1. Río
antes pródigo
El río Moche, antes fecundo y rozagante, cuyas aguas
eran ricas en flora y fauna, de abundantes peces, adorado como Dios por dos
grandes culturas que florecieron a su vera, mochicas y chimúes, deidad y río
sagrado que prodigaba vida y sustento a sus habitantes que vivían a sus
orillas, ahora es un río enfermo, pero más que eso: mortal porque mata la vida
hasta 9 metros de tierra adentro a su paso.
Y todo esto, ¿desde cuándo? Desde que son arrojados a su cauce los
relaves de las minas de tungsteno, zinc, oro y plata de los socavones de
Quiruvilca, a cargo de la Northern Mining Corporation durante muchas décadas. O
la infecta a tal punto que sobreviven, por ejemplo, algunos peces que logran
vivir conteniendo altas dosis de metales pesados en sus organismos, pero que
consumidos por el ser humano resulta mortal.
Esas minas han causado la muerte entre muchas otras
presencias, de un río antes pródigo y generoso, que hacía florecer las tierras
por donde tenía su curso. Y en cuyo interior ahora no crece nada que pueda
servir para alimentarse. La mina cuya profundidad reconocida del socavón se
hunde hasta una hondura de espanto, ha engrosado las fortunas de empresas,
instituciones, accionistas y países de otro hemisferio.
2. ¿Y qué
ha dejado?
Países que eran ricos y ahora lo son más, pero a costa
del hambre, el desempleo y la miseria de pueblos enteros que antes vivían aquí.
Y vivían bien. Además, y a ello se suma, el deterioro del medio ambiente en el
entorno de esas minas, y en un radio muy amplio de acción.
Dejan ríos enfermos que no sirven ni siquiera para
adorno. Tampoco para mirarlos ni tomarles fotografías, por ser paisajes
deleznables y deprimentes. Sino, ¡helos aquí! Sus aguas se han tornado
sanguinolentas, de apariencia rojiza, por las moléculas de óxido de fierro que
acarrean en su torrente.
Estos relaves han teñido todas las piedras y arenillas
de su cauce. Aquí está. Observemos el color óxido que tiene y que ha dañado el
color natural que tenían las piedras al fondo de su torrente, impregnado ya no
en cada guijarro sino hasta en las rocas que bordean el lecho por donde
discurre su caudal.
Esta herrumbre configura una honda sensibilidad, cuál
es la imagen de que el río está llorando sangre.
3. He aquí
el informe
Sino veamos: en el “Estudio de la calidad del agua del
río Moche”, de octubre de 2012, realizado en el marco de las prácticas del
Diplomado Elaboración y Evaluación de Estudios de Impacto Ambiental de la
Universidad de Trujillo, y que está publicado ampliamente en internet, cuyo
informe final fuera redactado por los ingenieros Víctor Corcuera Cueva y Luís
Sánchez Valdiviezo, se llega textualmente a las siguientes conclusiones:
“El análisis microbiológico del agua del río Moche en
el valor obtenido de los sólidos totales disueltos (STD) no cumple con el
estándar para la conservación del ambiente acuático (500 ppm). El valor
obtenido de la DBO5 no cumple con el estándar para la conservación del ambiente
acuático (<10 font="font" ppm="ppm">. El valor
obtenido de cromo no cumple con el estándar para la conservación del ambiente
acuático (0.05 ppm). El valor obtenido de arsénico no cumple con el estándar
para la conservación del ambiente acuático (0,05 ppm). El valor obtenido de
cadmio no cumple con el estándar para la conservación del ambiente acuático (0,004
ppm). Valores como el oxígeno disuelto y la DBO5, que son muy determinantes
para la vida en un ambiente acuático, se encuentran fuera de los estándares de
calidad del agua para la conservación del ambiente acuático. A su vez los
valores de metales pesados como el cromo, arsénico y cadmio nos dan idea del
tipo de efluentes que hoy se están vertiendo en el río. 10>
4. ¡Cómo
no!
Pero es mucha peor su condición y su destino que
solamente llorar sangre; porque eso supondría que está vivo.
