1.
La lluvia
que
arrecia
Hoy 3 de enero
llamo a Radio Cordillera en Santiago de Chuco, pueblo enclavado en la serranía,
queriendo comunicarme con un familiar de mi comarca.
Escucho que
el locutor para hacerse oír en el fragor de los relámpagos, truenos y de la
lluvia que arrecia golpeando con un sordo rumor en el tejado, clama:
– ¡Radio
Cordillera! ¡Cordillera! ¡Cordillera! ¡Aquí Radio Cordillera!
Y luego de
tener un momento levantado el fono me atiende, para decirme:
–
Discúlpenos, doctor (No soy doctor, pero así quiere llamarme), pero hoy no
podemos ir a llamar a personas a sus domicilios, porque las calles están
inundadas, convertidas en ríos y ni siquiera se pueden transitar.
Y yo, solo
por querer seguir sumergido y percibiendo ese estruendo, aunque diferido y
lejano, pregunto lo que fuera:
2.
El tono
asombrado
– ¿Pero acaso
no hay alguien que pueda ir?
– Hay doctor,
y aquí los tengo acurrucados, ¿pero quién va a salir si no va poder cruzar la
calle por los torrentes que pueden hacer caer a una persona y arrastrarla?
Además, ¿quién va a venir con esta lluvia? ¡Nadie!
– Pero su
casa queda cerca.
– Así
fuéramos, ¿quién va a oír los golpes que damos en la puerta con los truenos que
están reventando? Solo sería ¡para quedar empapados!
– ¡Qué! ¿Muy
fuerte está lloviendo? –Intervengo, solo para prolongar su manera de hablar,
porque me fascina el tono asombrado del lenguaje de la gente de mi tierra.
– ¡Aguaceraso
es, doctor! Parece que el cielo se estuviera rompiendo y en cualquier momento
vamos a ver amontonarse las rocas celestiales de su bóveda y sus cimientos
rotos y caídos encima de nuestras cabezas.
3.
Detener
las
goteras
– Pero,
¡habrá alguna gente caminando!
– ¡Nadie!
Nadie doctor, nadie camina por las calles y ni siquiera se asoman a mirar por
la ventana porque da miedo cómo se derrama a chorros el agua, y uno se
pregunta: ¡Qué! ¿Tanta agua? ¿Hay lagunas y ríos acaso allá arriba, en el
cielo? ¡Qué! ¿Ya no se acuerda, doctor?
– ¡Pero
ustedes allí tienen buen techo! –Digo, tratando de ocultar mi nostalgia.
– Con este
aguacero ninguno es buen techo doctor, las tejas mejor puestas se aflojan,
desencajan y hasta se rompen. Ya nos faltan recipientes con qué detener las
goteras que humedecen la cercha, la bóveda y filtra mojando la sala. ¡Qué ha de
ser de nosotros!
Pero,
repentinamente pareciera que les llega la señal interrumpida en la radio, y
claman:
– ¡Radio
Cordillera! ¡Cordillera! ¡Cordillera! –Pero no, no hay conexión.
4 Aunque
a retazos
– ¿Y si llamo
más tarde, será posible la comunicación?
– No sabemos,
doctor. Desde ayer está azotando fuerte esta tempestad. Pero, llame usted
nomás, por si acaso, y si ha escampado entonces vamos a avisarle a la persona
para que venga y se comunique con usted.
Y esperando
que corten la llamada, permanezco con los ojos cerrados, evocando, mientras
exclaman:
– ¡Aquí,
Radio Cordillera, Cordillera, Cordilleraaaa! Ahora sí, ¿pueden captar Radio
Cordillera? ¿Sí? ¡Por fin nos escuchan! ¿Sí?
Al parecer
han recuperado la trasmisión. Y me dejan solo. Y ahora se desgañita el locutor,
peleando con la lluvia, y yo me sumerjo en la evocación durante un breve
momento.
