Danilo
Sánchez Lihón
I. UNA VIDA
EN PELIGRO
1.
– ¡Señor, por favor salga,
pronto!
– ¿Qué ocurre?
– ¡Salga, señor! ¡Apúrese!
¡Rápido!
Veo que es un pedido
urgente, unánime, compulsivo, de gente agolpada en la reja exterior de la casa.
– Pero, ¿qué pasa?
– ¡Salga, señor, salga!
Desde hace un momento he
visto que me llaman agitados, unos subidos a una pared de un segundo piso,
otros desde detrás de la puerta de rejas, otros desde una ventana, con los
rostros congestionados por el miedo, y hasta por el terror.
Sin dejar de mirarlos salgo
y detrás de mí, con un golpe brusco, que hace tambalear las rejas, cierran la
puerta.
Y lo enlazan con cadenas
que están allí puestas.
Escucho un suspiro de
alivio de la gente, pero luego recriminaciones para conmigo.
2.
– Usted, señor ha estado en
peligro de muerte. Y ha puesto ahora en peligro nuestros puestos de trabajo.
¿Qué será de nosotros ahora, señor? –Gimen.
– Pero no entiendo. ¿De qué
se trata? ¿Pueden explicarme?
– Es que donde usted acaba
de estar es un sitio en donde encerramos a los perros bravos que cuidan por la
noche la galería comercial, a quienes ni siquiera hemos dado todavía de comer.
Con razón sentía tanta
agitación de las personas que me llamaban con aspavientos.
Veo sus ojos aún
desorbitados y sus rostros lívidos. Ahora todos hablan atropelladamente:
– ¡Es un milagro que usted
esté vivo, señor!
– Pero, ¿cómo ha podido
entrar si esta puerta siempre queda con llave?
– ¡Y encadenada, bien
segura bajo cuatro candados!
– Solo de noche salen los
perros. Ni siquiera por esta puerta sino para mayor seguridad por la otra de
allá. Y ya nadie puede pasearse por aquí, solo los perros que cuidan la
galería. Y se juntan nuevamente aquí temprano para comer.
3.
– Con esto que ha ocurrido
nos ha puesto en un tremendo problema, señor. Nuestro jefe pensando que no
salía vivo ha ido a llamar al Fiscal, que ya está en camino.
– Seguro que él piensa que
usted ya está muerto.
– Es que señor, en menos de
un mes ya han sido dos personas que han fallecido atacadas por estos perros, en
este mismo lugar.
– A estos animales los van
a sacrificar por mandato del Juez, pero antes tienen que terminar las
investigaciones. Y dictarse sentencia.
– Desde entonces esta
puerta ha quedado con cadenas y cuatro candados, por orden del Quinto Juzgado
Penal. Y, además, vigilada por los guachimanes del flamante mercado.
– Y ahora que usted ha
entrado se agrava nuestra situación, señor.
– ¿Qué será de nosotros?
– Pero, la verdad, ¡nos ha
vuelto el alma al cuerpo!
4.
– Ya lo veíamos muerto,
señor, despedazado por los perros.
– Es que son sabuesos,
fieros, criminales. Y a usted le hemos visto que ha caminado pasando incluso
por encima de ellos. ¡Cómo atreverse a eso, Dios Santo! ¿Pero acaso no oía,
señor, cómo le hemos llamado, con toda desesperación?
– ¡A este lugar jamás puede
entrar nadie! Ni nosotros, que les damos de comer. ¡No podemos entrar! Tenemos
que bajarles la comida desde el techo.
– ¡Sinceramente hoy día ha
vuelto usted a nacer! Le juro que yo ya le veía muerto. No creí que usted
saliera vivo.
– Y no había modo de
defenderlo, si a los perros se les hubiera ocurrido atacarle. Son verdaderas
hienas. La única manera hubiera sido disparar, pero ¿cómo? ¿Si estaban ya
cogidos de usted?
