1. Plenos
de fascinación
No podemos pasarnos el tiempo alabando la lectura y
recomendando que ella es buena, y que entonces se lea; y creer que así hacemos
mucho por su expansión mediante consejos, recetas e indicaciones.
La lectura no prospera como lección ni enseñanza, ni
como tarea escolar. Se empuja desde más al fondo, o atrás, o desde más abajo.
Pero en verdad no se empuja sino que más bien se atrae o se jala desde
adelante, desde allá o desde más arriba. O desde el cielo arrebolado que
también constituye parte de nuestra esencia.
Y la lectura es seguida en la medida en que hay
alguien cerca que da testimonio vivo, real y convincente de su bondad, de su
hermosura y de su plenitud. Pero, ¡más de su secreto, de su intimidad y de su
estremecida confidencia!
La lectura es un camino, y como tal necesita que
alguien que esté a nuestro lado lo haya recorrido antes para que nos cuente del
viaje. Y que cuando vayamos con él, al principio de esta aventura, nos diga:
mira aquello: ¿qué maravilla no? Aquí hay algo más, ¡detente y toca, escucha y
huele estos abrojos, o pétalos! Y, ¡mira
allá! Para finalmente decirle: ¡Sólo a ti se te ofrecen!
Y poco a poco se vuelva esta incursión que empezó como
un paseo, en una expedición de vida y muerte hacia lugares cada vez más
vibrantes, intensos y plenos de fascinación y prodigio.
2. Lectores
gozosos
Y en eso, primero, abrir el libro juntos. Y estar muy
cerca todos en el hogar. ¡O convirtiendo todo, cuando la lectura se aviva, en
hogar! ¡Ojalá muy cerca unos de otros! Unidos hasta en la pulsación y el
aliento sutil y esperanzado de nuestros corazones, conjugando los acentos en
las voces que modulamos y en los pasos que vamos dando inseparables.
Fusionados y sinceros cuando nos arriesgamos por los
atajos y meandros de la fantasía que vamos recorriendo, porque mirar juntos el
libro significa que quienes lo hacemos nos sentimos sostenidos mutuamente como
hermanos, familia o seres que se quieren.
Porque significa saber internarse por el mundo de los
sueños más acrisolados de los grandes hombres, sabiendo que alguien va al lado
nuestro. Y que en esa relación, hasta las creaciones compartidas en ese momento
adquieren a futuro incluso el carácter sagrado de ser pactos sociales de no
fallarse unos con otros, jamás. ¿Y esto no es lo que queremos que sea el mundo
para nuestros hijos, y para todos?
Por eso, para hacer a un niño lector hay que partir
reconociendo que padres, maestros o adultos que deseen guiar este proceso
tienen que convertirse primero en lectores gozosos, emotivos y entusiastas
junto a ellos. Y hasta volver a ser niños, ¡hecho que nunca debimos haber
dejado de ser!, si es que queremos ser hombres de a verdad; porque, sólo se
puede motivar y animar hacia algo en la medida en que nuestra relación,
convicción y compromiso con aquello sea veraz, auténtica y apasionada.
3. Consumado
lector
Porque la lectura es un acto uterino, que no se ubica
en la visión ni en la mente, ni en los ojos ni en los labios que reconocen y
pronuncian las sílabas de los textos; ni en la mano que palpa las páginas donde
están las letras; ni en los impulsos nerviosos que van del interior nuestro hasta
el exterior del universo. No señor. Tampoco
se ubica en el cerebro, ni en el hígado ni en el corazón. La lectura tiene
mucho más fondo, raíz y más abismo, como también horizonte y trascendencia.
¿Dónde entonces se encuentra, se centra y radica?
Leer es una actividad de la entraña humana, del
manantial de donde procedemos y venimos. De aquel lugar en donde la vida se
gesta, y en donde todo nace. Se vincula,
entonces, al regazo; se urde a la sazón en las faldas maternas; se entreteje
con los dolores y retorcijones del parto; se asocia al acto de ser concebidos y
de nacer de nuevo. Por eso al leer nacemos de nuevo, porque la lectura es el
significado que otorgamos a nuestra vida.
Se vincula a la casa nativa y a la morada del ser que
es el hogar. Se une con todo aquello ligado al dormir y al despertar, al
permanecer o cambiar, al pasar de un reino a otro reino, al trascender. De allí
que la lectura es la mejor manera de viajar, de explorar mundos, de estar en
uno y otro lugar.
Y como todo aquello que nace entonces la lectura está
asociada al capricho, al arbitrio y a la libertad, pero no externa sino íntima,
raigal, de decir: de esta no salgo vivo. De allí que un preso puede ser más
libre que cualquier persona que ande por la calle, incluso que cualquier
persona que lo custodia y que tiene las llaves de su celda, siempre y cuando
sea un consumado lector.
4. Buscar
la matriz
De allí que leer tenga también su natural ubicación en
la familia, en la habitación al pie de una ventana, al lado del sillón del
abuelo o abuela; en el dormitorio primero de los padres y después nuestro. O en
cualquier rincón de la casa, sea en el altillo, el desván o debajo de la
escalera. O en el sótano, en donde estamos aparentemente recluidos.
Pero en verdad no lo estamos sino que al contrario
estamos más libres que nunca, suspendidos o montados en un vertiginoso viaje
astral, tocándonos maravillados para saber si es cierto que estamos vivos, con
los ojos llorosos por el milagro de sabernos presentes, bendiciendo el hecho de
sobrevolar por todos los tejados del mundo.
