LA
CASA
VACÍA
Danilo Sánchez Lihón
1. Tan ardua
la noche
Los 29 de febreros que se cumplen cada cuatro años son
como aquellas casas vacías y abandonadas que ya nunca se abren y solo se miran
de fuera.
Y en donde alguna vez la vida existiera plena y
temblorosa.
Las casas vacías que están pobladas de lloros,
suspiros y sollozos. ¿Acaso porque en ellas no han quedado también los momentos
dichosos, alegres y felices?
¿No moran al igual que los instantes de pena los de
regocijo en sus rincones estremecidos?
No. No es así. Ellas lloran por todo lo que fue y
quedó oculto. Porque en el fondo de ella está la vida.
Porque lo que se vivió en el fondo de ella existe y
está intacto, bajo esta ruina aparente de despojos que se acumulan sobre ella.
2. Minúscula
avecilla
Por más que estén caídas las vigas y apolilladas las
ventanas quedaron para siempre tras sus muros arrimados los goces, los
sollozos.
Aunque haya el arte de querer ocultarlo todo como un
anhelo de pretender que podamos adivinarla.
En una casa vacía todo o nada se ha perdido. Todo o
nada sucumbió. Todo o nada se hizo humo.
O todo o nada permanece vibrante, pero en otra
dimensión que se siente cuando uno aquí camina.
Y voltea a mirar cada cosa que encierra un historial
oculto, difícil de descifrar.
He aquí un lavatorio que acumula en su borde una
minúscula avecilla.
3. Cada
brizna
Es el rostro de alegría de salir a una fiesta de la
persona que se inclinó aquí para mojarse la cara.
He aquí el pesar de ir a visitar a un enfermo en
agonía.
O el regocijo con que se recibe a un ser querido. Todo
quedó registrado en la casa vacía.
Nada en realidad se esfuma o se pierde.
En esta sala tiemblan silencios y palabras. En estos
muros en ruinas ha quedado estampada la vida.
Cada brizna y cada reflejo de algo que encierra mucho,
aunque su apariencia sea de nada y de vacío.
Hasta el día del Juicio Final en que todo lo que
aparenta ser olvido salga nuevamente a flote.
4. Por qué
esos pasos
¡Ah, la casa vacía! ¡Como un día vacío, como un número
o una palabra vacía! Pero he aquí, ¿de dónde procede ese ruido?
– ¿Hay alguien ahí?
– ¿Quién es? Tú, ¿oíste?
– Sí. Algo como el chasquido de la llave que da
vueltas en la cerradura de la puerta.
– Sí. Igual a cuando ella llegaba.
– Pero ella ya no está aquí. ¿Han trancado bien la
puerta?
– ¡Porque parece como si alguien hubiera entrado!
– ¿Revisaron bien que no había nadie aquí adentro?
– ¿Por qué esos pasos y suspiros en la escalera?
– ¿Por qué las luces de repente se han encendido? –Pero
no hay nadie.
5. Noche
y sol
Las aflicciones como los placeres, las demoras y los
apuros, los cálculos grandes o pequeños acerca de este o el otro asunto de la
vida, aquí quedan.
Quedan los sueños sin realizar que aquí se tuvieron.
Por eso, es tan solemne el silencio que reina sobre estos despojos.
Por eso es tan ardua la noche y sombrío el sol cuando
sus estelas tienen que cruzar necesariamente por estos patios, corredores y
salones.
O más aún, ingresar a los dormitorios ahora
ensimismados, en donde la vida fue más indefensa todavía, donde abriera todas
sus entrañas, entregara todo su cuerpo, sus latidos y quejidos y todos sus
gritos.
Porque noche y sol trastabillan y se pasman en la
niebla y en los huecos aparentemente insensibles que han quedado horadando la
esencia de una casa.
6. A qué
llorar
Así el suspiro de la adolescente, la carta de amor que
a hurtadillas se leyera.
O el miedo atroz a la muerte.
Aquí están latentes y escondidos los balbuceos del
niño en su predisposición por hablar.
De aquel niño que hace tiempo dejó de serlo, pero
subsiste aquí el niño mientras en otra parte está convertido en un hombre
decrepito.
Aquí los gemidos de la mujer al volverse madre. Y
otros de llanto inconsolable al despedir a los hijos que se van.
Y otros al hacerse viuda. O al escuchar desde dentro
de su ataúd los gritos desgarrados.
Son los deudos cuando el cortejo la conduce al panteón
de la aldea.
Todo eso aquí pena. ¿A qué llorar entonces cuando la
penas hiere más?
7. Más
al fondo
Por eso, es tan densa su sombra e impenetrable su
olvido.
Por eso, pasearse por una casa vacía donde antes hubo
vida no es sustraerse a ella, ni escamotearle a la muerte.
Es un acto más arriesgado todavía.
Es entrar a otro mundo donde todo resuena como una
cascada, como un río que se desboca y corre inatajable.
Es como enfrentarse a una pared que escondiera otra
pared.
O un suelo que ocultara otro suelo, más abajo o más al
fondo de éste que la habita y nos sostiene.
Porque todo, en una casa vacía, quedó registrado en
algún sitio en la memoria del aire que lo habita.
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