1. Pero,
¿qué son?
Los tejados son alas de nuestro espíritu tendidas y
suspendidas en el aire hacia lo eterno.
Arcilla y viento que contienen agua y fuego para
siempre.
Toda la curvatura de la teja está templada a fuego
intenso y afinada para entonar endechas al firmamento.
En ellos se sobreponen teja macho y hembra, por eso
son cantarinos, suaves e impredecibles. Una teja se tiende y la otra fragua
tempestades. Son barro que vuela y quieto lucero ensimismado.
Los tejados son nuestra entraña, gracia y extravío.
Nuestra ilusión como nuestra pena. En ellos se nos encuentra y en ellos, pese a
estar, jamás seremos hallados.
En ellos estamos, radiantes o ateridos. Y cuando no
estemos se nos mirará en la hondura de su centro o su costado.
Velan, escuchan, aguardan. Son quienes nos amparan y
protegen de tanto cosmos inacabable. Se enorgullecen si triunfamos y se apenan
si sufrimos.
Ellos escuchan las voces de adentro y las de afuera
que pasan por la acera. Aquellas que provienen del fondo del alma y de las
otras que vienen desde lejos cribando nuestros pasos y destino.
2. Unen la tierra
con el cielo
Antes yo creía que los techos eran inclinados por el
agua que tenía que correr por su pendiente.
Pero después supe que no era por eso.
Ese gesto es por un motivo diferente. Porque es otra
savia la que recorre sus venas. Y ello es el sentimiento, ¡y los sueños
inatajables!
Porque cuántas veces no hemos jugado al verlos y
preguntado: ¿cómo sería resbalar o subir por ellos si fueran más empinados o
ligeramente más tendidos?
Entonces son para jugar con nuestras emociones y
fantasías sean abiertas o sean sepultas.
Como otro tiempo son para llorar, cuando no las
tenemos y cuando nos despedimos.
Pero es por algo más que son inclinados: es por un
gesto piadoso y caritativo, por aquel querer tender hacia abajo los brazos. Es
por sus lágrimas compasivas. Por identificarse con la gente más sencilla.
Por ser tan humanos es que se cimbran o se quiebran,
por el dolor que les causa el sufrimiento del prójimo. Es por la ternura que
los embarga. Por ser buenos, cariñosos y estupefactos.
Unen la tierra con el cielo, cual si fueran senos o
regazos maternales. Y porque en ellos lo que no hay, así estén derruidos, es
olvido.
3. Las tejas
son hadas
En los tejados se escuchan las voces y los llantos de
las almas que han pasado. Y de aquellas que añoran su lar nativo.
En ellos los
espíritus se posan.
Por ubicarse en ellos es que tienen una mirada hacia
abajo sensitiva y otra hacia adentro compasiva, y otra hacia arriba llena de preguntas
incontestables.
En los tejados es donde los ángeles se guarecen. Y
velan las hadas extasiadas. También los duendes aquí tienen sus escondrijos.
Solo la parca con su traje de telaraña y sus ojos que
no ven, pero que sí señalan, no se atrevió nunca a pisar en ellos.
Con su guadaña, el shuyec y la pacapaca en los hombros,
se esconde entre los árboles y en los huecos de las puertas. Y desde allí lanza
su soplo o su flecha envenenada para que la gente muera.
Las tejas son hadas, ¿espantarlas para siempre?
¿Desterrarlas de nuestras vidas?
Es la arcilla ofrendada al viento y a lo eterno.
Los tejados son el plumaje de las divinidades que se
arrebujan bajo el cielo anubarrado.
4. Su medida
es el infinito
En el tejado queda la memoria de los días, ellos
guardan el registro de lo que nos ha acontecido. Y de lo que todavía no nos ha
ocurrido pero que va a suceder algún día.
Son tierra vieja. ¡Tierra madre! ¡Tierra milenaria!
Tierra puesta hacia arriba a que nos proteja mientras
dormimos o morimos debajo.
Los tejados se han compadecido de muestras vidas
asombradas por haber nacido donde hemos nacido.
El crepúsculo sombrío que en los cerros altos se hizo
viejo se hace claro y leve en los techos de las casas esparcidas en la honda
cañada.
El alma de los pueblos andinos son los tejados. Nunca
están hacia afuera sino hacia adentro y retan lo que está arriba.
No desafían a la calle sino a las estrellas y luceros.
Afuera está la fachada y la vereda, adentro el enigma. Por eso los tejados son
íntimos, confidentes, secretos.
Son de agua y recuerdan al mar, por eso ondulan. No
tienen límites. Cada techo desconoce su medida porque ella es el infinito.
Porque en la
suma de las tejas de cada ringlera y de cada techumbre hay códigos ocultos y
mosaicos cifrados.
5. Flor
de la piedra
Ya viejos tienen una flor en la frente; o la lucen en
el pecho. Es de color blanco verdoso con un tinte anaranjado. “Flor de piedra”
se la dice.
Cuando a una teja le brota su flor, en todas también
aparece. Flor que semeja unas gotas de agua esparcidas y de un tinte muy leve.
Ella crece completamente inocente y pegada a la
superficie, tanto que pareciera una transparencia de contornos festonados que
ligeramente se elevan.
Ese reborde nos dice que son pétalos, aunque no tengan
al centro ni corolas ni pistilos.
Como si una mano las abriera y ellas se cogieran de
unos brazos en el aire para no caer al vacío.
En el tejado ocurre la epifanía de lo inmenso y
pequeño cuando al amanecer en él se juntan el humo de la cocina envolviéndose
con el manto glorioso del alba.
6. Matriz
y útero materno
Debajo de las cumbreras de los techos, o hacia
adentro, o al revés que da al firmamento, están los terrados. ¿Quién de
nosotros en ellos no ha llorado?
¿Quién no ha corrido hasta allí, sin que nadie lo vea
y no ha desahogado en sollozos su pena?
¿Quién, pegada la cabeza al adobe desnudo, cuerpo a
cuerpo y cara a cara, de hermano a hermano con el seco barro no se ha
consolado, después de confesarse con el alma en la mano de por qué nos duele
tanto la vida?
Y ya escarchadas las lágrimas: ¿qué mundos no se han
imaginado mirando los haces de luz que
penetran por entre los huecos y resquicios que dejan una teja con otra? Y que
entretejen entristecidos magueyes y carrizos.
Allí has sosegado tu espíritu y has encontrado una
razón para seguir viviendo. ¡Quizá hasta para luchar con más ahínco, convicción
y denuedo!
Cerca o al pie de los tejados, después de sentirnos
solos, perdidos y atribulados. Acaso, ¿no hemos encontrado nuestro destino?
¿No es allí donde hemos vuelto a nacer? Y es que ellos
son senos piadosos y almas compasivas.
Son entraña, matriz y útero materno.
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