1. ¿Qué
nos queda?
– ¿Dejar estos lugares dicen? ¿Están en su sano
juicio? ¿O se han vuelto locas?
– Eso mismo digo yo. Porque aquí tenemos abundante
comida, agua fresca y cristalina, las mejores semillas que recogemos del borde
de los ríos, lagos y arroyuelos. Tenemos la hierba fresca y la sombra fragante
donde retozan nuestros polluelos.
– Sí. Pero se trata en realidad de tener sentido
común. ¿Cuántos éramos hace apenas tres años? ¿Mil, dos mil? ¿Ahora cuántos
somos? ¡No más de treinta! ¡En todo este paraje! ¡Y nos seguirán matando! Y
cada vez seguiremos siendo menos hasta desaparecer.
– Pero, ¿nos están proponiendo que dejemos el clima
benigno, el sol y la lluvia fresca para huir a los bosques a vivir en lo alto
de los árboles envueltos en la neblina.
– Hay cazadores apostados tras de los árboles noche y
día. Y basta de que revoloteemos para caer en sus redes. ¿Cuántos de nuestros
hijos hemos perdido?
– Bueno, y entonces, ¿qué nos queda?
– Alejarnos, buscar refugio y defendernos huyendo
hacia otros parajes.
2. De alma
inocente
– Mamá, ¿y por qué tenemos que dejar este sitio que a
mí tanto me gusta.
– Cuando crezcas y tengas a su vez tus propios hijos
querrás que ellos vivan y que no les ocurra nada malo, como es lo que yo quiero
para ti.
– ¿Y por qué tiene que ocurrirnos eso? ¿Por qué nos
persiguen y quieren atraparnos mamá?
– Porque somos las aves más bellas y más caras del
mundo. Por cada una de nosotras se paga un doblón de oro español; y no hay
príncipe, ni duque ni conde que no quiera lucir en su jardín aprisionada en
jaula de oro al ave emblemática del fabuloso Imperio de los Incas del Perú.
– Pero no tengo aún la cresta ni las plumas como
ustedes.
– Sí, pero las tendrás.
– ¿Nuestra belleza es nuestra desgracia, mamá? ¿Qué es
entonces la belleza?
– Hay una belleza externa, que en nuestro caso se da
por los colores que caracterizan nuestro plumaje, que es el rojo anaranjado de
nuestro cuello y cabeza, el negro imperial de las plumas de nuestro pecho, alas
y cola, y el color gris perla, tendiendo hacia el blanco mate, que llevamos
encima de nuestras alas. Pero lo que más atrae es la majestad que tenemos
representada en la cresta imperial de plumas erectas en lo alto de nuestras
cabezas, que veo que a ti ya te están creciendo. Y nuestra manera de mirar que
revela nuestra alma inocente y candorosa.
3. Ser
madres
– Riuc, riuc, riuc.
– Pido silencio, por favor. es necesario terminar esta
asamblea. Tiene la palabra.
– Compañeros: Hace mucho tiempo que nos mudamos de
vivir cerca de los arroyos y fuentes de agua cercana a los ríos, lagos y
manantiales donde vivíamos antes. Hemos vivido largo tiempo tranquilos en estos
lugares, pero ahora el hombre en su codicia ha incursionado en el bosque de
neblinas con el fin de cazarnos vivos o muertos, haciéndonos prisioneros o
disecándonos muertos.
– Y, ¿qué podemos hacer? ¿Otra vez mudarnos y adónde?
¿Dejar otra vez estos sitios?
– En realidad, los hemos convocado para anunciarles una
decisión tomada entre nosotras quienes somos madres y a fin de que no les
sorprenda lo que haremos.
– Y, ¿en qué consiste?
– Ella es que siendo la codicia nuestra belleza hemos
decidido a fin de proteger a nuestros hijos cambiar nuestro plumaje de colores
intensos y adoptar el color de la tierra, del barro y de la corteza de los
árboles. El pobre marrón. Pero algo más: cortarnos la cresta.
4. Un riesgo
nuestro
– ¡Imposible! ¡Eso es claudicar! ¡Es inconcebible! ¿Se
verán como nuestras esposas, o qué?
– Pero hay algo más que no he terminado de decir: ¡Nos
cortaremos la cresta! Creo que así dejarán de perseguirnos y matarnos dejando a
tantos hijos huérfanos.
– Porque hay hombres mezquinos que creen quede la
belleza hay que adueñarse, y más: hacerla propiedad privada. La belleza se
posee admirándola.
– Pero eso que ustedes han decidido qué sentido tiene.
¡Hay miles de especies como quieren ser ustedes. O que se proponen ser: comunes
y corrientes, sin pena ni gloria. Nosotros sí mantendremos muy en alto nuestra
identidad, cueste lo que cueste. Si fuéramos como ustedes no existiríamos,
seríamos como cualquier otro bicho que hay en el universo.
– Ciertamente, apoyando al compañero: ¿no es esa una
traición la que están proponiéndose hacer? ¿No es una cobardía? ¿No es una
renuncia insensata? ¿Están locas? ¿No querrán que hagamos lo mismo los varones,
¿no?
