viernes, 15 de enero de 2016

15 DE ENERO: HOY SE CREA HUAMANGA - FOLIOS DE LA UTOPÍA: CON CASAS QUE ENCIERRAN MISTERIOS - POR DANILO SÁNCHEZ LIHÓN


 
 
 
 
 
 
CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina
 
2015 AÑO
DE LA DEFENSA DE LA VIDA
Y DEL PLANETA TIERRA
 

ENERO, MES DE LA DEFENSA DE LIMA
DEL NACIMIENTO DE ARGUEDAS, HERAUD
Y LOS PARADIGMAS DE MACHUPICCHU
 
CAPULÍ ES
PODER CHUCO

 
SANTIAGO DE CHUCO
CAPITAL DE LA POESÍA
Y LA CONCIENCIA SOCIAL
 

*****
 
15 DE ENERO
 
 
HOY
SE CREA
HUAMANGA
 
 

FOLIOS
DE LA
UTOPÍA

 
CON CASAS
QUE ENCIERRAN
MISTERIOS

 
Danilo Sánchez Lihón
 
 
I. UNA VIDA
EN PELIGRO
 
1.
 
– ¡Señor, por favor salga, pronto!
– ¿Qué ocurre?
– ¡Salga, señor! ¡Apúrese! ¡Rápido!
Veo que es un pedido urgente, unánime, compulsivo, de gente agolpada en la reja exterior de la casa.
– Pero, ¿qué pasa?
– ¡Salga, señor, salga!
Desde hace un momento he visto que me llaman agitados, unos subidos a una pared de un segundo piso, otros desde detrás de la puerta de rejas, otros desde una ventana, con los rostros congestionados por el miedo, y hasta por el terror.
Sin dejar de mirarlos salgo y detrás de mí, con un golpe brusco, que hace tambalear las rejas, cierran la puerta.
Y lo enlazan con cadenas que están allí puestas.
Escucho un suspiro de alivio de la gente, pero luego recriminaciones para conmigo.
 
2.
 
– Usted, señor ha estado en peligro de muerte. Y ha puesto ahora en peligro nuestros puestos de trabajo. ¿Qué será de nosotros ahora, señor? –Gimen.
– Pero no entiendo. ¿De qué se trata? ¿Pueden explicarme?
– Es que donde usted acaba de estar es un sitio en donde encerramos a los perros bravos que cuidan por la noche la galería comercial, a quienes ni siquiera hemos dado todavía de comer.
Con razón sentía tanta agitación de las personas que me llamaban con aspavientos.
Veo sus ojos aún desorbitados y sus rostros lívidos. Ahora todos hablan atropelladamente:
– ¡Es un milagro que usted esté vivo, señor!
– Pero, ¿cómo ha podido entrar si esta puerta siempre queda con llave?
– ¡Y encadenada, bien segura bajo cuatro candados!
– Solo de noche salen los perros. Ni siquiera por esta puerta sino para mayor seguridad por la otra de allá. Y ya nadie puede pasearse por aquí, solo los perros que cuidan la galería. Y se juntan nuevamente aquí temprano para comer.
 
3.
 
– Con esto que ha ocurrido nos ha puesto en un tremendo problema, señor. Nuestro jefe pensando que no salía vivo ha ido a llamar al Fiscal, que ya está en camino.
– Seguro que él piensa que usted ya está muerto.
– Es que señor, en menos de un mes ya han sido dos personas que han fallecido atacadas por estos perros, en este mismo lugar.
– A estos animales los van a sacrificar por mandato del Juez, pero antes tienen que terminar las investigaciones. Y dictarse sentencia.
– Desde entonces esta puerta ha quedado con cadenas y cuatro candados, por orden del Quinto Juzgado Penal. Y, además, vigilada por los guachimanes del flamante mercado.
– Y ahora que usted ha entrado se agrava nuestra situación, señor.
– ¿Qué será de nosotros?
– Pero, la verdad, ¡nos ha vuelto el alma al cuerpo!
 
4.
 
