Danilo
Sánchez Lihón
“Tocaron
a la puerta”
César Vallejo
1.
Tocan
a
la puerta
– ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!
Escuchamos tres golpes en
la puerta de nuestra casa que da a la calle de paredes vetustas.
Nos miramos.
Estamos almorzando sentados
a la mesa y muy cerca al fogón en donde humean las ollas de barro.
¿Quién podría tocar a esta
hora? En Santiago de Chuco a nadie se le ocurre interrumpir un almuerzo, salvo
que se trate de un asunto urgente y grave.
– ¡Anda a ver quién toca!
–Dice mi padre, ayudándome a retroceder la silla.
Salgo atravesando la sala
siempre oscura, con retratos de nuestros abuelos y bisabuelos. En los pueblos
de la sierra las salas del primer piso no tienen ventanas.
2.
Paso
adelante
Echo mano a la armella,
subo el gancho y por precaución abro solo una rendija entre las dos hojas.
El sol de afuera golpea mi
cara con su espejo lleno de luz y un olor profundo a naranjas en flor.
¡Nadie!
De pronto veo la cabeza
inmensa de un animal que se interpone entre mis ojos y la calle solitaria.
¡Un toro! –Es lo que creo
ver.
Da un paso adelante y
empuja la puerta. Y atraviesa el dintel ingresando el inmenso volumen de su
cuerpo a la sala de nuestra casa.
Pego un grito que hace que
mi padre tire las cosas de la mesa y salga corriendo.
3.
No la vayan
a
tocar
Su estupor es grande. Ya
repuesto exclama.
– ¡Es la burra de nuestro
amo! ¡Corran!
Aparece mi madre
limpiándose las manos en el delantal y con los ojos llenos de asombro:
– ¡Dios mío! ¡Es la burra
de nuestro Señor bendito! –Dice quebrándosele la voz llena de recogimiento,
devoción y ternura.
Yo estoy sorprendido:
¡Mi padre, que nunca
consiente un desorden a la hora de la comida esta vez es quien lo propicia!
Ha permitido que todos se
hayan levantado y él mismo está atento y generoso ante, al parecer, tan ilustre
visitante.
– ¡Irene! –Llama–. ¡Irene!
¡Trae un pote de cebada! ¡Y escoge de la más fina!
4.
¿Quién es,
mamá?
Asidos a la falda de mamá y
contagiados por su ilusión y fervor miramos el cuerpo blanco cenizo y la cabeza
tranquila de la burra que tiene una expresión compasiva y misericordiosa.
– Mamá, ¿quién es?
– Primero, no la vayan a
tocar. –Advierte–. Porque si se asusta ya no vuelve a entrar nunca a nuestra
casa.
– ¿Entró antes, mamá?
– ¡Nunca! Primera vez. ¡Y
es raro, porque no ocurre que toque una puerta e ingrese a una casa! Quizá a
una tienda que esté abierta, tal vez.
– Pero, ¿quién es, mamá?
–Preguntamos ansiosos ante tanta veneración, inclusive de nuestro padre.
– Es la burrita que carga a
nuestro Señor Jesús en la procesión del Domingo de Ramos.
5.
Ese día
aparece
– Y, ¿cuándo es?
– Mañana. Por eso, mañana
los levantaré temprano para alistarlos.
– ¿Y también carga leña,
papas, costales de trigo?
– ¡No! ¡Solo al señor! ¡Es
un animal sagrado! Para eso ha nacido y solo
eso hará hasta el día que muera.
Un respeto profundo invade
nuestros corazones. Cada uno de nosotros sostenemos por un rato el pote de
cebada a la altura del vientre, desde donde come, agrandando y achicando al
resoplar el hueco de sus narices.
– ¿Y dónde vive? –Pregunta
con curiosidad mi hermana.
– En ningún sitio. –Explica
mi padre–. Durante todo el año anda por los caminos y caseríos y sólo viene al
pueblo cuando empieza la Semana Santa.
– A veces se pierde todo el
año, nadie la ve, –añade mi madre–, pero
el día que tiene que cargar al Señor aparece.
6.
Sobre el brocal
del
pozo
– Desde el alba ya está en
la puerta de la iglesia, sin que nadie se figure cómo vino y llegó. ¡Nunca ha
faltado!
– ¿Nadie la trae?
– Nadie. Ella viene sola,
como si ya supiera el día exacto que tiene que estar aquí.
La miramos comer.
De observarla tanto se me
ocurre que tiene sed. Y voy a traerle agua. Allí es cuando para mí ocurre lo
más extraño:
En el patio donde
revolotean los gorriones, una lluvia de flores de plantas que no tenemos ha
caído sobre el brocal del pozo y una paz infinita rodea el interior de la casa.
Al regresar la burra baja
la cabeza y empieza a beber del balde que sostienen mis manos de niño.
7.
