Danilo
Sánchez Lihón
1.
El prodigio
en
el camino
– Manuel: ¿y al
volver del río encontraremos otra vez el molinito de pencas?
– ¡Claro!
Dicho y
hecho. Ya de vuelta otra vez lo encontramos aquí. Y nos quedamos otra vez
mirándolo extasiados.
¡Qué
maravilla. Sigue girando al impulso del chorro de agua cristalina que se
encauza por una penca grande tendida en el suelo y medio hundida en la tierra
por donde el agua se desliza.
Hasta la
espina de la punta desde donde se precipita en el aire y cae en un látigo
parejo a una y otra de las aspas que giran esparciendo el agua.
Creando una
roseta de aire, de viento y de luz en medio del verdor de los helechos y
produciendo hacia el borde un arco iris sobre la hierba verde y el musgo de las
piedras, y que se pierde entre las hojas de un saúco.
– ¿Podemos
llevarlo e instalarlo en el patio de la casa?
2. El
prodigio
de la luz
– ¡No! ¿Acaso
nos pertenece? Este es su lugar. Quien lo hizo lo ha dejado aquí. A nosotros nos
corresponde solo verlo y admirarlo.
– Pero, ¿de
quién es?
– De este
sitio. Pero para llevarlo la pregunta es: ¿Nos pertenece?
– Pero, ¡aquí
pueden pisarlo los jumentos o los caballos! O los toros que por aquí pasan
– Quizá. Pero
es su destino, el ser libres y no tener dueños.
– Y, ¿hasta
cuándo girará?
– Hasta que
el agua disminuya.
– Y ¿si el
agua aumenta?
– Puede ser
arrastrado por la pendiente.
– Entonces se
perderá.
– Pero si eso
ocurre habrá hecho el prodigio de la luz, del arco iris, y de haber puesto una
nota de encanto en el camino.
3.
¿No es así
la
poesía?
Y allí se
quedó el molino de pencas, incólume e imborrable en el reino de mi infancia.
Un portento
de artesanía y de perfección técnica. Y de ciencia de las manos. Y de ilusión
del alma. De acompasar el agua, el viento, la naturaleza y el tiempo que fluye.
De sincronizar el chorro que salta y las paletas que giran, como son los
destinos humanos.
Lo curioso es
que son maravillas artísticas y tecnológicas y del espíritu, pero dejadas
libres y al descubierto por donde la gente pasa. Hechas gratuitamente, sin
cálculos de ganancia; sin costo. Sin pensar en la rentabilidad ni en el lucro
ni en el usufructo.
¿No es así la
poesía? ¿Y el arte en general?
Porque se
hace en los caminos, producto de la gracia y del asombro ante todo.
Y allí se
quedan, solitarios, sin pensar siquiera en quién ha de venir a contemplarlos.
Se quedan girando para siempre como los poemas y los cuentos, o los cuadros y
esculturas. ¡Y los sueños!
4.
Cara
al
sol
Conmueve más
un molino de pencas en una acequia producto de una lluvia repentina.
Y de la
naturaleza cristalina, transparente y diáfana que lo envuelve.
Del mundo que
brota generoso, desconociendo a dueños y propietarios de algo.
Como el
molino que ni siquiera se hace dentro de una casa, en un curso de agua estable,
sino construido en una chorrera silvestre.
Y, ¡que solo
dura el tiempo que una ladera demora en escurrir el agua que ha caído en su
regazo!
Como a la
poesía, el molino de pencas lo hacen los niños, la inocencia y la gracia. Y lo
deshacen las mulas, o los burros intempestivos.
O los
caballos o los toros que pasan, es decir las fuerzas ciegas, fatales e
inconscientes en esta vida que deformamos tanto.
El molino de
pencas es mundo pequeño y mínimo, pero más que mundo de aldea es espacio
íntimo, entrañable y secreto.
Orbe de cara
al sol, no de refugio ni de escondite. Es decir, es infinito, pero hacia
adentro.
5.
Lo gozado
como
lo sufrido
Estarán
girando sus aspas a estas horas, de aquel y otros molinos que los niños hacen
de manera inatajable e imperecedera. Sin pensar en un interés particular ni
mezquino.
Hechos ni
siquiera para ser admirados, sino por el gusto de hacerlos, viviendo para el
instante, para complacerse asimismo.
Recogiendo la
lluvia o el agua de las cumbres de los cerros. Haciendo de la vida una ilusión,
un juguete, un abalorio como homenaje a lo vasto, profundo y eterno.
¡Igual que la
poesía!
Y, ¿qué otra
cosa es una escultura, la música, la pintura o el arte en general? Encarnar lo
más posible esa gracia y proeza, cual es recoger en un molino de pencas el
prodigio de la vida.
Es encarnar
el signo de lo ignoto hecho tangible. Es recoger la lluvia como el agua de las
nieves.
Es contener el
correr del tiempo; lo gozado como también lo sufrido.
6.
Damos vueltas
y
giramos
Es hacer que
se quede para siempre, junto con la noche, la incógnita y el misterio de la
vida.
Gira, cambia
el curso del agua, se espolvorea. Se hace un arco iris. Como el arte, como el
amor y como el destino.
El molino de
pencas se hace por nada y se llena de todo, para uno mismo y para la humanidad
que se detiene un instante a su orilla.
Y se hace de
pencas que marcan un cerco, que unen y separan. Que crece a la vera del camino.
¿Quién más testigo que la penca?
Se llena de
los demás, de Dios; del dolor, como también de la escasa alegría.
Es la crónica
de nuestra existencia. Quién puede dar testimonio de nuestros pasos, porque lo
observa y lo graba todo.
– Ya vamos,
hijos.
El molino de
pencas es un símbolo: Porque todos damos vueltas y giramos.
7.
Hacia ti
algún
día
Da vueltas el
mundo. Avanzamos de la niñez a la vejez, de la pobreza a la riqueza o
viceversa; del llanto a la risa, del amor al olvido.
Es la rueca,
el huso, el trompo, y todo aquello que da vueltas. Es el río que regresa.
Es la rueda
del destino, es la ruleta de la suerte. De aspas que unen y a la vez cortan,
frente a las cuales solo cabe ser humildes, sinceros y auténticos.
Que nos hacen
subir y bajar. Que, para corregir toda soberbia, nos hace estar abajo y en otro
momento arriba.
El molino es
la ley que rige nuestras vidas.
Es aquella
rueda que nos hace girar por los cuatro vientos.
Que se ha
quedado allí, insomne bajo el cielo de mi tierra, y en el reino de mi infancia.
Volveré hacia
ti, molinito de pencas, algún día.
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