Danilo
Sánchez Lihón
1.
En
este
mundo
Los amigos le decían a
ella la chola, porque se unió en cuerpo y alma al cholo César Vallejo.
Quien aun siendo niña
aprendió a bailar la marinera solo por complacerlo a él. Y lo bailaba precioso.
Fue una persona que dejó o
traspasó mundo tras mundo por seguirlo en su camino. Y lo siguió por los senderos
de este mundo por donde él anduviera herido.
Y lo siguió por todos
aquellos otros confines que luego de la muerte posiblemente existen o pudieran
algún día existir, como es probable que lo hubiera cuando en verdad se ama
tanto.
Para encarar ello dejó su
alma infantil, su provincia, su candor, su fortuna, su país, su paz y
finalmente su vida.
Y se convirtió en la
peregrina, en la rabona, en la montonera. Se hizo la miliciana del alba
ríspida, lacónica, austera, pero en el fondo del alma eternamente enamorada de aquél
que le diera sentido.
2. Caminaron
mucho
juntos
Desde que lo conociera tenía
para regir su vida la voz del océano, de la montaña, del trueno y del relámpago
que era él.
Porque en eso se convirtió
Vallejo para ella, espacio estelar y en voz, en razón de ser y en dirección a
tener para la vida.
Por eso, de lo que no se
desprendió ella jamás era de su mano para que lo condujera. Tampoco quiso dejar
de escuchar su palabra, su voz, y siguió hablando y conversando con él siempre.
No quiso apartarse de su
manera de ser, como de su reflexión al punto de llegar a pensar y actuar como
él.
Y tal como lo expresó: Lo
único que le faltaba para vivir plenamente a su lado “eran sus pasos”.
Y es que caminaron mucho
juntos. Su estilo era ir cogidos de la mano, entrañables y amorosos.
3. Un compás
absoluto
Deambularon juntos por
Berlín, Leningrado, Moscú, Praga, Viena, Budapest, Venecia, Florencia, Roma,
Pisa, Génova, Niza. Y después por muchos caminos y lugares de España adonde fue
luego que fuera expulsado.
Eran dos seres que
encontraron un compás absoluto en el caminar, se los nota en la foto
transitando con Rafael Alberti en una calle de Madrid.
¿Cómo se los ve?
Absolutos, íntegros, las dos alas de un mismo corazón. Las dos aspas de una nave
o de un ave.
Acoplados en las huellas
de sus pisadas, o en el alzarse y volar. Coincidentes en el aire y con el
viento. Hechos uno para el otro.
Ella muy bella y muy
mujer. Él muy masculino, muy señor y varón.
Ella: encantadora, una
gacela y una flor de lis, un emblema del imperio. Hermosa, elegante, espigada.
Sumida en una especie de
encantamiento, muy en su aureola y en su mundo, parisina como era.
4. Con una punta
de
pañuelo blanco
Se la ve con el abrigo batido
por el viento, arrobada en sí misma, con un sombrero sutil, con un collar que
le pende desde el cuello y se descuelga por entre su blusa, y un chaleco de
botones extasiados en su pecho.
Las rodillas muy juntas al
caminar, una con otra como cabe en una mujer a quien su madre ha inculcado el
orgullo de tener ascendencia en la nobleza napoleónica.
Ahora va engarzada en la
mano y en el alma de ese ser andino, mestizo, cordillerano. Va tintineando
asida a ese enigma, a esa roca.
O sobrevolando ese océano
con la confianza de una golondrina que siente que ese mar inconmensurable le
pertenece, que es un temblor en sus alas y un compás en sus latidos.
Mientras va con ese
absoluto como es César Vallejo, de traje oscuro riguroso, con una punta de
pañuelo blanco que le sobresale en la solapa y que porta en la mano un sombrero
de fieltro claro.
5. Para la historia
de
los siglos
Es una pareja de cuento,
una pareja para la historia de la humanidad, que como ella no se ha visto otra.
Yo lo supe cuando ella
ingresó 14 años después de haber muerto su esposo e iba a conocer, viniendo
desde París, capital de Francia, a Santiago de Chuco, donde la esperamos los
niños de todas las escuelas portando en una mano una bandera del Perú y en la
otra una de Francia, en una la golondrina y en otra el océano y las montañas.
Pero no venía desde
Trujillo, ¡qué va! Ni desde Lima. Ni desde París. Venía desde más lejos, desde
el infinito.
Venía para conocer
Santiago de Chuco, pueblo enclavado en los andes hasta donde ella arribó
siguiendo los pasos de quien fuera su esposo hacía tantos años muerto.
¿No ocurre que más bien
sobre el amor se abate el olvido? ¿No ocurre más bien que se cambia y se
reemplaza a quien se ha ido?
6. El yeso
del
alma
Pero ella no.
Por eso y muchas otras
razones significativas hacen una pareja para la historia de los siglos y
milenios.
Lo importante del instante
y del segundo de esa foto en España es que esas dos vidas se persiguieron una a
la otra 46 años después que uno de ellos muriera.
Porque Georgette
sobrevivió a Vallejo 46 años en este mundo y en este planeta.
Pero ellos han vuelto a
encontrarse. Lo hicieron antes muchas veces.
Y estarán ahora juntos si
es que existen otros mundos que repliquen o representen o proyecten a este en
donde sobrevivimos.
Tenía Georgette una vida
familiar intensa con su esposo difunto. El referente era la mascarilla que ella
mandó a que se le tomara en su lecho de muerte.
Hasta peleaba con él, con
el yeso del alma y el aroma a ciegas del ausente.
7.
La lógica
niega
¿Qué fuerza puede tener la
vida para esta suplantación del pálpito, de la piel que aletea y hasta del
aliento que anima y que sostiene?
¿Y hasta de la química del
olor! puesto en la tierra blanca con goma que es el yeso?
¿No es igual cuando
adoramos con devoción infinita a tantos santos entronizados en los altares?
¿Qué son nuestros destinos
para llegar a esta consubstanciación entre mundos opuestos?
¿Y de qué materia estamos
hechos los humanos para reverenciar la vida en lo muerto? ¿O en algo que no
tiene vida?
¿O en aquello que la
lógica y el raciocinio niegan, deploran, y finalmente otros somos quienes
lamentan y lloran?
No lo sabemos. Pero de lo que sí
estamos convencidos es que Georgette encarna de
manera raigal y auténtica su mensaje, su misión y la trascendencia que él vino
a representar en este mundo.
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