– No. No les estamos pidiendo lo mismo.
– En verdad, no seamos mezquinos los varones aquí
presentes. Ellas se están sacrificando, y saben por qué lo hacen. Pero considero
prudente también que no desaparezcan los emblemas de nuestra especie,
reconociendo también que será un riesgo nuestro conservarlos.
5. Que nazcan
libres
– Riuc, riuc, riuc. En realidad ya tenemos el quorum
suficiente y continuamos la asamblea suspendida en la tarde de ayer. Nos
quedamos escuchando el planteamiento de las compañeras acerca de emigrar hacia
las rocas y peñones abruptos. Pero quisiéramos que ellas mismas aclaren esta
propuesta.
– Renunciamos hace buen tiempo a la belleza de que
estábamos dotadas por defender la vida haciéndonos del color del barro y
cortando nuestra cresta. Y hemos venido hasta estos sitios altos de los árboles
y a lo más oscuro del bosque por defender a nuestros hijos y por la
responsabilidad de conservar nuestra especie. En verdad nos cuesta mucho más
esfuerzo a las mujeres mantener a los hijos, puesto que somos nosotras quienes
los criarlos dándoles de comer por lo menos durante tres meses mientras son
tiernos, porque hay que bajar hasta el suelo a traerles comida. Pero hay nuevos
cazadores que han aprendido a ubicar nuestros nidos y a saquearlos.
– Y quiero reforzar lo que expresa mi compañera: suben
hasta nuestros nidos y roban nuestras criaturas o bien nuestros huevos verde
azulados para empollarlos por su cuenta para que nuestros hijos nazcan en
cautiverio. Como también hay otros depredadores en lo alto del bosque, que son:
águilas, serpientes, hurones y coatíes.
6. Esa es
su misión
– Dimos un paso importante viniendo al bosque y por
eso supervivimos. Ahora es de vida y muerte emigrar. Pero no estamos pidiendo a
ustedes vengan con nosotras. En verdad por ser bullangueros y bailarines es por
ustedes que son ubicados nuestros nidos. Quédense aquí en el bosque. Nosotras
hemos pensado que la solución es trasladarnos con nuestros hijos y nidos hacia
barrancas y peñas empinadas, mientras sean más escarpadas y abruptas mejor,
para anidar en las caras verticales de esas rocas, en las cavernas y grietas.
–Ustedes vivan aquí. Y esta decisión no conlleva
enojo. Al contrario. A ustedes corresponde una misión, quizá la más arriesgada
qué cumplir, cual es mantener nuestra identidad, seguir ostentando la bandera
de lo bello y hermoso de nuestra cultura, y lo pródigo que fue aquel mundo para
algún día volver a fundarlo.
– Eso mismo quisiera decirles yo. Que sigan siendo
orgullosos, cantando y bailando. Nosotras cuidaremos a los hijos en los lugares
apartados. Vendremos de incógnito a visitarlos. Y alégrennos la vida siendo como
son. Tanto es así que elegiremos a quien mejor sepa cantar y bailar como
nuestros esposos. Y sobre todo a quien sepa conservarse vivo lo haremos padre
de nuestra progenie para fundar otra vez el Imperio de los Incas. Esa es su
misión: no ser atrapados y nosotras les daremos los hijos que funden otra vez
el imperio derruido.
7. Eran
sagrados
– Mamá. ¿En realidad tengo que irme?
– Sí hijo mío. Y será al anochecer, porque ya tus alas
y tu cresta son visibles. Y es importante que no se sepa dónde naciste ni de
dónde vienes. Ni dónde nosotras ahora vivimos. Tienes que ir a juntarte con tu
padre en el bosque. Ser fuerte, sagaz y valiente como él lo es.
– Y tú, ¿por qué no vienes con nosotros, mamá? ¡Porque
te voy a extrañar mucho!
Yo tengo que ayudar a buscar comida para las madres
que son jóvenes y sus crías. Tengo que traer agua desde los arroyos que quedan
lejos y hacia lo hondo. Tengo que darte nuevos hermanos para que te sientas
seguro y orgulloso en la vida. Pero algún día volveremos otra vez a vivir todos
juntos.
– ¿Sí, mamá? ¿Cuándo?
– ¡Ay, hijo! Cuando no tengan precio nuestras cabezas,
nuestras plumas y nuestras alas; cuando el hombre aprenda a respetar a la
naturaleza, al bosque, a los seres que pueblan el universo.
– Pero eso, ¿es posible?
– ¡Claro! ¡Cómo no! Ya hubo un mundo fundado con esos
principios. En el imperio de los incas, donde plantas y animales eran hijos de
la madre tierra, y como tal sagrados. Y eso lo restituiremos algún día, hijo
mío.
*****
El texto anterior puede ser
reproducido, publicado y difundido
citando autor y fuente
Teléfonos: 420-3343 y 602-3988
dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com
Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar
a:
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Ediciones Capulí: capulivallejoysutierra@gmail.com
Ediciones Altazor: edicionesaltazo@yahoo.es
*****
CONVOCATORIA