FOLIOS
DE LA
UTOPÍA
¡VIVA
CÉSAR
VALLEJO!
Danilo Sánchez Lihón
1. Siempre
será un misterio
– ¡Compañeros estudiantes! Se convoca al certamen
cultural de conmemoración al gran poeta de las letras castellanas, Rubén Darío,
fallecido el 6 de febrero en la ciudad de León en Nicaragua, hace apenas dos
semanas. Hoy en el Jr. Independencia 524, en el cercado de Trujillo, a las 7 de
la noche participarán los escritores Alcides Spelucín, José Eulogio Garrido y
Antenor Orrego en una ceremonia de homenaje y adhesión. Invitamos a leer el
artículo alusivo aparecido en el diario La Reforma. Hoy a las 7 de la noche en
Jr. Independencia 524. Los esperamos.
El acto ha empezado y se escuchan ya los aplausos. El
poeta Alcides Spelucín, entre los muchos conceptos vertidos, remarca:
– Rubén Darío es un renovador absoluto de la poesía
española antes anquilosada, dotándola de vitalidad, de música profunda y
brillantez. Y siempre será un misterio cómo aparece un fenómeno así en el
panorama de las letras para arrebatar el cetro a la literatura española y
doblegar toda soberbia de que se imbuyen frecuentemente los peninsulares. Rubén
Darío hizo la proeza de cambiar el foco de la poesía en lengua castellana para
estar en manos de la América mestiza siempre colmada de esperanza.
2. De oro
y carmín
José Eulogio Garrido, Jefe de Redacción del diario La
Industria, evoca su infancia en Piura, su experiencia como lector temprano de
Rubén, y repite de memoria los versos que según él solía declamar desde el
estrado del patio de su escuelita natal, poema que abreviado lo recita con
gesto candoroso:
Qué alegre y
fresca la mañanita!
Me agarra el
aire por la nariz:
los perros
ladran, un chico grita
y una
muchacha gorda y bonita,
junto a una piedra, muele maíz.
Un mozo trae
por un sendero
sus
herramientas y su morral:
otro con
caites y sin sombrero
busca una
vaca con su ternero
para ordeñarla junto al corral.
Por las
colinas la luz se pierde
bajo el cielo
claro y sin fin;
ahí el ganado
las hojas muerde,
y hay en los
tallos del pasto verde,
escarabajos de oro y carmín.
3. Con agua
del olvido
A continuación Antenor Orrego hace el discurso fúnebre
donde resalta la significación estética de Rubén Darío en las letras
castellanas, relevando la coincidencia entre fondo y forma, contenido y
continente, aunque señalando que si bien Rubén significaba una apropiación del
lenguaje haciéndolo nuestro todavía con él el nuevo mundo no había alcanzado su
plena expresión.
– España, como ha dicho Alcides, siempre fue muy
orgullosa de su hegemonía en las letras, frente a las naciones a quienes les
había legado el idioma castellano, hasta que Azul, el libro de poemas que
introdujera el Modernismo fuera celebrado por Juan Valera y resultara tan
contundente el dominio verbal en la versificación del autor nicaragüense. Y
remata repitiendo estos versos del homenajeado y que producen gran impacto en
el público asistente:
¡La Muerte!
Yo la he visto. No es demacrada y mustia
ni ase corva
guadaña, ni tiene faz de angustia.
Es semejante
a Diana, casta y virgen como ella;
en su rostro
hay la gracia de la núbil doncella
y lleva una
guirnalda de rosas siderales.
En su
siniestra tiene verdes palmas triunfales,
y en su
diestra una copa con agua del olvido.
A sus pies, como un perro, yace un amor dormido.
4. Por eso
digo
La consternación es grande. Todos estamos compungidos.
César Vallejo aquí presente lo ha reconocido como a su maestro, su mentor y
hasta su padre.
La sala de la casa de José Eulogio Garrido, donde se
realiza este acto, tiene un amplio patio colonial por ser este un viejo solar
de un antiguo monasterio.
La noche es clara y serena de verano. La sala reboza
de un grupo compacto de jóvenes ilusos e idealistas en quienes relumbra la
llama del espíritu. Hay muchachas llenas de vida, diáfanas y hermosas como
fuentes.
Hay consternación general, pero se levanta Antenor Orrego
y con voz estentórea y solemne que sorprende a todos nos dice:
– ¡Darío a muerto! ¡Viva César Vallejo!