– ¿Quién hubiera sido capaz
de disparar? ¡Nadie! ¡Porque puede ir preso por homicidio!
– ¿Cómo darle, si están
moviéndose y enlazados con usted? Solo hubiéramos contemplado su muerte, señor,
sin nada más qué hacer.
5.
– Esos perros cuando cogen
a alguien no lo sueltan, hasta matarlo.
– Por eso no salimos de
nuestro asombro.
– Estos perros están
amaestrados para atacar.
– Para nosotros hubiera
sido otro proceso y otro juicio. Con todas las idas y venidas que hay que hacer
a los juzgados. Otro más, a los dos juicios que ya tenemos.
– Y es seguro que esta vez
nos quedábamos sin trabajo.
– Por eso, creo que es un
milagro.
– Pero, ya pasado el susto,
ahora viene el asunto. ¿Cómo entró usted, señor?
– Ahí hay una
responsabilidad de ustedes, guachimanes, que no tienen que permitir que nadie
se acerque. –Aduce alguien que parece el administrador.
– Ahora todos nosotros
vamos a caer.
– ¡Pero nadie ha visto al
señor! ¿O alguien lo ha visto?
– Y, ¿cómo es que esa
puerta, que siempre está con cadenas y candados, ahora aparezca abierta?
II. HA VUELTO
A NACER
6.
– Pero ahí llega el Fiscal.
Usted tendrá que dar cuenta ante él.
– Y bien, ¿dónde está el
cuerpo de la persona?
– ¡Es el señor, que está
vivo!
– ¿Quién es? ¿Es usted?
– Sí, es él.
El Fiscal me mira, de pies
a cabeza.
– Y, ¿cómo ha podido salir
vivo? Bueno, vamos a proceder en orden, y a levantar un acta. ¿Sería tan amable
señor de mostrarme sus documentos de identidad? Vamos a llenar una instrucción
con sus declaraciones, que será un breve recuento de los hechos que acaban de
suceder. ¿Quién es usted?
– Soy escritor. Asisto
invitado a un certamen literario aquí en la ciudad de Huamanga, a cargo de la
Editorial Altazor.
– ¿Me dice dónde trabaja
usted?
– Soy docente en la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Y en la Universidad Jaime Bausate y
Meza, dedicada al periodismo.
7.
– En primer lugar, disculpe
doctor por este interrogatorio. Aún estamos temblando, mire usted mi pulso. Y
es que ha estado en un serio peligro de muerte. No alcanzamos aún a comprender
cómo los perros no le han atacado ni hecho daño. Sucede que en menos de un mes
han ocurrido en este mismo lugar dos muertes, de personas que apenas se
acercaron y fueron despedazadas por los perros.
– Desconocía totalmente
estos hechos, señor.
– Usted ha cometido un acto
temerario, en realidad suicida. Ha arriesgado su vida, ¡no sabe cómo!, y ha
puesto en la calle a esta gente, en cuanto a su trabajo. Pero, ¿puede decirme,
doctor, por qué y cómo ingresó a este lugar?
– Me atrajo la arquitectura
de esta casona, sus frisos y azulejos, la perspectiva de las cúpulas, en
realidad todo el arte que hay aquí dentro. Ingresé mirando el artesonado de los
aleros, por este zaguán. Empujé la puerta, se abrió y entré al patio interior.
– ¡Imposible, señor, porque
esta puerta nunca queda abierta y sin cadenas! Además, siempre está asegurada
con cuatro candados.
– Pero los candados están
colgando de las cadenas, sin haber sido violentados. Además, el doctor no tiene
rastro de haber cogido un solo grumo de polvo. Las manos las tiene limpias, y
los puños de la camisa, como su corbata, están impecables.
8.
– Además, veo que apenas
porta una libreta de notas y un lapicero.
