EL PUMA
La quebrada que bordeaba la pampa, inusualmente se cargó de agua negra y rumorosa, trayendo piedras, árboles, pedazos de sembrío y miedo.
La pampa amaneció anegada.
Todo fue muy rápido: un día y una noche.
Cuando la quebrada recuperó su caudal habitual y fue mermando el aniego, apareció, en medio de la pampa, el cadáver de un puma.
No tenía huella de bala, tampoco de puñal. Tenía apenas unos raspetones que pudieron ser ocasionados por las ramas o el borde afilado de las piedras.
Después que todos lo vimos, el director de la escuela dispuso que Sinesio Contreras, el zapatero, despellejara al animal.
Luego trataron el cuero con ceniza, cal y alumbre. Una vez que estuvo curtido, armaron con él los tambores más sonoros de la región.
Todos los 28 de julio bajaba la escuela del caserío a desfilar en la plaza de la capital. Las otras escuelas la miraban con recelo. “Ya vienen los pumas”, decían. Y tarararán, tarararán, ganaba, una y otra vez, el estandarte de oro.
La pampa amaneció anegada.
Todo fue muy rápido: un día y una noche.
Cuando la quebrada recuperó su caudal habitual y fue mermando el aniego, apareció, en medio de la pampa, el cadáver de un puma.
No tenía huella de bala, tampoco de puñal. Tenía apenas unos raspetones que pudieron ser ocasionados por las ramas o el borde afilado de las piedras.
Después que todos lo vimos, el director de la escuela dispuso que Sinesio Contreras, el zapatero, despellejara al animal.
Luego trataron el cuero con ceniza, cal y alumbre. Una vez que estuvo curtido, armaron con él los tambores más sonoros de la región.
Todos los 28 de julio bajaba la escuela del caserío a desfilar en la plaza de la capital. Las otras escuelas la miraban con recelo. “Ya vienen los pumas”, decían. Y tarararán, tarararán, ganaba, una y otra vez, el estandarte de oro.
De El molino de penca de Ángel Gavidia (1998)
Ángel Gavidia Ruiz