Danilo Sánchez Lihón
1. Y mirar
la lejanía
Se
dice que para morir hacemos un viaje final pero ya como almas en pena y
que es el viaje de despedida que realizamos por la senda más querida y
subyugante, en donde se han quedado ensimismados nuestros pasos.
Es
el viaje que cumplimos ya en espíritu. Y lo llevamos a cabo sin
levantarnos del lecho donde agonizamos o del suelo en donde estamos
caídos, pero sin haber exhalado todavía el último suspiro.
Entonces
en ese viaje nos acompaña nuestro cuerpo, pero ya ensangrentado, o
herido mortalmente por las flechas de esa madre también compasiva, que
es la muerte.
Si
así fuera, ese es el viaje que me hizo ya como alma Carlos Eduardo
Zavaleta, y que me relató con lujo de detalles, describiéndome los
recodos, los árboles y hasta las piedras del camino.
Y
que va de La Pampa, donde él nació, a Corongo que era su obsesión, su
desvelo y su martirio. O la espina que tenía clavada en el alma.
2. Desde
lo alto
Y
de Corongo se proyectaba a Sihuas. Viaje a la matriz pues en esa tierra
nació su madre y hacia allá se dirigía en lo que los hombres tenemos de
atávico o de impulsos, pero en las vísceras.
Lo describía con pormenores y minucias, con afecto y con ternura, en cámara lenta, acompañado de Pío, su guía y tótem.
Viaje
que partía desde la oscuridad de la noche, de los cañaverales que
asentían titubeantes, hacia la luz esplendente de la amanecida, hasta
ver clarear el día.
Pasando
por un temible puente colgante, “pálido pero sereno” es su frase
reiterativa, puente sobre el río Chuliclín, para llegar al mirador
llamado Tarica y allí servirse el fiambre, arroparse y mirar la lejanía.
Era
esa su evocación la tarde de marzo que yo lo visité en su departamento
de Miraflores, mirando él la vida pasada más nítida que la de este
presente difuso, observando los pueblos desde lo alto de un caballo,
siendo un niño de ocho o nueve años, más o menos.
3. Una serpiente
diminuta
Recién
cantan los gallos de la amanecida, pero aquí ya está él envestido como
un caballero andante de los sueños. Como El Quijote, con una
irresistible nostalgia de las casas dormidas aún en la honda penumbra de
la madrugada.
Y
emprende paso a paso la marcha, cabalgando hacia su destino final. Ahí
está la cuesta –le oigo decir– cuyo nombre es La culebrilla, un camino
zigzagueante de guijarros y arena resbaladiza.
Aquí
ya clarea el día y amanece por el lado de la cima de las montañas. Allí
está El Mirador de Tarica, desde donde se contempla hacia abajo la
planicie con una piedra monumental como emblema de poderío, pero también
de extrañar mucho a alguien.
Como
se ha caminado tanto aquí se sirve otra vez el fiambre, en una mesa
servida por el guía, en un mantel de tela escocesa que se extiende. Y lo
primero que prueba es el pan del horno de la abuela.
Y prosiguiendo esta senda novelesca en su relato, allí está el río que apenas se lo ve hacia abajo como una serpiente diminuta.
Árboles al margen y al otro lado de la orilla la tierra yerma.
4. Geografía
infinita
De
Corongo hacia Sihuas en su relato el viaje abarca la jalca, con lagunas
traslúcidas, el suelo escarchado y los chorrillos de agua convertidos
en hielo. Entre roquedales el agua blanca que se despeña. Y el frío
ahora cortante de la puna. Con el ichu que se cimbra con el viento
Me
explica que en el viaje a caballo se ven girar las montañas, hecho que
nos enseñan a vivir la vida cotidiana con épica y fortaleza. Siempre él y
Pío, el arriero, el peón hierático y austero, leal y sufrido.
En
ningún momento era el viaje él con su familia. O de él con sus padres.
Sino él y Pío, el guía. Y esto sucedía cuando él tenía de ocho o nueve
años.
Viajes
en los cuales recorre pueblos, atraviesa puentes. Y siempre avanzando
desde los llanos hasta las cumbres, cabalgando en la geografía infinita.
Pero hay en su relato reflexiones, como por ejemplo acerca de los paisajes del Perú, tan fabulosos.