De allí que un hogar sin libros y sin lectura es una
casa vacía, sin sentido y sin alma. ¡Escuchen eso fantoches que tienen plata
como cancha! Será como un cuerpo inerte, sin corazón, mente ni espíritu. En
suma, yerto, aunque se mueva, un cuerpo sin aliento aunque respire. Un hogar
sin lectura será un lugar hueco y precario, un nicho previo a la muerte, un
túmulo de tierra con una cruz encima. Porque con la lectura no se muere nunca.
Un hogar sin lectura será un páramo así haya lujo y
ostentación exterior en sus aposentos, porque carecerá del arrobamiento del
enigma que es el centro de la vida y que nos recrea y nos desafía a desentrañar
el milagro de la vida y el prodigio del universo. Una casa donde no se lee es
desolada; porque en ella no aletean las luminosidades bienhechoras de los seres
alados. Porque no es matriz y en ella nada ha nacido de a verdad ni para
siempre.
5. Los ángeles
en los aleros
Una casa donde no se habla de libros, donde no hay
varios rincones de lectura, donde no se recrean pasajes hermosos de la
literatura ni se rememora y extasía con la evocación el arte de todos los
tiempos, ¿de qué sirve? ¿Cuál es su sentido primigenio? Será trivial y
consecuentemente descartable y prescindible. No tendrá esa casa presencias
defensoras de la vida verdadera. Y, siendo así, no estará ungida.
Por eso, en una casa hay que leer al principio y
permanentemente juntos, toda la familia reunida. Leer juntos es oír nuestras
voces asociadas al afecto, a la confidencia y al arcano de nuestro ser. Y que
es bueno que se acerquen y aproximen para no arrepentirnos al momento del
morir, de no saber quiénes somos, quiénes son los demás, de dónde hemos venido
y hacia dónde nos enrumbamos. Es decir: de no haber sabido vivir, que eso es la
lectura, saber vivir.
Y ni siquiera sabremos dónde y cómo aparecen y se
posan los ángeles en los aleros, coronando nuestras sienes; porque cada
evocación que surge de un libro es un mago, un hada y un ángel. Porque leer es
convocar a los manes, a los espíritus protectores, o lo tótems.
Leer juntos es la clave en el amor a los libros.
Porque en este, como en otros campos no hay amor solitario. Lo que sí puede
haber, y lo hay indudablemente, es amor en soledad. Y en muchos casos es
hermoso que así sea, porque es pleno y convencido, pero que se funda sobre la
base de lo compartido o lo ilusionado intensa y solidariamente por lo menos por
dos o entre dos, o entre más.
6. Amigos
de a verdad
No hay amor solitario dado que no hay amor que no
tenga como referente otro ser o persona concreta, tangible y real. Y nada mejor
que el amor surgido entre los seres que comparten una circunstancia determinada
y un compromiso por transformar la realidad haciéndola un mundo mejor.
Nada mejor que a él, o a ella, le escuchen y sepa
escuchar. La lectura en resumen es saber escuchar. Que se quiera escuchar lo
que los seres queridos nos cuentan, mucho más si es en la dimensión
significativa y trascendente que toda lectura conlleva.
¡Y cómo no ha de surgir el significado trascendente en
ella si es parte integrante del amor! ¡Y más en el niño que clama, padece,
llora y suplica porque sus seres queridos le dediquen atención y cariño! ¡Y
alcanzar a comprender el significado de cada aspecto de la realidad! Pero el
compartirla juntos es la clave.
Si al niño le preguntasen y le diesen tiempo para
responder, buscando una expresión sincera, contestaría sin duda que con quien
quisiera ser más esencialmente amigo es con sus padres, padre o madre, o con
ambos juntos que es lo más natural. ¡Y qué mejor que serlo en la dimensión de
los textos orales y escritos!
Pero quisieran ser amigos de a verdad, “amigo-amigo”,
no “amigo-autoridad”, ni sabihondo ni “amigo-sabelotodo”, ni siquiera “amigo
protector”, sino amigo en quien confiar sus miedos y cariños más profundos, que
es distinto, y dimensión que solo se da a través de la lectura que siempre es
humilde y piadosa.
7. Leer es amar
y para siempre
Leer todos juntos es una actitud que nos consagra cara
a la eternidad, como si lleváramos hasta las desoladas orillas de la finitud un
escudo cifrado.
Emblema que es una muestra de comunión suprema, porque
es acoplar las mentes en un crisol de esperanza, convencimiento y arraigada fe.
Leer juntos en casa es hacernos confidentes; lo cual
es, quizá, la mejor entrega que podríamos hacernos unos a otros como moradores
eventuales en esta vida y en este mundo.
Porque leer es hacer explícita nuestra intimidad; y
compartir algo del misterio que nos habita y entreteje a unos con otros seres.
Leer juntos ha de ser una consigna, porque se ha
vinculado mucho leer a apartamiento, a individualismo y a soledad con la prédica
de la lectura silenciosa, de extrañamiento, evasión y misantropía.
Por eso, frente a la lectura solitaria, particular e
inconfesada, reivindicar la lectura colectiva y de comunión con los demás,
entre los seres que se quieren.
Es decir, asumir, aferrarse y apostar por el leer
comprometidos y juntos, quienes nos amamos y también los que aparentemente no
nos identificamos unos con otros.
A fin de que esa luz alumbre, se avive y fulgure;
porque leer es amar y para siempre.
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