– Pero, señor Fiscal, esta
puerta a mí me consta que ha estado sus dos hojas enlazadas con cadenas y sus
respectivos candados, tal y cómo ha dispuesto su despacho.
– ¿Y cómo ha entrado el doctor?
¿Por el aire? Ha tenido que entrar por la puerta, ¿no? Las cadenas estoy
comprobando que están colgadas, pero los candados están sin enlazar. Tampoco
están abiertos sino cerrados. A las claras el doctor no ha violentado nada,
sino que se ha dejado atraer por… ¿qué dijo?
– Por el artesonado de los
aleros, los frisos y los azulejos del patio.
– Ahí está el problema,
señor, que en este caso es responsabilidad de los guachimanes. Además, debieron
verlo entrar. Para eso ustedes están aquí y se les paga.
– La verdad, no nos
explicamos cómo ha podido ocurrir esto. Si hemos estado aquí.
– ¿En algún momento lo han
interceptado? ¡No! ¿Entonces? Pero, doctor, ¡no sabe en qué serio peligro ha
estado usted expuesto! A nosotros se nos escarapela el cuerpo solo de pensarlo.
Esto hubiera sido un suceso en todos los medios de prensa.
9.
– Le agradezco su
preocupación, señor Fiscal, y la de todos ustedes. Muchas gracias.
– Son nueve perros que
pudieron haberlo comido vivo. Y nadie hubiera podido auxiliarlo. ¿Estaban despiertos
cuando usted entró?
– Sí. Los vi que caminaban
libremente. Se detuvieron a observarme, eso sí fijamente. Después de verme se
fueron y se echaron en el sol, sin dejar en ningún momento de mirarme.
– Y, usted, ¿es cierto que
ha caminado casi sobre ellos?
– Sí señor, pero cuidando
de no pisarlos ni hacerles daño.
– ¡Es inimaginable, doctor!
Lo estoy viendo y no puedo creerlo. ¡Lo ven mis ojos y no me convenzo de que
esto sea cierto! Yo mismo al oírlo me muero de miedo. Esta hubiera sido la
tercera muerte. Y de repente el mercado, recién inaugurado, hubiéramos tenido
que cerrarlo por las protestas públicas. Para mí es usted un resucitado. ¡Eso
sí!, los que resultan aquí teniendo una tremenda responsabilidad son los
guachimanes, pero eso lo resolveré aparte. Sólo un favor, doctor. ¿Me dice el
nombre de la persona que coordina el evento al cual asiste aquí en Huamanga?
– Sí, él es además
ayacuchano, es el poeta Willy del Pozo.
10.
Ya en mi hotel reflexiono
también conmovido e impactado. Justamente, el día de ayer toda la delegación
actuamos en Huanta adonde fuimos temprano para regresar antes del anochecer. Y
en la Plaza de Armas de esa ciudad nos tomamos fotos. A mí me hicieron posar
sentado en una banca con el puño en el mentón, con un paraguas como bastón y en
una actitud vallejiana. Y Willy dictó la leyenda para la foto que apareció en
el periódico local: “Me moriré en Ayacucho, pero sin aguacero”. Y todos rieron.
Pero esa muerte, al parecer, iba a ocurrir.
Ya de regreso pudimos ver,
al despedirnos de Huanta, cómo de las huertas sobresalen higueras y duraznos, y
florecen los granados en las cercas. Al centro de las casas los limoneros y los
cactus en los tapiales se empinan para descollar sobre los tejados. Tengo aún
en la retina de los ojos el paisaje de la tarde, azul y naranja; con el
horizonte de colinas y la extensión de la campiña en lontananza.
Ayacucho es también un
paraíso de ejidos rocosos, con cerros áridos de piedra caliza, de rocas
calcáreas, cubiertas de pencas y abrojos, con motitas en el paisaje que son
tunales, mostazas o retamas. Con bosques de huarangos y molles en lo hondo y en
las salientes de las amplias quebradas; con los campos regados de agaves y
matojos en los valles estrechos y pampas ondulantes, hasta el confín del
horizonte.