Todos levantamos el rostro llenos de asombro. A todos
nos sorprende. Pero más verlo a Antenor serio, hierático y comprometido,
inhiesto en el escenario desafiante y hasta trágico, como si fuera un médium,
un vaticinador, y como si en esa función se le fuera la vida.
– ¡Sí, señores! –Y continúa diciendo–. Yo proclamo a
César Vallejo como el Poeta de la América irredenta. Por eso digo: ¡Darío ha
muerto! ¡Viva Vallejo! –Y su actitud segura, firme e implacable.
5. Y
es cierto
Eloy Espinoza, el más joven del grupo, se interpone
para decir:
– ¡Antenor! ¡Antenor! Tú nos guías y conduces. Y
¡todos estamos de acuerdo contigo! ¡Pero explícanos! Tú eres el pensador, el
filósofo y pese a tu juventud, de apenas 24 años, siendo que eres el padre de
esta pléyade de jóvenes dispuestos a cambiar el mundo, explícanos, –solicita el
benjamín del grupo, Eloy Espinoza– acláranos lo que acabas de decir.
– Sí, es mi más íntimo deseo hacerlo, porque cualquier
mirada fría podría condenarnos, diciendo: ¿qué dicen estos insensatos? ¿Se
burlan, o de qué hablan? ¡Podrían pensar que hemos perdido el juicio. O que
hemos bebido pese a que nada hemos tomado! Por eso quiero explicar esto que
aparenta ser un arrebato, o algo improvisado: ungir a César Vallejo como el
poeta de América. Es una apuesta al destino el que hago, porque César aún no ha
publicado un libro ni ha dado a conocer un conjunto de poemas orgánicos, pero
nunca la palabra como en él se nutrió tanto del mundo que nos duele, del mundo
hecho dolor de milenios de sufrimiento; pero dicha como palabra inocente y
virgen. Todos dirán: ¿pero si aún no ha publicado un libro? Y es cierto. ¿Dónde
consta entonces que ha de poder sustituir a una montaña elevadísima como es
Rubén Darío? Por eso, he allí la proeza de esta profecía que quiero proclamarla
aquí, como un grito, porque él es muy humilde, no es envanecido, incapaz de
nada inauténtico, deshonesto e impuro.
6. Eligen
a un inocente
César Vallejo en su sitio se ha puesto de pie, en
silencio. Pero otros vitorean:
– ¡Bravo! ¡Bravo!
– Por eso, óyeme César, te lo digo porque tú eres
incapaz de envanecerte. Te lo digo sin ambages ni reticencias, que tú eres
genio. Yo te proclamó genio de la poesía americana. ¿Me escuchas César?
– Sí, Antenor.
– Y que por eso sufrirás mucho César. Vas a sufrir
horrores. Pero yo te proclamo sin que nadie nos oiga, salvo ustedes aquí en
Trujillo, que tú superarás a Darío. –Abraza a Vallejo como si fuera un hijo
suyo–. Y quiero explicar lo que podría parecer una chanza, un acto
inconsciente, producto del entusiasmo de un momento.
– ¡Estamos de acuerdo contigo Antenor! ¡Darío ha
muerto! ¡Viva César Vallejo!
La adhesión es general. Mirados sus rostros todos son
jóvenes, de rostros ilusos y hermosos. Y hay en este grupo gente seria,
respetable, pese a su juventud, que dirigen diarios, órganos de prensa, cátedra
universitaria.
Lo curioso es que apuesten por un hombre humilde, sin
aspavientos, nadie que se ufane, que busque salir al frente que esté calculando
su éxito. Aparentemente eligen a un inocente.
7. Hoy
retamos a la historia
– ¡Compañeros! –Habla con voz enérgica Víctor Raúl
Haya de la Torre–. Cuando dijiste tus primeras palabras Antenor yo salí directamente
al jardín de esta casa, porque varias veces que he venido a visitar a José
Eulogio me atrajo el laurel que aquí ha brotado pletórico y que yo al entrar
siempre me pregunté: ¿Por qué crecerá aquí, en esta quinta? Y recién hoy día se
me resuelve el enigma. Es para coronar a César Vallejo como el poeta de
América. Estoy completamente de acuerdo con Antenor a quien he escuchado
íntegramente porque su voz resuena afuera de la ventana. Yo también creo y
apuesto por César Vallejo. Y el destino me reserva el honor de ser quien lo
unja con esta corona de laurel que he compuesto con mis propias manos y ha
quedado bien. No fui muy apto para las manualidades pero así como me pregunté
qué sentido tenía este árbol de laurel que rebrillaba ante mis ojos y me preguntaba qué quiere decirme,
igual me maravillo de haber hecho una corona de laurel que ha quedado perfecta,
tal cual los griegos coronaban a sus héroes, en cenáculos como este y se
hicieron mitológicas dichas coronaciones. César, quiero decirte. Este día la
historia hará memorable. Que ella nos juzgue. Pero hoy día retamos a la
historia a que abra sus arcanos. Solamente nos estamos adelantando y la estamos
retando: ¡Rubén Darío ha muerto! ¡Viva César Vallejo, poeta de América!
