Danilo Sánchez Lihón
1. Los grandes
y menudos hechos
Raúl
Porras Barrenechea nació en Pisco, el 23 de marzo del año 1897. Fue
historiador, diplomático, abogado, ensayista y Senador de la República.
En
1913 ingresó en la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos,
de la que se doctoró en Filosofía, Historia y Letras en 1928. En esa
misma universidad, fue catedrático de Literatura castellana, Historia de
la Conquista y la Colonia, Historia diplomática del Perú y Literatura
americana y peruana.
Era
su pasión la enseñanza, ese toque, esa aspiración razón por la cual
tampoco tuvo hijos, pero sí, como Cristo, formó discípulos fervorosos,
entusiastas y comprometidos, quienes le depararon una admiración y un
respeto sin límites.
Uno
de ellos nada menos que Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa,
quien no tiene ninguna reticencia, sino al contrario una enorme emoción
y como un deber ineludible de llamarlo con ese nombre inmenso de
“maestro”, en quien su pasión era enseñar, desentrañar la verdad,
estudiar los hechos históricos.
2. Se convertía
en un gigante
Mario
Varas Llosa expresa, por ejemplo, que ningún intelectual en el mundo le
ha parecido más extraordinario expositor que Raúl Porras, en cuya casa
trabajó cinco años
Y
lo expresa aquel a quien la suerte le ha deparado escuchar a sabios y
eminentes expositores, como Marcel Bataillón en el Colegio de Francia.
O
como a Dámaso Alonso en la Real Academia Española de la Lengua, quien
cuando desmenuzaba un poema parecía un relojero del idioma.
Sin embargo, ninguno, dice él, como Raúl Porras Barrenechea, que cuando:
“…comenzaba
a hablar, se convertía en un gigante, en un convocador a cuyo llamado
acudían, prestos, luminosos, diáfanos, deslumbrantes, los grandes y
menudos hechos del pasado peruano”.
Dueño de una actitud certera y cabal para comprender los hechos desde el fondo y desde abajo.
3. Acto
de hombría
Así,
el propio Mario Vargas Llosa relata cómo con unas cuantas frases
desbarató la obsesión que tenía su padre por matarlo, motivo por el cual
lo buscó en la casa de Raúl Porras en donde trabajaba y solo por la
desobediencia de casarse con su tía política Julia Urquidi.
Felizmente
no lo encontró, pero sí encontró el maestro Porras quien tuvo palabras
para dar en el clavo de lo que para aquel hombre atrapado entre sombras y
fantasmas significó una curación definitiva.
Y,
¿qué fue ello? ¿De qué manera borró de un plumazo aquella obsesión? Fue
la siguiente respuesta, dicha como un exorcismo, una sanación
milagrosa, porque a partir de entonces el padre de Mario Vargas Llosa
dejó de acosarlo:
"Después
de todo, casarse es un acto de hombría, señor Vargas. Una afirmación de
la virilidad. No es tan terrible, pues. Hubiera sido mucho peor que el
muchacho le saliera un homosexual o un drogadicto, ¿no es cierto?"
4. Culto
a la Patria
Además
de ser maestro, la otra gran pasión de Raúl Porras Barrenechea fue el
Perú, su desvelo, su fascinación y su esperanza definitiva.
Conmueve
en Raúl Porras su sentido de peruanidad y su aseveración de que
mientras más se conoce a fondo el Perú más certeza existe acerca de su
destino superior e inconmensurable, pese a sus sufrimientos y tragedias.
Este
amor al Perú, en quien había escudriñado tanto en los pliegues más
íntimos de la historia y acerca de nuestro ser, nos infunde un
compromiso ineludible hacia los horizontes que traza y de una admiración
profunda hacia la estela de sus enseñanzas.
Porque
si él que lo conocía tanto cada día se sintió más fortalecido y lo amó
de manera ferviente y entrañable nos establece de ese modo una ecuación
infalible para la propia autoafirmación y la convicción de afianzarnos
más en nuestras propias promesas.
Dice Lohmann Villena de él: que siempre mostraba “un indomable culto a la Patria sentida con ardor, con veneración y pasión…”
5. Convenció
a todos
Su sentido de la historia viva la tuvo cuando fue Canciller de la República en el gobierno de Manuel Prado.
Presionados
por Estados Unidos a fin de imponer a Fidel Castro y a la República de
Cuba sanciones por la instalación de un régimen no capitalista, pese al
mal cardíaco que padecía, expresó, advirtiendo la tramoya que se
preparaba:
…que no estaba dispuesto ni a “que lo avasallen ni que se arrastre la dignidad del Perú”.
Y expresó, más cuando advirtió el agravio que se perpetraba contra el país hermano:
“¡Voy, aunque me muera!”.
Dijo.
Y concurrió a la VII Reunión de Cancilleres Americanos efectuada en San
José de Costa Rica, entre el 22 y 29 de agosto de 1960.
Y
tal como le imponía su conciencia sostener, y pese a la consigna que se
le había dado de votar a favor de la expulsión, no lo hizo.
6. Dos
telegramas
Más
bien, en su discurso que fue inaugural defendió el principio de libre
determinación de los pueblos y de no intervención, como era la tradición
del Perú.
Y
lo hizo de manera tan encendida y brillante que convenció a todos,
tanto que el representante de Estados Unidos reportó a su gobierno de
que estaban solos.
No
se hicieron esperar las llamadas telefónicas urgentes, desesperadas y
afónicas. En ese momento fue cuando las órdenes de los gobiernos a sus
cancilleres, allí reunidos, fue explícita de votar por el cerco a Cuba.
Se dice que Porras recibió dos telegramas desde el Perú: Uno era conminatorio de la Presidencia de la República.
A
cargo en ese entonces de Manuel Prado Ugarteche, ordenándole votar por
el aislamiento del pueblo cubano y a favor de las sanciones.
7. Lección
de dignidad
Pero,
al mismo tiempo recibió otro telegrama de sus alumnos de la Universidad
de San Marcos donde le expresaban que confiaban en la honestidad y el
ejemplo de su maestro.
Porras puso los dos telegramas en cada una de sus manos y dijo:
–
A ver, ¿para qué platillo de la balanza se inclina la historia? ¡Ah!
Para lo que me exige y reclama la juventud que es límpida, sincera y
fraterna.
Fue
el único voto que no sancionó a Cuba. Tomó el avión de regreso y ya en
el aeropuerto mismo entregó su carta de renuncia como Canciller al
edecán de Palacio de Gobierno que había concurrido para citarlo al
palacio.
Enrumbándose
más bien a su domicilio. Tres semanas después, el 27 de septiembre
murió en su casa de Miraflores. Esta fue su última lección de dignidad,
de historia, de lo que es ser un hombre y un maestro.
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