Danilo Sánchez Lihón
1. Preso
en sus aguas
Viví nueve meses, de abril
a diciembre del año 1968, a orillas del río Ucayali como profesor en el Colegio
Nacional Genaro Herrera de Contamana. Pero fue como si viviera no un año sino
milenios, suficiente como para llevar a esa región en el alma y para toda la
vida. Y aún ahora me duermo o me despierto sumergido en su vaho mítico y en sus
imágenes alucinantes.
Sucumbí a su hechizo y dejé
que la Amazonía me inundara apacible por dentro y deslizara tranquila las aguas
de sus ríos por todo mi ser, para así poder seguir viviendo. Y de ese modo la Amazonía
se quedó para siempre extasiada mi alma y yo sumergido en ella.
Fue a tal punto su impacto
que permanecí muchos años subyugado, embrujado y avasallado por su hechizo, y sin
poder pensar en nada que no fuera su entraña fantasmagórica. Huía para librarme
de sus recuerdos y sobre todo de su honda fragancia, recorriendo urbes y
ciudades disímiles a fin de escapar de su sojuzgamiento.
Pero me fue imposible
encontrar alguna región donde refugiarme. Porque en el momento menos pensado
volvía a deambular por en medio de sus bosques, lagunas y ríos. Y a hundirme
preso en sus aguas subyugantes y fantasmales.
2. Nunca
más
Tanto fue así que quince
años después de haber estado allí, cruzando en cierta oportunidad la Plaza San
Martín de Lima, al atravesar por en medio de la gente presurosa y agitada, una
señora me detuvo, entre la multitud que por allí camina.
Ella incluso ya había traspuesto
varios pasos en su caminar, pero regresó y viniendo detrás de mí me cogió del
brazo, para indagarme con toda curiosidad, diciéndome:
– Joven: ¿usted ha estado
en la selva del Perú, no es cierto?
– Sí. En Contamana.
– Ya ve. Ya ve. ¡Igualito le
pasó a mi marido! ¡Dónde estará!
De esta forma me impetró. Y
fue para mí como si algo hubiera puesto en evidencia y delatado mi crimen. Ante
mi anonadamiento y sintiendo que se acababan para mí los fingimientos,
mirándome de frente a los ojos con su rostro expectante, continuó.
– ¡Y aún sigue atrapado en
ella!
– Sí, señora. ¿Pero, cómo
es que lo sabe y me pregunta?
– Lo sé por su mirada lo
sé. Porque tiene la misma mirada con que regresó mi esposo después de servir en
un puesto policial de la selva. Regresó con esa mirada que usted tiene y nunca
más lo pude atajar.
3. Más
pudo la selva
– ¡Ah! –Dije yo.
Y como evocando, perdida en
sus recuerdos, reiteró:
– ¡Ay, nunca más pude
retenerlo! Tuvo que dejarme y él volverse a ese infierno que no conozco pero sí
sé que es un infierno que atrapa y devora a la gente.
– Como una boa
– Sí, señor. Porque mi
esposo era un ser leal, cariñoso y apegado a su familia, que adoraba a sus
hijos por quienes él se desvivía. Y regresó embrujado, loco, enajenado.
Pobrecito, se fue, lo tragó la selva. ¡Con quién y cómo estará el pobre!
– ¡Ah! –Dije yo asombrado–.
¿Y de eso hace varios años?
– Sí, señor. De eso hace
varios años. Lo perdí para siempre. Y nunca más lo he vuelto a ver, como si
hubiera sido devorado por una serpiente insaciable. ¡Cuídese, señor! ¡Usted
está igual, padeciendo lo mismo! –Me dijo, me palmoteó el hombro, compasiva. Y
desapareció.
Lo que expresó era un
diagnóstico exacto de lo que a mí me ocurría desde hacía años atrás. Y ella era
una mujer joven y hermosa, pero más pudo la selva en cuanto a sortilegio para
quien fuera su esposo.
4. Mundo
primero
Tuve que admitir lo que
ella me hizo notar. Reflejó todo el embrujo en el cual yo estaba sumido y
atrapado. Me dio un diagnóstico certero de mi padecimiento. Estaba siendo
devorado por la serpiente o la boa cósmica.
Y esa interpelación fue el
inicio para sanarme. A partir de entonces yo sabía y era consciente del
encantamiento que sobrellevaba y en el cual estaba sumido.
¿Cuánto tiempo había pasado
siendo yo un cautivo? ¡Quince años!
Ese fue el punto de partida
para tratar de curarme, y uno de los pasos para esa salvación fue escribir un
libro que titulé “En noches de luna, en torno a la hoguera”.
La Amazonía es el mundo que
recrean esos relatos y que no sólo es una realidad sino un universo y hasta un
cosmos.