– Ya lo veíamos muerto, señor, despedazado por los perros.
– Es que son sabuesos, fieros, criminales. Y a usted le hemos visto que ha caminado pasando incluso por encima de ellos. ¡Cómo atreverse a eso, Dios Santo! ¿Pero acaso no oía, señor, cómo le hemos llamado, con toda desesperación?
– ¡A este lugar jamás puede entrar nadie! Ni nosotros, que les damos de comer. ¡No podemos entrar! Tenemos que bajarles la comida desde el techo.
– ¡Sinceramente hoy día ha vuelto usted a nacer! Le juro que yo ya le veía muerto. No creí que usted saliera vivo.
– Y no había modo de defenderlo, si a los perros se les hubiera ocurrido atacarle. Son verdaderas hienas. La única manera hubiera sido disparar, pero ¿cómo? ¿Si estaban ya cogidos de usted?
– ¿Quién hubiera sido capaz de disparar? ¡Nadie! ¡Porque puede ir preso por homicidio!
– ¿Cómo darle, si están moviéndose y enlazados con usted? Solo hubiéramos contemplado su muerte, señor, sin nada más qué hacer.
 
5.
 
– Esos perros cuando cogen a alguien no lo sueltan, hasta matarlo.
– Por eso no salimos de nuestro asombro.
– Estos perros están amaestrados para atacar.
– Para nosotros hubiera sido otro proceso y otro juicio. Con todas las idas y venidas que hay que hacer a los juzgados. Otro más, a los dos juicios que ya tenemos.
– Y es seguro que esta vez nos quedábamos sin trabajo.
– Por eso, creo que es un milagro.
– Pero, ya pasado el susto, ahora viene el asunto. ¿Cómo entró usted, señor?
– Ahí hay una responsabilidad de ustedes, guachimanes, que no tienen que permitir que nadie se acerque. –Aduce alguien que parece el administrador.
– Ahora todos nosotros vamos a caer.
– ¡Pero nadie ha visto al señor! ¿O alguien lo ha visto?
– Y, ¿cómo es que esa puerta, que siempre está con cadenas y candados, ahora aparezca abierta?
 
II. HA VUELTO
A NACER
 
6.
 
– Pero ahí llega el Fiscal. Usted tendrá que dar cuenta ante él.
– Y bien, ¿dónde está el cuerpo de la persona?
– ¡Es el señor, que está vivo!
– ¿Quién es? ¿Es usted?
– Sí, es él.
El Fiscal me mira, de pies a cabeza.
– Y, ¿cómo ha podido salir vivo? Bueno, vamos a proceder en orden, y a levantar un acta. ¿Sería tan amable señor de mostrarme sus documentos de identidad? Vamos a llenar una instrucción con sus declaraciones, que será un breve recuento de los hechos que acaban de suceder. ¿Quién es usted?
– Soy escritor. Asisto invitado a un certamen literario aquí en la ciudad de Huamanga, a cargo de la Editorial Altazor.
– ¿Me dice dónde trabaja usted?
– Soy docente en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Y en la Universidad Jaime Bausate y Meza, dedicada al periodismo.
 
7.
 
– En primer lugar, disculpe doctor por este interrogatorio. Aún estamos temblando, mire usted mi pulso. Y es que ha estado en un serio peligro de muerte. No alcanzamos aún a comprender cómo los perros no le han atacado ni hecho daño. Sucede que en menos de un mes han ocurrido en este mismo lugar dos muertes, de personas que apenas se acercaron y fueron despedazadas por los perros.
– Desconocía totalmente estos hechos, señor.
– Usted ha cometido un acto temerario, en realidad suicida. Ha arriesgado su vida, ¡no sabe cómo!, y ha puesto en la calle a esta gente, en cuanto a su trabajo. Pero, ¿puede decirme, doctor, por qué y cómo ingresó a este lugar?
– Me atrajo la arquitectura de esta casona, sus frisos y azulejos, la perspectiva de las cúpulas, en realidad todo el arte que hay aquí dentro. Ingresé mirando el artesonado de los aleros, por este zaguán. Empujé la puerta, se abrió y entré al patio interior.
– ¡Imposible, señor, porque esta puerta nunca queda abierta y sin cadenas! Además, siempre está asegurada con cuatro candados.
– Pero los candados están colgando de las cadenas, sin haber sido violentados. Además, el doctor no tiene rastro de haber cogido un solo grumo de polvo. Las manos las tiene limpias, y los puños de la camisa, como su corbata, están impecables.
 
8.
 
