Danilo Sánchez Lihón
1. Tomó
las armas
Su nombre era Manuel y así firmó sus primeros poemas,
pero más tarde él inventó lo de Ricardo.
Y lo hizo o bien por capricho o bien porque quería
remarcar principalmente el ser hijo de sus obras y no una copia exacta de lo
que era su extracción familiar y social.
He contado en otra crónica que detrás de los muros de
la casa donde vivió en pleno corazón de Lima, en la calle del Puno, estaban las
cárceles de la Santa Inquisición, y a media cuadra el mercado de abastos.
Y un poco más allá de su casa se situaba el edificio
que ocupaba la Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
Y muy cerca el Monasterio de la Concepción y el
Colegio del Príncipe; es decir estuvo rodeado del lenguaje popular y académico,
como en verdad él es y representa en las letras universales.
Siendo joven se enroló como contador en la Marina de
Guerra del Perú.
2. Máximo
orgullo
Mientras su buque navegaba o permanecía anclado en los
puertos o caletas, principalmente en las islas de Chincha de donde se extraía
el famoso “guano de la isla”, él leía y leía. Pero también escribía
principalmente poesía romántica.
Sin embargo su destino de narrador de alguna manera ya
estaba marcado. Porque leyó en ese tiempo, hasta casi hasta agotarlas, todas
las obras literarias de los autores célebres de su época, especialmente de los
prosistas castellanos.
En 1859 tomó parte del desembarco de nuestra armada en
Guayaquil. Y en el conflicto con Chile, en la infausta Guerra del Pacífico,
Ricardo Palma peleó en las batallas de San Juan y Miraflores, el 13 y 15 de
enero del año 1881. Vistió el uniforme de soldado, tomando las armas frente al
enemigo en el Reducto N° 2 de aquella trinchera de la dignidad nacional.
El ejército de Chile en represalia incendió su casa
dejándola arder hasta los cimientos, en donde las llamas calcinaron su valiosa
biblioteca, su archivo epistolar y varios originales inéditos de sus obras,
entre ellas el manuscrito de su novela totalmente terminada y perdida en aquel
siniestro, titulada Los Marañones.
3. Máximo
orgullo
En tal circunstancia escribió cartas urgentes a Andrés
Avelino Cáceres pidiéndole que irrumpiera en Lima y atacara a la soldadesca
beoda que había empezado a cometer desmanes incendiando Chorrillos, matándose
entre ellos mismos en el holocausto que sufrió esa villa habitada más por colonias
de ciudadanos extranjeros que creyeron que por su nacionalidad serían
respetados, hecho que no ocurrió así sino que por el contrario, fueron
masacradas familias enteras incluyendo mujeres y niños.
Pero, así como Ricardo Palma fue un patriota a carta
cabal, un político apasionado, fue un hombre de letras que alcanzó una extensa
y bien afianzada fama, sobrepasando incluso los linderos de nuestra América y
de nuestra lengua.
Así, en la visita que hicimos un grupo de estudiantes
latinoamericanos a la Editorial Espasa y Calpe en Madrid, fuimos guiados hasta
la sección en donde se aplicaba el pan de oro en las ediciones de lujo, y se
imprimía en oro tanto en la tapa, el lomo como en los bordes. El jefe de la
sección preguntó si alguno de los presentes era peruano. Al identificarme se
manifestó admirador desde niño de Ricardo Palma y su máximo orgullo era haber
puesto las incrustaciones doradas a toda la obra del tradicionalista.
4. Sacrificada
tarea
Sin embargo, hay una labor aparentemente modesta, pero
en verdad importante y trascendental que él cumplió, tarea que es donde
demuestra su profunda e inmensa peruanidad. Ella fue la obra paciente y
sacrificada de reconstrucción de la Biblioteca Nacional del Perú saqueada por
la horda invasora del país del sur.
Para cumplir con esta labor desatendió la invitación
del diario La Prensa de Argentina de viajar a Buenos Aires para hacerse cargo
de una sección de ese importante medio de comunicación, hecho que le hubiera
valido, conforme él escribió, “dejar de ser pobre de solemnidad”.