III. CANDADOS
QUE SE ABREN
11.
Y he aquí que al regresar
de Huanta e ingresar nuevamente a la ciudad de Huamanga, otra vez ver y sentir la
maravilla de sus recios campanarios que se elevan al cielo y desde donde se
expanden nítidos en el paisaje transparente la convocatoria de sus badajos de
bronce a concurrir a los oficios religiosos.
Con su Plaza de Armas de
recios portales, con sus segundos pisos de airosos barandales. Y casonas
erigidas de piedra, ladrillo y cal. El frontis hecho de piedra bermeja, con ventanales
ya oblongos por el tiempo. De inmensos techos de teja vetusta, que se prolongan
a lo largo de la cuadra. Flanqueados sus patios de arquerías que cobijan una
sombra gualda en el cielo seco, despejado y límpido.
Este es un encanto de
ciudad, donde el empedrado de sus patios es de cantos rodados, donde aún
rebrillan las iridiscencias de las aguas de los ríos que han pasado sobre sus
superficies, conservando aún el rumor de la corriente y sus cascadas que bajan
desde las nieves eternas al mar insondable.
Casonas con portales de
caoba que aunque de viejos y polvorientos travesaños lucen señoriales, claveteados
con mascarones. Gastada la madera en el sitio y alrededor de la aldaba por la
vida que ha pasado por sus umbrales, con el cielo azulino en lo alto y a lo
lejos algún remate de cumbrera de alguna cruz de ojaldre.
12.
Hoy temprano, después del
paseo de ayer a Huanta, he salido a la calle, atraído por la luz del sol, por
la gente que transita con paso animoso, subyugado yo por las viejas casonas,
admirando su temple y el misterio que ellas guardan.
Esta por ejemplo cercana a
la Plaza de Armas, en la calle 9 de diciembre en donde el brillo solar palpita
suavemente en sus muros de piedra y en el remate en espadañas, dándole un
carácter místico con el horizonte de fondo de la calle, azul y grana.
Ingreso por el corredor,
admirando los balaustres de sus ventanales con celosías. Sigo la línea
ondulante del estuco de las paredes. Allego apenas mis dedos, o imito con mi
mano la línea encantadora de los revoques disparejos, como palpando o adorando el
portento de arquitectura y artesanía que aquí se plasma.
Sigo el pasadizo del zaguán
y aquí está ciertamente el traspatio de estas construcciones coloniales, en
muchos casos de mayor encanto y prodigio. Esto ocurre, ¿cuándo? ¿Por qué?
Sea porque hacia él dan las
habitaciones íntimas de los dueños, o sea porque alguna moza que atendía en el
servicio de la casa resultó ser la favorita del amo, lo que hizo que este
recinto lo llenaran de azulejos, pedrería y hasta de alguna pileta, tal y como
tiene ésta.
13.
Hay una reja que apenas
empujo y se abre. Y ya estoy dentro.
¡Qué desvelo de patio
interior para las domésticas!, quienes realizaban en las tardes apacibles sus
tareas de zurcidos y planchados. Y por la noche recibían la visita subrepticia
del amo de la casona.
Porque: ¿A qué haber puesto
aquí tanto deleite y primor? a buen entendedor pocas palabras.
Está pintado este patio
interior de tres colores: el ocre, el azulado y el ópalo, y puesto todo con
gusto sutil, sea en las cenefas y en las guardas de los remates.
¡Verdaderamente primoroso! ¿Por qué? Denuncia a las claras a un señor enamorado
de la sirvienta que sin duda era hermosa.
Solo a un flanco se levanta
la arquería de piedra que lleva en el piso ladrillos hexagonales. En la parte
descubierta el patio está empedrado con piedra menuda, que combina con los
balaustres de las celosías.