– Además, veo que apenas porta una libreta de notas y un lapicero.
– Pero, señor Fiscal, esta puerta a mí me consta que ha estado sus dos hojas enlazadas con cadenas y sus respectivos candados, tal y cómo ha dispuesto su despacho.
– ¿Y cómo ha entrado el doctor? ¿Por el aire? Ha tenido que entrar por la puerta, ¿no? Las cadenas estoy comprobando que están colgadas, pero los candados están sin enlazar. Tampoco están abiertos sino cerrados. A las claras el doctor no ha violentado nada, sino que se ha dejado atraer por… ¿qué dijo?
– Por el artesonado de los aleros, los frisos y los azulejos del patio.
– Ahí está el problema, señor, que en este caso es responsabilidad de los guachimanes. Además, debieron verlo entrar. Para eso ustedes están aquí y se les paga.
– La verdad, no nos explicamos cómo ha podido ocurrir esto. Si hemos estado aquí.
– ¿En algún momento lo han interceptado? ¡No! ¿Entonces? Pero, doctor, ¡no sabe en qué serio peligro ha estado usted expuesto! A nosotros se nos escarapela el cuerpo solo de pensarlo. Esto hubiera sido un suceso en todos los medios de prensa.
 
9.
 
– Le agradezco su preocupación, señor Fiscal, y la de todos ustedes. Muchas gracias.
– Son nueve perros que pudieron haberlo comido vivo. Y nadie hubiera podido auxiliarlo. ¿Estaban despiertos cuando usted entró?
– Sí. Los vi que caminaban libremente. Se detuvieron a observarme, eso sí fijamente. Después de verme se fueron y se echaron en el sol, sin dejar en ningún momento de mirarme.
– Y, usted, ¿es cierto que ha caminado casi sobre ellos?
– Sí señor, pero cuidando de no pisarlos ni hacerles daño.
– ¡Es inimaginable, doctor! Lo estoy viendo y no puedo creerlo. ¡Lo ven mis ojos y no me convenzo de que esto sea cierto! Yo mismo al oírlo me muero de miedo. Esta hubiera sido la tercera muerte. Y de repente el mercado, recién inaugurado, hubiéramos tenido que cerrarlo por las protestas públicas. Para mí es usted un resucitado. ¡Eso sí!, los que resultan aquí teniendo una tremenda responsabilidad son los guachimanes, pero eso lo resolveré aparte. Sólo un favor, doctor. ¿Me dice el nombre de la persona que coordina el evento al cual asiste aquí en Huamanga?
– Sí, él es además ayacuchano, es el poeta Willy del Pozo.
 
10.
 
Ya en mi hotel reflexiono también conmovido e impactado. Justamente, el día de ayer toda la delegación actuamos en Huanta adonde fuimos temprano para regresar antes del anochecer. Y en la Plaza de Armas de esa ciudad nos tomamos fotos. A mí me hicieron posar sentado en una banca con el puño en el mentón, con un paraguas como bastón y en una actitud vallejiana. Y Willy dictó la leyenda para la foto que apareció en el periódico local: “Me moriré en Ayacucho, pero sin aguacero”. Y todos rieron. Pero esa muerte, al parecer, iba a ocurrir.
Ya de regreso pudimos ver, al despedirnos de Huanta, cómo de las huertas sobresalen higueras y duraznos, y florecen los granados en las cercas. Al centro de las casas los limoneros y los cactus en los tapiales se empinan para descollar sobre los tejados. Tengo aún en la retina de los ojos el paisaje de la tarde, azul y naranja; con el horizonte de colinas y la extensión de la campiña en lontananza.
Ayacucho es también un paraíso de ejidos rocosos, con cerros áridos de piedra caliza, de rocas calcáreas, cubiertas de pencas y abrojos, con motitas en el paisaje que son tunales, mostazas o retamas. Con bosques de huarangos y molles en lo hondo y en las salientes de las amplias quebradas; con los campos regados de agaves y matojos en los valles estrechos y pampas ondulantes, hasta el confín del horizonte.
 
III. CANDADOS
QUE SE ABREN
 
11.
 
