Danilo Sánchez Lihón
“Sin ti, dolor,
la vida es
siempre ajena”
Javier
Sologuren
1. Vínculo
de amor
La poesía se hizo, se hace y hará, entre varias otras
motivaciones, para amar mejor. Esta es la condición que resalta, en primer
lugar, en la poesía de Amelia Melgar Vásquez; poesía como una forma sutil y
sublime de amar.
Y amar todo, abarcar con ese sentimiento lo cotidiano
como lo etéreo, lo próximo como lo distante, haciendo de todo motivo de canto,
donde se encarece uno y otro asunto con libertad y soltura, donde lo que
importa es la sinceridad con que se aborda y se relieva cada hecho, donde lo
que prima es el estado del alma y la emoción de celebración y de fiesta, donde
lo que importa es la comunión de las emociones y la probidad de los
sentimientos.
Lo que importa es dar testimonio de un afecto, dejar
en claro una vibración muy honda a favor de algo, de un haber tocado fondo con
el corazón y hasta con el cuerpo. Donde lo que importa es blandir la poesía
para sentirse vivos; siendo más auténticamente: hija, mujer, esposa, madre o
maestra; porque lo que importa es la palabra en vínculo de amor con la vida,
este don precioso y efímero, pero gracias a la poesía vuelto duradero:
Embriagados
de gozo
Bajo el
portal celeste,
Las flámulas
de la tarde
Como hojas
enarcadas
De hortensias
se mecen,
Y en las
corolas de la vida
El espíritu
afluye.
Mientras, el
rumor del viento
Con el canto
de alondras
En el laúd
del alba cuaja.
Y las penas
escapan
Como cometas
descoloridos
Para enredarse en los mástiles.
2. El fervor
por el bien
De allí que lo primero que resalte de la poesía de
Amelia Melgar es tener una voz compasiva, cariñosa y tierna con la vida; de
fervor por el bien y por lo bueno.
Donde se siente y se toma en cuenta, al leer sus
poemas que ellos buscan la verdad, pero también lo noble e insigne que hay en
el mundo. Y se siente y se sabe que lo que ellos refieren realmente son hechos
dignos de recordación y que han ocurrido; habiendo aquí una equivalencia entre
el verbo y los sucesos cotidianos e históricos; entre el mundo de los sueños
impalpables pero ciertos, y el de los aconteceres de la realidad.
Amelia Melgar es versátil en su escritura. Escribe
acerca de un árbol, de un gato, de una libélula y hasta respecto de un problema
del trajín cotidiano, cualquiera sea este. Todo lo real e irreal le incumben y
le fascinan. Parafraseando uno de sus versos, su poesía es un «idilio cósmico»,
de plenitud total con la naturaleza y la vida, donde hay una consustanciación
de fondo, y comprometida, con todo lo creado.
Todo lo abraza, todo lo absorbe e incluye como mujer
que es, con pasión y entrega plenas. Ella quiere poseer y hasta ser poseída por
los astros y hasta por el cosmos, como cuando dice:
¡Estoy invadida de sed de altura!
Que me
embriaga y me devasta,
Me turba y me
incita,
Me subyuga y
me embelesa,
Me imanta y
me obstina,
¡Me devora y me lanza!
Su poesía es también un recuento de la vida, una
síntesis de lo vasto, un echar cuentas, un hacer balances. Es un situarse en la
cúspide de la roca y hacer un exacto pormenor y arqueo de las cosas que han
sucedido. Un sentirse al final del camino y mirar atrás en lontananza, para
poder decir:
Cuando está
con otra
Él está
conmigo.
Cuando desvía
sus pasos
Camina sobre
mis huellas.
Cuando
respira otros aires
Yo estoy en
sus átomos.
Cuando sus
ojos miran otros ojos
Me encuentra
en esas pupilas.
Cuando sus
manos resbalan otros cuerpos
Él me siente
en sus yemas.
