Danilo Sánchez Lihón
Dios ama la luz
de las lamparitas de los hombres
más que sus
grandes estrellas.
Tagore
1. Que
tú
llegues
Cuando se vuelve a la casa de la infancia después de mucho
tiempo de haberla dejado se siente que ella gime con llanto conmovido.
Llora de sí misma, de saber cuánto ha esperado extrañando
noche y día. De reconocer ¡cuánto ha sufrido!
Porque siente que este es un día que justifica tanto abandono.
Porque nunca olvidó el día que te fuiste.
Siente que con el regreso se completa el círculo con el día
que te fuiste y que nunca olvida porque desde entonces ha permanecido insomne y
desvelada.
¡Gracias a Dios que tú has regresado!
Que este día lo compensa todo y explica entonces que ahora
ella esté alegre y se enternezca. Justifica que se queje. ¡Has demorado tanto
en volver después de la despedida, y cuando ella quedó afligida!
Sosteniéndose en pie y sin dejarse derrumbar hasta ahora ni
por las tempestades ni por los vientos huracanados que aúllan y azotan
desolados.
Pero más por los recuerdos y la nostalgia que socavan más
que el techo el cimiento y estrujan el alma, esperando que tú llegues.
2. La mirada
con que nos
acogen
La casa es la madre que todo lo sabe o lo presiente, solo
con la mirada. De allí que sus aleros y muros se tuerzan e inclinen.
De allí que se cubran de huellas, cicatrices y agujeros. Y
de hierbajos que brotan en las rendijas, como entre las piedras o en el
resquicio que queda entre baldosa y baldosa.
Somos hijos de las casas igual que de una tierra. Y tanto
como de nuestros padres biológicos, nos amamantamos de lo que una casa nos
brinda y prodiga.
Las casas son nodrizas, ángeles guardianes que van detrás de
nuestros pasos. Son las que nos crían, nos protegen, nos cobijan y defienden de
los hechizos.
Saben de nuestros sueños, como de los pequeños temores y
grandes anhelos que llevamos incrustados en el alma.
Las casas cuando volvemos la mirada con que nos acogen
siempre es enamorada y gloriosa. Y nos encuentran sutiles, refinados,
distinguidos.
3. Y también
llorado
He aquí por ejemplo cómo te mira y está orgullosa de ti. Y
piensa en silencio: Has regresado más hombre, más fuerte, más erguido.
Has regresado sabio, íntegro y generoso. Has regresado
límpido, transparente y egregio.
– ¡Es él! ¡Es él que ha vuelto! –Dice, musitando y sollozando
en silencio con las dos manos se cubre la cara.
Y se dice a sí misma: ¡Pero se ve también que él ha sufrido,
tal vez extrañando todo lo que aquí se dejó y quedara!
Porque ahora tocas reverente la grada y posas tu mano en la
piedra del pozo. Porque ahora pones tus dos palmas en el estoque y hundes tu
frente hacia el muro y oras.
– ¡Lo veo un poco envejecido pero también vasto y frondoso! –Se
dice asimismo.
– Él ha crecido en todo. ¡Sin duda ha extrañado tanto! Pero
ahora se lo siente hondo, vasto e inmenso, aunque un poco callado.
¡Cuando de niño era un castañuelas que todo lo alborotaba!,
por el patio, el corredor y entrando por todos los rincones de los cuartos.
¿Qué sitio no guarda el recuerdo de su presencia por donde
ha jugado, reído y también llorado?
4. Sombras
y claridades
Pero, ¡cuánto mundo ha recorrido! ¡Cuántos caminos bajo sus
pies fugitivos!
Cuántos días luminosos y otros inciertos por este y otro
sendero. ¡Cuántos días anubarrados y sombríos no habrá vivido! ¡Cuántas noches
de angustia y de agonía! ¡Y otros días radiantes de triunfos, tal como es la
vida!
Algunas casas sollozan porque piensan que hemos regresado no
a quedarnos sino a despedirnos.
