Hoy 24 de enero del año 2016 ha fallecido en Chimbote
Javier Castillo Mendoza, hijo de mi madrina Margarita y de mi padrino Carlos.
De acuerdo a la tradición de mi tierra él viene a ser mi hermano de pila
bautismal. La siguiente semblanza no es acerca de Javier sino del día en que en
Santiago de Chuco se enterraba a su mamá, cuando Javier apenas tenía dos años
de edad.
1. Esta
vez
Terminado el ensayo de hoy día 19 de junio de 1951,
preparándonos para el desfile del 28 de julio en que competiremos para obtener
el gallardete de Fiestas Patrias, corre una noticia como un reguero de pólvora:
Ha muerto la Profesora Margarita Mendoza de Castillo, directora de la Escuela
de Mujeres 272, esposa de nuestro director, don Carlos.
¡Ha muerto la profesora Margarita!
¿Cómo? Allí recién supimos que había sido operada en
Trujillo y había vuelto a Santiago de Chuco muy delicada de salud. ¡Y ha
muerto!
Nuestro pueblo yace ensombrecido. La tristeza y la
congoja invaden nuestros corazones.
No hay un solo sonido estridente. Todo es tristeza
lacerante, desconsuelo y dolor profundo, como un Viernes Santo. Caminamos como
sombras, pisando levemente el suelo.
Esta vez nuestro plantel escolar enfila por la misma
calle por donde ensayamos los desfiles, pero nuestra actitud no es la de adalides
sino la de víctimas compungidas.
Asistimos al entierro de quien, no siendo de nuestro
pueblo, se quedará para siempre entre nosotros.
Han llegado sus familiares desde Trujillo. Y
delegaciones de alumnos y profesores de otras ciudades.
2. Tanto
dolor
La Misa de Cuerpo Presente se realiza en el atrio de
la iglesia, al frente de la plaza. Nunca antes el altar de la iglesia ha salido
hasta fuera del templo y quedar frente a la plaza, llena de una multitud
aglomerada y compungida.
Asisten todos los planteles escolares con sus cuerpos
docentes, estos en actitud solemne y vestidos de oscuro. Y el alumnado con sus
uniformes de gala, llevando coronas de flores. Las niñas más pequeñas de
vaporosos vestidos blancos. Y prendidos a los uniformes hondos crespones
negros.
Todos los centros educativos están ya emplazados
portando ramilletes de flores. Es un mar de coronas, hechas de rosas,
gladiolos, crisantemos, claveles y azahares.
Los niños del campo portan flores silvestres, de
aquellas que tienden sus corolas desde el borde de los caminos.
Nunca hemos visto tanto dolor en la gente sencilla,
tanta identificación de hombres y mujeres con un ser que realiza su labor de
manera apartada y silenciosa, una maestra de escuela.
3. Paso
a paso
Desfilamos con nuestra Banda de Guerra en silencio,
pendiendo de cada instrumento banderolas negras y nosotros con un brazalete de
luto en el brazo.
En este momento se alza el ataúd en lo alto donde
pareciera que se bambolea a los sones de una banda de músicos que toca una
marcha fúnebre que estremece el alma. Y parte el cortejo.
Don Carlos va detrás del catafalco con dos de sus
hijos mayores que lleva de la mano: María Cristina de ocho años, bella y
llorosa como un lirio del campo. Felipe de seis años y medio, cejijunto, con
los ojos hundidos y las mandíbulas apretadas en un rictus de melancolía
suprema.
En la casa de la abuela Cipriana se han quedado Manuel
de cinco años, Inés de cuatro, y Javier de apenas dos añitos. Don Carlos, como
un junco que quisiera doblegarse va paso a paso, soportando el cierzo, como una
roca batida por las olas, o una bandera que intenta arrasar la tempestad y la
borrasca.
Es un entierro solemne. Ya el ataúd está en el Alto de
San José y las escuelas aún están apostadas en la plaza sin poder desplegarse.
4. Que
el viento mece
El sacerdote con sus acólitos ya ingresan al
cementerio y no han empezado los centros educativos ni siquiera a iniciar la
cuesta, mirando hacia lo lejos el largo cortejo que sube la pendiente en una
hilera doliente.
Ya aquí, en el cementerio, lo atravesamos pisando
retamas y sunchos que crecen entre las tumbas, porque la maestra Margarita,
presintiendo su final, le pidió a su esposo ser enterrada en lo empinado de una
peña.
Y así se ha cumplido, escogiendo el único peñasco que
hay en el cementerio, pero que da a la hondonada del río, en la parte de atrás,
no hacia el pueblo, habiéndose cavado la tumba en plena piedra, en el flanco
posterior del camposanto, en un lugar solitario de belleza íntima, arisca y salvaje.
Y ahí estoy, de pie, al lado del catafalco, mientras
recogen las cintas, retiran los ornamentos, y se empinan los hombres con voces
guturales para introducir el ataúd en el nicho cavado en la roca, embargado yo
por la pena.