Cuando besa
otras bocas
Se desvanece
con mi aliento.
Cuando sueña
en otros brazos
Yo sello
siempre su sueño.
Cuando juega
en jardines de ilusiones
Me halla en
cada corola…
Soy su abismo
Y su altura.
Soy su don de
vida
Y su
purgatorio.
Soy su
desierto
Y su montaña.
Soy su haz de
luz
Y su
tormenta.
Soy su
acierto
Que ha perdido.
Pero, si nos preguntáramos: ¿qué contenido predomina
en su poesía?, habría una respuesta a esta pregunta y que engrandece el arte,
cual es: el dolor; pero el dolor estoicamente superado por ilusiones que lo
subliman:
El pasado, no
sólo es
El espectro
agazapado
En tétrico
silencio de tinieblas
Con follajes
de amarguras
Azotado de dolor.
Es también:
El guiño de
una estrella
Que al mirar
nos envía
Un rosón de blanco jade...
3. Ser
hija y madre
Amelia Melgar escribe poesía porque el dolor que ha
sufrido en la vida no quede en tristeza y se convierta más bien en sabiduría.
Porque el privilegio de haber superado obstáculos y abismos tenga un reflejo
siquiera en esa flecha y arco, barca y puente, que es la poesía.
Escribe no sólo por cariño sino por desahogar un
corazón herido, porque lo que pudo ser melancolía, rabia, rencor o despecho ha
querido cambiarlo para ser gracia, encanto y sortilegio; porque a los golpes
que le infligió la vida ha antepuesto y respondido con abrazos, caricias y
consuelo para todos.
Ojalá muchos puedan encontrar bajo la aparente
sencillez de estos versos, esas savias nutricias de la vida que se hacen más
seguras, tangibles y evidentes cuando la voz que habla lo hace desde la
posición de hija –todos somos hijos pero no todos lo sentimos ni lo hacemos
conciencia–, o cuando se encarna en ser madre, y ella lo es, pero que se eleva
a ser madre en general, como se lo siente y se lo vive en estos poemas.
Está en ella presente esa condición femenina de la
especie, que otorgan a quienes la tienen una relación profunda con la
existencia, una dimensión de por sí ya muy trascendente: al ser y sentirse
hondamente hija y el ser y sentirse hondamente madre:
Mis pechos
¡Ay mis pechos!
Auroras muertas.
Mis brazos y
mis pies:
Caminos que
marcan
La sombras de
mi invierno.
Mis vísceras,
trapos viejos
Dentro de una maleta desusada.
¡Pero!
Mis neuronas:
almacén de ideas
Mi corazón:
lecho de perenne amor,
Mi alma: arabesco de botones encendidos.
4. Para no
rodar al vacío
Amelia Melgar, con ser tan suave, cariñosa y fiel con
la vida, ha tenido que batirse y luchar a chuchillo limpio, a espada
desenvainada; y no para herir a alguien sino para rasgar o romper las tinieblas
que se abaten sobre ella, a su paso y en su camino.
Pero siempre, incluso en esas circunstancias, su
actitud ha sido ayudar, servir, dar ánimos; poner su cuota de alivio a las
faltas y a los males de los otros.
Y su respuesta final es hacer poesía. Es su defensa,
su salvaguarda, su cabeza de playa a donde salir incluso en el naufragio. Su
último recurso ha sido, es y será hilar poesía. Su tabla de salvación, su roca;
las cuerdas de donde asirse para no caer
al vacío son estos poemas. Mirémoslos y apreciémoslos como refugios, altozanos
y pervincas para no rodar al vacío.
La poesía es también, y felizmente, salvadora. Nos
rescata de caer hacia abajo, haciéndonos caer hacia arriba, al firmamento
estelar. No sólo consuela sino que se interpone entre un ser y su salto al
vacío, o es un salto al vacío con un paraguas en la mano. Protege la vida. Es
un regazo, un oasis, un desahogo.
