Danilo Sánchez Lihón
Fresca
como los pálidos pétalos húmedos
del lirio del valle
duerme a mi
lado en la alborada.
Ezra
Pound
1. Entre
la pared y el techo
Es invierno en la serranía. En Santiago de Chuco lo
primero que hacemos cuando nos despertamos, luego de tender en la cama las
frazadas multicolores de lana de carnero del lecho donde dormimos y ya tendidas
hundir otra vez nuestro rostro en ellas, para después salir al corredor o al
patio y mirar cuál es el cielo de hoy día.
Y, como en él hay nubes, suponemos en silencio a qué
hora ha de empezar a llover. Esto según el presentimiento que tengamos de qué
humores embarga a los nimbos plateados que ya bogan por el cielo de marzo.
En mi casa, ¿di?, –¡tú has entrado!– hay una escalera
que da al hueco del terrado y frente a él se sostiene una explanada entre la
pared y el techo que se eleva sobre la morada colindante de mi abuela.
Del techo cuelgan pedazos de soguillas con que se
amarran los magueyes y los carrizos que se tienden entre madero y madero que se
sujetan a las vigas. Que a su vez sirven para que sobre ese tejido se tiendan y
sostengan las tejas. Y para que yo cogido de ellas te mire hacia el corredor
hasta dónde has entrado con tu falda de niña.
2. Con todos
sus secretos
De aquellas soguillas desprendidas o sueltas solemos
cogernos para no perder el equilibrio y columbrar los espacios lejanos.
Y para luego alzar la vista a los copos de nubes que
se apelotonan en lo alto y en lo bajo de la bóveda celeste.
Desde aquí miramos el cielo y sus mudanzas, desde que
amanece, los copos de nubes silenciosas subiendo de las cañadas profundas y
elevadas para navegar en el cielo azulino.
Desde aquí, tú y yo columpiándonos a veces, seguimos
su rumbo impredecible, su suerte y su destino de almas errantes.
Que ora se entrelazan apacibles y ora se revuelven
misteriosas.
Desde aquí divisamos las hondonadas de los ríos y el
cielo infinito, abierto con todos sus secretos, estrellas y planetas, sobre
nuestras pobres almas indefensas.
– Pero dime, ¿hoy por qué lloras?
3. Alfombras
de flores
Es invierno. Arriba, en el cielo azul, los celajes
ahora sí son inmensos rebaños blancos.
Quizá quieren que tú seas su cándida pastora y quizá
quieren que yo a tu lado sea el gañán que arrea la majada y la lleve por el
borde de tu falda sembrad de flores de todos los matices y colores.
Son rebaños que plañen. Y en sus balidos adoptan todos
los fulgores y matices. Tonos y gemidos. Y la honda fragancia de la tierra en
el estro del amor.
Los celajes son olores, quejidos y coloraciones ante
el asombro y prodigio que se hunde y se eleva en lontananza.
Algunos son vellones de ovejas trasquiladas que buscan
sus majadas, vagando dispersas y desorientadas.
Los celajes vagan sin saber que con sus hebras las
pastoras de cielo y tierra van tejiendo el arco iris y las alfombras de flores
que se riegan por el suelo en las procesiones.
4. Cunas
y tumbas
Hay vellones que se han vuelto vellocinos, y que son
fantasmas ululantes que se alejan hacia una luz difusa que apenas se esboza en
el horizonte. Y van recogiendo de algo o de alguien sus latidos, sus suspiros y
su vida anhelante.
– ¿De verdad, tú quieres quedarte aquí viéndolos toda
la noche?
– Sí, porque en ellos está el misterio de lo que
somos.
Los celajes son a ratos calmos y en otros momentos
frenéticos y hasta enfurecidos. Son estables, como a veces son furtivos. Son a
la vez cunas y tumbas estremecidas.
Los celajes son clarines de batallas y tambores de
responsos fúnebres en el cielo en agonía y ya pasmado. Son en lo que al final
se vuelven los espíritus de los cerros.
Son el silencio meditativo y el estallido de alguien
que a una hora nada sabe y de un momento a otro todo lo hunde y avasalla, como
es la vida.
– Y lloro porque, ¡te quiero!
5. Según
la danza
Hacia los celajes apuntan y se dirigen las espigas que
crecen en los muros y tejados ingenuos, asustados y humedecidos por el espanto.
En ellos se busca que coincidan dos miradas. Primero entre
dos que se quieren.
– Y, después, ¡en mirar hacia el mismo sentido! ¿Ya
ves que adivino lo que piensas?
Hacia ellos se vuelcan los idilios y esperanzas que es
cuando las nubes con sus mantos regios nos cubren compadecidas.
Y ellas mismas intiman con sus cuerpos arrebatados. Y
que se sabe por los colores con que se encienden.
Y que es cuando en esta vida doméstica, y en el
escenario de las nubes que bogan en la bóveda celeste, inventamos mil historias
subyugantes.
Y según la danza o el estrépito que hacen de ellas
derivamos nuestros juegos y nuestros destinos.
6. Luna
callada
Y todo según sea el temperamento de nuestros latidos.
O bien sea que nos sintamos regocijados, o bien sea que nos desgarre, como
entre tú y yo bajo estas sombras, una pena por la despedida. Por eso, ahora que
ya es de noche y reina la calma, dime:
– ¡De qué lloras!
– Seguro de mí y de ti.
– Pero, acaso tú, ¿sabes quién soy? Y yo, ¿acaso te
veo?
– Pero, ¿no has dicho que sientes mi mirada? ¿Y mis
ojos dentro de tus ojos?
– Sí, pero eso no es mirar sino sentir.
– Pero te digo que yo sí sé quién eres.
– ¿Y es eso lo que te hace llorar? ¡Contesta, pues! ¿Es
eso lo que te hace mirar el suelo y tus pies?
Ya los nardos y las azucenas de las cercas y las
acequias se han recogido, y ya amanece.
7. No sigas
hablando
Y mira, tu manera de quedarte callada, de coger las
cosas con tus manos blancas, de volver los ojos y quedarte callada mirándome
así es lo que ahora me duele tanto.
– También, por tu manera de nunca decirme nada, de no
contestar sino a veces lo que te pregunto, de no saber decir quién soy. O, si no
dime: ¿de dónde y por qué he venido? Y por qué estás hasta tarde conmigo
sentada en esta escalera.
Tu manera de no saber si estás contenta o estás
apenada. De no saber si llevarte, dejarte o esconderte.
¡Eres la luna sin ninguna duda! La luna que recorre
mundos secretos, que ve lo cierto y ve lo vano. Porque eres silenciosa y
triste.
Eres la luna de invierno que cuando sale vuelve a los
campos fantasmales y nos embarga una pena inmensa en el alma.
Y ahora que ya te dije quien eres, que ya cesaron las
serenatas y que no hay por qué hacer silencio, dime por lo menos: ¿qué será de
mí?
– Ya no sigas hablando. ¿O te encanta hacerme llorar?
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