Y he aquí que al regresar de Huanta e ingresar nuevamente a la ciudad de Huamanga, otra vez ver y sentir la maravilla de sus recios campanarios que se elevan al cielo y desde donde se expanden nítidos en el paisaje transparente la convocatoria de sus badajos de bronce a concurrir a los oficios religiosos.
Con su Plaza de Armas de recios portales, con sus segundos pisos de airosos barandales. Y casonas erigidas de piedra, ladrillo y cal. El frontis hecho de piedra bermeja, con ventanales ya oblongos por el tiempo. De inmensos techos de teja vetusta, que se prolongan a lo largo de la cuadra. Flanqueados sus patios de arquerías que cobijan una sombra gualda en el cielo seco, despejado y límpido.
Este es un encanto de ciudad, donde el empedrado de sus patios es de cantos rodados, donde aún rebrillan las iridiscencias de las aguas de los ríos que han pasado sobre sus superficies, conservando aún el rumor de la corriente y sus cascadas que bajan desde las nieves eternas al mar insondable.
Casonas con portales de caoba que aunque de viejos y polvorientos travesaños lucen señoriales, claveteados con mascarones. Gastada la madera en el sitio y alrededor de la aldaba por la vida que ha pasado por sus umbrales, con el cielo azulino en lo alto y a lo lejos algún remate de cumbrera de alguna cruz de ojaldre.
 
12.
 
Hoy temprano, después del paseo de ayer a Huanta, he salido a la calle, atraído por la luz del sol, por la gente que transita con paso animoso, subyugado yo por las viejas casonas, admirando su temple y el misterio que ellas guardan.
Esta por ejemplo cercana a la Plaza de Armas, en la calle 9 de diciembre en donde el brillo solar palpita suavemente en sus muros de piedra y en el remate en espadañas, dándole un carácter místico con el horizonte de fondo de la calle, azul y grana.
Ingreso por el corredor, admirando los balaustres de sus ventanales con celosías. Sigo la línea ondulante del estuco de las paredes. Allego apenas mis dedos, o imito con mi mano la línea encantadora de los revoques disparejos, como palpando o adorando el portento de arquitectura y artesanía que aquí se plasma.
Sigo el pasadizo del zaguán y aquí está ciertamente el traspatio de estas construcciones coloniales, en muchos casos de mayor encanto y prodigio. Esto ocurre, ¿cuándo? ¿Por qué?
Sea porque hacia él dan las habitaciones íntimas de los dueños, o sea porque alguna moza que atendía en el servicio de la casa resultó ser la favorita del amo, lo que hizo que este recinto lo llenaran de azulejos, pedrería y hasta de alguna pileta, tal y como tiene ésta.
 
13.
 
Hay una reja que apenas empujo y se abre. Y ya estoy dentro.
¡Qué desvelo de patio interior para las domésticas!, quienes realizaban en las tardes apacibles sus tareas de zurcidos y planchados. Y por la noche recibían la visita subrepticia del amo de la casona.
Porque: ¿A qué haber puesto aquí tanto deleite y primor? a buen entendedor pocas palabras.
Está pintado este patio interior de tres colores: el ocre, el azulado y el ópalo, y puesto todo con gusto sutil, sea en las cenefas y en las guardas de los remates. ¡Verdaderamente primoroso! ¿Por qué? Denuncia a las claras a un señor enamorado de la sirvienta que sin duda era hermosa.
Solo a un flanco se levanta la arquería de piedra que lleva en el piso ladrillos hexagonales. En la parte descubierta el patio está empedrado con piedra menuda, que combina con los balaustres de las celosías.
Todo un esmero, mimo y artificio en los arcos, las bóvedas y las columnas de piedra. La prestancia de los aleros y los azulejos venecianos en el borde de los corredores.
Aquí el hondo silencio estalla, propicio para el amor y sus desgarramientos.
 
14.
 
Al frente hay rodelas talladas de madera en las ventanas silentes. Un leve balcón de antepecho, apoyado en cuatro ménsulas parejas, airosas y desveladas que aún conservan el color verde perla con que alguna vez estuvieran pintadas.
Pero, ¿quién salía a mirar por esta ventana hacia el traspatio? Indudablemente, hay aquí encerrada una historia de amor probablemente entre el señor y alguna aldeana y tierna doncella, que aquí trabajaba. O sino, ¿por qué tanta filigrana en los detalles y acabados?
He aquí un tragaluz con alabastro o piedra de Huamanga, mandada pulir con libertad sensual, con amor tosco e inocente. Y no con la implacable formalidad y exacta geometría hecha para un salón, dejando una superficie con abultamientos en donde pugnan por residir el polvo y la luz. ¿Qué representan? ¡Un vientre y los senos de una mujer! Y, como una joya he aquí un precioso arco campanel rebajado de piedra, escondido al final de la galería lateral. Pero, siendo una preciosura, ¿por qué está aquí y no adelante?
¡Ah, es más que evidente! Son huellas y vestigios de un amor furtivo e inconfesable. Pero, esta inscripción en el azulejo, ¿qué dice? Claramente se lee: Cristóbal de la Molina. Y debajo un nombre de mujer, rayado con furor, casi roto con un objeto punzante, quizá por el desengaño y la desilusión. Este patio encierra, ya no cabe duda, una honda historia de amor.
 
