiestas en sus realizaciones, como también en
sus ideas, conceptos y doctrina.
Él
mismo no sabía dar respuesta satisfactoria a esta pregunta. Cuando
meditando recordó a los autores que leía y en los cuales pensaba
frecuentemente.
Así,
en otra oportunidad en que lo preguntaron lo mismo contestó: “Si en mí
hay grandeza será porque me apoyo en los hombros de gigantes”. Y,
¿quiénes son ellos? Los grandes paradigmas de la historia universal.
Claro. Desde ahí es fácil avizorar las estrellas, puestos de pie en esas
montañas tutelares.
Aprendamos
así a reconocer, valorar y ser agradecidos. Y también ser humildes, a
tener llaneza. Las montañas bases y tienen orillas. Porque no es en las
rocas en donde el mar acaricia a la tierra, sino en las playas.
Es
en las playas donde las aguas se extienden y reflejan el cielo, por
donde ha cruzado el pastor paso a paso haciendo subir su rebaño a los
altos apriscos.
Es donde predicó también Jesús su hermoso y trascendental Evangelio.
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