Danilo Sánchez Lihón
1.
Con
gloria
La “Campaña de la breña” de
Andrés Avelino Cáceres nos demostró para siempre a nosotros mismos, ¡qué es lo
que verdaderamente somos, tenemos y valemos!
La “indiada”, como
despectivamente la llamaron, nos demostró la capacidad que tenemos en lo más
hondo de enfrentar lo inicuo y las adversidades más atroces con el mayor
coraje.
Nos demostró que somos
nobles, sublimes e indoblegables. Que estamos dispuestos a defender la sagrada
heredad con nuestra vida y con nuestra muerte.
Que esta tierra es sagrada
y se la respeta. ¡Podrás vivir en ella, pero no mancillarla! Es sagrada porque
miles y miles dieron la vida en defenderla.
Y eso ya jamás se olvida.
¡Y menos se negocia! Cáceres y sus valientes son seres que valen para siempre,
eternamente.
Pudieron perder una batalla
y hasta la guerra pero no la diadema que orla nuestra frente. Ni tampoco el
alto designio que llevamos de forjar nuestro destino con gloria, y ser
estrellas en el firmamento. ¡Nuestro valor así se hizo inextinguible!
2.
Noches
del
alma
No ganaron militarmente
pero lo que importa es el sentido y la estela que nosotros mismos nos forjamos.
Pudieron tener errores, pero lo cierto es que nos sirven como ejemplo y
referencias inacabables.
Pudimos sucumbir ante desconciertos
propios de una hecatombe, pero lo cierto es que sobresalen nuestras virtudes,
sacrificios, grandes desvelos y consagraciones.
¡Y qué cerca estuvimos del
triunfo! Eso lo sabemos.
Entonces solo nos queda
pensar que, además de algunos lamentables errores, los naipes los teníamos
cruzados y los dados vueltos al revés.
En todo ello Cáceres es el
guerrero insigne. No le arredran los abismos, los barrancos, las soledades.
¡Ni lo incierto de la hora,
ni las sombras!
Todo lo supera con pundonor
y coraje. También las noches tristes del alma. No desfallece. Hace en todo de
tripas corazón.
3.
Loor
eterno
Asume lo aciago y lo
adverso. Sostiene lo desgraciado y hace de ello un canto heroico y un himno de
victoria.
No solo por los resultados
alcanzados sino por el abismo de dónde parte a cada hora, y por todo lo que en
la brega consigue a poner en juego.
De él es la emoción, la
tragedia, la victoria; pero sobresale la pasión entrañable a la tierra que lo
vio nacer.
De él es el amor y es el
quebranto. De él el canto puro del huayno, de la teja extasiada y de la ojota
que persevera.
Por el valor y el coraje
puesto en cada acto, y por lo mucho que hemos amado.
Por eso, a Cáceres y al
Perú el destino le debe mil victorias.
¡Loor eterno a quienes como
él estarán presentes en cada triunfo que hemos de ganar para nuestro pueblo!!
4. Al
entregar
la vida
Así, un soldado en Huamachuco solo esperó poder
decirle antes de derribarse y morir cuando él se aproximaba:
– ¡Taita Cáceres! ¡He cumplido! –Y feneció.
Creo que al entregar la vida sea esto mismo lo que
podamos decir, como un lema, una proclama o una consigna.
Por eso, él sintetiza lo perenne del Perú en esa hora
aciaga, ¡y lo encarna con valor supremo!
¡Cuánta vida vio que pendía y buscaba acogerse en su
pecho! ¡Y cuánta muerte vio tenderse a sus pies!
¡Y cuánta emoción, clamor y anhelo erigiéndose o
arrastrándose como si él fuera el sustento que lo amparara!
Y de alguna manera sentirse responsable de todo; pero
encarnando lo más sublime e irrenunciable del Perú: su esperanza, la ilusión y
cuánta victoria hay en el alma.
5. Hay
victorias
que infaman
Participó en todas las batallas y contiendas; y de
todas salió airoso, pese a estar siempre en el centro del vórtice. Y siempre
salió ileso como un héroe mítico.
Organizó la resistencia andina a través de los
montoneros o guerra de guerrillas que triunfaron en jornadas heroicas
desalojando al ejército invasor de la zona central del país.
Pero por cualquier victoria peruana eran arrasados
pueblos enteros y degolladas las personas indefensas. Así por ejemplo el 9 de
julio de 1882 en Concepción la guarnición chilena en combate sucumbió y
murieron cuatro oficiales y 73 individuos.
Como represalia la orden fue saqueo, degüello e
incendio. Y se masacró a 329 personas. Y ellos mismos dicen en sus partes de
guerra: “Y no fueron más porque no las habían”.
La mayoría fueron niños, mujeres y ancianos que por
algún impedimento no pudieron huir. Y lo mismo se hizo en todo lugar. Por eso
decimos que hay derrotas que ennoblecen y hay victorias que infaman.
6. El fulgor
de su espada
Pero también otras adversidades asolaron el corazón de
Cáceres: Así el 18 de febrero de 1882 una tempestad en los desfiladeros de
Julcamarca sorprende al ejército descalzo, harapiento y sin comer él comandaba,
perdiendo 90% de suministros y 622 hombres, quedando con apenas 368 soldados
que no sabían disparar sino hondas y piedras.
Apoyado en el estribo de su caballo cuánta muerte vio
a su alrededor y a sus pies. ¡Y cuánta mirada vuelta hacia él! De allí que todo
el esplendor del Perú que es inmenso, resulta insignificante al solo fulgor y
brillo de su espada en donde se sintetiza todo.
Porque un aspecto es la premeditación, la alevosía y
la ventaja de un ejército siniestro, que se había preparado para esta campaña
con lo peor del alma como es el odio, que lo erigieron como consigna y como
bandera y todas las perversidades que ello conlleva.
Como lo grafica la frase: “No quedan heridos en las
batallas”, y los saqueos, masacres e incendios todo ello contra seres humildes
e indefensos.
Pero otro asunto son las adversidades de la naturaleza
como esta noche triste de Cáceres en Julcamarca. De allí que otra frase que se
repitiera entre nosotros era: “¿Dónde está Dios?”
7. De aquí
para siempre
De allí que disienta y esté en desacuerdo con Jorge
Basadre cuando dice:
“Solo le faltó una cosa a Cáceres para su consagración
que hubiese sido apoteósica: morir en Huamachuco.”
Al contrario: a partir de Huamachuco Cáceres vive para
siempre y es invicto.
A partir de su gesta y por no haber muerto el Perú es
imbatible y promesa hacia el futuro, porque él no murió y como tal estamos
íntegros.
No se le dio el gusto al enemigo del Perú, de que el
hombre más perseguido a matar en esa guerra sucumbiera bajo su bota.
Él es el héroe legendario jamás muerto por el enemigo.
Y como tal grandioso e inmarcesible.
Nunca su cuerpo ni su cabeza ni su boca fueron hollados
ni mancillados.
Y con ello la gloria del Perú quedó intacta, jamás
rendido ni abatido por una bala ni bayoneta enemiga.
Y eso crece. Eso se multiplica. Eso se acrecienta de
aquí para mañana y siempre.
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