Porque desde aquí se mira el paisaje más prodigioso de
la tierra, los verdes cercos de penca, los tunales y magueyes, las casitas en
medio de las chacras de habas, alverjas y alfalfares. El tenue amarillo de los
campos de trigo y cebada que el viento mece.
5. La vida,
¿es así?
Me da pena que sea tan hermoso el mundo y la vida. Y
nosotros tan quebradizos, que algún día ya no podamos contemplar ni podamos ver
lo lejano como tampoco lo minúsculo.
A este abejorro que ronda haciendo resonar sus
élitros, como a la flor del alhelí que en este camposanto hace flotar con el
viento sus pétalos.
Me da pena este ramillete de flores ingenuas que
entrelazo entre mis manos y oprimo a mi pecho, con sus colores estallantes que
hacen más hondas y más hirvientes mis lágrimas.
Me da pena que a quien entierren ahora sea a mi
madrina, quien me alzó para que el sacerdote empapara mi cabeza con el agua de
la pila bautismal.
Quien cada vez que me encontraba me cogía de la mano y
me llevaba consigo, sacando un nuevo caramelo de su delantal, a fin de dármelo.
Cuando se inclina a mirarme me hace abrir la boca,
para ver si es cierto que ya he terminado el confite anterior.
La vida, ¿es así, en cuanto cesa y se acaba?
6. Su amor
mil veces
Regresar del cementerio es doloroso cuando se deja en
él para siempre a un ser querido, viendo los campos en flor con los frutos
cargados ya en las espigas de maíces y trigos. Por eso, ¡pobre maestro don
Carlos!
Regresar del cementerio de Santiago de Chuco es peor,
porque este se empina en una colina desde la cual el crepúsculo se desgarra en
esmeraldas, amatistas y zafiros en el horizonte inescrutable.
Y nos duele contemplarlo, y nos duele que ya no lo
pueda ver el ser querido que ahora hemos dejado y yace inerte en esa colina,
expuesta a todos los misterios e incógnitas de lo bello y verdadero. Por eso,
¡pobre maestro don Carlos, mi padrino!
¡Cuánto debe haber llorado y sentirse estremecido en
las noches solitarias y compungidas! ¡Cuánto debe haberse confesado ante ella y
vuelto a declarar su amor mil veces!
Ahora, en su casa, sus hijos lo sienten levantarse en
la noche y salir rumbo al cementerio. Lo siguen hasta cierto punto, porque es
temible el sueño de los muertos.
Lo único que hacen entonces es soltar a Vidú, el perro
fiel que oliscando su rastro corre en dirección del camposanto, hasta volver al
amanecer con los ojos llorosos y enrojecidos, igual que su amo.
7. Mares
embravecidos
Hoy ha venido don Carlos y lo hemos recibido en el
patio entonando la canción: “Oh buen Jesús, clemente y amoroso”.
Después de enjugarse los ojos con un tembloroso
pañuelo blanco, ha dicho:
– Quiero agradecer a todo el plantel en general, y a
cada uno en particular, por su solidaridad, porque me siento acongojado en el
dolor, pero fortalecido por el cariño de todos ustedes, tanto alumnos como
maestros.
Sus colegas, los profesores también tienen lágrimas en
los ojos. Entonces, en nombre de los alumnos habla Helí Miñano, diciendo:
– Sabemos que su dolor es inconsolable, pero queremos
prometerle, señor director, que conforme es su deseo este año ganaremos el
gallardete en el desfile, en honor a Ud. y en memoria de la inolvidable y
querida maestra Margarita, que Dios lo tiene ahora en su gloria. ¿Lo prometemos
compañeros?
– ¡Sí! –Gritamos todos, queriendo atravesar con
nuestro grito y decisión los mares embravecidos de la muerte, para que ella nos
lo oiga.
Epílogo
tenaz
Y así ha sucedido: el desfile de este año, de parte de
la escuela, ha sido apoteósico. El veredicto del jurado por unanimidad ha sido
a favor de nuestra escuela, el Centro Viejo.
Y es que todos hemos puesto el alma por obtenerlo en
memoria de la maestra Margarita y en mérito de nuestro director, quien nos ha
dado el honor de ubicar a la escuela como el astro rutilante en la educación de
toda nuestra provincia y de otras provincias del Perú.
Hoy día 24 de enero desde Carolina del Sur su hermano
mayor Carlos Felipe Castillo Mendoza, escribe un texto titulado “Remembranza
póstuma a mi hermano Carlos Javier” donde expresa lo siguiente:
Estoy seguro que esa sonrisa dulce y tierna al morir,
fue porque al cerrar tus ojitos para irte de este mundo, los volviste abrir
para encontrarte con el rostro santo de nuestra madre Margarita y de papá
Carlos, ella tenía una deuda contigo, fuiste el último de sus cinco hijos que
menos disfrutó de tu presencia en vida; por eso ha venido a llevarte para estar
contigo y darte todo lo que ella no te
dio, lo tenía guardado para este día, … Hay regocijo y fiesta en el cielo,
nuestros padres te acunan en sus brazos, como el día en que naciste.
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