Es
un
gran día
Dentro del recipiente hay
una flor azul, que recojo con disimulo y guardo.
– ¿Qué te pasa? –Pregunta
una de mis hermanas.
– Nada. ¿Por qué?
– Porque estás sonriendo.
– Estás como si escondieras
algo.
– Como si hubieras visto
fantasmas. –Señala mi hermana menor.
Todos permanecemos
alrededor de la Burra de Nuestro Amo que ocupa el centro de la sala que tiene
jarrones y floreros en las mesas y los retratos de nuestros antepasados
colgados de las paredes blancas.
– ¡Gracias Dios mío por
elegir nuestra casa! –Dice mi madre juntando sus manos y con los ojos en donde
saltan las lágrimas.
– ¡Es un gran día! –Escucho
decir a mi padre. Y me sorprende escuchar que diga eso, él que es tan recto.
8.
Paso
a
paso
– ¿Es mansa? –Pregunta mi
hermano, quien tiene fascinación porque le suban al lomo de las acémilas.
– ¡No se la puede montar!
–Asevera papá.
– ¿Por qué?
– Quienes lo han intentado
tienen los huesos rotos.
– ¿Rotos?
– ¡Y bien rotos! Por la
caída, como por las coses que recibieron.
Pero hoy Domingo de Ramos
es la burra más apacible y buena de toda la comarca.
Aquí estamos viéndola. Ha
esperado en la puerta de la iglesia.
Es temprano. Ya la estatua
del Señor está en el atrio, de pie en su anda donde lo engalanan y lavan su
rostro nacarado con aceite de oliva, haciendo más brillante el fulgor de sus
ojos que miran muy hondo el alma de la gente.
La burra ha dejado que le
pongan una soga alrededor del cuello. Permite que le jaspeen su cuerpo blanco
con ramalazos de añilina azul, y que la adornen con flores y cintas de colores.
9.
Adornados
de
flores
Ahora montan la imagen del
taitito vestido de túnica marrón con greca dorada en los bordes. Sus cabellos
largos, sedosos y castaños caen por sus hombros enjutos.
Y sale mirando con ojos
llorosos y absortos a hombres y mujeres que se arremolinan en la plaza
quitándose el sombrero en señal de respeto, devoción y saludo.
La burra avanza paso a
paso.
Han llegado mis hermanas
con sus cintas celestes en el pelo y sus vestidos llenos de encajes y grecas
que parecen más blancos y níveos.
Yo miro mis zapatos nuevos
que me hacen tropezar a cada rato en todas las piedras.
Y empezamos a avanzar al
lado de la banda de músicos gemebundos y de la burrita piadosa.
Cientos de niños que se
pisotean, portan sus ramos de laurel, de palma, de junco entretejido, adornados
de flores que son clavelinas, rosas, alhelíes, crisantemos y azucenas.
10. Siempre
agradece
Y ni el rechinar de la
banda de músicos, que toca muy cerca de las orejas de la burra, ni los cohetes
que revientan en el cielo, ni el chillido de los niños que se rompen los
tobillos en alguna piedra porque todos lucen zapatos nuevos, altera su paz
sublime.
Paso a paso la burrita
venerable marcha al centro del cortejo, llevando sobre su lomo al hijo de Dios.
Los celajes en el cielo son
albos delante de su manto azulino, hasta donde se elevan los cohetes, cayendo
el carrizo humeante al lado nuestro o encima de los tejados rojos.
Con el pasar de los años,
mi madre siempre agradece a Dios y a todos los santos que sus hijos estén todos
con vida y buena salud, sin desgracias ni conflictos. Ni mayores hechos que
lamentar.
– Sin que a nadie les falte
un dedo, sea de las manos o sea de los pies. –Dice orgullosa mi mamá.
– Y todos tienen puestas y
completas sus orejas. –La fastidia mi hermano menor que ha salido bromista.
11.
Silencio
infinito
– ¡Y somos once tus hijos,
mamá!
– ¿Y cómo has hecho
abuelita para criar once hijos? –Le preguntan sus nietos.
– Los he cuidado como
alhajas. Pero, porque he tenido el favor de Dios. Sin él nada es posible.
– ¿Y sientes que Dios te ha
ayudado? –Le pregunta el incrédulo.
– ¡Cómo no! Un día la
Burrita de Nuestro Amo tocó la puerta y entró a nuestra casa…
Y toda la buenaventura mi
madre la relaciona a aquel hecho fortuito e inusitado.
– ¿Y se acuerdan que fue
Fredy el que abrió la puerta?
– ¡Y dio un grito que hizo
que las cosas se cayeran!
– ¡Sí! –Dicen y sonríen,
mirándome.
Pero a nadie les conté antes
de la lluvia de flores azules blancas y amarillas, de plantas que no teníamos.
Y que cubrieron el brocal del pozo con un silencio infinito en el patio de
nuestra casa.
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