Danilo Sánchez Lihón
1. En el corredor
de afuera
En
los meses de vacaciones de enero a marzo, el joven maestro don Pascual
Danilo va a pasar una temporada al cuidado de sus campos en el fundo de
Pasabalda.
Ahí vive en la casa hacienda con algunos empleados y campesinos que siembran las sementeras.
Se levanta temprano a contemplar el amanecer del día en el perfil de las copas de los árboles del huerto pleno de frutales.
Atendiendo
a los peones que vienen por herramientas para aporcar la tierra, o
guiar el agua por las acequias que han crecido en sus caudales y se
desbordan a los caminos.
Desayunando en el corredor de afuera, sintiendo cómo en la cocina se fríen ñuñas, salchichas y pellejones.
2. De alas
tornasoladas
Él
se entretenía criando gallinas, pavos y patos. A la huerta también
llegaban muchos animales montaraces: pájaros, zorrillos y hasta pumas.
Don
Pascual Danilo tenía, entre otras aves de corral, una pata de
apariencia linda, de alas tornasoladas, y que de un momento a otro
desapareció.
Se perdió definitivamente como por encanto. La buscaba por todas partes. Les dijo a los peones y ellos le respondieron:
– No la hemos visto, don.
– ¡No hay! ¡No está! –Volvían a decir después de buscarla por uno y otro sitio.
– Seguro se la comió el zorro.
3. Guardianes
del agua
– A propósito, don Pascual Danilo es hora de salir de cacería y de acabar con los zorros.
– Y, ¿por qué vamos a acabar con los zorros?
– Porque se roban las gallinas y otras aves de corral.
– ¿Acaso ellos atacan por gusto? Ellos buscan qué comer.
– Pero, son dañinos
– ¿Por qué? ¿Acaso atacan a la gente?
– Pero sus potreros están llenos de alimañas, don.
– No podemos llamar así a los animales.
– Pero ahora se han comido a su pata.
– Tampoco podemos asegurar eso.
– Pero, ¿de qué sirven zorros y pumas?
– Son guardianes del agua. Ellos cuidan que no se seque.
4. Ellas
volverán
– Seguro que la pata se quedó atracada en la zanja por los matorrales. –Supone alguien.
Al día siguiente, otra vez la buscan por todas partes, miran entre las ramas, por los caminos.
– Seguro se ha rodado por el barranco. –Se resignan.
– Seguro que a la pata se la robó el águila. –Afirman otros.
– Don Pascual Danilo, iniciemos entonces una cacería para acabar con águilas y cóndores.
– Ellos tienen derecho a la vida, igual que nosotros.
– Pero ya los cóndores bajan y merodean nuestras casas queriendo llevarse a nuestras mujeres.
– Para eso sean buenos. Y si las roban ellas volverán con sus propios pasos.
5. Pasaron
los días
– Pero, ¿de qué sirven águilas y cóndores?
– Son un vínculo entre cielo y tierra. Al menos por ellos miramos el firmamento. Traen los vientos y regulan las tempestades.
Nada. No había rastro por ningún lado de la pata. La tierra se la había comido. ¡Pobre pata! ¡Tan linda y tan guapa que era!
– Quizá pasó un caminante y se robó a la pata, sigilosamente. Cerremos mejor el camino. Que la gente pase por otro lado.
–
No sospechemos de los caminantes ni peregrinos. No hagamos de este
sitio ni de nosotros mismo seres ariscos, egoístas, que se encierran y
se esconden. Así que dejen que pasen las personas que caminan por los
senderos.
Pasaron los días, las semanas y, de vez en cuando, recordaban en sus conversaciones a la linda pata de alas tornasoladas.
6. Llegaron
al borde
Hasta
un día en que don Pascual Danilo descansaba plácidamente al lado del
poyo, en el corredor de la casa, con el sombrero puesto sobre la cara
para cubrirse del sol de la mañana.
De pronto, en la molicie de la tarde, escuchó un ruido. ¿Qué era?
Volvió sorprendido los ojos hacia el sendero de donde venía el ruido.
Por
allí avanzaba la pata, trayendo detrás a doce patitos amarillos como el
sol, que salían entumecidos de lo intrincado de la floresta.
La
pata, que conocía bien sus dominios, condujo directamente a sus
chicuelos a la poza de agua, hecha para que se bañaran los animales que
allí se criaban.
Llegaron
al borde y, uno a uno, fueron aventándose al agua y nadando, bajo la
mirada vigilante y orgullosa de la madre que saludaba a diestra y
siniestra a los demás habitantes del corral.
7. Para llegar
a su nido
Allí, a la brillante luz del sol, don Pascual Danilo estuvo contemplando maravillado.
Y
en torno se fueron juntando labriegos y el personal de la casa con los
ojos conmovidos y abrillantados por la luz del sol y las lágrimas
Luego
de que los patitos hubieron nadado a sus anchas, hundiendo la cabeza en
el agua y sacudiéndola al sacarla, la pata los fue llevando a la
orilla.
Y
después, con paso marcial, hizo un desfile hasta llegar a su nido de
siempre, al lado de otros patos, en donde acurrucó, debajo de sus alas, a
sus pequeñuelos para dormir.
Se acomodó plácidamente y entornó los ojos, como si de este lugar no se hubiera ausentado nunca.
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