– ¡Viva! –Coreamos todos.
8. Siempre
creeré en ti
– ¡Yo también quiero decir algunas palabras, si me lo
permiten!
– ¡Nadie con más derecho que tú para hablar esta
noche, María Rosa Sandóval, la musa y novia del poeta!
– Quiero decir unas palabras, sinceramente, con toda
la emoción de mi pecho, aunque el médico me ha prohibido tener emociones
fuertes como también hablar en voz alta, pero esta vez lo hago con gusto,
porque hay momentos y hay razones por las cuales está justificado el morir. Y
una de esas razones es esta, cuando de creer es el desafío, cuando de creer es
el motivo que suscita nuestra adhesión, cuando de poner nuestras manos en el
fuego se trata. Y estoy completamente de acuerdo con Antenor, de que con César
los andes expresan milenios de dolor. Yo quiero decir que mi vida la doy con
gusto por él, con total convicción, ciegamente, como mujer enamorada de César.
Porque en él nada de lo que es terreno o mundano lo toca ni mancilla. Las
mujeres tenemos una intuición muy especial y certera, por algo somos quienes
hacemos nacer al género humano. No estaré yo para regocijarme con este triunfo,
eso lo sé, pero yo te auguro, César, el valor más alto en el campo del
espíritu. No éxito, porque eso no lo vas a tener, no estás hecho para el éxito,
sino para dar significado a nuestra vida y a la vida de todos. Quiero decirte
que desde la morada en donde me encuentre estaré orgullosa de ti, de haberte
conocido, de haberte amado como te amo. Yo César esté en la vida o esté en la
muerte siempre creeré en ti.
– ¡Bravo! ¡Bravo!
9. Pedacitos
de pan
– ¡Pero que hable el poeta! ¡Queremos escuchar al
poeta César Vallejo!
Por los ventanales de lunas biseladas y hacia los
muebles caobas y retratos de marcos bruñidos, invaden toda su fragancia las
acacias del jardín, los romeros de las macetas colgadas de los pilares y
relumbran las luces lilas y naranjas que proyectan sus sombras en los muros
descascarados y vetustos. Es esta una noche tibia de verano, honda y
cadenciosa.
– ¡Que hable Vallejo! ¡Que hable Vallejo! –Ahora es la
voz unánime.
César Vallejo se ha vuelto a poner de pie y dice:
– Hermanos… Hermanos… Gracias Antenor, gracias a
todos… Humildemente quiero decir: Darío es Darío y yo soy yo. Aquí llegamos al
cero y del cero vamos a contar de nuevo…
– ¡Bravo!
– Hermanos, quiero agradecerles a todos ustedes,
quiero abrazarlos a cada uno, quiero ser cortado en pedacitos y repartirme como
pan a todos, como migajas de pan siquiera…
Se le quiebra la voz. Se calla.
10. Como
si hoy…
Conmueve en estos jóvenes esa adhesión fervorosa hacia
uno de ellos, sin que nadie recele, sin que medien cálculos, reticencias ni
mezquindades. A nadie se le nota escondido, con críticas solapadas, inquinas o
subterfugios.
Y apenas prosigue:
– Estoy lejos de mi tierra… Mi hermano Miguel con
quien jugaba ha muerto…
Nos mira a todos con los ojos llenos de lágrimas y se
echa a llorar. María Rosa lo abraza y él, hundido en ella, solloza
Todos nos ponemos de pie, proclamando al unísono:
– ¡Darío ha muerto! ¡Que viva Vallejo!
Todos repetimos. Es el grito por aclamación de sus
amigos.
Es el grito en esta noche que se la siente única,
rara, absoluta, como si algo ocurriera para siempre esta noche.
Como si hoy el Perú dejara sus abrojos, sus dolores y
se hiciera universal.
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