Danilo Sánchez Lihón
No hay camino para la
paz,
la paz es el camino.
Mahatma Gandhi
1.
¿Cuál
era?
Un
día un guerrero se sentía agobiado de haber participado en tantos asedios, asaltos
e incursiones armadas y actuado bajo tantas órdenes de: “tierra arrasada”.
Había
perpetrado tantos incendios, puniciones y masacres a poblaciones inermes.
Había
aniquilado a tantos hombres en el fragor de las refriegas y batallas, y dado muerte
a tanta gente.
Que,
previendo cuál sería el sitio adonde iría a parar después de muerto por haber
cometido tanto abuso, destrozo e infamia…
Que
presintiendo cuál sería su castigo después de tanta destrucción en esta vida…,
le invadió una obsesión, cuál era:
Saber
algo acerca del cielo y del infierno. Y más aún, quiso entender acerca de la raíz,
índole y naturaleza del bien y el mal.
2. A
partir
de allí
Queriendo
averiguar acerca de estas esencias, deambulaba atento tratando de escuchar
cualquier alusión o comentario a este respecto.
Prestaba
oído atento a cualquier retazo de conversación que algo le ilustrara sobre
estos elementos que parecían inherentes al devenir del mundo e inmersos en la
vida misma.
Con
dichos fragmentos trataba de componer un concepto sobre el bien y el mal, como
sobre el cielo y el infierno, tanto como substancias y también moradas
postreras a las cuales vamos a parar, habitando allí los seres humanos hasta el
fin del mundo.
Todo
ello le inquietaba sobremanera con el fin de asumir alguna actitud, y a partir
de allí acrisolar esta y la otra experiencia y perspectiva a seguir.
3. El
curso
de su
vida
Largo
tiempo meditó sobre estos asuntos, y ni un pálido concepto pudo alcanzar a tener
ni formularse acerca de estas categorías, entelequias y hechos raigales de la
existencia.
Incluso
escuchó decir que el mal no existe, sino que él es la ausencia y negación del
bien.
¡Había
combatido en tantas batallas y sido tan inescrupuloso ante tanto dolor.
¡Había
actuado tan ciegamente!, que sin una respuesta acertada a este grave asunto
consideró que su vida era inútil y carecía de sentido!
Intentó
incluso dar término a sus días con la misma espada que había utilizado para cometer
tantos atropellos y tropelías.
Y
para defender causas que se esfumaron, y que ahora consideraba que no merecían
en absoluto haber alterado el curso de su vida.
4. De
un solo
tajo
En
este trajín pudo enterarse que había un venerable sabio en las montañas, quien
probablemente era el único que podría darle una respuesta satisfactoria sobre
tales interrogantes fundamentales.
Y
allá se encaminó yendo por el sendero en su búsqueda, portando siempre su
espada por si fuera necesario utilizarla.
Llegó
hasta la austera ermita del monje. Levantó el paño que hacía en vez de puerta,
tomó asiento delante de él y le preguntó del siguiente modo:
–
He combatido toda mi vida en mil batallas, tantas que es un milagro que aún
permanezca vivo.
–
Ajá.
–
No sé cuántas cabezas de hombres y mujeres han caído cercenadas por mi centelleante
espada, ni cuántas extremidades he separado de un solo tajo de sus cuerpos.
–
Ajá.
5. Y
qué
quieres
–
¡No sé cuántas manos y brazos he desgajado! ¡Ni cuantos ojos he enceguecido por
obra de mi arrebato, furor y bravura!
¡Ni
sé cuántos pechos he atravesado con mi lanza ni cuántos cráneos he aplastado
con mi escudo.
–
Ajá.
–
¡He incendiado aldeas y pueblos enteros! He abusado mujeres y hasta he ultimado
a niños solo por considerar que su mirada me ofendía.
–
Ajá.
–
O solo por la impaciencia de verlos llorar; e inclusive por solo verlos
asustados los ensartaba hasta por el delito de arrojarse a los cuerpos de sus
padres asesinados.
–
Ajá.
Su
miedo me parecía ofensivo e igual caían sangrantes bajo mis pies.
6. La
espada
se
detuvo
– Y qué quieres ahora. –Le interrumpió el
sabio.
–
He venido hasta aquí, realizando un largo camino, a fin de encontrar respuesta
a una pregunta, cual es: qué es el bien y el mal. O, qué es el cielo y qué el
infierno.
El
sabio, levantándose y permaneciendo de pie, lo increpó de este modo:
–
¡Hombre ruin, degenerado y perverso! ¿Has cegado tantas vidas humanas? ¿Y te
atreves a venir y ponerte delante de mis ojos? ¡Fuera de aquí! ¡Vete!
El
hombre sacó su espada y la blandió en el aire listo a hacer rodar la cabeza del
monje por el suelo.
Apenas
pudo contenerse cuando la espada se detuvo rozando la piel del maestro en su
cuello.
–
¡Insensato! ¿Osas hablarme a mí de esa manera?
7. Ese
largo
camino
Sorprendentemente
el sabio no estaba alterado sino sereno. –Le dijo.
Respiró
lo más hondo que pudo y logró serenarse. Retiró la espada y la enfundó en su
enchape engastado de piedras preciosas, y se dispuso a marcharse.
–
¡Espera! –Dijo sereno el sabio–. Esto último que acabas de hacer enfundando tu
espada es el cielo y el bien a partir del cual nacen mundos nuevos y todo
florece. Y lo primero que intentaste hacer blandiendo tu espada es el infierno y
el mal a partir del cual todo se oscurece, daña y destruye. Nada está allá, ni
lejos, ni en otro mundo, sino que todo está aquí.
–
¡Perdón!
–
Infierno es entonces dar rienda suelta a la cólera, al enojo y a las pasiones.
El cielo es ganar la batalla más difícil y decisiva cual es el vencerse uno
mismo haciendo que la existencia cobre su verdadero sentido. Si has caminado
hasta aquí es porque recién has empezado a aprender ese largo camino.
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