Porque siquiera para llorar, primero por lo menos hay
que vivir.
En el caso del río Moche, que era sagrado, está
muerto. Es más, ahora representa lo macabro, configura la parca y lo siniestro,
porque todo lo mata a su alrededor.
Hemos convertido a un Dios de vida, como era antes, en
un verdugo, sicario y asesino, en un homicida, esperpento de muerte y
acabamiento, como lo es ahora.
¿Y qué ha dejado la Northern Mining Corporation que
desde fines del siglo XIX, ha explotado esos ricos yacimientos de mi provincia?
¡Nada!
¡O, sí! ¡Ha dejado! ¡Cómo no! Su presencia en nuestro
suelo ha dejado como secuela un empobrecimiento calamitoso de la gente:
Silicosis en personas que mueren con los pulmones
carcomidos y escupiendo sangre.
Y la contaminación atroz, salvaje e insalvable de
aguas, aires y suelos.
5. Incontable
en la lejanía
Ha dejado cárcavas, huecos, cascajos, relaves,
montículos de chatarra, colinas y valles depravados por los basurales químicos.
Solo una vez, debido a tanta insistencia y gestión,
porque queríamos tener un colegio hermoso y era abogado de la mina un profesor
nuestro, le pedimos una donación a la compañía minera.
La Northern envió, como nunca lo había hecho, los
tableros de basquetbol para la cancha del Colegio Santiago el Mayor, que recién
lo habíamos fundado.
Pero, ¿a costa de qué? De todos nuestros bosques que
fueron talados para proveerles de madera, a fin de empotrar la mina, para que
no se derrumben las galerías por dentro.
A costa de ello, terminó por contaminar todos los
campos en donde antes era estupenda y abundante la ganadería.
Cualquier vehículo tenía que andar sorteando en la
carretera a las ovejas, cabras y guanacos, que por allí cruzaban.
Y a las piaras de ganado vacuno que invadían los
senderos, y cuyo número en cabezas se perdía incontable en la lejanía, detrás
del horizonte.
6.
Parajes
ya
inservibles
Ahora no hay nada. En todo el trayecto no se encuentra
ningún rebaño. Todo es yermo, páramo y desierto; porque todos los suelos están
contaminados de plomo.
El ichu de las alturas, o paja brava, era antes largo,
consistente y de un verde luminoso, con el cual techábamos nuestras casas y
hasta hacíamos escobas y colchones.
Ahora no. No crece sino unos centímetros, que ni
siquiera al ganado le da el gusto de mordisquearlo.
Y son campos que la gente abandona migrando a las
ciudades, a ensanchar y hacer inacabable las filas de desempleados en los
perímetros de indigencia y miseria en la capital del departamento o de la
república.
Y se abandonan grandes extensiones de terrenos y
parajes porque ya son inservibles, habiendo sido antes fértiles.
Y se enrumba la gente a los centros urbanos, donde al
no encontrar trabajo, para sobrevivir delinquen; y hacen de su vida y de la
vida de los otros un calvario.
7. Amor
al poyo
Este es el diagnóstico. Pero ahora ha ocurrido algo
peor: No solo se han concedido más licencias y prerrogativas a las compañías
mineras, sino que les han vendido indiscriminadamente las aguas de lagunas y
manantiales.
Aquellas fuentes de agua para el aprovisionamiento del
pueblo, aquellas que eran para el uso de las casas de los habitantes de estos y
los otros caseríos, ahora están cercadas por alambres de púas.
Por eso ahora la defensa del agua no es solo del
líquido para consumirlo, sino que es amor a nuestra tierra, al pozo propio y
también al comunal. A la vida individual y colectiva. Es el respeto y
veneración por la naturaleza.
Es también amor al patio, a la grada, a la escalera de
nuestra casa nativa. Amor al poyo, al umbral de la puerta, a la piedra en donde
yacen pétalos de flores.
Al brocal en cuya superficie suspiran las voces de
nuestros antepasados difuntos a los cuales no podemos abandonar y mucho menos
traicionar.
Por eso, defendamos el agua de todos los engendros y
esperpentos de muerte. Y al defenderla así defendamos la vida.
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