Sirve para exorcizar el abandono, el sufrimiento y el
dolor. El poema alivia y cura; nos confiesa, nos habla con voz dulce y nos
fortalece. Porque, se sostiene y se vive también de ilusiones, siendo la
ilusión la madre de los sentimientos buenos.
La poesía nos libra de caer en el desamparo, en la
desesperación y la nada. Ante su altar dejamos que afluyan y se derramen las
lágrimas, en ella la soledad encuentra su compañera; la voz alcanza a llegar al
oído de aquel ser a quien queremos decirle algo y está muy lejano; a veces en
otra dimensión, enlazando una eternidad con otra eternidad:
Se fue el
dolor
En el lomo
del olvido,
Ya no más
llanto
Por pasos ya idos.
Se alza una
cumbre
En la
distancia
De su voz a
la mía.
Vano empeño de pisar mis huellas.
No más negro
en mi universo,
Han muerto
hoy
Los
escarabajos de la noche.
¡Tengo crisálidas en el alma!
5. La poesía resarce
nuestros destinos
Es la suya poesía emotiva, poesía del corazón y del
alma de la gente genuina, de los sentimientos a flor de piel, de los hechos
vivos, reales e indiscutibles; poesía ligada a la cotidianeidad, a la vida
cierta y real, no a las elucubraciones, no en función ni de la perífrasis ni de
la retórica:
¿Qué hay de
cierto en tu esencia olvido?
¿Borras del
alma y del corazón el recuerdo?
¿Retienes en
tus orillas vacuas el pasado?
¿Palideces con tu sonrisa añeja lo vivido?
«No puedo
olvidarte» dice la canción
Es porque
eres un deseo hueco que no ha apagado
La llama
ardiente que el hombre ha sentido
Y te nombra y te invoca como a una ficción.
Si existieras
no quedarían cenizas ni rescoldos
No habría
pechos que se quiebren de suspiros
Ni melodías y aromas en los recodos.
Donde la poesía es aquello que resarce nuestros
destinos de la crueldad del mundo y de la vida, porque la vida con ser tan
hermosa, también suele revestirse con frecuencia de impiedad y dureza. Todo lo
que se viva ha de sublimarse en poesía.
Es la esencia sutil del alma,
El canto de
una alondra en los oídos,
La dulce flor
de luz en tu ocaso,
Un jazmín que nace en una roca.
Es la
antorcha luminosa en tu cielo oscuro,
Un enjambre
de mariposas en tu jardín,
Un manto
salpicado de luceros en tu cuerpo,
Un ave con reflejos de zafiros en tu ventana.
Es el huésped
de primavera en tu otoño,
La musa que
estremece tus entrañas,
El hada que
te da la llave de un nuevo amanecer,
La página blanca que la pluma no tocó.
Amelia Melgar también, y sobre todo, alude en su
poesía al hombre y al pueblo en su borrasca y en su esperanza:
Se levantará el
viento
De las
conciencias dormidas,
En cielos
opalinos
De infinita plenitud.
Octavio Paz expresa que la poesía es la revelación de
la inocencia que alienta en cada hombre y en cada mujer y que todos podemos
recobrar apenas el amor ilumina nuestros ojos y nos devuelve el asombro y la
fertilidad.
Su testimonio, el de la poesía, es la revelación de
una experiencia en la que participan todos los hombres, oculta muchas veces por
la rutina y la diaria amargura.
¿Es posible una sociedad en la que la poesía, que es
la voz misma del hombre original, se convierta en el alimento espiritual de la
comunidad? Con poemas como los suyos la respuesta es positiva.
Mi congratulación a Amelia Melgar por su forma de
sentir, de pensar, de sufrir y de amar. Por esa actitud para convertir dichas
esencias en verbo, en palabras plenas de sabiduría, ahítas de belleza
decantada. Mi homenaje por haber empapado esos contenidos en alma, en verdad y
en proclama.
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