Todo un esmero, mimo y
artificio en los arcos, las bóvedas y las columnas de piedra. La prestancia de
los aleros y los azulejos venecianos en el borde de los corredores.
Aquí el hondo silencio
estalla, propicio para el amor y sus desgarramientos.
14.
Al frente hay rodelas
talladas de madera en las ventanas silentes. Un leve balcón de antepecho,
apoyado en cuatro ménsulas parejas, airosas y desveladas que aún conservan el
color verde perla con que alguna vez estuvieran pintadas.
Pero, ¿quién salía a mirar
por esta ventana hacia el traspatio? Indudablemente, hay aquí encerrada una
historia de amor probablemente entre el señor y alguna aldeana y tierna
doncella, que aquí trabajaba. O sino, ¿por qué tanta filigrana en los detalles
y acabados?
He aquí un tragaluz con
alabastro o piedra de Huamanga, mandada pulir con libertad sensual, con amor
tosco e inocente. Y no con la implacable formalidad y exacta geometría hecha
para un salón, dejando una superficie con abultamientos en donde pugnan por
residir el polvo y la luz. ¿Qué representan? ¡Un vientre y los senos de una
mujer! Y, como una joya he aquí un precioso arco campanel rebajado de piedra,
escondido al final de la galería lateral. Pero, siendo una preciosura, ¿por qué
está aquí y no adelante?
¡Ah, es más que evidente! Son
huellas y vestigios de un amor furtivo e inconfesable. Pero, esta inscripción
en el azulejo, ¿qué dice? Claramente se lee: Cristóbal de la Molina. Y debajo
un nombre de mujer, rayado con furor, casi roto con un objeto punzante, quizá
por el desengaño y la desilusión. Este patio encierra, ya no cabe duda, una
honda historia de amor.
15.
Que quizá lo entienden estos
perros que alzan los ojos tendidos a mis pies, mirándome como lebreles míticos
bajo la luz del sol.
Pienso que son perros
pasmados, por el misterio de aquel amor que pena entre estas rejas y piedras.
¿O son canes pacíficos que
fueran criados en la paz de algún claustro monacal y venerable? O en este en
donde alguna vez ocurriría aquella historia de amor, visible y a la vez borrosa
en la inscripción del campanel?
Los mastines levantan sus
cabezas y otra vez la hunden sin dejar de mirarme ni apartar sus ojos de mí.
Y vuelven a sumir su hocico
a ras del suelo, siempre con la pupila vigilante y misteriosa puesta en lo que
yo hago.
Se miran entre sí, y ellos
me vuelven a mirar a mí. ¿Qué se comunican? ¿Qué saben ellos? ¿Qué secretos
intercambian? Y terminan otra vez abatiendo sus trompas y fauces, siempre
mirándome y entendiéndose entre sí.
He ingresado a este patio
sin forzar ni violentar nada. Y los guachimanes ahora no se explican, tal cual
lo afirman, estando con llave, ni yo tampoco. Y menos sabría explicar por qué
estas fieras estuvieron mansas.
IV. SERES QUE VIVEN
EN LOS SUEÑOS
16.
Pero aquello ocurrió ayer.
Hoy es el día final de nuestra estadía en Huamanga y en razón de ello se
realiza una actuación en el Colegio Federico Froebel, donde leemos un fragmento
de nuestra obra y expresamos algún mensaje a los niños y jóvenes aquí reunidos.
Al final firmamos
autógrafos en los libros de nuestra autoría, que la Editorial Altazor edita y
que los niños de este plantel leen durante todo el año en el marco del Plan
Lector de Altazor, implementado en escuelas y colegios de Ayacucho.
Entre la fila de alumnos,
que lucen sus elegantes y vistosos uniformes, hay una niña que hace buen rato
me hace la guardia, de pie puesta a un costado del sitio en donde estampo
dedicatorias.