Desestimó aquella invitación del año 1883, para
aceptar más bien la sacrificada tarea, pero primero la amarga experiencia de
conocer la dimensión del saqueo y el daño perpetrado a esa institución tutelar,
encargo encomendado por el presidente Miguel Iglesias y su ministro José
Antonio Lavalle de reconstruir y dirigir la Biblioteca Nacional del Perú.
5. Resurgir
de sus cenizas
La encontró expoliada y convertida en muladar de
manera malintencionada y adrede, por el ejército de ocupación chileno, dando
inicio a una campaña internacional solicitando libros, amparado en el inmenso
prestigio y admiración que su nombre suscitaba, iniciativa que dio lugar a ser
calificado como “El bibliotecario mendigo”.
Mediante estas solicitudes de libros a escritores e
instituciones de todo el mundo, se logró reabrir esta institución tutelar de la
patria con 200 mil volúmenes apenas después de ocho meses de iniciada la
gestión y, a lo largo de los 13 años que duró su dirección, volvió a
convertirse esta casa del saber en uno de los mejores repositorios
bibliográficos y servicios de consulta y de lectura de América Latina.
Como el ave fénix volvía a resurgir de sus cenizas y
alzaba el vuelo hasta alcanzar las más supremas alturas. Esa biblioteca ha
tenido como lectores devotos y asiduos a José Carlos Mariátegui, a César
Vallejo y a José María Arguedas, que son las piedras sustentadoras y bases de
nuestra identidad.
6. Entusiasmo
y perseverancia
He aquí la carta que le dirige a son Marcelino
Menéndez y Pelayo y que el propio políglota español diera a conocer como un
ejemplo ante el mundo:
Lima,
noviembre 20 de 1883
Señor Don
Marcelino
Menéndez y Pelayo
Madrid
Muy señor mío:
La antigua y rica Biblioteca del Perú fue transportada
a Chile. En el último cuarto del siglo XIX han sido los libros, el pan de la
inteligencia, considerados como botín de guerra. Hemos retrocedido a los
tiempos bárbaros del califa Omar.
El Gobierno del Perú ha decretado la fundación de una
nueva Biblioteca honrándome con la dirección de ella. El país ha acogido con
entusiasmo el propósito y, en menos de quince días, he recogido donativos por
más de cien mil volúmenes.
La nueva Biblioteca, según el decreto, debe ponerse a
disposición del público el 28 de julio próximo.
Un Bibliotecario mendigo se dirige, pues, al ilustre
literato, para pedirle la limosna de sus obras, y que avance su caridad hasta
solicitar de sus esclarecidos compañeros, en las Academias de Historia y de la
Lengua, contribuyan a la civilizadora fundación encomendada, más que a mis
modestas aptitudes, a mi entusiasmo y perseverancia.
Me es grato presentar a usted mis respetos y ofrecerme
como su muy sincero admirador y amigo.
Ricardo Palma
Correspondiente
de la R.A.E
7. País
eterno
Este acto asumido por este guerrero y escritor
insigne, quien encarna al intelectual del Perú en su hora más aciaga, tiene un
significado inmenso y es de un fervor tremendo.
Cumple, en la fecha y circunstancia en que esto
ocurriera, con la función de ser una cábala y con el exorcismo de refundar el
país.
Y de hacerlo sobre la base del orden de la
inteligencia, el temblor de la sensibilidad y la luz de la visión que dan los
libros y la lectura.
Y buscar el bien anhelado, la raíz y esencia de
nuestra identidad en el cultivo del arte, la ciencia, los conocimientos y las
emociones más depuradas.
Cumple con el acto ritual y mágico de volver a erigir
nuestra nacionalidad sobre la base de una biblioteca.
Porque no nos confundamos con las imágenes engañosas y
contingentes que se imparten hoy en día respecto al país.
El Perú es un país prístino, sagrado e indestructible.
Con fondo, lastre y raíz profunda que nos hacen un país eterno.
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El texto anterior puede ser
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