5. Pueblos
vetustos
Y
haciendo anotaciones poéticas, como por ejemplo acerca de las piedras,
respecto a las cuales me dice que es una experiencia sublime contemplar y
extasiarse con los diversos tipos de piedra. Y me pregunta:
¿En
qué parte del mundo se puede ver un espectáculo así? Y él mismo se
responde: ¡En ninguna! Recalcando: ¡Y cómo se ordenan y acomodan para
conformar las ciclópeas montañas que tenemos! E insiste:
Viajes
y miradas donde vemos que la tierra son placas: como un alfajor, hoja
por hoja. O como un nido: brizna con brizna. O como un ala: pluma sobre
pluma. Así se juntan las distintas clases de piedras y de rocas.
Y
las lagunas arriba, traslúcidas y encantadas. De escarchas azules y
grises, seduciéndonos, invitándonos a entrar en sus superficies
fantasmales y en sus aguas tersas pero heladas, como una manera dulce de
morir.
Y
luego llegar a los pueblos vetustos, donde se siente su densidad
histórica, lleno de grandeza y de heroicidad. Y donde allí mora alguna
novia nuestra que no alcanzamos ni a conocer pero que sí amamos en el
fondo de nuestro corazón arrebolado.
6. Un mensaje
oculto
¿Qué
fue entonces esta conversación sino una despedida y a la vez un
reencuentro con algo muy hondo? Porque mediante esas referencias pude
ingresar a esas poblaciones, aunque a oscuras, pero de gran linaje, de
casas solariegas, de portales en alto relieve.
Si
no, ¿a qué razón se debe que me hablara de viajes y jinetes insomnes y
remarcando tanto en esa edad, la de un niño de ocho a nueve años? ¡Claro!,
en ese momento yo no podía pensar jamás que con esos relatos él en
realidad me estaba diciendo adiós, caminando de uno a otro lado de la
habitación.
Aunque
claro, cuando me lo refería se lo notaba exaltado, vehemente, caminando
febril y agitado entre los muebles, apoyándose en un bastón tronante e
indetenible. Y como si hubiera estado buscando que alguien lo escuchara.
Me
dejó la sensación de algo simbólico, de que había un mensaje oculto en
toda esa conversación; consigna dicha en ese estado misterioso y difuso
del adiós. Después he revisado sus libros para ver si este era un tema
recurrente en él, y que quizá estaba repitiendo constantemente en
melopea. Que quizá fuera un tópico y algo para él muy querido. Que tal
vez son estampas en las cuales se recreara siempre.
7. Le agradecí
conmovido
Pero
no. ¡No hay tal! No encuentro ningún desarrollo de estos temas de los
cuales me habló esa tarde alucinada donde el estío tremolaba en las
ventanas pocos días antes de morir. Es más, ninguna referencia a Pío, el
guía. ¿Era un personaje que lo estaba inventando en esos días?
Eso
sí, recuerdo que mientras me narraba, él caminaba por su sala apurado y
golpeando el suelo con el bastón, tentando ya como alma si el suelo era
todavía suelo; ¡o qué! Yendo por los caminos que recreaba, obsesivo en
el relato que me hacía, hundido en la imagen de algún sueño que se hacía
realidad en la antesala de morir.
Pero
al darse cuenta de mi presencia, creo que, por disimular, aunque en ese
momento yo le creí, aunque ahora piense que lo dijo por disimular, me
aclaró:
– ¡Los médicos me han recomendado caminar mucho! –Y se sonrojó. ¿Por qué?
Lo
curioso es que lo decía detenido en mirarme, pero ya abstraído, quizá
asombrado de reconocer que yo estaba en la orilla extraña, mientras él
ya retozaba libre y gozoso en la ribera definitiva.
*****
Los textos anteriores pueden ser
reproducidos, publicados y difundidos
citando autor y fuente
dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com
Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar a:
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Editorial Papel de Viento: papeldevientoeditores@hotmail.com
Editorial Bruño, Perú: ventas@brunoeditorial.com.pe
Ediciones Capulí: capulivallejoysutierra@gmail.com
Ediciones Altazor: edicionesaltazo@yahoo.es
*****
CONVOCATORIA