– Ven, de una vez te firmo
el tuyo. –Le digo–. Hace un buen rato que estás esperando, fuera de la fila.
– Yo quiero hablar con
usted al final, cuando haya terminado con todos.
– Bueno, pero mira que va a
demorar bastante.
– No importa. Yo espero.
17.
– Bueno, ya acabé. Y ahora
sí, firmo tu libro. Y escucho lo que quieras decirme.
– Gracias, señor. He leído los
cuentos de este libro suyo: “En noches de luna, en torno a la hoguera”. En el
relato titulado “Hombres del agua” el demonio habla en el sueño de la muchacha,
llamada Iwa.
– Así es.
– Y después, cuando ella se
sumerge en el río, también le habla en su sueño su esposo a quien ha
abandonado. Yo quisiera preguntarle cómo librarse de eso, señor. ¡De repente
usted sepa!
– ¿Por qué me interrogas
eso? ¿Te ocurre algo parecido o similar?
– Sí señor, hay una persona
insistente que me persigue en mi sueño.
– ¿Es malo o agresivo?
– No. Más bien es amable,
tranquilo y cariñoso. Parece más bien triste o como si sufriera algo.
– ¿Y es muy frecuente su
presencia?
– Sí. Es mucha, señor. A
veces ya no puedo ni dormir, ni vivir.
18.
Quien me habla así es una
niña de unos nueve años, de rasgos finos, agraciados, andinos. Preciosa en
verdad, muy expresiva, tanto que cuando habla gesticula con las manos y con el
rostro de una manera que hechiza.
Por momentos frunce los
labios significando dolor y padecimiento intenso, como si ya no pudiera
soportar lo que le viene ocurriendo.
Me mira desamparada, pero
vivaz, con sus profundos ojos negros. Y se enjuga unas lágrimas.
– Usted en su cuento relata
cómo el bufeo colorado se introduce en el sueño de la muchacha. Es lo que más
me ha impresionado, porque yo ya no puedo vivir con este tormento de tener a
alguien en mi sueño.
El narrador Juan
Malpartida, que es otro de los escritores invitados, se acerca en ese momento
para preguntarme algo.
– ¿Mi amigo también puede
escuchar lo que tú me estás relatando? –Le pregunto a la niña, puesto que no
tengo respuestas y siento que estoy ante un asunto muy grave.
– Sí, señor.
– Ahora bien, yo te
pregunto: ¿has hablado de todo esto con tus papás? ¿Les has contado?
– Sí, con mi mamá.
19.
– Porque verdaderamente ya
no puedo más.
– Tienes que ser fuerte.
– Lo soy. A ese señor que
aparece en mis sueños yo le reclamo, en realidad le suplico, que ya no se
aparezca, que me deje en paz, le ruego por favor, que me está haciendo mucho
daño. Le imploro que me deje tranquila, que por su culpa ya no puedo
concentrarme en mis estudios, ni en hacer las cosas bien, puesto que nada me
sale correcto y hasta me olvido de los mandados.
Y aquí echa a llorar
desconsoladamente.
– ¿Pero en tus estudios,
tienes dificultades? ¿Quieres que hablemos con tu profesora?
– No. Sí estoy bien. Ocupo
todavía el primer lugar en mi salón.
– Y, cuéntame en detalle,
¿cómo ha sido la conversación con tu mamá?
– Le he dicho: mamá, dime
la verdad, cualquiera que sea. Dime toda la verdad que sepas. ¿Quién es mi
padre? ¿Quién es ese señor que se aparece tanto en mi sueño? –Esta vez la niña
se encoge a llorar con gemidos que estremecen.
– Y ¿qué te ha dicho?
– Me dice: ¡No sé! Pero ese
señor no es tu papá.
– Esa persona que aparece
en tu sueño es de otro lugar. O es de aquí, de Huamanga.
20.
