Danilo Sánchez Lihón
1. Yo soy testigo
de todo esto
El exterminio de las poblaciones indígenas en América
Latina, calculado en 80 millones de personas que murieron víctimas de las
perversas atrocidades que se hacía incluso como divertimento de la gente que
asistía a esos espectáculos a ver a nativos ser devorados por perros de presa.
He aquí una cita del padre Bartolomé de las Casas, que
refiere de estos hechos con la aseveración de que él los ha visto, de los
cuales da testimonio y no que los haya escuchado decir o referir narrados por
terceros. Y su testimonio es:
Entraban los españoles en los poblados y no dejaban
niños ni viejos ni mujeres preñadas que no desbarrigaran e hicieran pedazos.
Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría un indio por medio o le
cortaba la cabeza de un tajo. Arrancaban a las criaturitas del pecho de sus
madres y las lanzaban contra las piedras. A los hombres les cortaban las manos.
A otros los amarraban con paja seca y los quemaban vivos. Y les clavaban una estaca
en la boca para que no se oyeran los gritos. Para mantener a los perros
amaestrados en matar, traían muchos indios en cadenas y los mordían y los
destrozaban y tenían carnicería pública de carne humana... Yo soy testigo de
todo esto y de otras maneras de crueldad nunca vistas ni oídas.
2. Como es
y fue
En el Perú la población antes de la llegada de los
españoles ascendía a 20 millones de personas, pertenecientes a una cultura
prístina, construida sobre la base de la solidaridad y fraternidad humanas,
cultura de fiesta del alma ligada al trabajo mancomunado.
Sin embargo en el censo de 1570 a 1575 del Virrey
Francisco de Toledo, solo alcanzaban a sobrevivir apenas un millón, para ser
exactos: 1,067,696 individuos, a solo 38 años del arribo de las naves españolas
a nuestras costas.
Hay una amplia bibliografía y numerosas citas
principalmente de cronistas españoles, que refieren acerca de los abusos,
crueldades y actos de ensañamiento cometidos en contra de la población indígena
a la cual se la mataba por jolgorio y divertimento.
Recordamos este holocausto porque sigue teniendo
prolongaciones lacerantes en el capitalismo salvaje de estos días que niega
incluso el derecho al agua a las poblaciones originarias y dueñas de sus
tierras.
Y esto ocurre también en relación a la extracción del
oro, justamente en el mismo lugar en donde antes se produjeron saqueos,
traiciones y actos de barbarie, como es y fue lo que ocurre ahora, y ocurrió
antes, en la provincia de Cajamarca.
3. El primer
magnicidio
Porque fue en Cajamarca y en la plaza de dicha llacta,
en el atardecer del día 16 de noviembre del año 1532, en donde se perpetró la
destrucción del Imperio de los Incas, con el resultado de 10 mil naturales
muertos, en apenas unos minutos de masacre.
Ni uno solo portaba armas, mientras los arcabuces,
sables y caballos de los invasores producían una estampida que derruyó muros de
piedra y en donde murieron personas pacíficas a quienes los convocaba
únicamente el sentimiento de cariño y adhesión a su gobernante.
Y es que ¿quién protagonizaba la conquista de estas
tierras? La cultura occidental guerrerista, codiciosa e infame; de garrote,
alevosa y de horca y cuchillo.
Y el primer magnicidio en nuestro continente ocurre
algunos meses después cuando el 26 de julio del año 1533 ejecutan al Inca
Atahualpa, quien permaneció capturado ocho meses y medio, tiempo en el cual se
habían hecho amigos con todos los conquistadores con quienes departía jugando
ajedrez y hasta filosofando juntos.
4. Debacle
del exterminio
A ese amigo con quien departían o mataron sin
apelaciones, y solo por el cálculo político. Esa era la moral de la cultura
ajena e invasora.