– Trasmite
Radio Cordillera. Aquí, aunque a retazos, por la tempestad que arrecia, algunos
mensajes.
5.
Qué
regresen
– A la familia
Gastañuadí Retamozo, en las alturas de Cuajinda, que su hija Luzmila está
viajando de Quiruvilca y lo esperen el sábado 15 al amanecer, con dos acémilas,
en la majada de El Pedernal.
– Ahora nos
trasladamos a Tamboras, para decirle a don Lizandro Martínez que preguntó ayer
por su esposa e hijos, que salieron de Huaylío para las minas el martes 3.
¡Dios mío! ¿Ya hacen cuántos días? ¿Y no llegan? Que tomaron la ruta del
Piscochaca, rumbo a Michiquilca. ¡Dios Santo! ¡Por allí ha habido derrumbes!
Ojalá que nada malo haya sucedido. ¡Quien sepa algo que avise!
– Bajamos a
la cuenca del río Pachachaca. Se alerta que a la altura de Palo Blanco ¡el río
ha llevado casas y ha arrastrado el puente! Que no hay pase por ese lugar y no
se atrevan con esas aguas que son turbias y cargan grandes piedras.
– Ya estamos
en la parte baja de Chuca: Se avisa que ya no hay puente a la altura de
Chorobal. ¡Y no busquen atajos que sus chorreras son alevosas! Tampoco hay
puente en el río Huaraday a la altura de El Infiernillo. Que no intenten
cruzar. El año pasado allí ocurrieron varias muertes. ¡Que regresen al lugar de
donde partieron! ¡Aquí, Radio Cordillera, informando! ¿Radio Cordillera! ¿Aló? ¿Nos
escuchan?
6.
Nuestros pasos
y
el destino
Y mientras
aguzo el oído se perfilan nítidos los versos de César Vallejo, quien estando
preso en la cárcel de Trujillo justo en estos días del mes de enero, escribe en
el poema LVIII de Trilce:
Ya no reiré cuando mi madre rece
en infancia y en domingo, a las cuatro
de la
madrugada, por los caminantes,
Y es que es
temible un turbión en los caminos, cuando azota con sus ramalazos que golpean el
rostro y ciega a los animales que se desbarrancan por los abismos. Y si la ropa
es de lana empieza a exudar vapor que confunde y enreda nuestros pasos,
mientras sopla el viento helado y hay un rumor sordo y monótono en la floresta.
Y si es continua la descarga de relámpagos y truenos hay que buscar una peña
bajo la cual guarecernos. Y ojalá que cerca encontremos una cueva en la cual
buscar refugio. Aunque siempre será más el afán de llegar al bohío, que nos
hace que apuremos el paso, antes de que cargue demasiado la quebrada o el río y
se interpongan como muros de muerte que se alzan entre nuestros pasos y el
destino.
7.
Tierra trémula
y
transida
Por eso, pese
a que llueva a torrentes siempre se ve a los caminantes y peregrinos que no se
detienen, no importando que la lluvia golpee de costado, de atrás o de frente.
La ilusión
siempre es llegar hasta donde está la familia, la mujer y los hijos; al fogón
hogareño así sea pobre y humilde. En realidad no hay pobreza sino cuando no hay
afecto ni cariño. Porque así haya escasez de recursos, el hogar es lo más
abrigado, íntimo e inmenso que tenemos en el mundo.
Este anhelo
es el que hace que muchos hombres se arriesguen con el peligro que supone
cruzar una correntada, cayendo envueltos por las aguas espumosas y aciagas.
Porque hay que reconocer que a esta vida, no por simple y sencilla, podemos
regresar a ella en cualquier momento.
En eso pienso
antes de colgar el teléfono y dejar de escuchar a jirones los mensajes en la
radio que se entrelazan con rayos y centellas sobre las punas, hondonadas y
picachos abruptos de mi tierra trémula y transida.
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