15.
 
Que quizá lo entienden estos perros que alzan los ojos tendidos a mis pies, mirándome como lebreles míticos bajo la luz del sol.
Pienso que son perros pasmados, por el misterio de aquel amor que pena entre estas rejas y piedras.
¿O son canes pacíficos que fueran criados en la paz de algún claustro monacal y venerable? O en este en donde alguna vez ocurriría aquella historia de amor, visible y a la vez borrosa en la inscripción del campanel?
Los mastines levantan sus cabezas y otra vez la hunden sin dejar de mirarme ni apartar sus ojos de mí.
Y vuelven a sumir su hocico a ras del suelo, siempre con la pupila vigilante y misteriosa puesta en lo que yo hago.
Se miran entre sí, y ellos me vuelven a mirar a mí. ¿Qué se comunican? ¿Qué saben ellos? ¿Qué secretos intercambian? Y terminan otra vez abatiendo sus trompas y fauces, siempre mirándome y entendiéndose entre sí.
He ingresado a este patio sin forzar ni violentar nada. Y los guachimanes ahora no se explican, tal cual lo afirman, estando con llave, ni yo tampoco. Y menos sabría explicar por qué estas fieras estuvieron mansas.
 
IV. SERES QUE VIVEN
EN LOS SUEÑOS
 
16.
 
Pero aquello ocurrió ayer. Hoy es el día final de nuestra estadía en Huamanga y en razón de ello se realiza una actuación en el Colegio Federico Froebel, donde leemos un fragmento de nuestra obra y expresamos algún mensaje a los niños y jóvenes aquí reunidos.
Al final firmamos autógrafos en los libros de nuestra autoría, que la Editorial Altazor edita y que los niños de este plantel leen durante todo el año en el marco del Plan Lector de Altazor, implementado en escuelas y colegios de Ayacucho.
Entre la fila de alumnos, que lucen sus elegantes y vistosos uniformes, hay una niña que hace buen rato me hace la guardia, de pie puesta a un costado del sitio en donde estampo dedicatorias.
– Ven, de una vez te firmo el tuyo. –Le digo–. Hace un buen rato que estás esperando, fuera de la fila.
– Yo quiero hablar con usted al final, cuando haya terminado con todos.
– Bueno, pero mira que va a demorar bastante.
– No importa. Yo espero.
 
17.
 
– Bueno, ya acabé. Y ahora sí, firmo tu libro. Y escucho lo que quieras decirme.
– Gracias, señor. He leído los cuentos de este libro suyo: “En noches de luna, en torno a la hoguera”. En el relato titulado “Hombres del agua” el demonio habla en el sueño de la muchacha, llamada Iwa.
– Así es.
– Y después, cuando ella se sumerge en el río, también le habla en su sueño su esposo a quien ha abandonado. Yo quisiera preguntarle cómo librarse de eso, señor. ¡De repente usted sepa!
– ¿Por qué me interrogas eso? ¿Te ocurre algo parecido o similar?
– Sí señor, hay una persona insistente que me persigue en mi sueño.
– ¿Es malo o agresivo?
– No. Más bien es amable, tranquilo y cariñoso. Parece más bien triste o como si sufriera algo.
– ¿Y es muy frecuente su presencia?
– Sí. Es mucha, señor. A veces ya no puedo ni dormir, ni vivir.
 
18.
 
Quien me habla así es una niña de unos nueve años, de rasgos finos, agraciados, andinos. Preciosa en verdad, muy expresiva, tanto que cuando habla gesticula con las manos y con el rostro de una manera que hechiza.
Por momentos frunce los labios significando dolor y padecimiento intenso, como si ya no pudiera soportar lo que le viene ocurriendo.
Me mira desamparada, pero vivaz, con sus profundos ojos negros. Y se enjuga unas lágrimas.
– Usted en su cuento relata cómo el bufeo colorado se introduce en el sueño de la muchacha. Es lo que más me ha impresionado, porque yo ya no puedo vivir con este tormento de tener a alguien en mi sueño.
El narrador Juan Malpartida, que es otro de los escritores invitados, se acerca en ese momento para preguntarme algo.
– ¿Mi amigo también puede escuchar lo que tú me estás relatando? –Le pregunto a la niña, puesto que no tengo respuestas y siento que estoy ante un asunto muy grave.
– Sí, señor.
– Ahora bien, yo te pregunto: ¿has hablado de todo esto con tus papás? ¿Les has contado?
– Sí, con mi mamá.
 