– Es de aquí. Alguna vez me
dio su nombre. Pero me olvidé. He tratado de recordar y no puedo. Me paso
deletreando algunas sílabas pero no aparece tal como me dijo. Es desesperante
todo lo que está pasando.
En esto llaman a la niña.
Son dos compañeras que quieren despedirse. Le comunican que ya se van y quieren
decirle algo. Nos pide permiso, diciendo que regresa pronto. Juan Malpartida me
comenta:
– Oye, qué linda niña, ¿no?
Es sorprendente cómo se expresa. Pero qué pena lo que le ocurre. Con este
problema va a caer en la esquizofrenia.
– ¿Crees?
– ¡Claro! O ya está en la
esquizofrenia, porque yo la veo verdaderamente desesperada. Tan linda y tan
inteligente.
– Extraño, ¿no?
– Pero es un problema que
ya la está desbordando. ¿No ves cómo llora? Pero, Danilo, tengo que irme. ¿A
qué hora nos vemos para ir a la universidad y participar en la actuación?
– Dentro de una hora, nos
vemos en el hotel.
– Está bien, ahí nos vemos
entonces.
– Oye, suerte con la niña.
¡Pobrecita!
V. YA NUNCA
APARECERÁ
21.
– Bueno, me contabas que
hablaste con tu mamá. ¿Y con alguien más?
– Sí. También he hablado
con mi maestra. Y también con la directora del colegio. Y con la psicóloga de
la escuela. Me dicen que tengo que ir a un psiquiatra, para una consulta
especializada. Pero mi mamá no tiene dinero.
– ¿No puedes recordar el
nombre de la persona? ¿No lo escuchaste bien?
– Sí, lo escuché bien
clarito, pero lo olvidé. He hecho todo el esfuerzo del mundo, y no puedo
acordarme.
– Este nombre: Cristóbal de
la Molina, ¿te recuerda algo?
– ¡Ese es el nombre, señor!
¡Ese es el nombre! –Salta de alegría–. ¡Es el nombre del señor de mi sueño! ¡Y
que no me acordaba! ¡Ese es el nombre que me dijo, señor! ¡Así se llama y no me
acordaba!
– ¡Qué bien, entonces! ¡Ya
lo sabes!
– ¿Y cómo lo sabía usted,
señor? Voy a anotarlo, no se me vaya otra vez a olvidar.
22.
Trata de extraer un
cuaderno y un lapicero. Y no puede porque le tiemblan las manos.
– Tranquila, serénate.
Se encoge, porque no puede
tenerse en pie. Cruza sus manos en torno a sus rodillas, con sus faldas
recogidas y sus brazos temblando.
– ¿Cómo lo sabía usted,
señor? Dígame, ¿usted lo conoce? ¿O quién es él?
– Primero tienes que relajarte.
Respira despacio y hondo. Así, mira. Tú, sígueme haciendo lo que ves que hago
yo. Así.
– ¡Ya! ¡Ya me estoy calmando!
– Espérame aquí. Voy a
traerte un poco de agua. No te vayas a levantar. Pero tranquila ¿ya? ¿Está
bien?
– Sí, señor.
– Aquí está. Toma. Así, con
esto te va a sentir mejor. Y piensa que a partir de ahora ya todo se arregló.
– ¿Sí, señor? Dígame ahora
qué tengo qué hacer.
– En primer lugar confiar
en que a partir de ahora todo es paz. ¿De acuerdo? Que ya no aparecerá en tus
sueños ese señor. Él era en realidad quien no descansaba. Y ahora va a
descansar. Y todo va a quedar en paz.
23.
– ¿Sí?
– A partir de ahora él ya
nunca más aparecerá en tus sueños, porque ya sabemos quién es.
– ¿Sí? Pero, dígame usted:
¿Qué es él de mí?
– Un pariente directo. Un
familiar tuyo, quien por alguna razón fue desconocido, y estaba oculto. Ahora
que tú ya conoces su nombre y sabes que él está ligado a ti por algún lazo,
tienes que averiguar acerca de él, pero con toda tranquilidad y calma. ¿Me
prometes?