Lo mataron pese a que aceptaron un rescate consistente
en entregar llena la habitación en que estaba preso, y hasta donde alcanzaba a
señalar su mano, una vez de oro y otra vez de plata.
De nada valió el temperamento amplio, cordial e
inteligente del soberano indígena. Lo ejecutaron implacablemente y es que ante
esa cultura de rapiña y frente a sus intereses no hay amigos que valgan.
Lo que hay son conveniencias y botín. Esos son los
rezagos que hay que corregir, si hay algún rasgo de ese tipo que quede entre
nosotros. Y si son ellos los que lo siguen perpetrando evitar que nos sigan
tratando igual que en aquel entonces.
Ahora bien, ¿por qué revivimos todo esto? ¿Acaso por
resentimiento, autoflagelación o recreación morbosa? No. Sino porque esta es
una historia vigente, que se repite, que es dolorosa y en estos momentos está
pendiente de solución, cuál es el trato
desde el poder a las poblaciones indígenas.
5. Zozobraban
por el sobrepeso
Claro que para aquella debacle del exterminio de
nuestra población, se sumaron a la actitud despiadada de aniquilamiento, las
enfermedades infecciosas que trajeron los invasores.
Las epidemias fueron traídas por los europeos producto
de la suciedad reinante en la cual vivían esos países y que no era el caso de
las poblaciones nativas acostumbradas a la higiene y a la pulcritud.
Enfermedades como la viruela, la influenza, el
sarampión y el tifus que hicieron un estrago devastador se sumaron a aquella
acción destructiva de aniquilamiento y que terminaron diezmando a la población
nativa.
Todo esto hay que recordarlo y enseñarlo, porque al
final los pobres a veces no sabemos a causa de qué seguimos siendo pobres.
Y hay que hacer magisterio respecto a la codicia de
los rapaces, ahora llamados países ricos cuando siempre fueron indigentes y
míseros, desde donde nos siguen viniendo directivas de saqueo, razón de su
propia autodestrucción.
6. Dubitativos
herederos
Como ocurría en tiempos de la colonia que los barcos
partían de aquí repletos de oro y zozobraban por el sobrepeso y las tormentas
del Caribe y del océano Atlántico.
Pero preferían que el barco se hunda con el lastre de
sus propias vidas antes que arrojar al mar una sola pieza de oro, la más ínfima
que fuera, tal era la seducción del vil metal.
Y sucumbían en el frenesí de la apetencia. Sus propias
existencias no valían nada frente al oro y las piedras preciosas. ¡Han
naufragado en los océanos galeotes íntegros, repletos de oro y plata!
Pero no solo se persiguió y destruyó aquí la vida,
sino que se trató por todos los medios de destruir nuestras creencias,
costumbres y hasta las imágenes de nuestros sueños. Para eso se organizó una cohorte
conocida como los Destructores de Idolatrías.
Pero en el fondo nos salvamos porque nos escondieron
los vientres de las madres indígenas en las cuales habían procreado y
engendraron hijos los conquistadores, vientres de los cuales somos todavía
dubitativos herederos.
7. Un mundo
justo
¿Qué nos toca hacer ahora? Fundar una consistente
identidad. Conocernos, saber quiénes somos, qué nos aqueja, dónde nos duele;
sintonizar con nosotros mismos; saber qué es lo que nos ocurre.
¿Y dónde reconocernos y cómo encontrarnos ahora? En el
mundo andino. Allí en donde, en una permanente contienda, hemos resistido y
hemos triunfado. Y en donde debemos pasar a tener la iniciativa.
Reemplazando el lenguaje agresivo, mordaz,
desesperanzador por el lenguaje de la esperanza, de vigor y generosidad
Reforzar la autoestima es trascendental. Porque los
hombres que se auto valoran son capaces de emprender grandes hazañas.
Y reconocer que siempre estará pendiente en el alma
humana por órdenes vitales ineludibles el anhelo de un mundo justo y solidario.
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