Callecitas
empinadas
techos de
musgosas tejas,
vereditas
empedradas,
silenciosas
casas viejas”.
Marino Quispe
1.
Detrás
de
la esquina
Enero en mi pueblo son días en
que llueve intensamente y a veces la lluvia no cesa noche y día. También es mes
de vacaciones en la escuela en que mi padre aprovecha para enseñarnos a planchar
y a coser en el cuarto de arriba.
Mientras él nos cose un abrigo
nosotros encendemos la plancha, hilvanamos la basta, hacemos un torzal, pegamos
botones y hacemos ojales.
Son también días en que ensaya
en la sala de abajo la orquesta de músicos de cuerdas que dirige papá porque
abundan contratos para las levantadas del Niño Dios.
Son estas fiestas grandes en
que las mujeres corren encogidas a alcanzar a los invitados los tamales
calientes, el cuy con papa revuelta, los chicharrones acompañados con graneado
de mote y zarza de cebolla blanca.
Platos que llegan con
inevitables gotas de lluvia al pasar las muchachas que lo sirven por el patio
cruzando de uno a otro corredor, para voltear de regreso hacia la cocina lejana
detrás de la esquina de unas paredes vetustas.
2.
O sean
esperanzas
– ¡Ya papá! ¡Ahorita voy! –Le
digo.
Mientras cojo unos cuantos
panes y bizcochos de la canasta y salgo con la llovizna y la sombra de la tarde
ya haciendo su nido debajo de los tejados para avisar a cada uno de los
integrantes de la orquesta de que hoy hay ensayo.
Hay que bajar y dar la vuelta
hasta el Hospital y luego subir por una calle donde crecen malvas, yerbas
santas y pies de perro.
Por aquí corre una acequia de
agua que casi siempre se desborda anegando el paso, con árboles coposos dentro
de las paredes que rematan en un techo de rastrojos, donde crecen esas yerbas
de hojas amarillas que llamamos despectivamente “chilenos”.
A esta hora, debajo del aleteo
de los pájaros que llegan a cobijarse entre las ramas, se escuchan las voces
interiores de la gente en torno a algún fogón, hablando de esto y aquello de la
vida, sean tristezas o sean esperanzas.
3. Al frente
hay una huerta
– ¿Estará tu papá, don Juan?
–le pregunto a una niña.
– Sí. ¿De parte de quién, le
digo? –Pregunta, mientras me observa lentamente de arriba abajo.
– Del hijo de don Danilo.
– ¡Ah, entonces pase!
La casa es un corredor con una
sola habitación en penumbra, hundida hacia adentro.
Al frente hay una huerta con
una explanada donde mueven lentamente la cabeza y, a veces, recogen y vuelven a
poner en el suelo sus patas.
Son un caballo, un asno y dos
o tres ovejas recién traídas del pastoreo al campo y que adormiladas bajo el
alero contemplan al cielo llover.
4. Que
se apure
Juan Calvo confecciona y
arregla zapatos y tiene su mesa de zapatero en el corredor de la casa, hacia un
rincón, de cuya pared cuelgan hormas y herramientas de labranza.
Al borde de ese corredor hay
una fila de piedras horadadas por la lluvia y en donde esta vez se ubican una
silletas cubiertas de pellejos de oveja.
– Buenas tardes don Juan. –Le
digo cuando sale.
– Buenas tardes niño.
– Mi papá me encarga decirle
que esta noche empiezan los ensayos de la orquesta. –Hablo de ese modo, mirando
más aquellos ojos quietos y transparentes de su hijita.
– ¿Y
a qué hora será niño?
–
Seguro que a la hora de siempre, don Juan, a las siete.
– Dígale a su papacito que ahí
estaré en punto.
5. De ojos
lentos
Habla y el contento le rebalsa
los ojos.
– Tú, anda a decirle a tu
mamá, –la urge, dirigiéndose a la niña–, ¡que se apure en servir la comida, que
ya voy a salir!
Desde este corredor ya se ven
las luces encendidas de algunos candiles en las casa, de allá abajo.
Flanco este empinado del
pueblo, hasta donde sube el humo de los fogones de algunas cocinas de las casas
extendidas en la hondonada.
Y Santiago de Chuco desde aquí
se ofrece como el ala apenas viva de una paloma petrificada.
– ¡Entonces lo esperamos don
Juan!
– Sí, niño. Ahorita voy a
merendar. Y luego estoy bajando.
– Gracias, y hasta luego,
pues.
6. Las notas
musicales
Dos o tres chiquillos, junto con la niña de ojos
lentos y translúcidos, nos salen a despedir a la puerta hecha de palos juntados
y clavados a unos troncos que hacen de travesaños.
¿Cuánto tiempo nos miramos en
silencio? ¡No existe el tiempo en las miradas!
En los ojos no hay horas ni
minutos porque la mirada lo abarca y sintetiza todo.
¿Qué existe entonces? Un vértigo
en el alma. Un suspenderse todo. Una vibración, un aleteo profundo.
Como la orquesta de mi padre.
¿Qué son las notas musicales que desde ella surgen?
O como es la perspectiva de
esta calle o de mi pueblo mirado desde este altozano como una paloma
petrificada en lontananza.
7.
Entre
los
árboles
¿Qué es sino un hálito, un
aleteo, una tonada? ¿No es el amor acaso algo inefable?
Donde todo se suspende, se
esfuma y duele tanta hondura, tanto abismo interior que reconocemos en nosotros
mismos y en la persona que nos mira de ese modo.
Hasta que nosotros
desaparecemos ya con las sombras de la noche y el ladrido de los perros.
Y así he tenido que avisar,
casa por casa, pero felizmente ya regreso.
A esta hora habitan por los
rincones las almas, bajo los aleros de carrizos amarillentos.
Y hasta detrás de las puertas
ladeadas –ya en la penumbra– penan los ausentes.
Cuando hasta los pajarillos ya
han cesado de acomodarse bulliciosos entre los árboles.
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