– Sí, señor, le prometo.
¿Pero cómo lo sabía usted?
– A veces las personas
somos elegidos como mensajeros o trasmisores.
– Usted, ¿lo ha conocido?
¿Puede contarme algo de él?
– No lo he conocido
directamente. Creo que vivió hace mucho tiempo, aquí en Huamanga. Pero ahora
que se ha producido este enlace él va a descansar y nunca más tú vas a ser
perturbada en tus sueños.
– ¡Cristóbal de la Molina!
Ahora ya lo sé de memoria. Pero, le ruego que usted también lo anote con su
propia letra, otra vez aquí, en el libro suyo.
24.
– ¡Muy bien!
– Pero, ¿cómo lo sabía
usted señor? ¿Si usted no es de aquí? Me pregunto. ¿Y si ni usted ni yo nos
conocíamos antes? ¿Cómo puede saber el nombre de una persona que está en mis sueños?
– No sé. –Le digo por
última vez–. Pero en confidencia te digo que tú llevas su sangre.
– ¿Sí?
– Sí. Es la sangre la que a
veces no nos deja en paz. Ahora lo estarán ambos, tanto él como tú. Revisa la
historia. Pero ya no te perturbará en tus sueños porque tú ya lo tienes en la
luz del día.
– ¡Gracias infinitas,
señor!
Y la niña me besa las manos
y se pierde en el patio con un gesto de alivio y felicidad en el rostro. ¡Y en
el alma!
¿Quién fue él? ¿Por qué ese
nombre, esa dedicatoria y ese borrón herido en el azulejo? ¡Esta realidad
esconde tanto dolor y también tanto gozo!
¿Por qué se abrieron los
candados que me dejaron pasar? ¿Quién los abrió? ¿Por qué la puerta
entreabierta para mí, y cerrada para los demás? ¡Y los perros con su hambre
adormilado!
25.
Reunidos para la clausura
del certamen, hoy en el último día de nuestra estadía aquí en Huamanga, hay una
breve actuación en el gran auditorio del colegio.
Willy del Pozo, quien
dirige la editorial, muestra el periódico agradeciendo en primer lugar el apoyo
de diversas instituciones y personas que han colaborado en la realización de
este certamen. Y la gran cobertura en la prensa radial, televisiva y escrita
que ha tenido.
Muestra el periódico con
las fotos. Una de ellas me retrata con un paraguas como bastón. Es aquella con
la leyenda que dice: “Me moriré en Ayacucho, pero sin aguacero”, hecho que casi
ocurre.
Pero en su intervención
Willy hace alusión al espíritu de este evento diciendo:
“Se llama La Última Cena
porque reúne a doce apóstoles, que son doce autores, de quienes tenemos el
honor de publicar sus libros en nuestra editorial. Es un certamen que como en
la Última Cena alcanza la mayor comunión. Y lo único que falta es que ocurran
milagros”. –Termina
diciendo.
Y yo reflexiono: A veces
creemos que hay milagros cuando pasa algo impactante exteriormente. ¿Y cuándo
es al interior? Pero más: ¿cuándo no pasa nada, acaso no hay allí milagros? Y
brindo, contento y alborozado de continuar todavía estando vivo.
*****
El texto anterior puede ser
reproducido, publicado y difundido
citando autor y fuente
Teléfonos: 420-3343 y 602-3988
dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com
Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar
a:
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Ediciones Capulí: capulivallejoysutierra@gmail.com
Ediciones Altazor: edicionesaltazo@yahoo.es
*****
Teléfonos Capulí:
420-3343 y 602-3988
99773-9575
capulivallejoysutierra@gmail.com
Si no desea seguir recibiendo estos envíos
le rogamos, por favor, hacérnoslo saber.