19.
 
– Porque verdaderamente ya no puedo más.
– Tienes que ser fuerte.
– Lo soy. A ese señor que aparece en mis sueños yo le reclamo, en realidad le suplico, que ya no se aparezca, que me deje en paz, le ruego por favor, que me está haciendo mucho daño. Le imploro que me deje tranquila, que por su culpa ya no puedo concentrarme en mis estudios, ni en hacer las cosas bien, puesto que nada me sale correcto y hasta me olvido de los mandados.
Y aquí echa a llorar desconsoladamente.
– ¿Pero en tus estudios, tienes dificultades? ¿Quieres que hablemos con tu profesora?
– No. Sí estoy bien. Ocupo todavía el primer lugar en mi salón.
– Y, cuéntame en detalle, ¿cómo ha sido la conversación con tu mamá?
– Le he dicho: mamá, dime la verdad, cualquiera que sea. Dime toda la verdad que sepas. ¿Quién es mi padre? ¿Quién es ese señor que se aparece tanto en mi sueño? –Esta vez la niña se encoge a llorar con gemidos que estremecen.
– Y ¿qué te ha dicho?
– Me dice: ¡No sé! Pero ese señor no es tu papá.
– Esa persona que aparece en tu sueño es de otro lugar. O es de aquí, de Huamanga.
 
20.
 
– Es de aquí. Alguna vez me dio su nombre. Pero me olvidé. He tratado de recordar y no puedo. Me paso deletreando algunas sílabas pero no aparece tal como me dijo. Es desesperante todo lo que está pasando.
En esto llaman a la niña. Son dos compañeras que quieren despedirse. Le comunican que ya se van y quieren decirle algo. Nos pide permiso, diciendo que regresa pronto. Juan Malpartida me comenta:
– Oye, qué linda niña, ¿no? Es sorprendente cómo se expresa. Pero qué pena lo que le ocurre. Con este problema va a caer en la esquizofrenia.
– ¿Crees?
– ¡Claro! O ya está en la esquizofrenia, porque yo la veo verdaderamente desesperada. Tan linda y tan inteligente.
– Extraño, ¿no?
– Pero es un problema que ya la está desbordando. ¿No ves cómo llora? Pero, Danilo, tengo que irme. ¿A qué hora nos vemos para ir a la universidad y participar en la actuación?
– Dentro de una hora, nos vemos en el hotel.
– Está bien, ahí nos vemos entonces.
– Oye, suerte con la niña. ¡Pobrecita!
 
V. YA NUNCA
APARECERÁ
 
21.
 
– Bueno, me contabas que hablaste con tu mamá. ¿Y con alguien más?
– Sí. También he hablado con mi maestra. Y también con la directora del colegio. Y con la psicóloga de la escuela. Me dicen que tengo que ir a un psiquiatra, para una consulta especializada. Pero mi mamá no tiene dinero.
– ¿No puedes recordar el nombre de la persona? ¿No lo escuchaste bien?
– Sí, lo escuché bien clarito, pero lo olvidé. He hecho todo el esfuerzo del mundo, y no puedo acordarme.
– Este nombre: Cristóbal de la Molina, ¿te recuerda algo?
– ¡Ese es el nombre, señor! ¡Ese es el nombre! –Salta de alegría–. ¡Es el nombre del señor de mi sueño! ¡Y que no me acordaba! ¡Ese es el nombre que me dijo, señor! ¡Así se llama y no me acordaba!
– ¡Qué bien, entonces! ¡Ya lo sabes!
– ¿Y cómo lo sabía usted, señor? Voy a anotarlo, no se me vaya otra vez a olvidar.
 
22.
 