Pero aun así hemos venido, hemos vuelto. ¡Estamos de regreso
y aquí no importa si es como sombras titubeantes!
Porque ya no resistían en la espera, creían que no íbamos a
llegar a tiempo para encontrarlas todavía de pie, y vernos a la cara entrar por
sus portones y zaguanes, acto elemental y simple pero también sagrado.
Y es que ya no podían con tanta lluvia, con tanto silencio y
tanto cierzo; con tanta luna extasiada bogando en el cielo que dejan
descubierto la bóveda caída, y las tejas que se han roto por los vendavales.
Pero hemos vuelto y las casas se esconden a llorar cuando
nos ven entrar, y miramos con ojos humedecidos cada rincón reviviendo cada
instante de nuestra vida ocurrida entre estas sombras y claridades.
5. La faz
y el alma
Esta de aquí era la cocina, más allá el patio. Aquí
dormíamos.
Y rebuscas entre los despojos una huella. Allí aparece un
madero. Es de la escalera en la cual te empinabas para ver la fiesta y el baile
de la comparsa en la calle.
El despliegue del desfile, el paseo del Ño Carnavalón, el
paso del inter del patrón Santiago, entre arcos y guirnaldas de flores.
Ahora te paseas callado por sus habitaciones pasmadas.
Abres una puerta y te quedas contemplando la luz del alba en
la claraboya. Ya nadie vive aquí. Y tú, ¡cuánto has cambiado!
Se tamiza por las ventanas el amanecer igual que cuando aquí
vivíamos y despertábamos todos de madrugada, indiferentes al misterio que
atraviesa a la vida y al mundo.
Pero tú ya no eres el niño de entonces. Amarguras atroces y
viejas te han estrujado la faz y el alma.
6. Imágenes
hundidas
Pero aquí está ella otra vez ofreciéndote su pared
compasiva, la misma que escuchó de niño tus anhelos, tus agobios; que ha sido
testigo en la habitación solitaria de tus largas convalecencias oyendo los
ruidos lejanos y los pasos apurados de la gente.
Y ahora todavía está aquí temblando y pendiente de lo que tú
digas.
Pero apenas modulas una voz te sale un quejido.
Y sollozas encogido con las manos cubriendo tu rostro,
porque has recordado la sombra de cada uno quienes estuvieron contigo a esa
hora. Y a tu padre enterrado ya en el cementerio.
Hay casas que no resisten esperar tanto. Y mueren antes de
que tú hayas llegado. O mucho antes que hayas podido embarcarte.
Mientras tú veraneabas en algún país extranjero y lejano, o en
cualquier playa lejana y en una ribera exótica.
O jugabas a la ruleta en cualquier casino o casa de juego.
Pero ahora visitas el sitio más importante en tu vida, cual
es en donde fuiste niño, aunque hayas llegado tarde y camines sobre maderos
rotos y restos de imágenes hundidas.
7. La hora
en que tú
vuelvas
Porque en esa calma arrebolada es cuando más se desmoronan
los adobes y se sueltan carrizos y magueyes.
Y se hace polvillo y ceniza aquello que fue y se ha vivido.
Porque aquí se extraña todo, que es una ley de la vida.
Porque era nítida y confiada nuestra voz cuando éramos Infantes.
Y le dolía pensar que tal vez ahora tu voz esté apagada, triste y compungida.
Pero tu voz aunque quebrada mantiene el timbre que lo hace
firme.
Solo que la lluvia y las goteras de la casa han ido cada año
erosionando estos muros, dejando caer una teja primero, pedazos de adobes
después, una ventana que yace en el suelo con todas las ilusiones, promesas y
hasta serenatas que se deslizaron por sus rejillas.
Quizá por eso la casa siente que ahora puede morir en paz. Y
está gozosa y de fiesta porque hayas vuelto. Y ahora sí justifica morir. Por
eso te mira con ternura infinita, de pies a cabeza. Y siente que no esperó en
vano.
Pero ya no te responde el alma de la casa. Está yerta. Sólo
esperó todo este tiempo la hora en que tú vuelvas.
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