Región honda e
incandescente, que nombrarla es como decir mundo primero, luz y agua
primigenias.
Himno auroral así como
también –y lamentablemente– es tragedia que se olvida, devastación impune y
drama secular.
5. La vida
y la
naturaleza
Porque en el territorio de
la Amazonía perteneciente al Perú, actualmente viven aproximadamente tres
millones de habitantes, de los cuales cerca de un millón doscientos mil son
agricultores.
Gran parte de ellos son
ribereños, con tasas de ingreso individuales que figuran entre los más bajos
del Perú, que de por sí son escalas de penuria, con índices alimenticios que
los condenan al hambre crónico.
A ello se suma una
catástrofe periódica, cual es la inundación del río Amazonas, la serpiente
cósmica, que antes era benéfica porque se trataba de un ciclo estacionario
perfectamente concatenado al orden vital del universo que el hombre sabía
respetar.
Siendo así los modelos de
convivencia con todos los seres vivientes producía bonanza, riqueza y
bienestar, debido a que todo estaba acompasado en una perfecta armonía entre la
vida y la naturaleza.
Ahora no, las inundaciones
cíclicas de los ríos en el llano amazónico son devastadoras, causando muertes,
hambruna, destrozos y desolación porque se han alterado procesos básicos y
fundamentales con la sobreexplotación de
recursos y la contaminación de aguas y terrenos.
6. Todo está
por hacer
Y es porque el hombre ha
dado las espaldas y ha cerrado los ojos frente al universo natural para dejarse
influenciar por modelos de desarrollo extraños a su realidad.
Es porque el hombre se ha
sometido al influjo de las tecnologías hegemónicas las mismas que depredan
nuestro medio ambiente vital.
De allí que en el vínculo
que podemos establecer actualmente con la Amazonía se combina la maravilla y el
horror, la fascinación y el escándalo, lo que exalta el alma y lo que da ganas
de llorar.
Por un lado la reverencia
hacia lo pródigo y, por otro, la indignación por el desprecio a que ha sido
sometida esta región, acorralada por el instinto de rapiña de un modelo económico
extractivo que saquea sus riquezas y explota inmisericorde al hombre.
Por un lado, el apreciarla
como un lugar donde todo es pleno y acabado, y por otro saber que ha caído en
manos del capital extractivista más infame e inescrupuloso que explota sus
recursos sin importarle depredar lo que después será imposible de recuperar.
7. Desfile
interminable
Escribo con plena emoción
estas líneas por el hecho de haber vivido en esa región bebiendo la gota más
exquisita, como también la más amarga, de su licor fuerte y bravío.
Habiendo ingresado con una
canoa por entre su follaje alucinado, habiendo navegado en una lancha
fantasmagórica por esa noche original que sólo se da en los ríos milenarios de
la selva.
Contemplando un amanecer
estupefacto, luego de sobrevivir a un remolino que cubría de banda a banda el
gigantesco río Ucayali.
Envueltos en una honda
explosión de neblinas, tantas que parecían el orto de la creación.
Asombrado de ver cómo el
río, ¡qué bien sabía yo cuál era su curso!– se deslizaba ahora en sentido
contrario e inverso, y todo esto porque lo surcaba una mijanada de peces.
Cardumen tan grande que
demoraba horas de horas en su desfile interminable, haciendo rebrillar la
superficie de su lomo, de por sí ya iridiscente, y que subían en una marejada que
abarcaba todo lo ancho del río.
8. Más
vida
Y hacían ese tramonto en
longitud inextinguible a desovar en las vertientes primeras, cambiando así de
sentido el curso de las olas, de manera que parecía, ante nuestros ojos atónitos,
que las aguas corrían hacia arriba.
Ante tales acontecimientos
son tantas las preguntas, inquietudes y ansiedades que se formulan, que se
quisiera traspasar la muralla de los bosques y la superficie espejeante de las
aguas de sus ríos y lagunas, para obtener una respuesta que siempre será una
incógnita.
Como también ingresar a cada
choza de los nativos para establecer conversaciones y conocer cada uno de los
elementos de ese universo.
Sobre todo, deambular por
los pueblos que se enfilan como rosario al borde de los caudales de agua.
De allí que yo anduve
buscando, además de pláticas con la gente, todo vestigio que pudiera dar pábulo
a mis preguntas y averiguaciones sobre lo que es el enigma del universo.
De toda esa indagación y
esa experiencia es producto aquel libro al cual aludí, escrito entre la paz y
el delirio, entre el naufragio y la esperanza, entre la vida y la muerte más
inminentes, a tal punto de no saber si esta que vivo es más muerte o es más
vida.
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