Trata de extraer un cuaderno y un lapicero. Y no puede porque le tiemblan las manos.
– Tranquila, serénate.
Se encoge, porque no puede tenerse en pie. Cruza sus manos en torno a sus rodillas, con sus faldas recogidas y sus brazos temblando.
– ¿Cómo lo sabía usted, señor? Dígame, ¿usted lo conoce? ¿O quién es él?
– Primero tienes que relajarte. Respira despacio y hondo. Así, mira. Tú, sígueme haciendo lo que ves que hago yo. Así.
– ¡Ya! ¡Ya me estoy calmando!
– Espérame aquí. Voy a traerte un poco de agua. No te vayas a levantar. Pero tranquila ¿ya? ¿Está bien?
– Sí, señor.
– Aquí está. Toma. Así, con esto te va a sentir mejor. Y piensa que a partir de ahora ya todo se arregló.
– ¿Sí, señor? Dígame ahora qué tengo qué hacer.
– En primer lugar confiar en que a partir de ahora todo es paz. ¿De acuerdo? Que ya no aparecerá en tus sueños ese señor. Él era en realidad quien no descansaba. Y ahora va a descansar. Y todo va a quedar en paz.
 
23.
 
– ¿Sí?
– A partir de ahora él ya nunca más aparecerá en tus sueños, porque ya sabemos quién es.
– ¿Sí? Pero, dígame usted: ¿Qué es él de mí?
– Un pariente directo. Un familiar tuyo, quien por alguna razón fue desconocido, y estaba oculto. Ahora que tú ya conoces su nombre y sabes que él está ligado a ti por algún lazo, tienes que averiguar acerca de él, pero con toda tranquilidad y calma. ¿Me prometes?
– Sí, señor, le prometo. ¿Pero cómo lo sabía usted?
– A veces las personas somos elegidos como mensajeros o trasmisores.
– Usted, ¿lo ha conocido? ¿Puede contarme algo de él?
– No lo he conocido directamente. Creo que vivió hace mucho tiempo, aquí en Huamanga. Pero ahora que se ha producido este enlace él va a descansar y nunca más tú vas a ser perturbada en tus sueños.
– ¡Cristóbal de la Molina! Ahora ya lo sé de memoria. Pero, le ruego que usted también lo anote con su propia letra, otra vez aquí, en el libro suyo.
 
24.
 
– ¡Muy bien!
– Pero, ¿cómo lo sabía usted señor? ¿Si usted no es de aquí? Me pregunto. ¿Y si ni usted ni yo nos conocíamos antes? ¿Cómo puede saber el nombre de una persona que está en mis sueños?
– No sé. –Le digo por última vez–. Pero en confidencia te digo que tú llevas su sangre.
– ¿Sí?
– Sí. Es la sangre la que a veces no nos deja en paz. Ahora lo estarán ambos, tanto él como tú. Revisa la historia. Pero ya no te perturbará en tus sueños porque tú ya lo tienes en la luz del día.
– ¡Gracias infinitas, señor!
Y la niña me besa las manos y se pierde en el patio con un gesto de alivio y felicidad en el rostro. ¡Y en el alma!
¿Quién fue él? ¿Por qué ese nombre, esa dedicatoria y ese borrón herido en el azulejo? ¡Esta realidad esconde tanto dolor y también tanto gozo!
¿Por qué se abrieron los candados que me dejaron pasar? ¿Quién los abrió? ¿Por qué la puerta entreabierta para mí, y cerrada para los demás? ¡Y los perros con su hambre adormilado!
 
25.
 
Reunidos para la clausura del certamen, hoy en el último día de nuestra estadía aquí en Huamanga, hay una breve actuación en el gran auditorio del colegio.
Willy del Pozo, quien dirige la editorial, muestra el periódico agradeciendo en primer lugar el apoyo de diversas instituciones y personas que han colaborado en la realización de este certamen. Y la gran cobertura en la prensa radial, televisiva y escrita que ha tenido.
Muestra el periódico con las fotos. Una de ellas me retrata con un paraguas como bastón. Es aquella con la leyenda que dice: “Me moriré en Ayacucho, pero sin aguacero”, hecho que casi ocurre.
Pero en su intervención Willy hace alusión al espíritu de este evento diciendo:
“Se llama La Última Cena porque reúne a doce apóstoles, que son doce autores, de quienes tenemos el honor de publicar sus libros en nuestra editorial. Es un certamen que como en la Última Cena alcanza la mayor comunión. Y lo único que falta es que ocurran milagros”. –Termina diciendo.
Y yo reflexiono: A veces creemos que hay milagros cuando pasa algo impactante exteriormente. ¿Y cuándo es al interior? Pero más: ¿cuándo no pasa nada, acaso no hay allí milagros? Y brindo, contento y alborozado de continuar todavía estando vivo.
 
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